Mariano Piña Olaya
Es importante subrayar que, en el españolizado ambiente comercial poblano, aún se percibe aquella animadversión, rencor, resentimiento y desconfianza que causaron los primeros árabes llegados a suelo poblano. El estilo de los inmigrantes libaneses para aprovechar lo que significaba la última oportunidad de sus vidas alarmó a los comerciantes locales, habituados a disfrutar de una comodina parsimonia.
Los recién llegados impusieron un nuevo estilo de hacer negocios. Primero invadieron las calles, después cambiaron las reglas del juego y, más tarde, implementaron tres modalidades importantes: la venta en abonos en la vía pública, el regateo y la promoción, así como la fabricación y comercialización de artículos imperecederos. Fue así como el ambulantismo tradicional —cuyo origen data de la época precolombina— cambió cuando los árabes ingresaron a este tipo de comercio.
La mayoría de los vendedores callejeros no sólo adoptaron el estilo de los libaneses para dejar atrás las formas más tradicionales de sometimiento, mansedumbre y resignación que tanto complacían a los negociantes criollos; también aprendieron de los árabes el espíritu de unidad y las novedosas técnicas para comprar, vender y comercializar sus mercaderías.
Al recibir el poder, Piña Olaya buscó la amistad de varios empresarios de origen libanés. Tal vez esta preferencia molestó a un poderoso grupo de industriales y comerciantes cuya tradición, acento y reminiscencias familiares españolas —incluyendo la herencia de resabios que dejaron los siglos de dominación de califatos y emiratos árabes— aún influye en su comportamiento.
Después vino lo que, a mi juicio, tiene una estrecha vinculación emocional con el problema apuntado: las presiones del comercio organizado al gobierno, que buscaban una forma de obligarlo a actuar contra los vendedores ambulantes de Puebla.