“Las flores sólo dan olores,
el fruto es el que da gusto”
Antes de que me pierda en las minucias de la vida que, como ya ha quedado escrito, la mía tiene pocos brillos y muchas sombras, expondré las razones del estilo adoptado para relatar mi historia, recomendación dedicada a los escritores que quieren serlo y a los que ya son y basan su trabajo en planes y esquemas previamente diseñados:
Como ya lo habrás notado, he seguido el hilo conductor de la ocurrencia o, si se vale el término, de la inspiración concurrente y natural que recomendaba la escritora estadunidense Gertrude Stein: “No hay que escribir pensando en el resultado en términos de resultado —dijo—, sino pensando en la escritura en términos de descubrimiento. La creación debe producirse entre el lápiz y el papel, no antes, en el pensamiento, o después, al darle nueva forma… Si ahí está, y se deja salir, saldrá, y lo hará en forma de una experiencia creativa repentina. No sabremos cómo ocurrió, ni siquiera de qué se trata, pero será una creación que surge de uno y del lápiz, no de un trazado arquitectónico previo a lo que habremos de hacer.”
Por ese consejo que la literata regaló a John Hyde Preston —otro escritor también norteamericano—, he plasmado la parte de la vida que recordé conforme avanzaba en mi autobiografía, semblanza sui géneris debido a que articula hechos que equivalen a denuncias, con experiencias que fueron, si no ilegales porque se insertaron en la costumbre política, sí disconformes o a veces rayanas en el delito. Lo descubrí cuando al analizar los sucesos brotaron las causas que guiaron al que esto escribe. De esta manera salieron a la luz las obsesiones y fantasías mostrándome el significado de tales fenómenos sicológicos enmarañados en mi cerebro, órgano que por ventura tuvo su válvula de escape. Me refiero a los apuntes biográficos que por ser privativos de la imaginación del relator, están carentes de implicaciones legales y validez jurídica porque, al novelarse, se disipa cualquier posibilidad de que lo dicho sea considerado como confesión de parte.
La esencia
La humildad que suele ser la esencia del origen modesto, nos permite aprender a manejarnos en dos vertientes: la obsecuencia y la reserva. Si las dominamos podremos ocultar los resabios sociales para ir al encuentro del éxito que en automático nos ubicará en el estatus donde se atenúan las frustraciones de la infancia-adolescencia-juventud. Es una especie de juego social en cuyos casilleros permanece oculta la oportunidad del desquite contra aquellos que nos consideran seres menores. Al entenderlo como si fuese un reto lúdico, tendremos oportunidad de disfrutar lo que podría ser una aventura llena de peligros sí, pero que por anunciados serán benignos. Desde luego esto siempre y cuando impidamos que lo malo coincida y se acumule con lo pésimo. Si se logra nadie sale lastimado.
Corrí con suerte y el ejercicio del poder me alejó del fracaso. Logré ubicarme en la vitrina nacional donde los actos personales y de gobierno son sometidos al escrutinio público. Entendí que había que caminar por el laberinto gubernamental con pies de elefante y ojos de águila. No obstante, como nunca falta el error que hace coincidir los riesgos anunciados, tuve momentos harto difíciles. Dicho con otras palabras: me apendejé y cometí errores cuyo costo comentaré más adelante.
Recapitulo antes de entrar al principio del final de esta autobiografía.
El arte de la política
La inspiración permite al pobre superar su estatus para adquirir el oficio y la ambición que lleva al éxito. El rico se inserta en las corrientes del poder (que también conducen al estadio del triunfo) gracias al apoyo de su grupo social o familiar. Son dos de las facetas de la vida que ejemplifico con el arte valiéndome del hombre y la mujer que al unirse se engrandecieron para enaltecer su pintura. Mario Vargas Llosa (Piedra de Toque) explica esta coincidencia donde se encontraron la desgracia con la ventura, palabras que con mi estilo acomodo a este texto autobiográfico:
Frida Kahlo luchó contra la torpeza de su mano y las limitaciones que la vida puso en su camino al someterla a la polio primero, y después al terrible accidente en el cual uno de los fierros del autobús en el que viajaba atravesó su cuerpo destrozándole cadera y vagina. Por ese sufrimiento, quizá, la artista adquirió la sensibilidad artística y la fuerza interna que expresó con manos y pinceles.
Diego Rivera también es conocido pero por el oficio y la escuela que lo hizo un creador cuya obra (murales y caballete) superó en número a la pintura de Frida.
En el caso de la mujer, la tragedia, autocompasión e ingenuidad triunfaron imponiéndose al destino. Y respecto al hombre, el talento y la ambición complementaron lo que desde sus primeros murales manifestó como la expresión artística que habría de situarlo en las mejores galerías del mundo.
Al final de las historias, Frida y Diego se ubicaron en el mismo nivel para establecer un fenómeno curioso: Frida dejó de ser la mujer de Diego, y Diego pasó a ser el esposo de Frida.
De eso trata la vida del político marcado por el destino, ya sea como un ser que logró desarrollarse a pesar de las limitaciones que la suerte le impuso, o bien porque maduró junto a quienes generacionalmente han ejercido el poder. Unos y otros son beneficiarios de sus eventualidades u oportunidades, a veces con matices de intenso y vibrante colorido, y en ocasiones ocultos o confundidos dentro de la gama de grises que disimulan las aptitudes. La inspiración rebasa al oficio. Y el que alguna vez fue el orientado llega a convertirse en el guía de quien lo ayudó a transitar por los atajos del poder.
Dejo mis intentos de filósofo de pueblo para retomar el hilo de esta historia, trayecto que, como ya lo he mencionado, me convirtió en un distinguido miembro del quehacer público, espacio donde crecí y me desarrollé hasta llegar a ser el animal político que Aristóteles definió. Adopté la condición de ese “animal” y el instinto me permitió responder antes de que me causaran daño los ataques enemigos. Lo hice anticipándome a las acciones de los depredadores políticos dotados de la extrema maldad que los induce a invocar el nombre de Dios antes de aprovechar su poderío para joder al semejante. Supongo que la Divina Providencia y la genética me dotaron del carácter para diseñar objetivos y, lo más importante, para llevarlos a cabo sin dejarme atemorizar por las circunstancias negativas; por ejemplo: el tropezón con implicaciones mediáticas o el fracaso accidental fomentado por los adversarios, o la persecución legal y política de alguno de mis paradigmas.