Regar la flor muerta

Salud y orientación
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Cuando el amor ya no existe y uno de los dos insiste e insiste hasta enloquecer

Hay amores que se mueren de a poco. No hacen ruido, no se despiden… sólo dejan de florecer.

Uno se queda allí, como quien no quiere ver el jardín en ruinas, con la regadera en la mano y el alma en los pies. Aferrado a un ayer que ya no vuelve. Esperando que una palabra, un gesto, una mirada, devuelvan la vida a lo que fue hermoso.

Pero hay flores que no reviven. No importa cuánto amor se les derrame encima.

Insistir se convierte en un acto cruel. Se riega con desesperación, con miedo a estar solo, con el recuerdo de lo que fuimos… y con la esperanza ingenua de que, si uno ama suficiente, el otro volverá a amar también.

Pero no. El amor no se fuerza. No se mendiga. No se arrastra.

El alma se agota. La dignidad se dobla. Y uno empieza a olvidar quién era antes de empezar a regar.

Hay que tener el valor de mirar la flor muerta y dejarla ir. Agradecer lo vivido, soltar lo que duele, y confiar en que la primavera llegará de nuevo… con otras flores, en otro jardín.

Porque mereces un amor que crezca contigo. No un cementerio de pétalos que solo tú visitas.

Tobías Cruz