Cuando Mario Riestra Venegas se refiere a las inversiones extranjeras que está negociando para bien de Puebla, nos deja ver un gran entusiasmo, aunque su éxito dependa de voluntades y proyectos extranjeros...
Cuando Mario Riestra Venegas se refiere a las inversiones extranjeras que está negociando para bien de Puebla, nos deja ver un gran entusiasmo, aunque su éxito dependa de voluntades y proyectos extranjeros. Nuestro flamante secretario de Economía quizá haya escogido el financiamiento foráneo como la más viable y única alternativa para impulsar el estado y, por ende, las fuentes de empleos. Su empeño en captar capitales de otras partes nos induce a pensar en tres cosas: 1) que los poblanos se niegan a traer su dinero de los Estados Unidos; 2) que el gobierno actual está más decidido que nunca a impulsar el sector productivo, haciendo de lado la pazguatez de sus actuales propietarios; y 3) que la única opción es importar recursos de donde se pueda y mientras se pueda. Sin embargo, y por si no lo ha pensado, vale la pena pedirle a don Mario que persista en su empeño de convencer a los inversionistas poblanos tanto o más entusiastas que él, a pesar del lastre que el gobierno actual heredó del mandato anterior.
Antes de platicarle al lector sobre una de las actitudes del régimen pasado que aumentaron el peso muerto de la herencia referida, vaya la anécdota del “cochupo” para demostrar la forma en que influyen las inclinaciones personales y por qué la sociedad se ha vuelto desconfiada.
Me contaba el científico poblano Sergio Beltran López (premio nacional de informática) que él y el director de una importante fábrica de conductores (omito el nombre porque no lo recuerdo) habían expuesto ante Mariano Piña Olaya, a la sazón encargado de las compras de la Comisión Federal de Electricidad, todas y cada una de las ventajas del producto que querían colocar en ese organismo público descentralizado. Una vez terminada la complicada explicación técnica, el comprador oficial dijo más o menos lo siguiente: “Quizá tengan ustedes razón en todo lo que me han dicho, pero para que nos entendamos mejor, díganme: ¡cuánto me va a dejar la operación!” Hasta allí llegaron las pláticas.
Veinte años después el mismo funcionario arribó a Puebla con el encargo presidencial de ocupar el máximo puesto público de la entidad. Una vez sentado en el despacho de Palacio, se enfrentó a una disyuntiva: impulsar la economía del estado realizando promociones con los inversionistas de casa y especialmente con los de fuera, incluidos los extranjeros interesados en México, o poner en práctica experiencias personales como la del “cochupo”. De cualquier manera su presencia repetía la promesa de cada seis años, renuevo que daba pie a la aparición de proyectos y ofertas de capitales por ejemplo:
El primer poblano emprendedor que surgió a la escena, fue Pedro Cañedo Benítez, quien estaba seguro de poder convencer a sus coterráneos para que unidos establecieran en la entidad la primera línea aérea comercial. Las condiciones estaban dadas, pues ya funcionaba el aeropuerto de Huejotzingo. Don Pedro buscó y obtuvo todos los permisos: rutas, créditos, estudios (de catorce marcas, la Boeing canadiense fue la escogida, porque su avión de 45 pasajeros – el Dash turborreactor– resultaba el ideal como aeronave alimentadora, y también la British Airways, por las características de sus jets de mayor capacidad). Todo caminó sin tropiezos hasta que Cañedo se enfrentó al conservadurismo de sus paisanos y al desinterés del gobernante. He aquí parte de la historia.
Piña Olaya le concedió a Cañedo el tiempo suficiente para medirlo. Y como su propuesta no llevaba ningún mensaje, lo mandó con Adolfo Cazáres, el secretario de Economía. Finalmente fue recomendado a Kamel Nacif Borge, quien hizo una contrapropuesta: Buscar otra marca de avión dispuesta a financiar totalmente la operación. De ahí no pasó.
Después y con el apoyo técnico de la Boeing, Pedro Cañedo organizó una reunión para que los ricos del estado escucharan la oferta trasnacional destinada a captar capital poblano. De los veinte que asistieron, solamente uno –Raúl Pardo Villafaña– levantó la mano. A final de cuentas ningún otro quiso entrarle al negocio, porque ello implicaba aportar dinero. Un año después empezaron a nacer pequeñas empresas aéreas en otros estados de la República donde según creo, los gobernadores no pidieron su mochada.
28/VI/1993