Todo hombre tiene su precio
lo que hace falta es saber cuál es.
Joseph Fouché
Mario Marín hizo del PRI una agencia de gobierno con todo y lo que esto implica: desprestigio, componendas, negocios, duda, sospecha, resabios y venganzas. Sus decisiones políticas confirmaron aquello de que en Puebla cualquiera podría ser presidente del Partido Revolucionarios Institucional. Con esa su decisión de camarilla, puso de pechito a sus amigos exponiéndolos a investigaciones ministeriales por el simple hecho de ser parte o estar involucrados en los beneficios exclusivos de la “burbuja marinista”: del gobierno brincaron al puesto político desde el cual distribuyeron entre sus cuates los cargos de elección popular (diputaciones, regidurías y presidencias municipales).
Por esa obvia y productiva cercanía, algunos dirigentes del PRI —incluido su candidato a gobernador— fueron sujetos a investigaciones cuyos resultados propiciaron que el gobierno morenovallista negociara la gobernabilidad valiéndose de lo que descubrió, justamente para quitarle brío a la principal fuerza política opositora. Los “cuadros priistas” no encontraron otra explicación, llamémosle razonable, para justificar el que su partido permaneciera como si estuviese sedado; es decir, vivo pero sin reacciones que confirmaran eso, que estaba vivo.
Mal de muchos…
Dado que en los partidos la corrupción ya forma parte de las “franquicias políticas”, valga traer a cuento las opiniones de algunos de los investigadores que abordan ese mal a partir de la ciencia (ontología) que profundiza sobre los procesos mentales:
Para Yves Mény, la sofisticación de las actividades corruptas tiende a convertir la corrupción en una acción invisible y por tanto difícil de castigar. Michel Johnston, también especialista sobre el tema, dice que ese cáncer social puede y debe ser tratado como el mal endémico que padece la sociedad. Arnold J. Heidenheimer, topógrafo de semejante costumbre, asegura que la presencia de la corrupción en los países europeos ha provocado presiones de todo tipo, algunas destinadas a tratar de controlar los sobornos a funcionarios públicos.
Donatella della Porta, otro experto del fenómeno cuya antigüedad rivaliza con el origen del meretricio, comenta que la corrupción es una de las causas de los cambios en los gobiernos del mundo y, en particular, de la transformación de las características de sus clases políticas.
Susan Rose-Ackerman aborda la misma cuestión ubicándose en los “altos estamentos”: sus estudios establecen que la corrupción en esos niveles, se traduce en grandes cantidades de dinero e involucra a empresas multinacionales que son las que suelen pagar los sobornos y las comisiones ilegales más espectaculares: Walmart, el ejemplo más reciente, dato que Andrés Oppenheimer no incluyó en su libro Ojos vendados, donde el periodista argentino muestra cómo funciona ese tipo de corrupción en el comercio transnacional.
Esta cascada de reflexiones sobre la trama más escabrosa de México y del mundo, me lleva a ponderar lo dicho por Pier Paolo Giglioni y Steven R. Reed para usarlo como la conclusión de estos párrafos, mensaje cuya contundencia debería hacernos meditar sobre lo ocurrido en Puebla: es el “síntoma de profundo deterioro de la vida pública que además amenaza los valores básicos de la democracia”.
Parto de esta definición para preguntar:
¿La corrupción se manifestó en la democracia de Puebla? ¿Hubo un acuerdo para que ocurriera la alternancia del poder? ¿Existió algún pacto de impunidad entre Rafael Moreno Valle Rosas y Mario Marín Torres? ¿Se estableció la designación de “chivos expiatorios” que pudieran atemperar las presiones de la sociedad que exige al gobierno castigo para los corruptos cuya opulencia es la prueba fehaciente de sus delitos?
La única explicación que medio justifica el soslayo oficial a las contundentes respuestas afirmativas que surgen de las preguntas enunciadas, la encontré en la esencia de lo que revela la conocida anécdota que replico:
Luis Cabrera Lobato increpó a un servidor público:
—Es usted un corrupto, un ratero —dijo el poblano en funciones de diputado federal.
— ¡Pruébelo! —respondió colérico el dizque ofendido funcionario.
