El fantasmeo es terrorismo emocional...
En la era de las conexiones digitales, donde las notificaciones son el pulso de nuestras relaciones, el ghosting se alza como una práctica común y devastadora. Desaparecer sin previo aviso, dejar mensajes en el vacío, borrar una presencia sin más, no es solo una actitud cobarde: es una declaración tácita de indiferencia. Pero, ¿qué implica realmente este silencio? ¿Qué revela sobre quien lo perpetra, y qué heridas abre en quien lo sufre?
La evasión como norma
El ghosting no es otra cosa que eludir la incomodidad emocional. En una sociedad que premia la inmediatez y la comodidad, las confrontaciones honestas son vistas como una carga innecesaria. Decir “no quiero continuar” requiere valentía, empatía y responsabilidad emocional, valores que escasean en un mundo donde los vínculos se diluyen entre likes y “visto”.
Desde la perspectiva psicológica, esta práctica denota una falta de educación emocional. Muchos adultos navegan las relaciones con un bagaje afectivo inmaduro, incapaces de manejar el rechazo o las conversaciones difíciles. Prefieren desaparecer, dejando al otro con las preguntas resonando como ecos en un túnel vacío.
El amor intermitente como manipulación
El ghosting también tiene una cara aún más perversa: el uso intermitente del afecto. Esa presencia que vuelve después de un tiempo, solo para desaparecer nuevamente, perpetúa un ciclo de dolor. Se crea una montaña rusa emocional donde la persona abandonada queda atrapada en un juego cruel de expectativas y desengaños. Es una forma de manipulación que activa las heridas más profundas de nuestra infancia, esas que claman por estabilidad y validación.
Quien practica el ghosting y regresa a voluntad ejerce un control tóxico, disfrazado de interés renovado. Pero detrás de esa máscara se esconde una incapacidad de comprometerse y un egoísmo que coloca las propias necesidades por encima del bienestar del otro.
La herida infantil detrás del abandono
El ghosting toca fibras sensibles. Para muchos, la desaparición repentina activa heridas de rechazo, abandono o negligencia de la niñez. Esas primeras experiencias donde se sintieron invisibles, no amados o insuficientes resurgen con fuerza. El silencio no es solo ausencia, es un recordatorio de traumas no resueltos.
El cerebro busca sentido, cavila, reproduce conversaciones pasadas, analiza cada detalle, y lo que no entiende lo rellena con auto-reproches: ¿Qué hice mal? Esa espiral de culpa y duda erosiona la autoestima, dejando una marca que puede ser difícil de sanar.
Superar el vacío: entender que el silencio también es una respuesta
La sanación comienza al comprender que una no respuesta es una respuesta. En lugar de perseguir explicaciones que nunca llegarán, es crucial aceptar que el ghosting habla más del otro que de nosotros. No se trata de una evaluación de tu valor, sino de las limitaciones emocionales de quien desaparece.
El siguiente paso es reprogramar esas narrativas internas. Reconocer que el abandono no es un reflejo de nuestras carencias, sino de la incapacidad del otro para enfrentar su propia vulnerabilidad.
Buscar apoyo en terapia puede ayudar a lidiar con esas heridas de infancia que el ghosting activa. También es esencial rodearse de relaciones que nutran, no que drenen, y cultivar la auto-compasión. Es en ese proceso donde se construye una fortaleza que no depende de la validación externa.
Un llamado a la responsabilidad emocional
El ghosting no es una respuesta inocua; es una herida que se inflige desde el silencio. Como sociedad, debemos repensar nuestras dinámicas afectivas, educar en la empatía y la comunicación asertiva. Decir la verdad, aunque duela, siempre será más digno que abandonar sin una palabra.
La responsabilidad emocional no es solo un acto de respeto hacia los demás, sino un reflejo de nuestra madurez como seres humanos. En un mundo donde desaparecer parece más fácil que enfrentar, apostar por la honestidad es un acto revolucionario.
Que el ghosting no sea el eco de una era de indiferencia. Que aprendamos a ser valientes, incluso en el adiós. El fantasmeo es terrorismo emocional.