Elon vs Trump: guerra de dioses rotos

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¿Le quitará Elon su palomita gris en X a Trump?

Primero fueron risas. Fotos sonrientes, bromas entre multimillonarios, promesas susurradas en la lengua secreta del poder: la de los favores. Elon Musk, el ingeniero marciano, el magnate que juega a ser Prometeo con cohetes y algoritmos, se ofreció a Trump como una especie de asesor económico sin sueldo. Gratis, como el diablo en los cuentos. El hombre más rico del mundo al servicio del hombre más poderoso del planeta. ¿Qué podía salir mal?

Todo, evidentemente.

Porque el ego no negocia. El ego devora.

Y cuando dos egos tan hipertrofiados como los de Musk y Trump chocan, no es un choque de trenes: es una colisión cósmica.

Durante unos meses, la alianza parecía sólida. Trump, encantado con tener al “genio” de Tesla a bordo; Musk, emocionado con la idea de rediseñar un imperio como si fuera un nuevo modelo de SpaceX. Pero el poder no se comparte, ni siquiera entre titanes. El viejo macho alfa, Trump, no tardó en recordar que no era fan de los autos eléctricos. Ni de las imposiciones. Se negó a firmar una ley que obligaría a los estadounidenses a comprar vehículos eléctricos, incluso si odiaban su silencio, su peso o su falta de olor a gasolina y libertad.

A Elon se le descompuso la sonrisa.

Y el hombre que un día soñó con Marte, ahora sueña con ver arder Washington.

Porque desde entonces, la guerra ha comenzado. Primero fueron indirectas, luego dardos, y esta semana, bombas nucleares en forma de tuits: Musk insinuando que Trump fue parte del entramado Epstein, y que por eso la investigación está tan cuidadosamente archivada bajo llave. Una acusación no solo grave, sino diseñada quirúrgicamente para destruir reputaciones.

Trump respondió como siempre: con una mezcla de cinismo y testosterona descompuesta. Acusó a Musk de rabieta porque no se firmó su “ley eléctrica”, lo tachó de loco obsesionado con forzar al mundo a subirse a Teslas aunque prefirieran sus viejos Cadillac. Y amenazó, como buen emperador, con quitarle los contratos del Estado. “Ni un dólar más para tus cohetes, Elon”.

Elon, fiel a su estilo de niño prodigio con hambre de venganza, respondió que comenzaría a desmantelar la nave espacial Dragón. Como quien rompe su juguete más caro en plena rabieta, no por falta de amor, sino por exceso de rencor.

Pero esto, señores, no es solo política ni economía.

Esto es un capítulo más del eterno conflicto humano: el narcisismo contra el narcisismo. El poder sin freno contra el poder sin sentido. Dos hombres que no aceptan límites, ni afecto que no sea adoración. Dos niños gigantes jugando con fósforos frente a una estación de gasolina.

Psicológicamente, lo que vemos es una guerra de egos narcisistas en su fase terminal. Donde el otro no es un aliado ni un enemigo, sino un espejo que devuelve una imagen deformada del yo. Y cuando el reflejo ya no halaga, hay que romper el espejo. Y romper al otro.

Mientras tanto, el mundo observa. Aplaude. Se escandaliza. Se burla. Y se hunde un poco más en la locura. Porque estas batallas no son simbólicas: afectan mercados, decisiones políticas, tratados internacionales. Afectan la realidad, como afectaría una pelea entre Zeus y Hades en el Olimpo… si el Olimpo tuviera redes sociales.

Y ahora la pregunta que nos quita el sueño:

¿Le quitará Elon su palomita gris en X a Trump?

Señores, por favor:

No se peleen.

No abonen más a la locura del mundo.

Miguel C. Manjarrez