La Puebla variopinta, conspiración del poder (Capítulo 6) El agua y el aceite

Réplica y Contrarréplica
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El elector goza del sagrado privilegio

de votar por un candidato que eligieron otros.

Ambrosio Bierce

 

 

Brinco del pasado a los tiempos actuales y digo:

Para definir el problema que en el 2012 mandó al PAN al tercer lugar de las preferencias electorales, acudo al modelo Perogrullo y concluyo que hubo varias causas. Una de ellas: la generacional (la chaviza llegó para aprender, dominar y sorprendernos); otra: el machismo que aún prevalece como fenómeno político (Josefina Vázquez Mota lo padeció); la tercera: las luchas internas por la ambición que surgió el día en que ganaron la Presidencia (llegaron a dirigir al PAN algunos chambones apoyados, obvio, por Felipe); la cuarta: la rebeldía de Fox, Espino y Clouthier; la quinta: el amiguismo del presidente Felipe Calderón; y la sexta, quizá la más importante porque es consecuencia de las otras cinco: el pésimo manejo de la campaña presidencial que produjo las fallas en el diseño de la imagen y la propaganda de su candidata Josefina Vázquez Mota.

¿Pero, y qué camino recorrió la derecha mexicana antes de torcer las ramas del añoso árbol azulino?

Hurguemos en su pasado:

En 1952, año en que Efraín González Luna se auto etiquetaba como candidato a la Presidencia de México, el proselitismo panista adquirió el estilo que tuvo durante décadas, hasta que diez lustros más tarde —como lo apuntó Ana Teresa Aranda— Rafael Moreno Valle apareció como candidato del PAN apoyado por Elba Esther Gordillo, la mujer que a su vez influenció y ayudó a Felipe Calderón a ganar la elección presidencial, apoyo que a la maestra le ganó el resabio priista primero, y después las denuncias del gobierno de Enrique Peña Nieto, procesos que la depositaron en la cárcel.

Previo a este heterodoxo evento político-magisterial (siglo pasado), la consolidación de Acción Nacional en Puebla estuvo a cargo primero de José de la Luz León y Marcos Mastretta. Pasado el tiempo se incorporaron Luis Hinojosa González, Manuel Iñíguez, Manuel Castillo Miranda y Jesús Bravo Cid de León. En la década de los setenta aparecieron en su nomenclatura Miguel López y González Pacheco, Miguel Fernández del Campo Machorro y Roberto Cañedo Martínez. Éste último disputó la alcaldía de Puebla, proceso que, aseguraron los panistas, derrotó a Gonzalo Bautista O’Farril. Sin embargo, al final del día el priista fue presidente municipal. Años después entrevisté al doctor Bautista y al preguntarle sobre aquella disputa, se justificó diciéndome que Cañedo y él habían hecho un pacto de caballeros.

La enjundia de Roberto Cañedo contagió a su hijo Alejandro. Y oh sorpresa: éste participó para por primera vez ganar la diputación federal de mayoría, triunfo que le sirvió para ser nominado y llegar a la jefatura regional de su partido. Poco después, en Tehuacán, el PAN empezó a tener influencia electoral y se convirtió en el canal donde expresaron su descontento los ciudadanos molestos con los gobiernos, municipales y estatal. Por ello, en 1973, el mencionado Alejandro ganó la diputación, igual que Miguel Fernández del Campo, quien obtuvo la votación más alta de la oposición en el país (superó los 50 mil votos). La representación de Acción Nacional aumentó gracias a que la reforma política del presidente Luis Echeverría Álvarez les ayudó para tener 25 diputados en el Congreso de la Unión.

Después empezaron los fraudes a cargo de los alquimistas del gobierno. El ambiente político transformó a Puebla en un campo de batalla donde la metralla fue verbal y mediática. De esas confrontaciones quedan recuerdos que, al parecer, olvidaron los integrantes de la nueva generación panista. Los testigos: Ana Teresa Aranda Orozco, Francisco Fraile García y Humberto Aguilar Coronado, tres de los militantes sufridores y leales a la causa inspirada por Manuel Gómez Morín.

Algo sobre la vocación panista de los mencionados:

Tal vez por sentirse heredero del legado de Gómez Morín, Fraile se volvió sordo ante el canto de las sirenas cuando, él lo dijo, el entonces gobernador Manuel Bartlett le sugirió que fuera candidato a la alcaldía. Dice Fraile que le auguró ganar la elección. Paco afirma que su conciencia, vocación y respeto a su origen político, le indujeron a pugnar para que Acción Nacional no abandonara la ruta de la democracia, entonces baluarte, hoy retórica.

Ana Teresa puso en acción el proyecto de resistencia civil (por cierto escuela de Cocoa, la hermana de Felipe Calderón) hasta que logró recuperar Huejotzingo (el gobernador era Manuel Bartlett Díaz), después claro de sufrir “arrastre lento” frente al Palacio de Gobierno de Puebla (entre cuatro policías la cargaron para retirarla).

