El poder de la sotana (La derrota del escéptico)

Réplica y Contrarréplica
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Capítulo 43

La derrota del escéptico

El hombre es naturalmente

crédulo, incrédulo; tímido, temerario.

Blaise Pascal

 

La casona del hermano de José Álvarez fue el lugar escogido para llevar a cabo la sesión espiritista. El salón donde iba a ocurrir la reunión se encontraba al fondo del amplio jardín cruzado por veredas delimitadas con arbustos de buganvilias. El padre Carlos María Heredia, uno de los invitados, aceptó acudir al lugar con la condición de que se le permitiera estar como un observador más, pero crítico en extremo. Pidió asimismo que aseguraran puertas y ventanas con candados y cadenas antes de convocar a los espíritus.

“Soy miembro de la Compañía de Jesús y aficionado a la magia con algunos conocimientos de física y química —advirtió al aceptar la invitación de Álvarez—. He aprendido todas las trampas y trucos que acostumbran los espiritistas. Mis investigaciones me ganaron el espacio que ocupo en la congregación donde están afiliadas otras personas también interesadas en descubrir a los farsantes.”

Plutarco Elías Calles y su Jefe de Estado Mayor sabían que en el grupo del sacerdote Heredia participaba Harry Houdini, el famoso ilusionista estadunidense. “Es un reto para mí —había dicho el Presidente—. Sé que el jesuita se ha preparado para evitar que lo engañen. Eso, Álvarez, nos ayudará a saber si los espíritus existen o si sólo son producto de la hipnosis colectiva.”

Heredia llegó al lugar dispuesto a denunciar lo que por sus experiencias suponía que sería otro fraude basado en la presencia de espíritus. Los anfitriones cumplieron con los requerimientos del sacerdote que, entre otras de sus sonadas victorias científicas, figuraba el haber derrotado al escritor Arthur Conan Doyle a quien —publicó entonces la prensa inglesa— le había demostrado que el espiritismo se basaba en un conjunto de trucos y alucinaciones.

Junto con Heredia arribaron otros personajes amigos del presidente Calles. Unos lo hicieron por conveniencia y otros por curiosidad personal o profesional. En total fueron dieciséis los que se reunieron para participar en los trabajos espiritistas. Conforme llegaron al lugar, sin que nadie se los indicara, empezaron a formar la cadena humana común en ese tipo de sesiones. Una vez cerradas puertas y ventanas cada uno de los invitados se miró con los ojos cómplices. Unos recorrían con la vista la decoración del lugar para encontrar algo que saciara su curiosidad. Otros fijaron su atención en el techo del cual pendían algunos juguetes. Hubo quien vio sorprendido que en cada rincón estaba un florero de exuberantes magnolias, flores que despedían el aroma dulce, peculiar y misterioso que perfumaba el ambiente. Diez minutos después todos parecían concentrados y dispuestos a percibir la energía de los espíritus.

Desde el más allá

Junto con la primera manifestación se escuchó el breve sonido de la campana que también colgaba del techo. Casi al mismo tiempo se elevó la pequeña caja de música como si ésta respondiese a la petición de Rafael Álvarez (“Amajur, si existes ocúpate del padre Carlos María”, había dicho provocando la sorpresa de todos): la tapa del instrumento golpeó cerca de la cabeza del padre Heredia. Enseguida aparecieron varias luces pequeñas cuya cauda fue acompañada por el ruido de los juguetes. Entre ese barullo y los destellos se presentó la figura del maestro Joel Amajur. Éste se le mostró al padre Heredia tocándole la cabeza y vertiendo agua en un vaso: la movió agitándola para dársela al jesuita. El sacerdote la bebió sin ninguna precaución. Se hizo un pesado silencio. Poco después apareció el espíritu de la hermana María de Jesús rodeado de un halo de intensa luz: se acercó al padre Heredia iluminándole la cara. Se alejó de él y empezó a repartir flores a los concurrentes. Al retirarse su lugar fue ocupado por el espíritu del maestro Enrique del Castillo: saludó a los asistentes con su seña característica; tres golpes sobre la caja de música. Varias pequeñas luces rodearon a Del Castillo. El voluminoso médium “Luisito” se suspendió en el aire con todo y silla: ciento veinte kilos de carne y huesos se elevaron como si fuese una pluma de canario que flotó hasta llegar al otro extremo del salón. El maestro Amajur se acercó de nuevo a Heredia y como constancia le dejó un papel escrito a mano con la siguiente leyenda: “Tu hermano, querido padre”.

—Amajur, te pido que influyas sobre el ánimo del presidente Coolidge; que se dé cuenta y acepte que sus colaboradores y espías actúan en contra de México. Soy Calles, el presidente.

La voz de Plutarco produjo un eco extraño en cuyo rebote se alcanzó a escuchar un “sí, lo haré” reverberante. Después se oyó: “Ha muerto la madre Concepción, hermana del padre Miguel, su espíritu está aquí conmigo y… ”. El sonido cesó. Nadie hizo caso a la segunda frase de Amajur (“su lugar lo ocupó otra Concepción, la que se hace llamar Juana”). La sesión siguió su curso hasta que el jesuita invitado quiso comunicarse con el ectoplasma:

—Maestro Amajur, déjanos una prueba de tu etérea presencia. He puesto cera y está disuelta dentro del recipiente colocado sobre aquella mesa —dijo Heredia al tiempo que señalaba el mueble.

