Pero hay que tener esperanza (aunque a la pobre la persigan para conseguirse una mayor burla a lo que significa decentemente el bien), en fin, ¡hay que tenerla!
Dondequiera que se desee un daño a alguien hay odio; pero, para que se sepa eso, la evidencia es que se desea desde la inmoralidad, desde la sinrazón y desde cierta cerrazón u obsesión. Sí, por seguro, ya que el odio es algo humano (o social), no solo por revanchas o justicias personales, sino también por no tolerarse en la vida de otro hechos o conductas que solo son diferentes, chocantes y que, además, sugestionan un hacer daño (sin que realmente se haga con una intención concreta).
El odio se inicia o se desenfrena siempre por causa de un factor psicológico, por: envidia, exceso de orgullo, narcisismo, incomprensión o cerrazón, miedo extremo, celos, intolerancia a otra ideología o a otra religión o raza, fanatismo, guerra, desequilibrio, idolatración del mismo mal, desamor o venganza. Es decir, tiene una raíz psicológica.
El odio, y según sus causas, puede incluso (de una manera desapercibida) acomodarse en la personalidad de alguien y ya, así, actuar cotidianamente sin reparo alguno; sí, mezclándose con los actos que se hagan de bien. Lo que quiero decir es que, un determinado odio, ”se hace normal” y justificado en el pensar y en el actuar de una persona. El odio (en el fondo) es justificar sinrazón en alguna gran responsabilidad con los demás o prescindir de algo ético en cualquier trato social, algo que maltrata la dignidad de los demás.
No obstante, el odio también se transmite, se educa o “se pone en valor” dentro de una cultura a través de sus normas-leyes, de sus gobernantes, de sus políticos y de sus intelectuales. Ahí es en donde las consecuencias del odio son muy peligrosas, porque son muy difíciles de controlar (o aun de conocer).
Y se realiza ésta última clase de odio siempre por falta, sobre todo, de valores éticos y de responsabilidad (sí, que solo es garantizada por un no ninguneo de la racionalidad), ¡ése es el caldo de cultivo! al cual los intelectuales en boga no le prestan una mínima atención. En verdad, sobre esa base, se desarrolla un lenguaje social nunca claro o racional o equilibrado, sino siempre “idiotizado”, sí, de un proteger modas o estéticas o caprichos mediatizados, de un obedecer a demagogias o a bulos que ya están instalados en la sociedad inconscientemente.
El caso es que, tal lenguaje (lógicamente “de idiotas”), es el que manda, el que da premios o “el que reparte el bacalao” o el que dicta al fin y al cabo en todos los estamentos sociales; y hasta tal punto que, el separarse de esa linealidad, puede ser incluso castigado, penado, burlado o perseguido. O sea, el que no entre alguien en ese rebaño.
Pero hay que tener esperanza (aunque a la pobre la persigan para conseguirse una mayor burla a lo que significa decentemente el bien), en fin, ¡hay que tenerla! Piensen que algún día habrá ya algo nuevo bajo el Sol o algún español más que se salga del rebaño, piensen que algún día incluso los jueces al fin harán justicia ya con la cabeza. Sí, ése día se llamará Libertad. ¡Bendito sea!