Luces y sombras de México

Alejandro C Manjarrez
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El país tuvo excesos en todo: asesinatos de personajes públicos; en la “fabricación” de nuevos millonarios; en actos de corrupción protegidos por la impunidad que proporciona el máximo poder político ...

El primer error que se comete en los negocios
públicos es consagrarse a ellos.
Benjamin Franklin

Gilberto Bosques, el mexicano que salvó a decenas de miles de personas, muchas de ellas judíos, pasó las últimas décadas de su centenaria vida como observador crítico de la política de México y del mundo.

Había sido embajador de México en varios países.

En Cuba estuvo los últimos once años de su carrera, seis con Batista y cinco con Fidel Castro.

Antes de ese luminoso trayecto, Bosques participó en la gesta revolucionaria de Puebla, al lado de Aquiles Serdán.

En 1917 fue electo diputado constituyente de su estado natal.

Quince años después contendió por la postulación al gobierno del estado y derrotó a Maximino Ávila Camacho, pero…

Lázaro Cárdenas, entonces presidente de México, le informó que designaría gobernador a Maximino, hermano por cierto de su secretario de Guerra y Marina. “Tengo un fuerte compromiso con él —reveló el presidente—. Ayúdame a cumplirlo ”.

La confesión-solicitud de Cárdenas obligó a don Gilberto a abstenerse de protestar contra lo que a todas luces era una burda imposición presidencial, la semilla de las concertaciones que los años transformaron en concertacesiones, una de las variables de la corrupción institucionalizada. Decidió alejarse de Puebla para evitar que Maximino tomara represalias contra él y su familia. “Me la tenía sentenciada”, reveló Bosques a este relator.

Cárdenas nunca imaginó (y Gilberto tampoco) que aquella antidemocrática decisión impulsaría el humanismo que puso a México en el primer plano de la diplomacia internacional. Ello porque en uno de sus momentos visionarios, Lázaro envió a Bosques a Europa sin saber que esa su doble decisión (la política y la diplomática) lo harían pasar a la historia como el gran salvador de los refugiados españoles, iniciativa y acción que en gran parte estuvo a cargo de Gilberto Bosques Saldivar. “Consulté al presidente —comentó al que esto escribe— y él me autorizó a trabajar para negociar la salida de varios intelectuales españoles perseguidos por el franquismo. Lo mismo ocurrió con los fugitivos de Hitler ”.

Bosques dejó el viejo mundo y se trasladó a Cuba, país en el que concluyó su gestión diplomática. De regreso a México decidió escribir sus memorias y otros relatos relacionados con su intensa vida al servicio de su intensa vida al servicio de su país.

En los últimos 30 años de su existencia, los principales líderes de la izquierda mexicana lo adoptaron como su guía y consejero. Se convirtió en asesor ideológico de quienes acudieron a su casa en busca de alguna idea de Estado u orientación política.

Mi parentesco con él (casó con la hermana de mi padre) me permitió escuchar sus historias y abrevar de sus experiencias periodísticas (don Gilberto había sido director del periódico El Nacional y editorialista de varias revistas). Su luz intelectual hizo las veces del resplandor aquel que solemos mirar al final del túnel.

El presagio

Cada vez que acudía a su casa para saludarlo, degustaba las creaciones del sincretismo culinario que inventaron su esposa María Luisa y su hija Laura.

En alguna de las sobremesas vino a cuento el destape de Carlos Salinas de Gortari. Le hice la pregunta obligada a sabiendas que Raúl, el padre del entonces candidato, había pasado una temporada con la familia Bosques, allá en la embajada de México en Suecia. Don Gilberto atendió la petición de su sobrino Luis C. Manjarrez, en esa época senador de la República:

  • ¿Cómo lo ves tío; crees que sea un buen presidente? —Le pregunté.

Don Gilberto pensó la respuesta para responder con un tono solemne y majestuoso, reflejo de su experiencia, es decir, de la sabiduría, inteligencia, sensibilidad, prudencia y cultura que se adquiere con los años y el estudio:

—Estoy muy preocupado. Carlos tiene un grave conflicto de personalidad. Aunque no lo es, su perfil psicológico se asemeja al de un psicópata. México podría sufrir las consecuencias de la ambición que atrapa a quienes se valen del influjo del poder para manipular al pueblo. Espero equivocarme ...

Por desventura no se equivocó.

El país tuvo excesos en todo: asesinatos de personajes públicos; en la “fabricación” de nuevos millonarios; en actos de corrupción protegidos por la impunidad que proporciona el máximo poder político; en acciones de menosprecio a los gobernados; en sobornos, cochupos, arreglos, cohechos, peculados y traiciones a la ideología que había dado forma y fondo al Estado mexicano.

