Cuando el amor ya no existe y uno de los dos insiste e insiste hasta enloquecer
Hay amores que se mueren de a poco. No hacen ruido, no se despiden… sólo dejan de florecer.
Uno se queda allí, como quien no quiere ver el jardín en ruinas, con la regadera en la mano y el alma en los pies. Aferrado a un ayer que ya no vuelve. Esperando que una palabra, un gesto, una mirada, devuelvan la vida a lo que fue hermoso.
Pero hay flores que no reviven. No importa cuánto amor se les derrame encima.
Insistir se convierte en un acto cruel. Se riega con desesperación, con miedo a estar solo, con el recuerdo de lo que fuimos… y con la esperanza ingenua de que, si uno ama suficiente, el otro volverá a amar también.
Pero no. El amor no se fuerza. No se mendiga. No se arrastra.
El alma se agota. La dignidad se dobla. Y uno empieza a olvidar quién era antes de empezar a regar.
Hay que tener el valor de mirar la flor muerta y dejarla ir. Agradecer lo vivido, soltar lo que duele, y confiar en que la primavera llegará de nuevo… con otras flores, en otro jardín.
Porque mereces un amor que crezca contigo. No un cementerio de pétalos que solo tú visitas.