—A ver, para ustedes ¿cuál es la universidad de México que garantiza el éxito de los jóvenes emprendedores? —Lanzó uno del grupo de profesionistas reunidos en un café de la ciudad de Puebla.
Se hizo el pesado silencio que me dio la oportunidad de hurgar en los rostros con el propósito de adivinar cuál sería la respuesta. Percibí en cada uno el deseo de ponderar a su alma máter. Pero nadie quiso hacerlo quizá para evitar el rechazo o el reclamo del resto. De repente las miradas de los cuatro académicos se centraron sobre mi persona como si se hubiesen puesto de acuerdo para buscar una opinión imparcial. Sentí el peso visual y por ende un complicado compromiso. Intenté decir que yo sólo era un invitado casual, de piedra y ajeno a esa digamos que disputa especializada. Sin embargo, me ganó el deseo de aprovechar la oportunidad para hacerla de juez a sabiendas de que mi sentencia sería recurrida por tres de ellos, los que no estudiaron en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
—Lo que escucharán —dije consciente de que provocaría una controversia positiva para mí oficio— es la opinión de un periodista cuyo criterio se basa en la simple observación de lo que no se puede ocultar: la riqueza. Bueno también en la costumbre de leer, indagar y analizar aquello que suele esconderse en los entresijos de la festinada transparencia o cubrirse bajo el ropaje de los prestanombres.
Mis palabras lograron su objetivo. Cada uno de los académicos me miró como si yo fuera un pobre pendejo que se había atrevido a retar su paciencia y sabiduría. El silencio se prolongó pero ya incrementado con la carga de los cuestionamientos visuales, interrogatorio mudo que me obligó a decir sin ambages lo que pensaba.
—Antes de que opinen o me flagelen, permítanme argumentar la sentencia que acaban de escuchar —acoté aprovechándome de la sorpresa—. Durante varios años ha visto crecer culturalmente y económicamente a los rectores de la Benemérita. Me consta que varios de ellos ingresaron al cargo con una modesta situación financiera y que cuando terminaron su gestión lo hicieron millonarios, además de políticamente poderosos. Es un llamémosle fenómeno que no ocurre en otras universidades donde los rectores son empleados de los dueños o socios de las instituciones de las cuales egresaron.
Ya no hubo careo y la reunión concluyó. Pudo haber sido una coincidencia dado que los interlocutores tenían que retirarse para cumplir con su agenda del día. O tal vez mi franqueza los molestó porque, en efecto, el éxito económico de sus compañeros universitarios no se comparaba con el de los rectores que durante el último cuarto de siglo manejaron el subsidio y los ingresos de la BUAP. Y también la obra civil. Y desde luego las empresas outsourcing contratadas ex profeso para atemperar desde la carga fiscal hasta el manejo financiero. Y la concesión que suele darse a los amigos dispuestos a fungir como testaferros. Y el manejo del efectivo que cual caudaloso río mana en ciertas épocas como si tratara de lavar las piedras. En fin…
Todo ello condujo a los universitarios de la “nueva ola” a mejorar la perspectiva de la institución poblana. En especial al maestro Alfonso Esparza Ortiz cuyo propósito, según lo arguye, se centra en convertir a la BUAP en la mejor universidad pública del país, idea que por cierto le escuché a Manuel Bartlett Díaz cuando éste fungía como gobernador del estado.
El Ave Fénix
“Haré de la de Puebla la mejor universidad de México”, me dijo Bartlett cuando le respondí alguno de sus cuestionamientos sobre mis críticas al entonces rector José Doger Corte. Después expuso sus razones y argumentos para tratar de desmasificar a la Benemérita, a partir del diagnóstico que mandó hacer y el Proyecto Fénix que su gobierno diseñó. “Le he pedido al rector que consienta a los jefes de línea”, soltó confiando en que el periodista captara su mensaje, propósito que tuvo éxito porque me di cuenta del repentino cambio de estatus económico en los directivos de la Universidad. Dicho lisa y llanamente: varios de ellos recibieron el espaldarazo financiero que les abrió el mundo de las finanzas y, en consecuencia, la puerta a los compromisos que suelen bordear los límites de la ley… y de la ética.
La Benemérita dio un giro hacia rumbos mucho más halagüeños y espectaculares. El hecho ocurrió sin que se frenara su inercia ideológica ni tratara de cambiarse el pensamiento crítico y popular que se formó después de varias intentonas gubernamentales destinadas a convertir a la institución en uno más de los tentáculos políticos de gobernantes chambones y obtusos. Por ventura la BUAP siguió su curso. Y ni Pepe Doger ni los Enrique (Doger Guerrero y Agüera Ibáñez) se atrevieron a alterarlo. Menos aún los gobernadores con los que los mencionados rectores negociaron (Manuel Bartlett Díaz, Melquiades Morales Flores y Mario Marín Torres). El Fénix y el Minerva detonaron el crecimiento académico, científico y cultural universitario.
Nuevos aires contra viejos vicios
Han pasado los años y sigue vigente lo que dije en la reunión casual con los profesionistas, pero ahora con el siguiente agregado que acompaña a la bonanza financiera de sus directivos:
La revolución hizo justicia porque aumentaron los beneficios y las prestaciones que ya quisieran la mayor parte de los académicos de las universidades privadas. Junto con ello también se incrementó el nivel académico y los programas que, según pintan las cosas, lograrán más lauros para la Benemérita. Los nuevos aires podrían impedir la prevalencia de los viejos vicios. Empero, lo peligroso es que en esa nueva dinámica meta mano el gobierno, circunstancia que daría pábulo para que la Universidad se convierta en un botín político con las variables que promueve la corrupción, digamos que institucionalizada.