Así que hay que invertirle a la empresa mexicana, a la mano de obra, a la productividad, a los jóvenes emprendedores, a las nuevas ideas. Es ahí donde se debe meter el dinero, no así a las empresas cuyo negocio se basa en buscar incautos con dinero...
Todos hablan de la crisis. Que si nos está pegando más que en la de 1929. Qué el gobierno federal no está haciendo lo necesario para frenar el incremento de los precios (todas o casi todas las empresas están incrementando sus productos y servicios). Que los gobiernos estatales tiemblan de miedo al no recibir los mismos recursos de años anteriores. En fin, muchas dudas y acciones de pánico. Pero la realidad es que siguen funcionando las empresas, las que sobrevivieron a la pandemia, ahora con la premisa de cuidar su dinero, lo cual es correcto.
Siempre hay que hacer eso y definir con cabeza fría el cauce que debemos dar a los pocos o muchos recursos que recibimos.
El miedo golpea las conciencias de los empresarios mexicanos. Preocupan sus reacciones. Desde los pequeños propietarios hasta los grandes empresarios parecen desesperados y tratan de encontrar soluciones para mejorar la economía de sus “changarros”. Por desgracia, lo primero que piensan es en bajar el costo de su nómina, actitud que propicia desempleo y hace las veces de lastre al ya de por sí naufragante barco. Más desempleo es igual a menos derrama económica. Y menos derrama económica equivale a inflación, devaluaciones y todo lo que temen los dueños del dinero. El círculo vicioso pues.
Debemos cambiar el chip que se llama “milagro económico”. Por ejemplo: ser salvados por el país vecino, por el gobierno y por el Espíritu Santo convertido en financiero bondadoso y obsequioso.
Estados Unidos de América busca su propio bienestar. Lo que suceda allá es lo que les preocupa, ya lo constatamos con las visitas de la plana mayor norteamericana. Usted y yo, ciudadanos preocupados por el futuro del país, somos quienes podemos salvar a México con nuestro trabajo cotidiano. ¡Claro que habrá más trabajo! Sólo hay que poner más entusiasmo a lo que hacemos. ¡Por supuesto que tenemos que aplicar toda nuestra energía para producir e incentivar la creatividad! No hay vuelta de hoja.
Hay que cambiar la frase: “se acabó la época de las vacas gordas”. En su lugar decirnos que acaba de empezar la época del trabajo arduo. También se terminaron los días de las mentiras comerciales y viene el lapso de la honestidad y ética profesional y comercial. No hay de otra, amigos: hay que optimizar la productividad de las empresas y de nuestra economía personal.
Al respecto y según mi particular punto de vista, todo se resume en la actitud con la que caminamos por el mundo. La irresponsabilidad de los medios de comunicación o de las personas influyentes que hacen declaraciones desastrosas, amarillistas, casi rojas, es ni duda cabe una “chingadera estructural” (así de jalado el término), porque han programado a todo el que los escucha para que acepta que está jodido y que por ello debe entrar al mundo de los pesimistas azotados, miedosos y sin fe en el futuro de México.
La solución, ¿cuál podría ser la solución?
Hay que ser positivos. Buscar la manera de mejorar sin tener miedo al futuro económico del país (sea cual fuere). Apoyarnos y seguir apostándole a México. Rechazar el catastrofismo que es la peor de las actitudes, oficiales o no; la enfermedad más contagiosa y perversa que acaba con el optimismo y la esperanza. Huyámosle y tomemos con cautela el criterio de quienes suponen que México y sus gobiernos están en peligro de caer al fondo del pantano financiero, aquel que suelen librar los corruptos que “lloran” ante el mal ajeno, llanto que oculta su verdadero pensamiento respecto a los pobres: “Son pendejos porque están jodidos”, dicen orondos, orgullosos de su habilidad para robar.
Así que hay que invertirle a la empresa mexicana, a la mano de obra, a la productividad, a los jóvenes emprendedores, a las nuevas ideas. Es ahí donde se debe meter el dinero, no así a las empresas cuyo negocio se basa en buscar incautos con dinero.
Cuídese y proteja su patrimonio. Que no lo asuste el petate del muerto.