La brigada terminal (Capítulo 7) La inauguración

Réplica y Contrarréplica
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La inauguración

Capítulo siete

 

Los vientos de marzo aplacaban un poco la ola del calor que agravó el tráfico vehicular del Distrito Federal. Cientos de automóviles transitaban a vuelta de rueda conforme la luz del semáforo se los permitía. La avenida principal y las calles adyacentes al Aeropuerto Internacional Benito Juárez, se habían convertido en uno de los sitios preferidos por los asaltantes-peatones que circulaban entre los coches haciéndose pasar por vendedores ambulantes. Al acercarse a ofrecer su mercancía indagaban quién podía ser la próxima víctima. Y sin que el conductor seleccionado lo notara, uno de esos bandoleros dejaba sobre el toldo un pedazo de chicle u otra señal. El ratero habilitado como “inspector” era observado a cierta distancia por sus cómplices encargados de la segunda fase del asalto.

         Entre esos cientos de automóviles se encontraban cuatro cuyos ocupantes se comunicaban mediante un sistema de radio imperceptible para la gente valiéndose de nombres en clave.

         –Prepárate “Persa”, ya te escogieron. Pon a la vista tu celular, ¡que se vea!

         –Enterado…

         Segundos después en la frecuencia se escuchó otro aviso:

         –Estamos de suerte, “Siamés”, también fuiste seleccionado. Todos en alerta.

Como si se tratase de un comando de asalto, casi al mismo tiempo pues, los dos grupos de ladrones cumplieron su objetivo. “¡Dame el reloj y tu celular jijo de la chingada. Y no la hagas de tos porque te mueres en este instante!”. “¡No te muevas ni parpadees pendejo, ni me mires si quieres vivir. Échame tu relojito, tu cartera y tu teléfono. Ya, rápido, o te meto un balazo en los güevos!”. Segundos después el coordinador de la operación que estaba atento a los asaltos preguntó:

         –¿Estás bien, “Persa”? Y tú “Siamés” ¿cómo te encuentras…?

         ­La respuesta positiva que habían acordado (“Se llevaron el queso”) escucharon uno y otro. El radio quedó en silencio hasta que Simón dio la orden:

         –¡Activen!

         Casi al instante se escucharon dos explosiones sordas y, tal como sucedió con la primera experiencia de Simón, los cuerpos de los ladrones quedaron dispersos y fraccionados sobre el pavimento y además expuestos al estupor de la gente. Ya no hubo estertores debido a que la muerte de los asaltantes fue instantánea.

         –Cálmense. Cierren sus cristales y procuren no involucrarse con sus vecinos.

         –Viene hacia mí un policía –dijo uno de ellos a Simón.

         –Ya sabes la respuesta, “Siamés”, tranquilo.

         En efecto, el agente tocó el vidrio de la ventanilla y “Siamés” accionó el control para bajarlo, digamos que comedidamente.

         –Dígame oficial, ¿en qué puedo ayudarlo?

         –¿Lo acaban de asaltar? –preguntó el policía.

         –No señor, para nada. Alguien se acercó con esa intención pero no abrí la ventana. Vea usted, está blindada –respondió Siamés señalándole el grosor del vidrio. Y a propósito oficial, ¿podría ayudarme a salir de aquí cuanto antes? Tengo que llevar a mi esposa al hospital –le dijo al policía al tiempo que señalaba con la vista al asiento trasero.

         –Ahorita le hago cancha, señor –respondió atento el agente impresionado por la apariencia de uno de los miembros de la Brigada Terminal que ocupaba la parte trasera del vehículo. Se ve muy mal su señora…

         En seguida el guardián hizo sonar su ocarina y manoteando con energía logró abrir un espacio para darle salida al vehículo que conducía “Siamés”. La maniobra de Persa fue más fácil debido a que su auto quedó justo en una bocacalle por la cual salió del congestionamiento sin problemas.

–Dos criminales menos –dijo Simón al grupo que reunió con el propósito de hacer el balance del día anterior–; los felicito por su precisión y comportamiento. Iñaki, felicidades por la eficacia de tu explosivo. Según lo que leí en la prensa y escuché en las noticias, debo decirles que la coincidencia en la información es para que nos congratulemos. La versión oficial dice que se trató de un ajuste de cuentas entre narcotraficantes. ¡Perfecto! Amigos, amigas, nos hemos inaugurado muy bien, mucho mejor de lo esperado…

         Beltrán interrumpió la alegría de Simón al justificar el efecto de su explosivo: –Espero que pronto contemos con aparatos más efectivos y menos sangrientos; algo cuyo efecto demoledor no sea tan obvio…

         El aplauso del grupo para el grupo acabó con las preocupaciones éticas e inició lo que fue la fiesta inaugural de la Brigada Terminal. Empezaba así el plan de hacer del Distrito Federal, una ciudad habitable tanto por la moral pública como por el comportamiento de sus habitantes.

En la noche del día en que los trabajos de la Brigada quedaron formalmente inaugurados, se reunieron los jefes de las delegaciones cercanas al lugar donde había ocurrido el extraño percance. Deliberaron y analizaron los hechos y la conclusión fue contraria a la versión que ellos mismos habían promovido.

