Porque en ese vacío, donde otros solo ven tiempo desperdiciado, es donde pueden brotar las ideas que te catapultarán al éxito...
Nos han vendido la idea de que todo depende del mundo exterior: la política, la economía, la suerte, los demás. Pero ¿qué pasaría si el problema no fuera el mundo, sino la forma en que lo ves?
Si algo no te gusta, cambia tú. No esperes que la vida te haga el favor de ajustarse a tus expectativas. Hay cosas que no puedes controlar, que no puedes cambiar, y entre más rápido lo aceptes, menos energía desperdiciarás peleando contra molinos de viento. Adaptarte no significa rendirte, sino encontrar la manera de moverte con el flujo en lugar de ahogarte en él.
La felicidad no depende de nadie más, solo de ti. Y si esto te suena a cliché barato de superación personal, piénsalo bien. No importa qué tan bien o mal te trate el mundo, al final, lo que define tu realidad es la voz dentro de tu cabeza. La forma en que te hablas. La narrativa interna. Esa historia que te cuentas todos los días, donde eres víctima o protagonista, fracasado o resiliente.
Cuando logras silenciar el ruido de la desesperación y la queja, cuando te das un respiro de las preocupaciones que fabricas en tu mente, aparece algo más valioso: la creatividad. Ahí, en la calma, en la tranquilidad que rara vez te permites, nacen las ideas que pueden cambiarlo todo.
Y sí, a veces hay que aburrirse. Dejar el teléfono, apagar la televisión, sentarse a ver el techo. Porque en ese vacío, donde otros solo ven tiempo desperdiciado, es donde pueden brotar las ideas que te catapultarán al éxito. Pero si sigues esperando que el mundo cambie primero, que la suerte llegue o que los demás te rescaten, entonces prepárate para seguir igual de jodido.