Puebla, el rostro olvidado (Los últimos años)

Réplica y Contrarréplica
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LOS ÚLTIMOS AÑOS

La clase política poblana empezó a deteriorarse en el régimen avilacamachista. Muchos hombres de prestigio prefirieron irse de Puebla porque no estaban de acuerdo con la fuerza bruta de las balas y el disparejo carácter del gobernante. Sólo se quedaron aquellos a quienes les gustó el tono áspero del general. Incluso, entre ellos hubo varios que hasta perdieron la dignidad para no arriesgarse a enfrentar al atrabiliario y poderoso Maximino.

El talento que en esos años prácticamente huyó de Puebla representaba la crítica razonada y la disidencia inteligente. Se fue y dejó la identidad en manos del general y sus sicarios.

Al régimen de Maximino Ávila Camacho le sucedió un gobierno y otro, y hasta un tercero, modelados por él mismo: casi dos décadas de ominoso dominio caciquil. Gustavo Díaz Ordaz, un sobreviviente de aquella hegemonía, fue la excepción política en todas sus acepciones, ya que continuó en la vida pública hasta llegar a ser Presidente de la República, convirtiéndose en un tipo difícil, complicado e impredecible para casi todos los poblanos. Él podría haber firmado la frase: “cuando la perra es brava, hasta a los de casa muerde”. Esto porque se ensañó con sus paisanos, y pocos —casi nadie— lograron conquistar su simpatía.

Después de tanto sobresalto, la clase política poblana empezó a crecer en el Distrito Federal. De allá vinieron los gobernadores cuyo estilo para ejercer el poder provocó los conflictos descritos en estas páginas, y de allá nos cayó el “chahuistle”, representado por ejemplares que llegaron a Puebla con la espada desenvainada.

Así se domesticaron los grupos locales.

El bajo perfil político que privó en ellos abrió la puerta a gobernadores desarraigados y sin mística ni interés por reactivar a la clase política del estado, gente que durante varias décadas estuvo a expensas de la bondad de los gobernantes extraños.

Para ventura de los poblanos, poco antes de empezar el siglo XXI (1998), ocurrió un hecho inesperado: las protestas de la sociedad tuvieron eco para, por primera vez, democratizar la designación del candidato y, por ende, la elección del gobernador.

Los poblanos fuimos sorprendidos cuando el PRI abrió sus puertas a la consulta interna para la nominación de candidato a la gubernatura, y en esa consulta —en la que participaron José Luis Flores Hernández y Germán Sierra Sánchez— surgió como triunfador indiscutible Melquiades Morales Flores, quien después ganó la elección constitucional, derrotando a la panista Ana Teresa Aranda y al perredista Ricardo Villa Escalera. Es la sorpresa política de fin de milenio que me permite cerrar este capítulo histórico que he denominado Puebla, el rostro olvidado, para, en otra ocasión, empezar a relatar lo que ocurrirá a partir del año 2000. Espero que la madre naturaleza me lo permita, ya que en el próximo milenio los protagonistas del poder serán quienes escriban la historia de la nueva época de la humanidad. Es un hecho que vale la pena atestiguar.

Alejandro C. Manjarrez