Los Estados Unidos y la rebelión de Serrano y Gómez (Anexo 3)

Réplica y Contrarréplica
Tipografía
  • Diminuto Pequeño Medio Grande Más Grande
  • Default Helvetica Segoe Georgia Times

Anexo 3 

El panorama político interno durante el período de gobierno del general Plutarco Elías Calles era desesperado. La razón: existían muchos individuos con ambiciones presidenciales para el siguiente mandato. Apoyados en la crítica situación internacional por la que atravesaba el país, así como en lo delicado del problema interno originado por el Clero, los que deseaban suceder a Calles se dedicaron a realizar una serie de intrigas y a organizar levantamientos militares pensando en que éste no los apoyaría en sus intenciones.

Uno de los posibles candidatos era el general Arnulfo R. Gómez: ante el temor de no contar con el apoyo del pueblo mexicano ni del propio Calles, se dirigió en demanda de ayuda a los Estados Unidos, prometiéndoles derogar las leyes que el Departamento de Estado indicara. Desde luego se refería a las leyes que ocasionaron la controversia en materia de petróleo, o sea las reglamentarias del artículo 27 de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos de 1917.

El embajador Sheiffield envió un memorándum secreto al subsecretario de Estado en Washington referente a la propuesta de Gómez. Decía el documento:

ASUNTO: Conferencia de la mañana del sábado 30 de enero de 1926. (Informes políticos de México).

1.- Tengo el honor de informar a usted lo siguiente: a las nueve de la mañana ordené al attaché militar y a otros jefes de la Embajada conferenciar conmigo sobre su cable confidencial. Los siguientes asuntos fueron discutidos: la pro- posición de Arnulfo Gómez es un asunto que esta Embajada no debe considerar. Sugiero que su comunicado al secretario de Estado no debe ser contestado. El simple hecho de que su comunicación se conteste (por escrito), tendería a indicar nuestra aprobación oficial de su “ofrecimiento”. Nuestro attaché militar local me hace notar que las ambiciones presidenciales del general Gómez serían desastrosas por lo que concierne a ambos gobiernos. Estoy de acuerdo. El general Gómez indica que él será el próximo Presidente de México “aún cuando se necesite la fuerza”. Tomamos esto como una amenaza no sólo para el gobierno constituido de México, sino aún para el elemento militar de Washington. Gómez aún declara que puede contar con Serrano y el elemento militar para apoyarlo. 

Nuestras informaciones son que Serrano ha hecho compras considerables de municiones de las cuales solo un 10% ha sido recibido en México. Gómez como jefe de la Jefatura Militar de Veracruz está por consecuencia en una posición estratégica favorable para controlar la entrada de las armas de Serrano. El hecho es que todo hace presumir que Gómez quiere entrar en una conspiración con el Departamento de Estado para derrocar al presente gobierno Mexicano, cosa que no está de acuerdo con la política del Departamento de Guerra (de los Estados Unidos). Noto que Gómez dice: “Si fuera presidente se vería cómo ciertas leyes se retirarían o se promulgarían como lo ordenase el Departamento de Estado”. Quizá pudiera ser verdad, no obstante, creemos aquí que una alianza tan estrecha no sería benéfica. El attaché militar me aconseja que el incidente se considere terminado por lo que a nosotros se refiere, y estoy completamente de acuerdo con esta opinión. Tengo el honor de ser su servidor obediente, James R. Sheiffield, Embajador de México. Rúbrica.

El 3 de marzo de 1927 uno de los informantes de la Embajada Americana sobornados por Luis N. Morones, secretario de Industria, Comercio y Trabajo, le comunicó que:

Ayer se recibió un cable dirigido a Sheiffield, diciéndole que se informara con el general Arnulfo R. Gómez, si el general Peláez era su apoderado para tratar cualquier asunto en los Estados Unidos. Inmediatamente mandaron al mayor Cheston a localizar a Gómez esa misma noche. Todos los informes hacen presumir que el general Gómez piensa levantarse en armas a mediados de este mes. Informaré de la contestación que dé el general Gómez a la Embajada.

Luis N. Morones dice que de otro de sus informantes obtuvo la noticia de que el mayor Cheston, según informe confidencial del 6 de mayo de 1927, comunicó a la Embajada que el general Gómez lo comisionó para que fuera a Washington a investigar si el general Manuel Peláez, había conseguido dinero de las compañía petroleras para su campaña política o para la lucha armada si ésta fuera necesaria. El propio Cheston dice en su carta informe:

...Desconfiando de Peláez se negaron a dar ayuda, además de que no creyeron lo suficientemente fuerte al General Gómez para controlar la situación militar del país.1

Los Estados Unidos desconfiaban de Gómez y Sheiffield consideraba que una alianza con él no sería benéfica para la política norteamericana. La razón de esta actitud se basaba en que Gómez era un hombre vanidoso, fatuo y muy poco preparado. En su oficina de la Jefatura de la Primera Zona Militar en el Distrito Federal, tenía en un marco de oro la siguiente sentencia: “Si quieres la paz, prepárate para la guerra. Arnulfo R. Gómez”, cuando todos sabían que éste célebre apotegma existe desde la época romana, en donde el filósofo Vigencio decía Si vis pacem para bellum.2

El gobierno norteamericano estaba muy preocupado por la sucesión en México, pues temían que si no daban resultado sus intrigas para derrocar al presidente Calles, su sucesor continuaría con su misma línea política en materia de petróleo.