— ¡Lo acuso de corrupto y de ratero, no de pendejo! —reviró el abogado.
Si partimos de que en nuestra época existen sofisticados controles y un bien organizado sistema de información que permite detectar los delitos en contra de la hacienda pública, así como diversas verificaciones operadas por varias dependencias (SAT, Función Pública, contralorías, órganos de fiscalización, etc.), no tendría porqué seguir funcionando la máxima virreinal del “acátese pero no se cumpla”. Tampoco la juarista que para los amigos proponía justicia y gracia mientras que a los enemigos aplicaba la ley a secas. Menos aun la corrupción en el gobierno. Mantener vigente esos criterios (la omisión legal y el moche combinados con la gracia y la impunidad) equivale a verle la cara de pendejos a los gobernados. Y eso sí que es un atentado muy peligroso contra la sociedad que, hoy más que nunca, reclama y exige el cumplimiento y la aplicación de la ley a secas para todos, amigos o no del poder.
No hay duda:
La corrupción existe, ahí está; se ve y se siente; brota como la mala yerba. Sin embargo, como ocurrió en Puebla, la han omitido para —así lo sugirió el gobierno cuando la sociedad exigía la denuncia y consignación de Mario Marín—, garantizar la gobernabilidad y por ende la paz social. Y también para fortalecer el ejercicio del poder.
De ahí que sea válido volver a preguntar:
¿Gobernabilidad es igual a usar la ley para controlar a la oposición? ¿Gobernabilidad equivale a cooptación de partidos políticos? ¿Gobernabilidad significa poner bridas a los líderes de opinión? ¿Gobernabilidad incluye manipular el concepto de democracia? ¿Gobernabilidad encarna el ejercicio del poder para controlar a los otros poderes? ¿Gobernabilidad infiere el manejo de los organismos electorales?
Maquiavelo respondería que sí. Pero dadas las condiciones de la información inmediata que corre por las redes sociales, perdió eficacia la herencia del florentino porque la sociedad ya no tolera la costumbre de darse baños de pureza con la porquería de los demás, aunque Jesús Reyes Heroles haya sugerido la necesidad de aprender a salir limpios de los asuntos sucios y, si es preciso, lavarse con agua sucia.
Para contestar con amplitud cada una de las anteriores preguntas se requeriría de, cuando menos, un ensayo político sobre este tema. Sin embargo, existen criterios y análisis periodísticos que dan algunas pistas y en consecuencia respuestas irrebatibles si partimos de que la verdad moral suele apoyarse en la lógica de la información, en la contundencia de los hechos y sus efectos. Para ejemplificarlo transcribo algo de lo publicado el 3 de julio de 2012 por Arturo Luna Silva (Garganta profunda), columna que apareció en el sitio Puebla on line:
Cual milagro bíblico, la súbita e increíble multiplicación de los votos dio la madrugada del lunes 2 de julio (2012) un vuelco y, por tanto, nuevo rostro al supuesto negro escenario: el gobernador Rafael Moreno Valle le cumplió a todo mundo, hasta perdiendo ganó y, por principio de cuentas, logró finalmente rescatar de la derrota a cuatro de sus cartas para San Lázaro (Blanca Jiménez, Néstor Gordillo, María Isabel Ortiz y Julio Lorenzini) y, de paso, hacer el prodigio de convertir al inefable Javier Lozano Alarcón en senador —de primera minoría, claro— cuando el sujeto ya se hundía en el fango del olvido.
Saber qué pasó exactamente para lograr tan extraños sucesos, es sin duda materia de las ciencias ocultas, pero lo cierto es que quedó bien con el CEN del PAN, con el PRI y Enrique Peña Nieto, y con la profesora Elba Esther Gordillo.
Paréntesis:
Como veremos más adelante, el quedar bien con la maestra Gordillo resultó infructuoso porque la lideresa perdió su presencia pública y también la influencia que había prometido usar para hacer de Rafael Moreno Valle uno de los presidenciales del 2018. Nadie imaginó que la doña perdería su libertad para pagar todas y cada una de las traiciones que cometió al que fuera su partido, el PRI. Tampoco hubo quien pensara que el mandatario Moreno Valle habría de superar, como lo hizo, este para él terrible trance político.
