Rebobinemos el cassette. Enamorados o no, hubo razones poderosas para unir nuestra vida a la de alguien más; eso es un hecho, como dirían los sociólogos, un dato duro...
Cuando hablamos de divorcio, evidentemente nos referimos a una crisis que pretendemos termine mágicamente cuando nos atrevemos a decir: “me quiero divorciar”; sin embargo, esto es sólo el principio de un viacrucis sin fin. En el momento que dichas pretensiones tocan a la puerta de un abogado y un juzgado, se vuelve una tortura china; poco se hace por llevar a cabo un divorcio administrativo o uno voluntario –claro está que son rápidos y poco lucrativos-. Así que se tiende una red extravagante y sigilosa para que se convierta en un divorcio necesario, porque aun con los vastos esfuerzos de los abogados cuasi expertos en mediación de conflictos, como nos hacen creer, no se puede llegar a un arreglo, aun cuando tenían una angelical disposición por no generar un conflicto y un dolor mayor.
Con un mal asesoramiento, las causales de divorcio se convierten en una arena a gran escala; el Coliseo Romano abre sus puertas y en la batalla se trata de desprestigiar al otro tanto como se pueda, de decir lo más horrible, de sacar los trapos al sol que nunca nos atrevimos a decir, salpimentados por la malicia de los abogados para alargar los procesos, porque mientras más pleito, mejor. Aquello es una verbena en donde por nada los cónyuges se convierten en asesinos de personalidades. Ahora ya no es la esposa o el esposo, es el demandante o demandado, es la contraparte, es en pocas palabras, el enemigo a destrozar. Cuando una vez fue la persona a quien aceptamos públicamente y a lo mejor no sólo legalmente, sino ante Dios, juramos amor hasta la muerte.
La controversia de divorcio se convierte en una maraña tal, que todo el mundo sale afectado, porque se tienen que comprobar todas las acusaciones hechas, y entonces van personas a declarar, se presentan pruebas, y sobre todo, se expone a los niños a que visiten al juez y le digan con quién quieren vivir; se presta todo esto a lastimar a muchos, bajo la bandera mal interpretada de la libertad. Deberían de ver la cara de los pequeñines en los juzgados, asustados, entre tanta gente, entre tantos conflictos, tan ajenos a esta realidad adulta absurda.
Peor aún, ¿qué le explicamos a un niño que ya no puede ver a uno de sus padres y que tiene que ir a un lugar a ver a su papá o mamá un par de horas a la semana, en un espacio custodiado por extraños? Aquí se destruyen los sueños de los niños, se destruyen vidas que apenas van creciendo y como diría Virginia Satir, “los hogares rotos producen corazones rotos y los corazones rotos tienen una gran dificultad para amar”. ¿Qué nos espera en un futuro próximo?
Rebobinemos el cassette. Enamorados o no, hubo razones poderosas para unir nuestra vida a la de alguien más; eso es un hecho, como dirían los sociólogos, un dato duro. Ahora bien, el tiempo, las ocupaciones y la vida cotidiana en sí, es difícil, por lo que entre las responsabilidades y la crianza de los hijos, el escenario se complica para poder convivir sanamente con la pareja. Los cambios de vida, las presiones, las mismas estaciones de la vida, van haciendo ríspida la relación. ¿Pero no se podría hacer un alto, no se podría revalorar el escenario? Hay que considerar que se tienen amistades, actividades, hijos, familias, en fin, toda una vida en común. No somos más una partícula; desde que nos casamos comenzamos a ser un sistema, como diría Bertalanfy. ¿Entonces en dónde nos perdemos? Creo que el principal punto es el no aceptar el paso del tiempo, que todo cambia, y nosotros también. Que en cada paso tenemos que re-significar, y reordenar las coordenadas del rumbo, que somos pasajeros de un mismo barco, que por supuesto a veces está en aguas tranquilas y a veces en medio de la tempestad; pero todo esto es parte de la vida, porque lo que es evidente, es que no nacimos para estar solos.
El asunto es que construimos un mundo en base a mucho trabajo, esfuerzo y amor; y en un momento determinado y arrebatado, destruimos lo que con tanto esfuerzo se ha construido. Esto es terriblemente doloroso para todos; no por nada, el divorcio se encuentra catalogado en la escala de dolores emocionales, como el número uno. Aceptar entonces a nuestro compañero de viaje, aceptar a quien nos conoce, quien nos ve al levantarnos, quien nos ha visto de todos los ánimos, en todas las circunstancias, en todos los momentos. Me parece que nos faltan herramientas de negociación, de mediación, de resolución de conflictos. Nos falta valor para crecer y madurar, para valorar las cosas y a las personas, pero sobre todo, nos falta valor para crecer, para dejar de ser Peter Pan, para entender que si estropeamos nuestra vida y la de nuestra familia, estropeamos el resto de nuestra existencia.
Nada compone a un hogar roto, nada, ni siquiera aunque intentemos taparlo con nuevas parejas y familias compuestas. Nada compone los corazones rotos, nada ayuda a que los niños crezcan sanos y fuertes, cuando lo que consideraban seguro, su hogar, se ha roto. Nada les da seguridad en la vida, nada les ayuda a forjar una identidad como personas más sanas.
Creo en el tiempo fuera, creo en la posibilidad de analizar las cosas, de ceder, de entender que aunque a lo mejor al principio nos adaptamos adecuadamente al otro, en este punto ya no se puede. Creo que la dignidad no está en juego cuando reordenamos las reglas de la vida y decidimos vivir en paz por el bien común. Creo que nos podemos volver a enamorar de la persona que nos hizo vibrar. Porque hay que aceptarlo, aunque llegue alguien más, la persona con la que tenemos los hijos será el hombre y la mujer más importante de nuestra existencia; ese es otro dato duro, y aunque llegue una pareja nueva, nunca será como la primera. A veces ni siquiera las terapias psicológicas son adecuadas, porque es mucho ruido, todos quieren ayudar y nadie sabe qué decirnos. Requerimos ser honestos, pensar, analizar, sentir, llorar, ver a qué estamos dispuestos. Y entonces, la pareja sin influencia externa, podrá decidir lo correcto. De repente hasta a los psicólogos se les da demasiado poder, y ninguno estamos suficientemente cuerdos, aunque algunos son bastante profesionales y logran ayudarnos, tengo que decir que son los menos. Creo por el contrario, en el poder de cada uno, creo en la reconciliación, en el diálogo, en el perdón, en la humildad de reconocer los errores y resarcir los daños cuando todavía es tiempo. Porque evidentemente la vida tiene un tiempo, y cuando éste se pasa o las circunstancias son insoportables, tampoco se puede sostener lo insostenible.
Ojalá que no decidamos divorciarnos por berrinche, que no se tome el divorcio como un juego de poderes, sino en realidad la última opción ante un asunto irreconciliable. Pero, sobre todas las cosas, ojalá el amor triunfe, la esperanza y la posibilidad de hacer las cosas bien, por el bien de todos nosotros.