–Es obvio que esto se trata de una vendetta muy sofisticada –dijo el capitán Florentino Corona–; algo parecido al trabajo del vengador. ¿Se acuerdan de esa película, verdad? –preguntó a sus compañeros y sin esperar la respuesta agregó–: Aunque este tipo de venganzas nos ayuden porque quitan la basura de nuestro camino, difiero con el método porque si sigue, tendremos muchos dolores de cabeza debido a que las muertes podrían quedar sin resolverse…

–Coincido contigo, capitán –intervino Arturo Ventura, uno de los investigadores invitados a la reunión–: se nota que estamos ante una poderosa organización con acceso incluso a tecnología armamentista avanzada. Quién sabe en qué manos esté y cuáles sean sus objetivos. Podría tratarse de un ejercicio piloto para probar la técnica. Y eso nos ubica ante un futuro incierto y además nos expone a que la prensa se ensañe con nosotros…

–Así es, Arturo –dijo el capitán–; por esa razón me adelanté a pedir el apoyo de un especialista cuya experiencia le ha ganado la fama de ser el mejor de los técnicos en el uso clandestino de explosivos con técnicas sofisticadas. Los servicios de seguridad de Israel, el FBI, la CIA y la corporación conocida como boinas verdes, figuran en su currículo. –Después de hacer una larga pausa, Corona usó su brazo derecho para cual torero realizar un movimiento de noventa grados recorriendo el espacio de la habitación hasta encontrarse con el agente invitado. Fijó su vista en él y agregó con entusiasmo–: Les presento, pues, a Juan Hidalgo, nuestra mejor carta en el tema terrorismo...

El tipo era delgado en exceso y de una palidez que le daba apariencia de enfermo. Para quienes no lo conocían, la introversión de Hidalgo lo presentaba como un ser petulante y ajeno a lo que le rodeaba. Sin embargo, sus ojos revelaban la determinación que distingue a las personas con un coeficiente intelectual elevado. Y esa mirada le ganaba el respeto de sus compañeros.

–Juan –dijo el capitán Florentino Corona– se hará cargo de conducir la investigación. Puede tratarse de una casualidad pero también es probable que las tres muertes obedezcan a un muy bien elaborado plan de venganza, digamos que selectiva. Habrá que ir eliminando las posibilidades hasta que se descubra el origen, si acaso existe semejante plan, de los aparatosos crímenes. Lo obvio, porque salta a la vista, es la eficacia del método para matar, algo que, insisto, es inédito en esta siempre sorpresiva ciudad de México que, debo decirlo, se ha convertido en una metrópoli llena de noticias sangrientas.

–Gracias capitán –terció Hidalgo levantándose de su silla para hacer más patente su agradecimiento al coordinador de la reunión. Dio unos pasos con la intención de ubicarse frente al grupo. Carraspeó y tomó la palabra–: A priori puedo afirmar, y espero equivocarme, que la tecnología está siendo usada con el propósito de impulsar a los nuevos demonios de la sociedad, personas difíciles de detectar y tan complicados que ni sus propios médicos (los psicoanalistas, claro) logran entenderlos. Me parece que son individuos con la capacidad científica e intelectual suficiente para trastocar la filosofía del medio en que se desenvuelven. Permítanme ustedes la siguiente hipótesis: han logrado montarse en el ritmo actual de cambio con la intención, deliberada o no, de acelerar lo que algunos consideran el proceso de desunión que amenaza al mundo; es decir, el resquebrajamiento de las generaciones por venir. Estamos, pues, en una época de alto contraste en la cual, por un lado, el crimen (algunos de ellos) reflejan la línea de conducta del Estado y sus instituciones, y por otra parte porque con el uso de la violencia se resuelve aquello que resulta imposible para el gobierno. Es lo que, supongo, estamos empezando a ver: grupos que ante la impotencia de la autoridad han decidido hacer la justicia por propia mano. La nueva versión de Fuente Ovejuna, con la variante de que la indignación popular dejó los palos para utilizar armas de una gran eficacia destructiva.

Los asistentes a la reunión parecían confundidos unos y otros sorprendidos. El marco conceptual del tema resultaba familiar a varios de ellos sí, pero como una de las tantas teorías de las agrupaciones científicas preocupadas por el futuro de la humanidad, como es el caso de las ecológicas. Nadie intervino a pesar de que el invitado hizo pausas con el deliberado propósito de escuchar alguna opinión. La falta de participación confirmó que había un acuerdo tácito basado en las limitaciones legales para el empleo irresponsable de la tecnología subordinada a los intereses del Estado, o bien por la adoptada por empresas o grupos con suficiente dinero, con una dirección científica colegiada y con la misión de sacar provecho a la ciencia y la tecnología.

Juan Hidalgo aspiró una bocanada de oxígeno preparándose para concluir su intervención. Circunspecto les dijo:

–Les pido a ustedes, señores, que olviden esta conversación y también al de la voz. Requiero de su silencio y discreción para hacer mi trabajo. No me volverán a ver hasta que cumpla mi cometido. Y éstas, se los digo con respeto, son las condiciones que pactamos el capitán Corona y su servidor. Borren mi nombre de su memoria y soslayen mi presencia donde quiera que estén, incluso si es que alguna vez se sientan a mi lado. Hagan de cuenta que no existo. De ello depende el éxito de todos nosotros. Recuerden que podríamos estar frente a un grupo cuyo infortunio es su propia locura.

Sin esperar comentarios a sus propuestas y peticiones, Hidalgo salió del lugar después de hacer una reverencia al grupo que lo escuchó. Daba por hecho que su identidad estaba a salvo.

Alejandro C. Manjarrez