El cuento de nunca acabar (Crónicas sin censura 132)

Réplica y Contrarréplica
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EL CUENTO DE NUNCA ACABAR

Hay quien después de haber hecho un favor a otro, se apresura a pedirle la recíproca.

Marco Aurelio

 

Cuando los políticos del PRI buscan a los empresarios poblanos, es porque quieren pasar la charola o atemperar el destructivo esquema de rumores con factura patronal.

Esto, porque a pesar de que cuantitativamente el voto de ese sector no tenga ninguna trascendencia popular electoral, lo que importa es el precio de sus opiniones, declaraciones, críticas o “expresiones de solidaridad”; carga que aumenta cuando les da cabida la prensa escrita y electrónica. De ahí que estén tan solicitados, y que Francisco Labastida Ochoa y Roberto Madrazo Pintado se encuentren dispuestos a promover el beneficio de la duda.

Por ello, y ante el alud de reuniones que se avecina, vale la pena recordar algunos de los hechos que apuntan al modo de ser de los patrones, que en su mayoría están más identificados con el ideario panista que con los postulados del PRI.

Veámoslo:

En 1975, José López Portillo se acercó a ellos para granjearse su simpatía. Y lo que encontró fue a un Gerardo Pellico Agüeros que, a nombre de sus congéneres, exigió una cuota de poder consistente en varias diputaciones para los organismos empresariales.

La respuesta del entonces sorprendido candidato presidencial les quitó hasta el aliento, pues se dieron cuenta de que en ese sexenio nunca lograrían los aspectos políticos que ambicionaban.

Hubo que cambiar la estrategia y volver a la costumbre de combatir a los gobiernos local y federal, actitud que les permitió adquirir experiencia en el debate público.

Por ejemplo:

El CCE publicó un desplegado dirigido al Presidente de México y al gobernador de Puebla. En él afirmaron que Alfredo Toxqui terminaría su sexenio con un costo social muy alto, debido a que los comunistas universitarios —“culpables de la zozobra, intranquilidad e inseguridad en que vivía Puebla”— se habían fortalecido (obviamente, se equivocaron). Y pidieron mano dura contra los “extremistas” y garantías para la existencia de organismos privados como la Junta de Mejoras.

Además, amenazaron con efectuar varios paros totales, apoyándose en la mayoría de los comercios de Puebla, las gasolineras, el monopolio gaseoso, los baños públicos, los restaurantes y casi todas las escuelas privadas, incluyendo la UPAEP.

Diez años después, Mariano Piña Olaya (activo organizador de las reuniones entre los empresarios y Francisco Labastida) logró el récord de enfrentamientos con el sector patronal. Empero, la cachaza que le ganó popularidad entre la tropa y su extraordinaria capacidad para crear sociedades anónimas le ayudaron a seguir cerca de quienes dicen no quererlo, pero lo aceptan porque lo miran como un rey Midas en potencia.

Uno de sus choques ocurrió iniciado su mandato. Y fue nada menos que con la esposa de Humberto Ponce de León. He aquí el diálogo:

—Usted y yo nos conocemos desde hace largo rato —dijo Mariano a doña Blanca.

—Pues qué raro —contestó la señora—, porque para mí usted es un perfecto desconocido.

—Pero yo la conozco —insistió el entonces gobernador—. Tengo fotografías en las que usted está despanzurrando ánforas.

—Yo nunca he despanzurrado las ánforas que usted mandó preñar —reviró la mujer—. Si dice que tiene fotos, muéstrelas o quedará como un gobernador mentiroso.

Y como Piña Olaya nunca mostró la prueba de su dicho…

José Manuel Rodoreda es otro empresario cuya dignidad causó pitito a don Mariano. Un ejemplo:

Al llegar Piña a cierto evento inaugural, repitió la palabra “huelga” mientras saludaba a los dirigentes de la Cámara de Comercio que lo habían amenazado con suspender las actividades comerciales de sus afiliados. Rodoreda, ni tardo ni perezoso, le respondió:

—No fue una huelga… sino un paro en protesta contra su gobierno…

Eduardo García Suárez (curiosamente otro de los promotores de “Paco Labastida”) también enfrentó al nunca bien ponderado Piña. El encuentro se dio durante la cena-reunión que enmarcaba el cambio de directiva de la CANACO Puebla. Fue cuando el “Pichón” tuvo la ocurrencia de lanzar su metralla verbal, saturando el ambiente con andanadas de críticas, ataques, reclamos e indirectas muy bien etiquetadas. Tan bien, que Mariano Piña Olaya prefirió retirarse sin probar la cena y con la cola entre las piernas.

Con base en esos y otros antecedentes que sería prolijo enumerar, apunte usted: esta historia continuará…

Alejandro C. Manjarrez