¿A quién estás ayudando más, a los demás o a tu reputación?
La filantropía, esa noble acción que, en teoría, debería nacer del corazón, ha evolucionado. Ahora, ser “buena persona” no es suficiente: hay que parecerlo y, sobre todo, asegurarse de que otros lo sepan. Es el siglo XXI, y hacer el bien es un espectáculo: bienvenidos al teatro de los filántropos convenencieros, donde el altruismo genuino es tan raro como un unicornio en Wall Street.
El “dador” moderno: filántropo en la mañana, influencer en la noche
El nuevo filántropo no se conforma con donar anónimamente. ¡Qué desperdicio sería! ¿Quién va a darle “me gusta” a la humildad si no tiene fotos? Ahora, las donaciones vienen acompañadas de discursos, reels y un logo que diga: “Haciendo el bien porque soy genial (y tú no)”.
Tomemos como ejemplo a Juan Rico (nombre inventado, pero qué apropiado). Juan aparece en el feed de Instagram con una bolsa de despensa en la mano y una sonrisa digna de un comercial de pasta dental. En el fondo, una señora humilde mira a la cámara con una mezcla de gratitud y confusión. “Agradecido por poder ayudar a quienes más lo necesitan. #Bendecido #ImpactoSocial”, escribe Juan en la publicación. Al día siguiente, el mismo Juan paga una cena de miles de pesos para celebrar su altruismo.
El “team filantropía” y sus condiciones
No olvidemos a las empresas que hacen el bien… con contratos. Sus donaciones no son casuales: ”¿Cuánto nos generará de retorno? ¿Cuántos clientes lo verán? ¿Nos nominarán al premio ‘Empresa socialmente responsable’? Perfecto, manden las cajas de alimentos.” Pero eso sí, asegúrate de imprimir sus logos en las bolsas. ¿Alguien dijo algo sobre el espíritu de dar? Ah, sí, está en la letra pequeña del contrato.
Lo más irónico es que, si nadie estuviera mirando, el 90% de estas acciones jamás ocurrirían. Es la regla no escrita de la conveniencia: hacer el bien siempre y cuando te beneficie más a ti que a quien ayudas.
Altruismo: el deporte de los vanidosos
En este circo de vanidad, nadie se salva. Influencers, políticos, empresas y hasta el vecino que sube historias en Navidad repartiendo tamales a las personas en situación de calle. Porque, claro, si no se documenta, ¿realmente ayudaste? La ayuda genuina es como un árbol que cae en el bosque: inútil si nadie lo ve.
Es curioso cómo las redes sociales han convertido el altruismo en una competencia: ¿quién tiene más likes por su generosidad? ¿Quién hace llorar a más seguidores con su “gesto desinteresado”? Mientras tanto, las personas beneficiadas se convierten en accesorios: caras anónimas que adornan el feed de los egos en ascenso.
Hacer el bien… para verte bien
Aquí no se trata de condenar la filantropía, sino de reírnos de su marketing. Si de verdad ayudar es tan importante, ¿por qué no hacerlo en silencio? ¿Por qué necesitamos un público para confirmar que somos buenos? Quizás porque, en el fondo, el filántropo convenenciero no está donando despensas o dinero, sino comprando aplausos.
Así que, la próxima vez que veas a alguien grabándose mientras reparte comida, recuerda: no están ayudando por ti, ni por ellos. Están ayudando por los likes. ¿Es malo? No del todo. Pero, al menos, que no nos vendan la idea de que son santos. Si acaso, son publicistas con causa.
El verdadero reto no es dar sin que te aplaudan, sino preguntarte: ¿a quién estás ayudando más, a los demás o a tu reputación? Spoiler: probablemente sea lo segundo.