Si yo fuera gobernador

Alejandro C Manjarrez
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Y vaya que en México hicieron escuela los funcionarios corruptos a quienes nunca se les probó sus raterías ... Contra ellos la emprendería si yo fuera gobernador ...

Si yo fuera gobernador del estado ¿cuál sería mi actitud ?, me pregunté en un momento de reflexión franciscana. Y más pronto que rápido caí en cuenta que pienso igual que la mayoría de los mexicanos, los mismos que también suponen que los gobernantes son unos malandrines hábiles en el comercio del poder. Entonces, en algo que bien podría ser un acto de contrición o de arrepentimiento, posiblemente inspirado por alguno de los santos mártires de la verdad, me puse en los zapatos de algunos mandatarios asediados por la crítica mediática.

“Como cada uno tiene su forma de pensar y matar pulgas –me dije mirándome al espejo–, es importante que compartas con los lectores de la revista Réplica ésta tu romántica actitud. Quién quite y haya coincidencia, cuando menos en lo esencial ”.

Así que procedo a escribir mi ocurrencia para que en “buena onda” ponderemos el problema y veamos con los ojos de la comprensión al gobernador que se les ocurra, sea cual fuere su filiación partidista.

Lo primero que se me vino a la mente fue el problema emocional que debe producir la oportunidad de manejar los miles de millones de pesos que anualmente se asignan a cada entidad federativa. “Serías el dueño de esa lana –dije emocionado–, y la manejarías a tu arbitrio de acuerdo, obvio, con lo que determinara el Congreso de tu estado. ¡Pero también controlarías a la mayoría de los diputados! –Me recriminé por el olvido momentáneo–. ¡Ellos harían los que tú les indicaras!”

Después de meditar dos veces en la oportunidad y responsabilidad de manejar el destino de todos, incluidos los poderes (de acuerdo con la costumbre, el Judicial estaría lleno de mis recomendados y el Legislativo también), se me ocurrió que el principal conflicto sería vigilar las manotas de mis subordinados ya que, según reza la sabiduría popular, en el arca abierta hasta el más justo peca. “Tendría que pagarles muy bien para que no tuviesen tentaciones –concluí. Y estaría más que obligado a cuidarlos valiéndome de mecanismos de revisión (varios) que podrían garantizar su buen comportamiento y de paso evitar que sus amigos se los lleven al baile con el famoso moche del diez por ciento o más, dependiendo de la ambición de quienes trafican con su influencia. “Pero eso es lo común –pensé recriminándome mi elemental raciocinio–, tienes que ser más original güey (nótese el vocablo que desde hoy aumenta mi acervo idiomático). ¿Cómo? Pues creando una contraloría externa conformada por ciudadanos responsables que compartan contigo la idea de hacer del gobierno una entidad confiable, de prestigio, abierta, transparente. De una u otra forma tú serías el que decidiese cómo diablos se podría manejar lo que queda de los millones de pesos no etiquetados”, es decir, los que sobran después de pagar salarios, gasto corriente, pago de deuda pública, etcétera.

Junto con estas disquisiciones me entró una especie de preocupación (quizá la que sufren todos los gobernantes de buena fe): ¿Qué hacer para dar solución al problema que presentan las estructuras que desde siempre controlan los “servidores públicos”, grupos cuya misión se centra en diseñar sofisticados sistemas de corrupción? ¿Cómo acabar o cuando menos de qué manera frenar esa maldita costumbre? Está cabrón, concluí. Y caí en lo que hemos escuchado hasta el hartazgo: “hay que elegir colaboradores que garanticen honestidad, lealtad, capacidad, decoro público y personal; que sean responsables y cumplidores y además que estén dispuestos a sacrificarse por aquello que la sociedad clama: preparación profesional, cultura, eficiencia, transparencia, veracidad y honradez ”.

"¡Ajá!, suponiendo que ya los encontraste, ¿qué actitud tomarías?" Me arriesgo y respondo:

Aparte de predicar con el ejemplo, éste que es una de las víctimas del brillo que produce el cristal líquido –y además dueño imaginario del poder y del dinero público– debería que recomendar u ordenar a sus colaboradores: “Dejen las filias y fobias en su casa. Hagan amigos no cómplices porque los amigos perduran siempre y los otros dejarán de serlo cuando se acabe el gobierno o yo concluya mi gestión. Convivan con la sociedad para que ésta los conozca y confíe en ustedes. Muéstrense tal como son en vez de ocultarse entre las sombras del poder. Que sus hijos los presuman y no que se avergüencen de ustedes, de su trabajo. Métanse en su cabezota que nadie puede engañar al pueblo, a los ciudadanos. Y menos aún si de la noche a la mañana algún familiar (hijo, esposa, socio, compadre o amante) presume sus autos lujosos, la ropa de marca, la Centurion Card de Américan Express, los viajes en helicóptero y la cartera llena de dinero. La pendejez, la riqueza económica y el amor no se pueden ocultar. Así que no sean pendejos con dinero, que es la peor de las manifestaciones, la que suele darse junto con la corrupción ”.

¡Ah! El otro comentario-orden-sugerencia para mi mismo contendría varios “no”: “ No atentes contra la investigación y la ciencia. No antepongas las recomendaciones de los tecnócratas al interés de las mayorías. No rechaces las manifestaciones culturales aunque éstas las promuevan personas ajenas a tu ideología o simpatía. No le cierres los caminos del desarrollo académico a la universidad pública. No te dejes dominar por tus fobias y moralinas. No atentes contra la libertad de expresión. No menosprecies a nadie y menos aún a los periodistas. Los corruptos no deben ser tu paradigma.

Y a propósito de paradigmas concluyo esta entrega con una anécdota:

–¡Es usted un ratero, corrupto y cínico! –Espetó Luis Cabrera Lobato un funcionario del gobierno de Ortiz Rubio.

–¡Compruébelo, demuéstrelo o retráctese! –Respondió enfático y amenazante el aludido.

–¡No me retracto y no se lo puedo probar: lo estoy acusando de ratero y corrupto ... no de pendejo ...!

Y vaya que en México hicieron escuela los funcionarios corruptos a quienes nunca se les probó sus raterías ... Contra ellos la emprendería si yo fuera gobernador.

Alejandro C. Manjarrez