Otro aspirante a ocupar el lugar que dejaría Calles al terminar su mandato era el general Álvaro Obregón, quien lo había precedido en el cargo de primer mandatario de la nación. Ya desde los primeros meses de 1926 empezó a surgir un estado de inquietud en todo el país, lo que motivó que el 18 de febrero del mismo año, el cónsul norteamericano en Mazatlán Sinaloa, William P. Blocher, enviara un informe confidencial al secretario de Estado en los siguientes términos:

Las siguientes personas llegaron a Mazatlán el 14 de febrero, de la ciudad de México, vía Tepic Nayarit: generales Topete y Macías, señor Carlos Vega, subsecretario de Relaciones Exteriores, señor Alejandro Bey, director del Banco de Emisión, señor Julio Gayón, consejero confidencial del presidente Calles y el doctor Osuna, general cirujano del Ejército. También dos senadores cuyos nombres no me fue posible averiguar. A este grupo se unió en Mazatlán el gobernador Alejandro Vega y otros oficiales de menor categoría. Salieron hoy para Cajeme, Sonora, donde el general Obregón, el gobernador Bey de Sonora y otros los esperaban... El general Obregón sin duda alguna es ahora el hombre más poderoso de México. Su administración lo coloca como el más popular de los presidentes revolucionarios y en los meses pasados ha habido rumores constantes de su reelección y que ésta es favorecida por las clases militares y la comercial en todo el país. La aprobación de la no reelección ahora hace esto imposible y se cree que la administración del Presidente Calles ha tropezado con la antipatía de los viejos generales de Obregón.3

Meses después el señor Dudley G. Duyre, cónsul americano en Guadalajara, Jalisco, envió al secretario de Estado el siguiente memorándum:

ANEXO Núm. I al oficio de 2 de junio de l926. Memorándum.- Noticias interesantes recibidas hoy de la ciudad de México de una fuente muy fidedigna. El general Obregón ex presidente de México, hizo un viaje a la capital en el pasado abril, haciendo declaraciones en conexión con la próxima elección presidencial en esta República, afirmando que no se encontraba incapacitado por la Constitución para volver otra vez a ser el Presidente en 1928. El general Calles se mantuvo separado de esta agitación política cuyo resultado fue poco favorable para él porque todos los políticos mexicanos y generales del Ejército, son de opinión de que el señor Obregón de acuerdo con la disposición correspondiente constitucional se encuentra incapacitado para volver a la Presidencia. En vista de aquellos resultados, Obregón llamó a Europa a su amigo el general Francisco Serrano, secretario de Guerra en su gabinete y su protegido y solicitó de sus amigos que lo ayudaran para llevarlo a la Presidencia de la República en la próxima campaña. Este movimiento no es muy del agrado del general Calles, sus amigos y otros elementos militares que creen que el siguiente turno les corresponde a alguno de ellos. Uno de los primeros pasos del general Obregón en la preparación política del general Serrano es hacerlo ingresar en el gabinete de Calles como ministro de Gobernación o Primer Ministro, lo que parece una imposición a la Presidencia. El Embajador americano en México ha sido llamado a Washington por el gobierno de los Estados Unidos para discutir el problema mexicano.4

Del análisis de los documentos transcritos, se llega a la conclusión de que nuestro país se encontraba en un estado de gran agitación política con motivo de las elecciones que se aproximaban y el gran interés que sobre estos acontecimientos tenía el gobierno norteamericano. Entre líneas se lee el deseo de que el descontento por la posible reelección de Obregón pusiera en peligro la estabilidad del régimen de Calles, así como sus intentos de apoyar a los movimientos subversivos que surgieran, siempre que ofrecieran seguridades a los intereses norteamericanos.

En efecto el general Calles de acuerdo con Obregón habían pensado en Serrano como posible sucesor del primero, y por ello lo mandaron a estudiar a Europa con el fin de que se preparara para dirigir al país. Pero la conducta que observó en aquel Continente fue vergonzosa, debido a la vida disipada que llevó y a los escándalos que frecuentemente ocasionaba, problemas que hicieron desistir a Calles y a Obregón: no podía ser Presidente de México porque le traería un gran desprestigio al país.