Sigue Luna:
Y es que ahora resulta que sí hubo voto diferenciado y que a pesar de que Andrés Manuel López Obrador ganó la elección en el estado de Puebla, sus candidatos a diputados federales en la capital se fueron hasta el tercer lugar, quedando fuera de San Lázaro Abelardo Cuéllar, Luis Bravo, Gabriela Viveros y hasta Mario Chapital, pues también da la casualidad que resucitó, de última hora y ya casi con rigor mortis, el ex edil y ex rector Enrique Doger, del PRI-PVEM, en el distrito 6.
De acuerdo con el PREP, AMLO ganó la entidad con unos 830 mil votos. El desplome de sus candidatos al Senado (Manuel Bartlett) y a las diputaciones sin duda tiene que ver con que los primeros obtuvieron unos 172 mil votos menos y los segundos unos 200 mil votos menos que el tabasqueño. La Ola Amarilla sí fue, pero ya no fue tanto como para que la izquierda hiciera la grande ganando por primera vez en su historia un distrito de mayoría en el estado…
Si hubo una elección atípica, con resultados y vuelcos verdaderamente inverosímiles, esa fue la del pasado domingo en Puebla.
Por lo pronto, como algunas voces señalaban desde la noche —muy noche— del 1 de julio, el balance para el gobernador poblano resultó ya no ser tan malo. Y es que, con todo y la estrepitosa derrota de Vázquez Mota y de que el pan sólo ganó 4 de 16 distritos (12 se los embolsó el PRI), la cantada Bancada Morenovallista 2012 sufrió algunas bajas pero en esencia quedó intacta.
Y es que Moreno Valle —que hasta perdiendo gana— tendrá por lo menos ocho diputados federales a sus completas órdenes: Blanca Jiménez, Néstor Gordillo, María Isabel Ortiz y Julio Lorenzini (PAN), así como Guadalupe Vargas —hija de su secretario de Seguridad Pública, Ardelio Vargas—, José Luis Márquez, Filiberto Guevara González y Jesús Morales Flores (PRI).
En realidad serán 11, pues a la lista hay que sumar forzosa y necesariamente a Javier López Zavala, diputado federal plurinominal y el ex rival que ahora es aliado, casi incondicional, de Moreno Valle y que, por eso, seguramente no dudará en sumarse desde San Lázaro a sus designios, así como a Carlos Sánchez Romero, el priista que ganó en el distrito 5 de San Martín Texmelucan y que es hijo de un muy bonito acuerdo entre Jorge Estefan Chidiac, secretario de Finanzas del CEN del PRI, y el gobernador, y por obvias razones al citado Enrique Doger…
En resumidas cuentas: 12 diputados federales. ¡Por lo menos!...
Algo más y no por último menos importante: aunque ciertamente se llevó su raspón con la debacle del pan y el fracaso de Vázquez Mota, el panorama para Moreno Valle luce todavía mejor si vemos lo que pasó en Puebla con el Partido Nueva Alianza, la marca registrada de la cercanísima profesora Elba Esther Gordillo.
En la elección federal pasada, los candidatos a diputados federales del Panal obtuvieron 66 mil votos, el 3.42%. Este 1 de julio, la cifra se disparó a casi 172 mil votos, el 7.31%. Es decir, triplicaron lo obtenido por su candidato presidencial, Gabriel Quadri, que sumó unos 54 mil sufragios.
¿Milagro?
De ninguna forma.
Nadie cree en ellos.
