Cuando se rompe el guion

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Porque el deseo no aumenta. Lo que aumenta es el permiso...

Durante siglos, la historia se escribió con tinta masculina. A veces noble, otras violenta, casi siempre sin espacio para los márgenes. Las mujeres —al igual que las disidencias sexuales— fueron pie de página, metáfora decorativa o silencio funcional. El hombre era la acción, el verbo, el sujeto del relato. Él deseaba, poseía, decidía. Ella esperaba, agradaba, obedecía.

Pero algo comenzó a crujir. El siglo XX abrió grietas. Y en esas grietas, nació una pregunta antigua: ¿y si ya no quiero este papel? Primero la mujer se lo preguntó, luego el eco llegó a otros cuerpos, otras pieles, otras formas de amar. El feminismo no solo liberó a la mujer del corsé social. También resquebrajó el disfraz obligatorio del hombre. El que tenía que ser fuerte, proveedor, heterosexual, dominante. El que debía querer a una mujer por mandato, aunque su deseo mirara hacia otro lado.

Hoy se habla más de homosexualidad. Se visibiliza. Se nombra. Se asume. Algunos creen que es un fenómeno nuevo, casi epidémico, como si el deseo fuera contagioso. Otros, con más tino, entienden que no estamos presenciando una explosión de homosexualidad, sino un deshielo. El deshielo de siglos de represión, de castigos, de armarios cerrados por miedo.

Desde la psicología evolutiva se ha comprendido que la sexualidad humana no es binaria ni rígida. Investigaciones como las de Kinsey, Bem, Baumeister o Lisa Diamond han mostrado que muchas personas experimentan la atracción como algo fluido, especialmente las mujeres, pero también los hombres. Las teorías queer fueron aún más lejos: ¿y si todo deseo es político? ¿Y si el deseo se reprime, se modula, se orienta según lo que se permite socialmente?

Entonces, cuando la mujer dice “yo ya no te necesito para existir”, el hombre pierde un espejo. Ya no es indispensable por rol, ni por fuerza, ni por salario. Tiene que buscarse en otro lado. Y en esa búsqueda, algunos se miran con otros ojos. Aparece la ternura que no estaba permitida. Aparece la vulnerabilidad que antes era traición. Aparece, incluso, la posibilidad de amar a otro hombre sin que eso signifique una ruptura, sino una revelación.

Esto no significa que el empoderamiento femenino cause homosexualidad. No hay evidencia científica que respalde esa lógica. Lo que sí sabemos es que la autonomía de la mujer ha sido uno de los grandes desestabilizadores del sistema patriarcal. Y cuando el sistema tiembla, todo se reacomoda. Se vuelve más complejo. Más real.

Vivimos en un tiempo incómodo y bello. Incómodo porque nadie tiene ya un papel fijo. Bello porque podemos escribirnos con libertad. El empoderamiento femenino abrió una puerta. Y por esa puerta han entrado muchos: hombres, mujeres, personas no binarias, todos buscando ser sin culpa.

Porque el deseo no aumenta. Lo que aumenta es el permiso. Y tal vez, solo tal vez, eso sea lo más humano que nos ha pasado en mucho tiempo.

Paty Coen