Durante el salinismo, los contrastes se agudizaron. Aumentó la injusticia y creció la inequidad social, fenómenos poéticamente descritos por el sub comandante Marcos durante y después de su insurrección. México sufrió la vergüenza de los crímenes de Luis Donaldo Colosio, del cardenal Juan Jesús Posada Ocampo y de José Francisco Ruiz Massieu, líder virtual de los diputados al Congreso de la Unión. Tres muertes al hilo producto de lo que parecía una conspiración del gobierno federal asistido por los grupos del crimen organizado.

El sacrificio

En otra de las conversaciones en casa de los Bosques, hogar siempre abierto a periodistas, amigos y familiares, escuché la siguiente historia:

Carlitos participó en una competencia de equitación. Todo iba bien hasta que su caballo se negó a saltar uno de los obstáculos tirando al pequeño jinete. “¡Móntate otra vez e inténtalo de nuevo!”, Le ordenó su padre. Así lo hizo y repitió el recorrido. Y otra vez, en el mismo obstáculo, el penco se negó a saltar provocando que Carlitos saliera proyectado. Su padre se acercó asustado; revisó al hijo y después de confirmar que no tenía ninguna lesión, volvió a ordenar: “¡Súbete al caballo y vuelve a intentarlo!”. El muchacho obedeció sin rechistar a pesar de sus obvios temores. Y nuevamente se repitió el percance. Los asistentes a la competencia que se llevaba un cabo en el Campo Marte, protestaron recriminando la actitud del papá; no obstante, éste no hizo caso ni dijo nada: sólo se acercó a su hijo y cariñoso asió su mano mientras que la otra tomaba la rienda del animal. Se dirigieron a las caballerizas. Al llegar al cobertizo hizo a un lado a su pequeño hijo, sacó la pistola que traía oculta bajo la americana para dispararla en la cabeza del equino que cayó muerto al instante. El niño miró asustado el sacrificio del animal pero, al parecer, entendió el mensaje…

La falsa constancia

En alguno de mis encuentros con los Bosques, don Gilberto comentó con cierta congoja el acto de benevolencia militar que cambió el rumbo de la historia de este país. Me dijo el maestro:

—La Revolución sufrió un violento giro hacia la derecha.

  • ¿Por qué? —Pregunté animado por la conversación que vendría.

Esto es lo expresado por el diplomático, confidencia que repito de memoria:

Cárdenas había decidido nombrar a Manuel Ávila Camacho secretario de la Defensa. En esas andaba don Lázaro cuando se encontró con que el ascenso a general de división no fue aceptado por el entonces insobornable Consejo Militar. La causa: los grados que consiguieron Manuel sólo respondían a sus servicios administrativos. Recordemos que empezó como pagador de tropa.

Como en el registro de la Secretaría de la Defensa Nacional no existe ningún antecedente que demostrara que Manuel Ávila Camacho cumplía con los requisitos para obtener el máximo grado militar, alguien por ahí le aconsejó conseguir una constancia que avalara su participación en la lucha armada, aunque fue en una sola batalla, documento que debería estar firmado por alguno de los jefes revolucionarios.

Fue un general de apellido Quirós el que atendió la súplica del siempre terso y amable teziuteco. Imagino que Quirós escuchó de Ávila Camacho algo así como: “Ayúdeme, mi general, necesito obtener un aumento de sueldo. Deme usted una constancia que diga que estuve bajo sus órdenes en alguna de las batallas de la Revolución ”. Al fin viejo y cansado, el corazón de aquel general revolucionario se doblegó ante la petición de su paisano. “Ándale pues —supongo que le respondió— hazte el oficio que yo te lo firmo”.

Y el documento se hizo.

Y se firmó la falsa constancia para que Ávila Camacho pudiera obtener el ascenso a divisionario y el “ansiado aumento de haberes”.

Gracias a ello Manuel llegó a ser secretario de la Defensa Nacional primero, y después presidente de México.

- ¿Y por qué Ávila Camacho y no el general Múgica? —Pregunté a don Gilberto.

—La misma pregunta le hice a Cárdenas —respondió el diplomático—; me dijo que el gobierno de México necesita un hombre concertador, un caballero, un negociador, un ciudadano prudente y sin fobias políticas; que vivíamos en pleno proceso de liquidación por la expropiación de los pozos petroleros; y que el radicalismo de Múgica habría causado graves problemas con los países afectados, sobre todo con Estados Unidos.

El razonamiento cardenista tenía la lógica de los tiempos. De ahí que pasara desapercibido el hecho de que parte de la carrera del nuevo presidente estaba sustentada en un documento falso. De no haber existido ese papelito signado por un benévolo general Quirós, Ávila Camacho nunca hubiese podido ejercer el cargo que tuvo para, como lo consignó Gilberto Bosques, iniciar el cambio de rumbo a la Revolución Mexicana…

 

Alejandro C. Manjarrez