Puebla, el rostro olvidado (El Estado soy yo)

Réplica y Contrarréplica
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Mariano Piña Olaya

“Señores, os he llamado para deciros que hasta ahora he tenido a bien dejar gobernar al señor cardenal. En lo sucesivo, seré yo mi primer ministro y vosotros me ayudaréis con vuestros consejos, cuando yo os lo pida. Yo le ruego, señor canciller, que no haga firmar nada que no sea por mis órdenes, y a vosotros, señores consejeros, que no hagáis nada que no mande yo.”

Estas palabras, que acabaron con la hegemonía del influyente Mazarino, muerto en 1661, revelaron el verdadero carácter de Luis XIV, conocido como el Rey Sol. Desde los cinco años, edad en que sucedió a su padre, hasta los 23 años, cuando murió Mazarino, el hijo mayor de Luis XIII y Ana de Austria pasó su juventud dedicado a los placeres mundanos. Durante esos 18 años, la corte francesa se vio envuelta en las turbulencias provocadas por el poder tras el trono.

Sin embargo, y dada la longevidad de las monarquías, después de ese plazo el Rey Sol tuvo la oportunidad de dictar el destino de sus vasallos hasta su deceso ocurrido en 1715.

Afortunadamente, nuestro sistema republicano y federalista ya dejó muy atrás aquella época de herencias de sangre. No obstante, fue tal el impacto de la vida política de los siglos XVII y XVIII que, aparentemente, algunos políticos con cierta cultura han sido presa fácil de los avatares de aquel estilo parisino y consejo de notables que gobernaría Francia durante la minoría de edad de los monarcas. Pero para nuestra ventura, y parafraseando el refrán popular, “aquí no hay gobierno que dure más de seis años ni pueblo que lo soporte”. De ahí la sabiduría de nuestro sistema político.

En la entidad poblana se han presentado diversas manifestaciones que fácilmente podríamos etiquetar como malas copias de aquella corte donde abundó el talento y el ingenio humanista. Esto es porque, en Puebla, el concepto de “L’État c’est moi” se reprodujo en varias ocasiones. Paradójicamente, una de esas representaciones le correspondió a un profesionista que no tenía ninguna personalidad en el poder público. Su único y casi perenne cargo fue ser director de la Unidad de Estudios Legislativos, donde se dictaron y publicaron las leyes que los diputados “legislan”.

Durante la primera mitad del sexenio de Piña Olaya solo acontecieron dos muestras de autonomía del Poder Legislativo. Una de ellas fue cuando se reformó el Código Civil para permitir el registro de menores de 18 años sin más trámite que la simple presentación de testigos ante el ciudadano juez del Registro Civil; y a los mayores de edad con otros requisitos también accesibles.

Los diputados del Congreso local habían roto, con su voto unánime, todos los obstáculos contenidos en el citado código (por cierto, elaborado por el abogado a cargo de la unidad mencionada), incluido el oneroso y complicado juicio de registro en los tribunales civiles para mayores de siete años. Salió así el dictamen correspondiente. Sin embargo, la referida Unidad de Estudios Legislativos transformó el mandato del pueblo y publicó las reformas como le vino en gana. Quien haya cometido este delito, con mala leche o sin querer, expuso a un juicio político al gobernador del estado, pues al publicar un decreto diferente al legislado, violó flagrantemente la soberanía popular.

La otra actividad del Congreso local (sin línea) fue el reconocimiento del constituyente poblano Gilberto Bosques Saldívar, cuyo nombre se inscribió en letras de oro en los muros del palacio legislativo.

Este insigne poblano falleció cuatro años después del homenaje.

Todos los demás intentos personales o de grupo que organizaron los diputados de esa legislatura se atoraron en la oficina del asesor, que en este caso, y para efectos de simple comparación, podría decirse que mezcló en su trabajo las experiencias de Mazarino y Richelieu para colocar a Piña Olaya en el lugar de los gobernadores adolescentes.

Otras de las actividades del Congreso que fueron más allá de las comunes aprobaciones de la cuenta pública y las leyes de ingresos y egresos son los reconocimientos otorgados a la Universidad Autónoma de Puebla —que a partir de entonces antepone el título de Benemérita— y al dramaturgo Héctor Azar, poblano cuya obra cultural le ha hecho ganar muchos lauros.

El origen de la modestia que atrapa a las legislaturas estatales es el favoritismo. Y Puebla no se salvó de ese fenómeno: “cayeron” en el Congreso algunos amigos de Piña Olaya que jamás habían abierto un libro sobre historia o derecho. Yo creo que uno de ellos ni siquiera conocía el contenido de la Constitución General de la República; cuando menos así lo demostró durante su actuación.

Dos fueron los líderes que coordinaron a los diputados priistas. El primero tuvo la osadía (o ignorancia) de asignarse la presidencia de cuatro comisiones legislativas: Hacienda, Glosa, Gobernación y la Gran Comisión.

El segundo, que suplió a su compañero ascendido al Congreso de la Unión —lugar a donde también llegó como coordinador de la diputación poblana— fue más cauto y nada más se quedó con dos: la de Gobernación y la Gran Comisión.

Cuando Carlos Grajales Salas fue nombrado como coordinador del Congreso local —la familia política decía que durante la vida de la legislatura se había comprobado que los diputados priistas se disciplinaban y votaban conforme a la línea, aunque tuvieran un mal líder—, se constató que hasta sin líder el Congreso funcionaba y cumplía.

La verdad es que la bonhomía, y no su capacidad, proyectó a Grajales a puestos que deberían estar reservados a políticos experimentados. Simplemente le cayó bien al mandatario estatal y lo adoptó como amigo, colaborador, ujier, socio, acompañante y empleado de confianza.

Con más “experiencia”, Jorge Yunes Abrach, sucesor de Carlos Grajales, se hizo cargo, pues ya había sido secretario y presidente de la mesa directiva. En ambos casos, la falta de militancia fue suplida por la cercanía casi familiar con Mariano Piña Olaya.

Aquellos que creyeron que al Congreso local ya no podría sucederle nada más grave que la presencia de un líder sin oficio político, se quedaron con un palmo de narices cuando un fortuito incendio acabó con la mitad de las instalaciones.

A estos líderes les sucedieron José Alarcón Hernández y Rodolfo Budib Lichtle (LI Legislatura, segunda parte del sexenio piñaolayista), Miguel Quirós Pérez (LII Legislatura, primer trienio del gobernador Bartlett) y Carlos Palafox Vásquez (LIII Legislatura, segunda mitad del régimen bartlista).

Alejandro C. Manjarrez