Fabricando el nido

Vida & Sociedad
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Es indignante ver a los niños utilizados como carne de cañón; deberíamos todos estar avergonzados de utilizar a los pequeños de esta forma. Y creo que una de las principales razones es que olvidamos lo más importante, cada uno de ellos representa un milagro de vida...

Vivimos en un mundo cada vez más violento y menos horrorizado ante todo lo que sucede. Nos indignan las grandes matanzas y todo lo que transcurre en nuestro planeta. Pero ¿en dónde habitan los enemigos? La repuesta obligada es en la casa. Cada día más hogares se ven destrozados, los juzgados en materia familiar están rebosantes de divorcios, pleitos sin fin, en donde según el número de tomos del expediente, se puede verificar el nivel del pleito. Declaraciones vergonzosas yacen en las miles de páginas sin sentido que obran en los expedientes. Pruebas y alegatos de realidades falsas pinceladas con odio y, en medio de todo, los niños, los pequeños cuyo pecado mortal es querer a ambos padres juntos. Niños engañados, amedrentados, alienados, forzados a dejar de querer a mamá o papá porque sin explicación alguna, se han vuelto el brujo o la bruja del cuento.

Es indignante ver a los niños utilizados como carne de cañón; deberíamos todos estar avergonzados de utilizar a los pequeños de esta forma. Y creo que una de las principales razones es que olvidamos lo más importante, cada uno de ellos representa un milagro de vida.

Bajo estas circunstancias, echamos por la borda todo lo importante cuando nuestra vista se encuentra enfocada sólo en destrozar “al enemigo”, aquel que en un momento era la persona más importante y que en un dos por tres se convierte en el más odiado, sin darnos cuenta que justo es la pareja el espejo en el que nos reflejamos. Es decir, odiamos lo que el otro tiene y siempre queremos cambiarlo, cuando exactamente esto más odiado es lo que más tenemos nosotros pero no queremos reconocerlo. Estoy segura que podría afirmar sin temor a equivocarme, que los que se divorcian tienen la misma patología, pero en espejo; lo que uno es en pasivo, el otro es lo mismo pero en activo. Mientras uno grita y es un loco desenfrenado, el otro es un pasivo contenido, pero con el mismo desenfreno por dentro. Se divorcian porque no toleran ver en el otro lo que más le choca de sí; se divorcian no por falta de compatibilidad, sino por igualdad de circunstancias emocionales. Es bien curioso verlos y observarlos y darse cuenta que se odian porque el otro representa lo más odiado en sí mismo; no se pueden ver porque las características de personalidad del otro son exactamente las que se tienen.

Entonces ¿qué es lo que faltó? Yo diría que construir el nido. Hoy en día corremos para todo, todo es aprisa. Cuando despierto estoy segura que me he convertido en el conejo de Alicia en el País de las Maravillas, y el día se va en “se hace tarde”. Vivimos así, corriendo, y no pensamos ni por un segundo, que existen cosas para las cuales no podemos correr. La principal de ellas, para el amor. Si bien es importante enamorarnos, gustarnos, ver nuestras compatibilidades e incompatibilidades, también es bien importante convivir con la familia, es decir, con el mundo de donde proviene el otro. Algunos provienen de Disneylandia, otros de la casa del horror, otros de la casa del silencio, el castillo de la pureza; en fin. El lugar de donde proviene el otro y su gente, son tan importantes como dar el primer beso o hacer los primeros planes. Posterior a esto viene la emoción del compromiso, y pensamos que todo tiene que ir en cascada, la boda, los niños, la familia y todos felices. Pero momento; para que una familia pueda crearse, es necesario hacer nido. ¿Y qué es hacer nido? Es colocar todos los elementos necesarios para que lleguen los niños. ¿Y qué se necesita? Para comenzar necesitamos integrarnos a las peculiaridades de ambas familias, que como personas trabajemos en todo lo que nos duele, sanemos en primera instancia lo que sucede con nuestras figuras parentales, para poder así ser mejores padres; no podemos pretender ser buenos padres cuando tenemos hoyos en el alma, cuando odiamos a papá o a mamá, cuando pensamos que aborrecer a alguno o a ambos padres, es un logro de la adultez. El camino del perdón y de la reconciliación es necesario, porque a veces no comprendemos cómo afectamos a los niños con esto. Necesitamos arreglar nuestros pendientes con nosotros mismos y con la pareja; no podemos iniciar una familia con una pata coja, es vital arreglar las diferencias. Un niño jamás debe llegar como parche de una relación, es inaudito, porque lo único que se consigue es un agujero mayor.

Otra cosa importante es realizar convenios para la educación, que comprende hábitos, enseñanzas y por supuesto la espiritualidad como un punto medular. Hay tantas cosas por hacer para construir un nido, y no sólo es pintar un cuarto de color y comprar las cosas necesarias para la llegada del bebé; es también prepararnos emocionalmente para él/ella.

Tenemos que estar conscientes también que la llegada de un bebé implicará de inmediato un distanciamiento de la pareja; por lo tanto, la pareja debe estar bien afianzada, con un nivel de comunicación adecuado para soportar la llegada de un bebé. Muchas parejas se destrozan cuando se comienza a formar la familia, por falta de tiempo; en el correr no nos damos tiempo de disfrutar a la pareja antes de la llegada de los niños, nos parece indigno estar casados sin tener hijos y los familiares no ayudan, la presión es inmensa, siempre preguntando para cuándo llega el bebé.

Dar su tiempo a las cosas, sobre todo al amor, es una labor primordial como padres; no se trata tan sólo de brindar los recursos materiales necesarios para el bebé, se trata de más cosas, se trata de preparar nuestros corazones para recibir al nuevo integrante llenos de vida y de amor, lejos del resentimiento y el odio. Se trata de ser buenos ejemplos para que los pequeñines aprendan buenas cosas de nosotros. Se trata de ser buenos hijos y cuidar de nuestros padres para ser un buen ejemplo de cuidado a los demás, se trata de ser congruentes, porque no importa tanto lo que digamos, sino el ejemplo que demos. Definitivamente el ejemplo es lo que educa, no las palabras.

Yo pienso que las mejores cosas de la vida tienen una cocción lenta y que el trabajo que hagamos con nosotros mismos repercutirá enormemente en nuestros hijos para bien o para mal. ¡Y pensar que lo que hagamos impactará a cinco generaciones delante de nosotros! Qué responsabilidad tan grande. Aprendamos entonces de la naturaleza y aprendamos a construir nidos, porque en el tiempo, esos nidos serán lo único que quede cuando los chicos crezcan y tengamos que vernos con la pareja cara a cara, listos para volver a ser novios y vivir la vida y dejar que nuestros hijos construyan la propia.

Esther Guadarrama Benavides