La peripecia de Aguilar Coronado fue distinta: Humberto enfrentó y resistió las truculencias de Mario Marín (entonces operador político de Manuel Bartlett), acciones que buscaron desprestigiarlo con chismes de baja estofa: Humberto no pudo ganar la elección por la campaña en su contra, maniobra aderezada con el fenómeno electoral que ubicó al PRD en los cuernos de la luna gracias a Cuauhtémoc Cárdenas, presencia que captó el voto indeciso. Además del beneficio electoral que produjo el “fenómeno Cuauhtémoc”, hubo candidatos perredistas que fueron astutamente apoyados por el gobierno priista; la intención: quitarle votos al PAN para que el PRI pudiera ganar los distritos tradicional y electoralmente panistas.

Como siempre ocurre apareció la pléyade de jóvenes que vieron con desprecio a la “vieja guardia”, o sea los puentes generacionales. Incluso, algunos de ellos se dedicaron a criticar el “estilo vetusto” de quienes habían abierto la brecha. Las condiciones del país permitieron a esa chamacada acceder a cargos de elección popular para unos sentirse elegidos de Dios y otros con las orejas de Éste en sus manos. La coyuntura que permitió el cambio fue, sin duda, el desprestigio de la política y, especialmente, del PRI-gobierno.

En fin, los mencionados en los párrafos anteriores son hechos harto conocidos, algunos de ellos fomentados por la actitud de Fox primero y después la de Felipe Calderón, o al revés si consideramos que como panista Felipe sería el más viejo y políticamente más mañoso.

Con olor a “sopa”

Siendo Presidente de la República, Calderón creó al grupo cuya función aparente fue eliminar de la escena del poder a “viejos” como Santiago Creel, Diego Fernández de Ceballos y otros más con trayectoria y talento político. Quiso ser el “padre” de la nueva generación que podría sucederlo. Sin embargo, al morir su principal carta (Juan Camilo Mouriño), perdió el equilibrio político y empezó a jalar de aquí y de allá en vez de apoyarse en esos “viejos” panistas que sin duda lo habrían ayudado a sacar al buey de la barranca. Intentó eternizarse valiéndose de sus “alumnos” en política y elecciones. Colocó al PAN en el peor de sus momentos históricos, desatino que quiso revertir con la designación de Gustavo Madero. (No se pudo, pero el tiempo y con un estilo que rayaba en la extorsión —Pacto por México—, permitió a Madero sacarse la espina que le había clavado el calderonato).

Hábil y ambiciosa, Josefina percibió la oportunidad y la aprovechó valiéndose de su información y la complicidad de una fracción del equipo presidencial. Ganó la interna y fue la candidata que todos vimos: capaz e inteligente pero muy mal asesorada por los jóvenes políticamente inmaduros que la ayudaron. A las primeras de cambio, Roberto Gil, su avispado coordinador, mostró su inexperiencia o, como dijo Bernard Shaw, confirmó que la juventud es un mal que sólo se cura con los años.

En la debacle de Acción Nacional también puso su grano de arena la clase política resentida y marginada por la nueva generación panista. El “ráscate con tus uñas” fue su respuesta. Después vino la reacción del presidente Calderón cuyo candidato (Ernesto Cordero) perdió la interna y —dijo uno de sus allegados— el PAN se invadió con el olor a sopa. Lo peor llegó cuando dos de los marginados abandonaron a Josefina para irse con Enrique Peña Nieto: Vicente Fox y Manuel Espino provocaron el daño que suele producir el escándalo. Es difícil de asegurar, pero esto pudo haber sido la puntilla mediática que hirió de muerte a quien usó a los medios con la intención de posicionarse valiéndose de su estridencia pastoral y sus chambonas ocurrencias, ruido que, supongo, fue recomendado por los genios que menospreciaron al elector y también a los adversarios. Curiosamente, Gabriel Quadri de la Torre y Elba Esther Gordillo Morales —que resultó lo mismo— medio salvaron el prestigio a Josefina Vázquez Mota al “permitirle” quedar en la tercera posición, no así en la última. De cualquier manera la Señora y el PAN perdieron porque no hubo apoyo del Estado, tal y como lo confesó Calderón al decir que se había negado a colaborar con quienes le pidieron dinero y recursos públicos para impulsar la campaña de Vázquez Mota.

Pasados los meses, el 18 de noviembre de 2013, Vázquez Mota dijo que su partido dejó de ser ético y serio, declaración que días después avalara Diego Fernández de Cevallos en su artículo del periódico Milenio (2 de diciembre, 2013). Sentenció la panista: “Cuando hacer política se reduce a negociar sin importar los costos para obtener cualquier propósito —por importante que éste sea—, entonces todo se pervierte y ésta se reduce a sobornar y corromper”.[1]

La izquierda

¿Habrá que ser pobre para adoptar a la izquierda? ¿Sólo los intelectuales deben militar en la izquierda? ¿El PRI es mina de izquierdistas? ¿La izquierda representa la oportunidad para disentir del poder en manos de la derecha? ¿La izquierda en el poder debe tolerar a la izquierda fuera del poder? ¿Benito Juárez fue de izquierda? ¿Martín Lutero actuó como precursor de la izquierda religiosa? ¿Tendrán razón los demócratas de izquierda que piensan que “el triunfo de la derecha es moralmente imposible”? ¿Los agnósticos son los únicos con derecho a formar parte de las élites de izquierda? ¿Jesús de Nazaret falló al no inventar su propio partido de izquierda y por eso murió crucificado? ¿Los diputados progresistas del Constituyente mexicano fueron jacobinos? ¿Hay que ser radical e intransigente para considerarse un buen militante de izquierda? ¿La izquierda debe adoptar parte de las ambiciones del PRI y las necesidades del PAN para llevar agua a su molino?

