Sufrí un atentado sin perdón, acción que me hizo pasar unos momentos de desesperación, desconsuelo y entrega...
En esta entrega, dejaré atrás la política mexicana para contarle a mi estimado lector una historia un poco hilarante y común entre un atacante incisivo y despiadado y su servidor.
Sufrí un atentado sin perdón, acción que me hizo pasar unos momentos de desesperación, desconsuelo y entrega.
Llevaba dos días sin poder dormir por los calores que agobiaban mi descanso. Dormitaba pero no lograba descansar.
La tercera noche, ya con el cansancio dominando la cordura decidí tomar las riendas y sin contar borregos me dispuse a lograr un sueño reparador.
Lo estaba logrando, cuando de pronto un zumbido con el estruendo de un misil se acercó a mi rostro y comenzó a reconocer el territorio en donde aterrizaría. Un moscón negro y supongo que de una nueva especie. Su zumbar era tan penetrante e insistente que me obligó a despertar, prender la lampara del buró y buscarlo para aplastarlo y dejar a mi cuerpo, mente y alma pausar.
Pasaron alrededor de cuarenta minutos. El animalejo había desaparecido. Apagué la luz y cerré los ojos. En el instante que comencé a lograr el tan ansiado objetivo, la pesadilla reapareció.
Con desesperación traté de esperar a que se estacionara en un lugar donde lo pudiera percibir para, de un manotazo, acabar con su vida dedicada a mi desazón.
No lo logré. Prendí nuevamente la luz y lo esperé por dos horas. Decidí prender el televisor, mismo que solo sintoniza los canales de televisión abierta. Tomé un curso de CV Directo y sus "maravillas" que te dejan sano, fuerte, joven y bello en semanas. Y sí no te devuelven tu dinero.
Imaginé que aquel arácnido que semanas atrás bajó del candil central de mi habitación, había cumplido su objetivo de vida, atrapar al insecto, alimentándose o almacenarlo para luego.
No fue así. Con la encomienda a todos los santos, mis peticiones no fueron escuchadas. Me tapé con las sofocantes ropas de cama para dejar un mínimo hueco a fin de poder respirar. Él, el malvado, logró acceder a mi rostro despertando mi furia y desesperación.
Eran las 4:00 de la mañana. Tres días sin dormir; me resigné. Cedí. Volví a construir una madriguera pero esta vez, con el brazo por fuera permitiendo al hambriento ser llevarse al organismo insectívoro un festín de sangre dulce y azucarada.
Pude descansar unas horas.
Alguien siempre tiene que ceder. Permitir que los demás tomen una parte de nosotros.
Cuando de antemano sepas que hay una alta posibilidad de entregar algo sin quererlo, lo mejor es no realizar luchas tercas. Cuando hay que dar, hay que dar.
Al día siguiente adquirí una dotación de plaquitas de insecticida.
Pude descansar.
Hoy soy Feliz.