La vigilia del Zócalo: ecos de la tragedia en Teuchitlán

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Zócalo de la Ciudad de México

En una vigilia teñida de dolor y rabia contenida, padres y madres —despojados de sus hijos— alzaron la voz con discursos que se clavaban en el pecho.

En la plancha del Zócalo, sobre el asfalto frío, yacían 400 pares de zapatos, pétalos dispersos y veladoras titilantes.

Allí, donde las religiones convergieron en un mismo rezo, los mexicanos —algunos con el alma mutilada por la ausencia, otros solidarios en el duelo— contemplaban, en silencio, las cartulinas que hablaban por los que ya no están:

“No más silencio.”

“Mi hija sembraba flores; yo coseché sus restos.”

”¿Cuántos campos de exterminio hay en México?”

Las velas resistían el viento; las que se apagaban, renacían en manos de voluntarios.

Al caer la noche, el Zócalo pareció convertirse en un altar, en una danza entre la vida y la muerte que no evocaba noviembre ni la tradición colorida del Día de Muertos, sino un luto desgarrado, crudo, interminable.

Las fotografías que inundaron las redes sociales —zapatos huérfanos, mochilas abandonadas, ropa que vistió a algún hermano mexicano— se grabarán en nuestra memoria como cicatrices.

Aquellos que se han ido nos miran desde el abismo, esperando que el asombro, la indignación y el miedo se conviertan en furia pacífica, en un grito unánime que sacuda a este país herido. Que este sea el fondo del que solo podamos resurgir, porque ya no hay más dónde caer.

Fotografías sin autor identificado, tomadas de X, consultado el 16 de marzo de 2025

Miguel C. Manjarrez