Si las cosas siguen tan igual como antes, el munícipe terminará su gestión como lo hicieron otros presidentes municipales: con un entorno turbio; él desconfiado y hasta regañado por su jefe el gobernador. Espero equivocarme...
Recuerdo cuando Eduardo Rivera Pérez llegó a mi casa acompañado con su esposa y pequeño hijo. Fue invitado por Francisco Fraile García a la comida plural que organicé para juntar a los candidatos del PRI y del PAN que por aquellos días contendían por la diputación federal.
El entonces joven recién llegado a Puebla, mostraba una sincera sonrisa de satisfacción y candor. Se le veía feliz pues. Estoy seguro que dado su origen natal no le pasaba por la cabeza lo que el tiempo, el cambio generacional y la suerte le pondrían en bandeja de plata: una buena carrera partidista incluida la dirigencia estatal, la diputación local y desde luego la presidencia municipal de Puebla.
Han pasado poco más de veinte años y Rivera sigue igual de sonriente e igual de cándido (lo de suertudo habremos de saberlo después). La diferencia está en su ostensible desconfianza, estado de ánimo que entre otras razones se lo debe al estilo de su jefe, el gobernador Rafael Moreno Valle Rosas. Da la impresión que teme que éste lo regañe por no “agarrar la onda”. De ahí que se le note el sufrimiento cuando siente su mirada y escucha sus quejas, gritos u opiniones sobre lo que pasa o deja de ocurrir en la capital del estado que gobierna. Diría Ana Teresa Aranda: a Lalo le tiemblan las corvas nada más de ver a Rafita. Tal vez por ello, lo que Rivera habla y declara lo hace pensando en quedar bien con el titular del poder Ejecutivo. Esa parece ser su pesadilla cotidiana y, por qué no, el lastre del ayuntamiento que encabeza.
¿Qué le habrá dicho o reclamado Moreno Valle cuando se enteró de que Blanca había cooptado al presidente municipal electo autorizándole dinero para sus gastos y entregándole un vehículo para su esposa?
Me reservo lo que supongo espetó el mandatario ya que podría resultar ofensivo a los castos oídos de los virtuosos panistas. Pero es obvio que le dijo cosas que alteraron el estado de ánimo y vulneraron el ego de Rivera, en esos días insuflado por las felicitaciones y elogios vertidos durante las primeras semanas del mandato constitucional.
Conforme pase el tiempo, es de esperar que esa relación político-jerárquica se torne aún más complicada e incluso peligrosa para el munícipe, circunstancia que me lleva a pensar en lo que podría ocurrir si Rafael pide datos y cifras sobre los giros negros, fuente nutricional de la “caja chica” de la cual salen los dineros no documentables. De acuerdo con lo que publicó el periódico digital Acento 21, en los tiempos de Blanca Alcalá, cada semana se recaudaban alrededor de un millón de pesos. Y eso que el reportaje fue conservador.
Ahora bien, según el llamémosle consenso histórico de la convenenciera y tortuosa relación entre el ayuntamiento y los giros negros, dicha costumbre prevalecerá por varias razones: la tradicional corrupción que fomentan los inspectores y aceptan los propietarios; el interés de éstos en multiplicar sus ganancias aumentando el tiempo de servicio al cliente a veces sometido a la ingesta de bebidas alcohólicas adulteradas y, también a la oferta de sexo en sus distintas manifestaciones; el ingreso de dinero extra que promueve complicidades y un buen estado de ánimo burocrático; la oportunidad de gratificar o apoyar a los grupos políticos que venden caro su amor; y la disponibilidad de recursos que permiten desde la renovación del closet hasta el cambio del look que obliga, inspira y a la vez ayuda a quienes piensan en la próxima elección.
Y como ese anhelo electoral tiene preocupado al alcalde de Puebla de Zaragoza (no de los ángeles), es de presumir que no habrá ninguna manifestación inteligente y consensuada para convencer al gobernador de que el municipio de Puebla necesita validar lo que hace casi quinientos años impulsó y consolidó como el primer antecedente de la autonomía municipal que nació en el nuevo mundo, en Puebla, precisamente.
¿Qué pasará?
Si las cosas siguen tan igual como antes, el munícipe terminará su gestión como lo hicieron otros presidentes municipales: con un entorno turbio; él desconfiado y hasta regañado por su jefe el gobernador. Espero equivocarme.