Vivir es separarnos de lo que fuimos para internarnos en lo que vamos a ser, futuro extraño siempre.
Octavio Paz
A los agachachones se les ven los calzones.
Dicho popular
Sin ser tan rigorista en la fecha de la fundación de la Angelópolis, le puedo asegurar al lector que el día de ayer comenzó una nueva época en la historia de Puebla. Esto porque inicia el siglo y el milenio con hechos, digamos que inéditos.
Uno de ellos, el incluyente.
El barrio del Alto —el más antiguo de la ciudad— es ahora la sede oficial del gobierno del estado. Digamos que vuelve al lugar original el mando que en su tiempo tuvieron los responsables de la edificación de lo que sería la segunda ciudad más importante del virreinato, tal y como ocurrió hace 470 años. En ese espacio volverán a nacer nuevos proyectos y podrá impulsarse el desarrollo social de la entidad poblana.
Así, el gobierno del pueblo comparte con el pueblo su hábitat. Y además de la interesante y añosa Casa Aguayo, el gobernador Melquiades Morales Flores también rescata algo que otros regímenes habían menospreciado u olvidado: la participación de la gente de los barrios cuya fuerza cuantitativa (son muchos más que los pocos que gobiernan) es la que produce los cambios y la ahora estridente alternancia del poder.
Otro, el indulgente.
Como diría uno de los poblanos de charasca y bigote retorcido, morador por cierto del barrio que le guste: “lo del agua al agua”. La Fundación Mary Street Jenkins “se puso con su cuerno” para el rescate y remodelación de la casona que en distintos siglos albergó a diferentes familias con oficios disímbolos.
Los 60 millones de pesos invertidos en esta obra —por cierto, nada pías— propician una interesante paradoja: el dinero producto de controvertidos negocios agrícolas (Atencingo fue la principal veta) de alguna manera reivindica a los descendientes de los poblanos que, con su sudor y lágrimas (omito lo de sangre), construyeron una de las más importantes capitales del México del siglo pasado.
Como lo hicieron los misioneros de antaño (franciscanos y otras órdenes mendicantes de “buena vida y ejemplo”), con su labor benefactora, la dama Ángeles Espinosa Rugarcía ayuda a recuperar parte de la historia perdida en hacinamientos humanos, baños o placeres, vivienda de jubilados, ruinas y cuarteles (con todo y adelitas).
Uno más, el contradictorio.
Dar a los barrios la oportunidad de participar con —o ser vecino del— gobernante es una de las mejores lecciones para aquellos que se suponen nutridos de conocimientos y, por ende, sin nada que aprender (agotaron su capacidad de aprendizaje, diría el ínclito César Musalem Jop).
Mientras que Mario Marín Torres, por ejemplo, se regodea en un edificio porfiriano (¡cuidado que algo se pega!), el mandatario del estado despacha ya entre los muros de la casa que —dicen los que saben— es mudo testigo de la vida centenaria de la Puebla de Los Ángeles y sus provincias.
El cuarto, el color de rosa.
Por primera vez en la historia misógina del “Relicario de América”, una mujer puede llegar a convertirse en la primera alcaldesa de Puebla. Me refiero a Blanca Alcalá Ruiz, cuya frescura intelectual y política (además de su comprobada honestidad) ha puesto a la defensiva a los varones que actúan como si el jus sanguini o la hermandad láctea fueran atributos suficientes para gobernar a la cuarta ciudad del México moderno.
Después de aquel pleito organizado por los poblanos del siglo XVI para tener derecho a designar al alcalde provincial (al final del proceso la Corona les vendió el cargo en 20 mil pesos), la lucha por la oportunidad de participar en una contienda prácticamente perdida ha puesto en evidencia a las sociedades (¿o complicidades?) formadas al calor de los tragos. Es obvio que al costo citado habría que adicionarle varios ceros de más, gasto que busca convertirse en una inversión productiva.
El último, el turbio.
La liberación condicional de Rubén Sarabia, alias Simitrio, despertó la imaginación de los quisquillosos y los malpensados. Los “falsos rumores” que inspiraron a Gastón García Cantú para publicar su libro de cuentos poblanos han empezado a circular por las rectilíneas calles de Puebla y algunas de las congestionadas diagonales: dicen que el acto se concertó en los pasillos del palacio porfiriano porque la intención es garantizar que los herederos de los popolocas (los ambulantes) participen en lo que será la campaña del macizo de “Los Portales”.
Vivimos, ni duda cabe, los tiempos del cambio.