Es obvio que abundan las respuestas a estas y otras preguntas, cada una de ellas acomodada al criterio del estudioso que se anime a contestarlas. Evito lo que podría ser un tsunami de criterios al no incluir la opinión de los destacados pensadores de la izquierda mexicana (algunos de ellos poblanos) y planteo la siguiente afirmación que por académica sintetiza lo que, supongo, no han querido entender algunos de los cabecillas de la izquierda poblana.

…Son de izquierda todas las fuerzas sociales que persiguen eliminar o atenuar la marginación, las exclusiones sociales, la concentración del ingreso, los privilegios y las desigualdades, la puesta en marcha de los prodigios de la ciencia en beneficio de las minorías, el dogmatismo, el racismo, la xenofobia, la violencia y la injusticia social…[2]

Dije “no han querido entender” basándome en paradojas políticas impulsadas por la izquierda tanto en lo nacional como en el ámbito de Puebla, después claro del izquierdismo que se manifestó en la Universidad Autónoma de Puebla (pie de cría del pensamiento crítico y razonadamente social), etapa que pergeño en uno de los siguientes capítulos. Por ello me ciño al último período de este lado de la geometría política, ahora con diversas facetas.

En el primer caso —el de las contradicciones— está la invitación a destacados miembros de la derecha (dogmáticos, racistas, xenófobos, homófobos y demás) para contender por algún cargo de elección popular, “fiesta cívica” a la cual llegaron candidatos con el sello del Yunque. Agregue el lector la absurda entrega de la dirigencia del PRD a personas no sólo ajenas sino hasta antagónicas a la ideológica de ese partido.

La “nueva izquierda” poblana es, pues, sin duda, productora de incongruencias políticas espectaculares, incluida la variable que se formó con la mezcla de Morena, PT y PRD. De esta unión planeada por los estrategas de Andrés Manuel (o por él mismo), surgió como candidato al Senado Manuel Bartlett Díaz en cuyo currículo público (la sección “oscura”) aparece la crítica punzante que le lanzó la dirigencia nacional de la izquierda, precisamente, grupos entonces inspirados en la imagen patriarcal de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, víctima de la “caída del sistema” que le endilgan a Bartlett (1988). De ahí que una de las razones (tal vez la única) que pudo haber tenido Andrés Manuel López Obrador para impulsar la candidatura de Manuel, es que haya pensado en aprovechar su talento y experiencia para usarlo como la cuña del mismo palo que le ayudaría a combatir o apretar a la fracción parlamentaria (PRI) que el tabasqueño supuso férrea oposición a lo que pudo ser su gobierno. No cuajó este sueño, casi guajiro, pero de cualquier forma Bartlett llegó por segunda ocasión a la Cámara Alta, esta vez con el cuño de la izquierda mexicana donde tenía varios detractores. Y el Peje no erró.

Paréntesis:

Como mentís a lo que podría considerarse como “chaquetazo” al PRI, hay que decir que sin conocer a López Obrador, Bartlett siempre criticó a los neoliberales que “secuestraron” a su partido. En el 2007 dijo en la entrevista que le hizo Blanca Lilia Ibarra[3], que no conocía a López Obrador y estableció que coincidía con su enfoque en contra del modelo neoliberal: “Claro, él tiene que ser la oposición, obtuvo una gran votación”, respondió cuando la entrevistadora le preguntó si consideraba válida la lucha del tabasqueño.

Entre otras de las contradicciones de la izquierda poblana (en ese caso, apoyada por la dirigencia nacional), destaca su alianza con el Partido Acción Nacional, coalición que le dio oportunidad al panista y ex priista Rafael Moreno Valle Rosas —ahijado político de la controvertida lideresa magisterial— para ganar la elección convirtiéndose así en gobernador y verdugo de su otrora partido. Esa maniobra permitió a Moreno Valle cooptar y a tras mano dirigir una de las facciones del Sol Azteca, circunstancia que abona el uso de la siguiente figura: Rafael fue el alquimista variopinto que logró unir el agua con el aceite para, con esa mezcla, hacer de la política una mina de poder y, en consecuencia, sede de la gran conspiración cuyo objetivo es la Presidencia de México.

Alejandro C. Manjarrez

[1] Milenio, 19 de noviembre de 2013

[2]Borja, Rodrigo. Enciclopedia de la Política. Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1997

[3]Ibarra, Blanca Lilia. Expresiones, entre lo público y lo privado. Ed. BUAP, México, 2008