Mamitis

Vida & Sociedad
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¿Pero qué sucede cuando un hijo sale de casa, pero la casa no sale de él? 

La gran ganancia de la edad adulta es la independencia, palabra que conlleva, para comenzar, el hecho de haber ganado una identidad, es decir, saber quiénes somos pudiendo diferenciarnos de nuestra familia nuclear (padre, madre y hermanos) determinarnos más allá del entorno y delimitando lo que soy de lo que no soy. En este sentido, el tema principal es la responsabilidad de nuestros actos y sobre todo la responsabilidad sobre nosotros mismos. La independencia física, es decir, dejar de vivir en la casa paterna es sólo la manifestación física de un movimiento emocional que se dio mucho antes. Es sólo la cáscara de un proceso de maduración mental y emocional. Al menos en teoría así debería funcionar.

¿Pero qué sucede cuando un hijo sale de casa, pero la casa no sale de él? Este sí que es un problema, porque la distancia física no es el resultado de batallas ganadas en madurez, sino una travesura, puesto que se sigue manteniendo el cordón umbilical, sobre todo de los hijos con las mamás, lo que comúnmente denominamos “mamitis”. Este proceso tiene su historia, obedece a una relación insana entre madre e hijo, que psicológicamente denominamos Complejo de Edipo no resuelto. El Edipo en el sentido en el que Freud lo planteó, es el enamoramiento natural que tiene el niño con su madre; éste sirve para identificar a la figura materna como la primera representante de la figura del sexo opuesto, lo que ayudará a definir en el futuro la preferencias sexual y el desarrollo de la identidad. Y por otra parte, busca la conciliación con la figura de su propio sexo. Sin embargo, cuando la figura paterna se encuentra ausente ya sea física o emocionalmente, la figura materna tiene una tendencia a volcar todo su interés, anhelos y amor hacia su hijo, quien al no poder resolver adecuadamente el Edipo, se queda fijado en él, cuidando a su mamita querida y linda.

Esta fusión de las figuras genera por un lado, que el hijo no pueda por preocupación separarse de su madre, quedando la idea fija de que la madre es una víctima de las circunstancias. El niño suple entonces a la figura paterna ausente y se convierte a temprana edad en el “hombrecito de la casa”, lo que no es una tarea fácil, puesto que requiere estar todo el tiempo bajo la vigilancia, cumpliendo los deseos y caprichos de la figura materna. Por añadidura, hay un conflicto con la figura paterna, ya sea que haya una ausencia física o emocional de dicha figura, o en el último caso, que la distorsión afectiva de la figura materna no permita que la figura paterna realmente se encuentre presente. Sea como fuere el caso, el asunto es que el niño queda atrapado bajo el “supuesto cobijo” del amor materno, negándosele el acceso hacia la figura paterna. Bert Hellinger le denomina lealdad, que es mayor que la lealtad; la lealdad supone una alianza insana con una figura de autoridad primaria (padre o madre) que sella un acercamiento incondicional. De esta forma por lealtad, el niño se queda con su mamá negando a su papá.

Es importante puntualizar que el niño requiere de su figura paterna para poder plantear su propia masculinidad. Requiere ser visto por su papá y verlo para identificarse con él; de lo contrario, no existe esta figura de identificación y no cuenta con un modelo real a seguir. En este sentido, la madre tiene todo que ver, puesto que ya sea que la figura paterna abandonó el núcleo o la madre lo corrió, el hecho es que no hay un padre para el niño, y por lo tanto, es la madre quien emocionalmente castra al niño, es decir, lo imposibilita a ser un hombre en toda la extensión de la palabra.

Nos encontramos entonces con un niño desprovisto de padre, que queda atrapado en el cuerpo de un adulto, cumpliendo la función social de salirse de la casa materna, pero que no cuenta con las herramientas para hacerlo. De tal suerte, que como mencioné anteriormente, él sale de su casa, pero su casa no sale de él. De manera más concreta, es imposible que tenga una pareja y una familia, puesto que ya tiene pareja, su madre; digamos que es una situación emocionalmente incestuosa. Y en el terreno de las emociones, dos personas no pueden ocupar un lugar al mismo tiempo. Además de esto, cuando un hijo ocupa la jerarquía de padre, a lo que denominamos hijo parental, es entonces padre de sus hermanos, pareja de su madre y no puede en realidad formar su propia familia; está imposibilitado a hacerlo.

Será entonces un padre ausente como lo fue su padre, tendrá necesidad de suplir las carencias de su familia de base, antes que las de la familia que ya formó y trastocará toda la jerarquía completa. Por parte de su pareja, tendrá muchas reclamaciones que por supuesto se encuentran como dirían los abogados, fundadas y motivadas. Y los hijos vivirán la ausencia del padre, una difícil de conciliar, porque es más fácil idealizar a la figura que no está presente u odiarla por el abandono, pero ¿cómo acomodas la ausencia de un padre que físicamente sí está? De esta forma podemos ir en un hilo de generación tras generación de ausencia de figura paterna ¿y cómo se suple? No existe una forma determinada de suplir la figura, sólo se compensa un poco, a veces por el buen camino con figuras complementarias como maestros, tíos, abuelos; pero la mayoría de las veces con adicciones y otras conductas autodestructivas.

Ojalá que las madres seamos más conscientes del daño que le hacemos a nuestros hijos, porque el regalo más grande que podemos dar a los nuestros, es enseñarles a ser y dejarlos que sean felices, libres, que puedan formar su propia familia, que vayan llenos de herramientas emocionales dadas con nuestro ejemplo; libres, para que extiendan sus alas, las usen y vuelen alto, sabiendo que siempre pueden regresar a casa, no a una jaula que los aprisiona, coarta toda su independencia, los castra y los limita a ser seres infelices, divididos, incompletos. Porque no sólo se trata de que nuestros hijos estén bien alimentados y cuidados, sino que tengan las herramientas emocionales para vivir y ser independientes, fuerte y felices. Ojalá que no sea sólo con nuestra muerte, que nuestros hijos puedan ser libres y vivir en paz.

Esther Guadarrama Benavides