Imaginaria del amor en pareja
Imaginen por un momento que el amor dejara de ser ese salto al vacío con los ojos vendados y se convirtiera en un trámite burocrático. Que bastara con escanear el código QR de una persona para saber si estamos a punto de besar a un alma noble o a un volcán emocional en plena erupción.
—¡Uy, no! Este tipo tiene diagnóstico de narcisista manipulador con tendencias paranoides. Mejor ni le paso mi número…
Sería como comprar electrodomésticos con garantía extendida: “Este modelo viene con crisis existenciales cada tres meses, pero compensa con caricias sinceras y sabe cocinar”.
En este mundo imaginario, las credenciales de elector tendrían un renglón especial: “Perfil emocional”. Un código que, al escanearse, desplegaría un catálogo clínico con todas las advertencias necesarias:
- “Individuo con trastorno límite de la personalidad” — Propenso a intensos arranques de amor desbordado seguidos de silencios funerarios. Ideal para quienes disfrutan del drama con sabor a telenovela turca.
- “Esquizoide con tendencia al aislamiento” — No espere largas conversaciones ni cenas románticas; el silencio y los audífonos serán sus mejores aliados.
- “Narcisista con ego hipertrofiado” — Perfecto para admirar… pero solo desde lejos, porque si se acerca demasiado, se verá reflejado en un espejo que solo grita “yo, yo, yo”.
- “Responsable afectivo con habilidades emocionales avanzadas” — Este sería el santo grial del amor moderno, la versión premium del ser humano: empático, paciente y con un doctorado en resolver conflictos con calma.
Pero claro, en esta utopía amorosa surgirían nuevos problemas. Los bares se llenarían de personas escaneando códigos como si estuvieran en el supermercado del romance:
—Este no… demasiado control freak.
—Esta sí… pero tiene dos divorcios y un perro que odia a los niños.
—Este es perfecto, pero… ¡mierda! Vive con su mamá y tiene tendencia a las crisis de ansiedad cada vez que escucha “Bohemian Rhapsody”.
El amor, que durante siglos ha sido una lotería emocional, se convertiría en un mercado de datos clínicos. Quizás nos ahorraríamos el corazón roto, pero también nos perderíamos de esas pasiones que, aunque desordenadas y caóticas, terminan dándonos las mejores historias.
Porque, al final, ¿qué sería del amor sin el riesgo? Sin ese vértigo delicioso de no saber si estamos apostando por alguien que nos hará volar o nos dejará en ruinas. La magia del amor está precisamente en la incertidumbre: en besar sin saber si estamos despertando a una princesa o a una bruja; en entregarnos sin garantías y descubrir que, a veces, lo mejor del otro no cabe en un código QR.
Aunque, pensándolo bien… ¿no estaría mal que, al menos, el tarado que no responde mensajes tuviera una advertencia clara en su credencial: “Este individuo desaparece sin previo aviso y reaparece con excusas creativas”?
Quizás no acabaríamos con el desamor, pero al menos nos reiríamos un poco más de nuestras propias tragedias sentimentales.