Y esta vez, como tantas otras, el silencio arrancó una vida...
El suicidio de Juanito Lorenzo en Zacatlán, Puebla, no es solo una tragedia familiar; es un reflejo de la descomposición moral en nuestras escuelas. Tenía menos de ocho años y decidió que la muerte era mejor opción que seguir enfrentando el infierno de todos los días: burlas, golpes, humillaciones. Su abuela lo denunció, lo gritó, lo suplicó. La escuela, en respuesta, hizo lo que mejor saben hacer muchas instituciones educativas: nada.
Y así es como funciona el bullying en este país. Se esconde bajo alfombras institucionales, se diluye en trámites burocráticos, se minimiza con frases como “son cosas de niños”. ¿Cómo va a ser cosa de niños cuando un niño tan pequeño decide quitarse la vida para dejar de sufrir? ¿Cómo se atreven los administradores de la primaria Narciso Mendoza a llamarlo “un hecho lamentable” cuando ignoraron cada súplica, cada advertencia?
Los testimonios son aterradores: compañeros que lo atormentaban, una maestra que lo ridiculizaba, directivos que prefirieron mirar hacia otro lado. Y ahora, la SEP abre una investigación. Como siempre, después del funeral. Como siempre, cuando ya no hay niño al que proteger.
La muerte de Juanito Lorenzo no es un caso aislado. Es la consecuencia de un sistema educativo que no sabe, no quiere o no le importa enfrentar el acoso escolar. Las campañas contra el bullying se quedan en carteles coloridos y discursos de ocasión, mientras los salones de clase siguen siendo campos de batalla donde los más frágiles son cazados sin piedad.
Las escuelas tienen una responsabilidad ineludible: garantizar un entorno seguro para sus alumnos. No basta con decir “no toleramos el bullying” mientras dejan que un niño sea destruido psicológica y físicamente hasta el punto de la desesperación absoluta. Cada insulto ignorado, cada golpe permitido, cada denuncia desestimada es complicidad.
Si hay justicia en este país, la maestra, la directora y todos los responsables en la escuela de Juanito deberían rendir cuentas. Porque el silencio es el mejor aliado del abuso. Y esta vez, como tantas otras, el silencio arrancó una vida.