Ellos se quedan con una combinación de sentimientos; por una parte saben que sus papás son dos y que no deberían atentar contra uno de ellos. Pero en el juego de lealtades, alguien pierde...
Este es un tema por demás controvertido en los divorcios. El Dr. Gardner, define al Síndrome de Alienación Parental como "un síndrome que surge principalmente en el contexto de las disputas por la guarda y custodia de los niños. Su primera manifestación es una campaña de difamación contra uno de los padres por parte del niño, campaña que no tiene justificación. El fenómeno resulta de la combinación del sistemático adoctrinamiento de uno de los padres y de las propias contribuciones del niño dirigidas a la vilificación del progenitor objetivo de esta campaña denigratoria". Es importante decir que el Dr. Gardner fue perito psicólogo por más de treinta años y observó dicho síndrome en base a su experiencia. Otro punto crucial de explicar, es que hasta este momento, ninguna institución internacionalmente reconocida ha avalado el trabajo del fallecido Dr. Gardner. Lo que sí es cierto, es que pese a que no podemos contextualizarlo en los estándares internacionalmente autorizados, la alienación parental existe, y los que trabajamos en la práctica de la pericial en materia de psicología como auxiliares del Derecho Civil, lo vivimos todos los días.
La alienación parental se da en el proceso de divorcio, en donde una de las figuras parentales pone en contra de la otra figura parental, a los hijos. Los hijos son utilizados como morteros en una guerra no sólo de desprestigio de la otra figura parental, sino de persecución y reproche continuo. Lo más notorio es ver cómo un padre/madre y un hijo(a) que tenían una magnífica relación antes del proceso de divorcio, de repente son archi-enemigos. Lo cruel es observar que generalmente hablamos de un hijo(a) que ha tenido una relación muy cercana con su padre (o madre) y que en el proceso de divorcio se le envenena el alma en contra de dicha figura, por cierto la más amada. Entonces todo este amor se convierte “justificadamente” en odio. El cambio es radical, y entonces, los reproches, las reclamaciones y todo lo que se le dice a esta figura parental, es terrible.
La figura parental alienadora se queda a gusto de ver que su hijo(a), al que por cierto no le hacía mucho caso, ahora es su protector, su fiel escudero, su vocero de odio y rencor, y dice y actúa todo lo que por sí solo quisiera decir, pero que si lo hiciera recibiría reproches de adulto a adulto. El hijo(a) en este lugar, se vuelve su cómplice en una campaña de desprestigio sin fin. Con esto no quiero decir que la otra figura parental sea la víctima de todo, sino que el hijo(a) es quien toma un papel por demás fuera de lugar.
¿Pero por qué un hijo(a) que se lleva bien con su padre/madre se tornaría radicalmente en su contra? Los hijos siguen a los padres por diferentes circunstancias, entre las que vale la pena mencionar, que tienen, como diría Bert Hellinger, una gran deuda, les deben la vida, y por lo mismo, están bien dispuestos a darla si es necesario. Además de esto, todos los hijos buscan el reconocimiento de las figuras parentales; ser vistos y queridos es el tema de todo niño. Aun cuando en este caso ser vistos y aparentemente queridos, tenga un costo muy alto, odiar a la otra figura parental.
El problema es, que si dejamos de lado el conflicto de los adultos, quienes no se entendieron por diferentes circunstancias y entre quienes no existen víctimas, sino corresponsables a diferentes niveles, podemos decir que las verdaderas víctimas son los hijos, cuando no asumimos nuestra parte de responsabilidad, cuando decidimos que somos “víctimas” y que debemos ser beatificados por esto. De aquí que “las figuras parentales victimizadas” elijan a sus peones y erijan una guerra sin tregua en contra de la otra figura. La pregunta obligada es ¿contra quién es en realidad la guerra? ¿Por qué tanto odio si elegimos a esta persona para casarnos y que fuera la madre o padre de nuestros hijos? Obviamente la guerra no es en contra de la pareja; obviamente no se debe a la separación y a las causas que la generaron o que fueron la gota que derramó el vaso. Se debe entonces a sus propios conflictos de infancia, se debe a los huecos emocionales no resueltos, como lo hemos hablado en otros artículos. Se debe a que se rompe la figura idealizada, se destruye lo que nosotros quisimos que fuera el otro para nosotros, porque no fuimos capaces de verlo como adultos, como realmente era. Y reaccionamos como lo que somos, niños heridos, que confabulan con otros niños (los hijos) para acabar con el enemigo. ¿Y cómo se logra esto? Desde el chantaje emocional más sutil y velado, hasta comprarlos con cuestiones materiales.
Definitivamente es una locura a todas luces, porque esto como todo en la vida, tendrá consecuencias devastadoras, y no sólo para los hijos, sino para los padres, tanto para los padres que sufren la alienación como para los alienadores, quienes no ven más allá de sus narices, pero tarde o temprano tendrán las consecuencias de sus actos.
Pero hablemos de los verdaderamente importantes en esta trifulca, los hijos. Ellos se quedan con una combinación de sentimientos; por una parte saben que sus papás son dos y que no deberían atentar contra uno de ellos. Pero en el juego de lealtades, alguien pierde. Además se arraigan sentimientos ajenos, lo escucho todo el tiempo en la consulta “es que él/ella nos engañó”, “él/ella decidió cambiarnos por otra familia”, “desde que se fue, mi papá/mamá cambió, ahora nos pone más atención y yo que siempre creí que él/ella era el/la malo(a), que equivocado(a) estaba”, etc. La mentira se vuelve la base de las creencias arraigadas de esta forma, y por ende, se requieren más mentiras para seguir sosteniendo esta torre de babel. El hijo pierde a uno de los padres, porque por supuesto que funciona la guerra que se hace, se deshace a una figura parental, pero se rompe un lazo que difícilmente se puede volver a formar. Y si se pierde a mamá se pierde la nutrición emocional, y si se pierde a papá se pierde la fuerza y la voluntad de vida. ¿Cómo se vive siendo un desnutrido emocional? Buscando nutrimentos emocionales falsos y generalmente adictivos. ¿Y cómo se vive sin fuerza y sin voluntad? Siendo un pelele, o un adicto a algo igualmente. De cualquiera de las dos formas, no permitimos que los hijos formen su propia identidad, porque requieren a ambas figuras para construir una personalidad sólida.
Y al final, se termina odiando a la figura parental protegida, porque en el tiempo, siempre la verdad aflora y aquel que hizo lo indebido es evidenciado por la vida misma. No se puede mantener una mentira por siempre.
Los daños son descomunales y tendríamos que escribir un tratado para describir la alienación parental con detenimiento; sin embargo, lo más importante que hay que destacar, es que si queremos que nuestros hijos crezcan sanos, nosotros tenemos que estar sanos; si queremos en realidad a nuestros hijos, seremos adultos y reaccionaremos como tales, asumiendo nuestras consecuencias, por duras que sean, y haciéndonos responsables de lo que nos toca. Dejando que nuestros niños vivan una infancia adecuada, aunque sus padres estén separados. Y sobre todo, entendiendo que si jugamos juegos de adultos no podemos vivir como Peter Pan; en algún punto tenemos que crecer o lastimaremos a las personas más importantes de nuestras vidas, nuestros hijos.