Debido a esta circunstancia y en virtud de que existían un sinnúmero de caudillos que no obedecían más que a los máximos jefes revolucionarios, Calles ejerció presión sobre el Congreso para lograr una reforma constitucional que permitiera a cualquier ciudadano ser presidente de la República durante más de un período, con la condición de que hubiera términos intermedios ejercidos por otros, reforma que llevaba la dedicatoria para Álvaro Obregón.

Puede explicarse que el general Obregón tratara de volver al poder y que Calles lo apoyara en vista de que no encontraban un aspirante adecuado y que no existían partidos políticos debidamente organizados que pudieran proponer candidatos que contaran con el apoyo popular y que beneficiaran a la política revolucionaria de nuestro país. Por lo tanto creyeron que era preferible modificar la Constitución en lo relativo a la reelección, tomando en cuenta que el principio de no reelección no es totalmente democrático y que en México había surgido por las circunstancias especiales de nuestra historia. 

Existía el interés para que volviera a gobernar Obregón en lugar de poner el país en manos de Serrano o de Gómez que, como vimos, solicitaron el apoyo de los Estados Unidos y además estaban dispuestos a sacrificar los intereses de México a cambio de obtener éxito en sus pretensiones de poder. En varias fotografías de la época, Serrano aparece al lado del Embajador norteamericano. 

Además de que el Ejército se encontraba dividido en facciones que seguían a un jefe, el único que poseía la fuerza y el prestigio necesarios para lograr la unificación era precisamente Obregón.

Así fue como Obregón se presentó como candidato a la Presidencia para el período inmediato. Y los generales Gómez y Serrano, convencidos de que serían derrotados en la elección a la que se habían presentado como aspirantes, decidieron organizar un levantamiento que tendría como principal respaldo al general Eugenio Martínez, comandante de la Primera Zona Militar, con cuartel en México, Distrito Federal.

Los generales Gómez y Serrano aparentemente actuaban de acuerdo para derrotar a Calles, pero en el fondo los dos trataban de obtener la Presidencia, lo que motivó que existieran denuncias e intrigas y que como resultado de esta división fallara su plan. Serrano había planeado que en la revista militar que se celebraría en Balbuena serían asesinados los generales Calles, Obregón y Amaro junto con sus acompañantes y que al mismo tiempo se levantarían en armas los generales Eugenio Martínez y su jefe de Estado Mayor Ignacio Almada. Serrano esperaría en Cuernavaca el resultado de los acontecimientos para no quedar inhabilitado para ocupar la Presidencia Provisional; ya que de acuerdo con lo que establecía la fracción VII del artículo 82 de la Constitución, para ser Presidente se requería “no haber figurado directa o indirectamente en alguna asonada, motín o cuartelazo”.

Gómez no estaba en completo acuerdo con Serrano, pues creía que el levantamiento tendría verificativo hasta julio de 1928, después de las elecciones, en caso de que las ganara Obregón. Cuando se enteró de que se tenía todo preparado para el dos de octubre de 1927, decidió también esperar el resultado del cuartelazo fuera de México por las mismas razones que Serrano y salió para Veracruz.

Francisco Santamaría, uno de los gomistas que fueron aprehendidos con Serrano en Cuernavaca, y Alfonso Jiménez O’Farril que fuera médico de cabecera de Gómez, relatan los acontecimientos del sábado primero de octubre o sea la víspera del planeado asesinato de Calles.

El sábado primero de octubre a las cinco de la tarde era todo movimiento, excitación, nerviosidad e inquietudes en la casa del señor general Arnulfo R. Gómez. Era un verdadero centro de conspiración en el cual se expresaban en voz alta las más erróneas y descabelladas opiniones sobre la sucesión presidencial ante los numerosos políticos, militares, curiosos y hasta espías, que con toda libertad entraban y salían enterándose de todo.

Desde la noche del día anterior se había iniciado ese movimiento, ese ir y venir nervioso, ese ajetreo que todos veían con ojos de espanto y que pocos sabían a ciencia cierta a que se debía. Era un movimiento inusitado, preparación de viaje, arreglo de maletas, apercibimiento de armas, secretos furtivos, gente que entra y sale misteriosamente, como que traen alguna noticia importante o como que llevan un aviso urgentísimo. Sobre todo, se hablaba de rebelión contra el gobierno y el general Carlos A. Vidal, eje principal del serranismo se empeñaba en convencer a Gómez de que declinara su candidatura en favor de Serrano.

Se había hecho público que habría un levantamiento, se mascaba en el ambiente el estado de descontento y desasosiego unánime. Solamente los gomiztas seguían ignorándolo todo, y apenas los más avezados o des- confiados, habían oído decir que el “batacazo” sería el día ocho del mes de octubre.

