El retiro político de Manuel Camacho Solís, aunque provisional (siete meses), da un respiro a la política nacional que hasta la semana anterior estaba bifurcada gracias al protagonismo del ex regente...
Define que la lucha por la sucesión es entre los aspirantes registrados para contender por la Presidencia de México, quienes –quiérase o no– vivían distraídos y asustados por el fantasma de un interinato presidencial apoyado en la reanudación de las hostilidades en la selva chiapaneca.
De igual manera reencauza el manejo del conflicto que estaba ventilándose sin solidez ni representatividad legal, pues la función del ex comisionado para la paz se ubicó en el mismo nivel que el de Samuel Ruiz y el del anónimo “subcomandante Marcos”, es decir fuera de la ley y sin la personalidad constitucional para tomar determinaciones sobre el futuro de los mexicanos.
Además de ello también congratula a los políticos y funcionarios salinistas que ya estaban hasta la coronilla de tanta influencia camachista y tantas intromisiones en el poder público.
El PRI es otro de los beneficiados por la decisión del hombre que en el menor plazo tuvo los más importantes cargos administrativos. Esto es porque se desvanece la sombra que cernía sobre Ernesto Zedillo quien, al igual que Luis Donaldo Colosio estaba perdiendo imagen, tiempo y oportunidades al dedicar gran parte de su esfuerzo a defenderse de indirectas, presiones, golpes bajos y una que otra de las perversidades del sistema que vulneraron el esfuerzo del candidato asesinado en Tijuana. Y ni hablar que también hay varios perdedores: unos son los integrantes del proyecto camachista y otros los beneficiarios de su protagonismo, del río revuelto que ocasionó. El ejemplo: el panista Diego Fernández de Cevallos, candidato que en varias ocasiones presumió de su cercanía con el efímero canciller.
Como usted seguramente recuerda, Camacho Solís durante mucho tiempo fue operador político del presidente Salinas. Desde que empezó en su campaña estableció buenas relaciones con los grupos de la oposición. Su eficiencia en esas comisiones le permitió incrementar la confianza que le tenía el primer mandatario; sin embargo también le atrajo muchos enemigos, porque lo mismo actuaba como una especie de cuña con autorización de meterse en todas partes, que como emisario de Los Pinos. Lo hizo en la Secretaría de Gobernación, antes y después de llegar a la Presidencia Carlos Salinas. De igual manera se introdujo en la política magisterial en aquellos días a cargo del ahora gobernador de Puebla y más tarde de Ernesto Zedillo. Incluso se dice que instruyó a sus amanuenses para que golpearan a Ernesto Zedillo por los libros de texto gratuito. Y vimos cómo por su cercanía familiar con el clero católico sirvió de enlace en muchas de las negociaciones que modificaron la Constitución, dando personalidad jurídica a las iglesias de México.
Está claro, pues, que Camacho no supo administrar el poder que adquirió como factótum del gobierno mexicano. Además de sentirse el elegido para gobernar este país, chocó con casi todos los secretarios del gabinete salinista, en especial con José María Córdova Montoya algo que –creo– deberíamos agradecerle porque con esta lucha, el poder de ambos fue desgastándose hasta concluir una más de las anécdotas de un sistema político que, según parece, seguirá vivito y coleando porque todavía no nace quien pueda cambiarlo.
20/VI/1994