La incorpórea figura flotó hasta donde estaba la cera y metió la mano derecha en la vasija de barro. Se escucharon siete detonaciones y en seguida la voz de Amajur: “En el nombre de Dios y de los Siete Cirios, el César caerá asesinado por el fanatismo representado por dos llaves cruzadas, una de plata y la otra de oro.”

Poco a poco bajó la tensión del grupo. De repente escapó de su jaula uno de los pájaros que por haber estado inmóviles parecían disecados. Aleteó por toda la habitación hasta que se paró justo en el regazo de una de las asistentes: “¡Tengo un pájaro entre las piernas, está caliente y se mueve!”, alertó asustada. El resto soltó la carcajada para, sin habérselo propuesto, acabar con la sesión espiritista. Luisito volvió a su silla y los espíritus de Amajur, Del Castillo y de la hermana María de Jesús regresaron a su dimensión. Heredia se quedó sentado como si alguien lo hubiese clavado. No se movía ni hablaba.

¡Padre Heredia! —Gritó Calles—. ¡Quiero escuchar su opinión!

Confrontación de energías

Rafael Álvarez, que ya había quitado candados y cadenas, invitó a todos al jardín para mostrarles la colección de aves tropicales cuya morada era una jaula con clima artificial: “El calor surge de la tubería que circula agua caliente”, explicó Rafael antes de iniciar la que él llamo “sobremesa espiritista”. Plutarco y el padre Heredia decidieron separarse del resto del grupo para caminar rumbo al enorme árbol magnolia lleno de flores y botones que parecían corazones blancos a punto de reventar. Tenían muchas cosas qué decir, pero el tema de conversación se centró en sus coincidencias científicas. 

—Señor Presidente: confirmamos lo que León Denizart Rivail o Allan Kardec llamaba el poder del magnetismo… Y pensar que todo ese conocimiento empezó con las mesas saltarinas… —dijo Heredia provocando a Calles con la intención de indagar sobre sus conocimientos.

Calles lo vio con su mirada socarrona y reviró:

—No sólo eso, Sacerdote, también confundió a los positivistas que habían sacado provecho al deterioro de la religión. La razón como enemiga del sentimiento, ¿se acordará usted? Los conceptos de Schiller y Comte calificados como insólitos o monomaniacos gracias al desarrollo de la filosofía que propuso Kardec valiéndose de su información científica.

—Sí, tiene Usted razón —convino Heredia—, en las comunicaciones o mensajes de ultratumba Kardec incluyó su método de comprobación partiendo de experimentos que buscaban demostrar la existencia de los espíritus y su fuerza magnética. Lo paradójico es que se basó en el pensamiento positivista para demostrar los fenómenos metafísicos…

—La lucha eterna de lo científico contra lo moral, lo filosófico y lo intangible, señor Sacerdote. Como usted dice: es paradójico que los fenómenos metafísicos hayan servido de consuelo a las iglesias en crisis enfrentadas a la filosofía moderna e incluso a la misma ciencia positivista. De ahí el crecimiento del espiritismo ayudado por la ciencia que cual tromba cayó sobre las religiones. Ahora el consuelo mágico es la posibilidad de comunicarse con los muertos…

Heredia aprovechó el breve silencio de la conversación para traer a tema la salida del país de Mora y del Río:

—El arzobispo Mora era un hermano ejemplar —empezó a decir con una inflexión de reclamo—. Fue mi maestro y tutor por eso sé de sus atributos…

Calles carraspeó para enseguida espetar seco, rudo, enfático:

— ¡Su hermano fue un hijo de la chingada que intentó traicionar a México! ¡Dele gracias a Dios que no lo consignamos, juzgamos y ejecutamos como merece cualquier homicida intelectual y ladrón de dignidades, de nacionalidad y también de almas! ¡Y no sólo eso! ¡También fue autor intelectual de decenas de miles de muertos!

Al escuchar a Calles, José Álvarez acudió presuroso y preocupado hasta el lugar donde estaban su jefe y el sacerdote.

—Acompáñelo, General. Heredia ya se retira. Y Usted —agregó dirigiéndose al prelado— tendrá que abandonar el país antes o después de que ordene su deportación, como quiera y le guste.

Carlos María Heredia se quedó callado, atónito. En su mirada se confundía la comprensión que le obligaba su religión y la ira provocada por su condición de hombre, expresión esta última que lo mostró como un ser humano cualquiera al cometer uno de los siete pecados capitales consignados por el catolicismo, el de la ira precisamente.

—Pero antes de abandonar el país —respondió el clérigo haciendo acopio de la tradicional prudencia jesuítica— le haré llegar al grupo las constancias y mi opinión sobre lo que vi esta tarde llena de sorpresas. E incluso con una copia para Usted.

—Hágalo si eso le dota de tranquilidad —dijo Calles mientras daba la media vuelta para dirigirse a la “sobremesa espiritista”—. Pero nunca olvide que la obligación de los gobernantes es procurar el respeto a las leyes, mandatos que su mentor y maestro se pasó por los huevos, por cierto nada celestiales…

Heredia se quedó impávido viéndolo cómo se alejaba: la espalda del sonorense, por cierto nada espiritual, se había quedado grabada en el neocórtex del cerebro.

Alejandro C. Manjarrez