La utopía de los liberales (Crónicas sin censura 73)

Réplica y Contrarréplica
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Erróneamente suponen que el Papa podrá meter su Santa cuchara en la designación del sucesor presidencial...

Después de lo que para ellos fue una larga pesadilla, los grupos liberales del PRI acaban de despertar. Medio somnolientos exigen que el próximo presidente sea de los suyos en virtud de que el país ha sufrido una de las peores asonadas de su historia. Vaya, hasta afirman lo que todo saben, que los conservadores pudieron colarse en diferentes espacios del gobierno para, a sus anchas, manejar el poder político de la nación. Desde Michoacán acaban de lanzar una especie de proclama que establece que el próximo mandatario de la nación debe ser, entre otras cosas, liberal, progresista y respetuoso de todas las religiones, pero nunca parcial y acomodaticio con alguna en particular. Y todavía más, se fueron hasta la cocina al destapar a tres candidatos idóneos: Manuel Camacho Solís, Luis Donaldo Colosio y Ernesto Zedillo Ponce de León.

     Desde la segunda visita papal, los masones lanzaron a los cuatro vientos sus muy razonables quejas. En 1990, después que Karol Wojtyla declarara que la cultura y la educación en México se estaban abriendo hacia horizontes más amplios, y que la dinámica mundial repercutiría en nuestro país, dando a entender lo que dos años más tarde ocurrió, el Colegio Nacional de Ritos Masónicos se pronunció en favor de la autodeterminación de los pueblos y en oposición, en todo momento, a que el clero se inmiscuya en actividades políticas. Puso, ademas, énfasis en que las fuerzas liberales y el pueblo defendieran las libertades y soberanía nacionales e impidieran a toda costa las reformas a los artículos tercero, 27 y 130. A pesar de todo ese esfuerzo, se impulsó la política salinista y México le dio reconocimiento jurídico y diplomático a un Estado cuya pequeña superficie física contrasta con el alcance de un poder político sustentado en la fuerza espiritual de su creencia.

    Ese que podría resultar uno de los principales triunfos del pontífice más dinámico de la historia papal –incluida parte de la jerarquía católica –, para los mexicanos solo es un hecho sin trascendencia en virtud de su poca repercusión social. Sin embargo-según opinión de Roberto Blancarte, director del centro de Estudios de las Religiones–, Carlos Salinas de Gortari resultó el único beneficiado por los cambios constitucionales, debido al compromiso que con él adquirieron el clero mexicano y el Papa polaco. Quedó demostrado, pues, que ambos jefes de Estado, cuentan con una gran habilidad política y una extraordinaria sensibilidad para manejar a su favor los medios y las circunstancias (“El Economista”, 4 de agosto de 1993).

     En la proclama de Michoacán, los grupos liberales nos han dejado ver que su preocupación nace precisamente de esta influencia y compromiso entre Juan Pablo II y Carlos Salinas de Gortari. 

Erróneamente suponen que el Papa podrá meter su Santa cuchara en la designación del sucesor presidencial. A mi juicio están equivocados porque de acuerdo a las experiencias históricas y a las ambiciones e intereses que privan en el ambiente nacional, sabemos que el pontífice no tiene ni voz ni voto en esos terrenos donde las pasiones rebasan creencias, simpatías y compromisos espirituales. Y menos ahora que Juan Pablo II acaba de realizar la que probablemente sea su última visita al territorio mexicano.

     En la primera ocasión que Karol Wojtyla vino a México (1979), José López Portillo no se dejó influir por el peso emocional de la tiara que portaba su santidad. Designó candidato a quien consideró la persona más adecuada para sucederlo. La segunda visita, aquella que hizo las veces de preámbulo a las Reformas a la Constitución de México, ocurrió en 1990 cuando don Carlos ya estaba en los Pinos. Después de ella se legislaron los cambios que dieron personalidad jurídica a la Iglesia católica y a todas las iglesias que funcionan en el país. Y la tercera, la última que debe ser el broche de oro del gran esfuerzo vaticano para promover la fe, solo sirvió de colofón al arduo trabajo de proselitismo que durante quince años ha realizado el Papa con el objeto de impulsar y promover en el mundo la presencia del credo de Nicea.

     Todo lo demás es una utopía inventaba por la siempre creativa imaginación liberal.

Alejandro C. Manjarrez 

20/VIII/1993.