Sólo el cabal cumplimiento de los compromisos con la Gordillo, para quien conservar el registro de Nueva Alianza representaba algo más que un seguro de vida, ante la recomposición de poder que está sufriendo el país…
Lo escrito por Luna establece que Rafael Moreno Valle Rosas, gobernador de Puebla, no sólo aprendió de su maestro Melquiades las artes de la conducción electoral (siguen los eufemismos), sino que hasta lo superó gracias a que en ese campo del pragmatismo político no hay espacio para la ética pública, mucho menos si esta norma es opuesta o altera los objetivos trazados, como es la cooptación de los partidos dizque para garantizar la gobernabilidad. Veamos:
El PRI fue sedado con el “narcótico” de los antecedentes dudosos de quienes lo dirigían, datos que brotaron en las auditorías realizadas al gobierno de Mario Marín. A un año y meses de ejercer el mando absoluto, Moreno Valle aprobó, palomeó o simplemente estuvo de acuerdo con que la dirigencia del PRI en Puebla quedara en manos del hijo de Melquiades, Fernando Morales Martínez, uno de los priistas que durante años fue detractor de Rafael, antagonismo que, gracias a la intervención de su padre y a la necesidad de sobrevivencia del hijo, cesó para dar el vuelco que le permitió suplir en la dirigencia a Juan Carlos Lastiri, ex secretario de Desarrollo Social de Mario Marín, después diputado federal y más tarde subsecretario de la Sedesol federal del gobierno de Enrique Peña Nieto. Lastiri sería candidato a senador pero se le cayó la nominación debido a la marca marinista, sello que hizo huir del estado a varios de sus compañeros, los que temían ser enjuiciados y probablemente hasta encarcelados.
¿Fueron presionados, coaccionados o corrompidos los militantes de prosapia del PRI?
Es difícil saberlo. Lo que resulta obvio es que la dirigencia de ese partido despreció la oportunidad de transformarse en la oposición razonada y dura; que se alejó de su obligación y no cumplió con los objetivos políticos y sociales plasmados en su ideario; que no obstante ello y el desprestigio propiciado por el ex gobernador Marín y sus operadores corruptos, al final ocurrió lo que metafóricamente Luna definió como un “milagro”. La realidad nos muestra que resultó acertada la estrategia Peña Nieto-Televisa (elección del 2012), suceso que en Puebla pudo haberse combinado con la complacencia del gobierno estatal. La “vista gorda”, por ejemplo, actitud que al final del día benefició a quienes manejaban al PRI poblano ya que ese partido ganó la mayoría de las diputaciones federales, resultado que no afectó el compromiso de a bigote consistente en dotar de votos al partido de Elba Esther para que conservara su registro. Lo interesante es que esta “ingeniería electoral” incluyó la resta de sufragios a los candidatos del PRD, incluido Andrés Manuel López Obrador, quien por cierto en Puebla le ganó a Enrique Peña Nieto.
Paréntesis:
Estos antecedentes más la insistencia mediática de una supuesta entrega del dirigente estatal a Rafael Moreno Valle Rosas, encendieron la luz roja en el nuevo PRI de Enrique Peña Nieto. Por ello, quizá, ocurrió el brusco cambio de dirigente en Puebla: Fernando Morales Martínez dejó el cargo a Pablo Fernández del Campo (hijo del panista que ganó en Puebla la primera diputación federal de mayoría), un político descafeinado y afín al grupo que ostentaba el poder. Empero, en apariencia, Pablo chocó con el gobierno de Moreno Valle, estrategia que, además de resultarle fallida, acabó por enfrentarlo a los “viejos” priistas.
También es San Juan hace aire
Por ser el partido en el poder, el PAN cayó bajo el influjo del gobernador a pesar de las protestas de algunos panistas que descubrieron el supuesto juego del mandatario poblano. Hubo concertaciones, compromisos y promesas que minimizaron la inconformidad de los custodios del pan poblano, como los ya mencionados Ana Teresa Aranda Orozco, Humberto Aguilar Coronado y Francisco Fraile García. La dirigencia del albiazul fue infiltrada por personas identificadas con el proyecto del gobernador del estado de Puebla, desde luego “neo panistas” consecuentes y obsecuentes con quien obtuvo el poder bajo el sello del partido también adoptado por ellos (sigo con los eufemismos).
En relación a la propiedad política (que no patrimonio) de la maestra Elba Esther Gordillo Morales, en sus mejores momentos protectora de Rafael, sólo resta subrayar que el Partido Nueva Alianza sirvió al deseo de ambos, o sea mantener su presencia política para lo que pudiera ofrecerse en la elección intermedia con miras, insisto, al proceso presidencial de 2018. Bueno, también para restarle votos al PRD, partido que paradójicamente fue uno de los aliados al proyecto electoral morenovallista.