Gómez abrió sus cartas, mostró su juego al serranismo en la conspiración para un movimiento armado en el país. Movimiento que no se haría hasta el mes de julio de 1928, después de las elecciones presidenciales y cuando el fraude electoral quedase comprobado con la elección del general Obregón. Así se propalaba entre los seguidores de Gómez y de Serrano y así lo habían acordado personalmente los dos candidatos. Así trabajaba en su labor de propaganda el gomizmo sobre todo entre el elemento militar. En cambio el serranismo preparó y festinó un movimiento armado, un gran cuartelazo militar, a espaldas del gomizmo, negándolo y ocultándolo al propio general Gómez. 

Como es público y notorio sólo fuimos unos cuantos quienes supimos del levantamiento serranista y la determinación del mismo Gómez de sumarse al movimiento, ante el peligro de perecer con cualquiera que triunfara. Y si tal cosa supimos fue debido a la suspicacia del talentoso y valientísimo Panchito Gómez Vizcarra, que fue quien averiguó la conspiración y obligó a Gómez a convencerse de que el movimiento sería mucho antes de la fecha en que se había convenido.

Serrano creyó en un movimiento de conjunto, en que todo el Ejército Nacional se levantaría sublevado por todos los confines del país, proclamando la caída de Calles y aclamándolo a él, como seis años antes se había aclamado al general Obregón. 

Había determinado salir para Cuernavaca en donde esperaba que las fuerzas de su compadre el general Juan Domínguez se le unieran para dar el grito de rebelión. Gómez por su parte se dirigiría a Veracruz en donde creía tener muchos partidarios y amigos.

Martínez de Escobar y yo (Santa María) nos encontrábamos en la recámara del general Gómez y le dijimos: “Bueno general, qué, ¿nos vamos con usted? No, contestó el general Gómez, ustedes se quedan aquí, procurando pasearse mañana por las calles, ir a Chapultepec para que los vean y no se sospeche de mí ni de nosotros. Serrano nos ha arrastrado a esta locura y yo tengo que irme siquiera a refugiar, para ver si me salvo, o para afrontar los acontecimientos”.

El general Miguel Ángel Peralta me dijo: “tenemos todo arreglado Rafael, mi hermano Daniel y yo para irnos a los Estados de Morelos y Guerrero, en donde contamos con Vigueras y con Victoriano que están fuertes, pues nada ha podido hacerles el gobierno ni les hará nada. Ariza nos espera en Cuernavaca. 

Iremos hasta allí como de paseo y después seguiremos con Ariza. Tú tienes que venirte con nosotros porque debemos estar unidos como elementos gomiztas. Verás qué cuerpos revolucionarios haremos, con una oficialidad brillante, compuesta de los muchachos intelectuales, estudiantes casi todos, que irán con nosotros. Tengo ya todo arreglado para salir de aquí, mañana a las cinco de la mañana nos esperará en el parque del Ajusco un amigo mío en su coche particular, para conducirnos hasta Cuernavaca. Estaremos allí pocas horas para salir enseguida con el general Ariza, que tiene gente lista en las afueras. 

TODO ESTO ANTES DE LA HORA DE LOS ACONTECIMIENTOS AQUÍ MAÑANA QUE SERÁN A LAS OCHO DE LA NOCHE EN BALBUENA. En Cuernavaca está Serrano desde ayer. ALLÍ ESPERARÁ EL RESULTADO INMEDIATO DE LO QUE AQUÍ SUCEDA, QUE SERÁ BREVE PORQUE TODO ESTÁ MUY BIEN PREPARADO y el general Villarrreal está de acuerdo en colaborar también en el movimiento con muy buena voluntad. El se movilizará mañana mismo, si no se ha ido ya. Treviño salió rumbo al Ajusco”. Habló con verdadero entusiasmo, teniendo como un éxito indudablemente asegurado el Movimiento que se preparaba en México, como quien lo conocía al dedillo y lo veía desarrollarse matemáticamente.5

Santa María relata cómo el día dos de octubre, junto con Rafael Martínez de Escobar, Miguel Ángel Peralta y el licenciado Monterde, así como una mujer para que se creyera que iban de paseo, se encaminaron hacia Cuernavaca.

Mis compañeros de viaje comentaron: “lo de esta noche en México es matemático, Don Eugenio (Martínez) es un viejo que sabe hacer las cosas y es como si fuera el padre de Serrano. Ni necesidad de sacrificar gente habrá. Con los tres pollos gordos, Obregón, Calles y Amaro, que pelen gallo, nada quedará por hacer ni bicho que se mueva, ni diablo que se ponga de fierro malo... ¡y todos a la cargada! Tal vez mañana mismo estemos de vuelta en México y no tengamos ni que pasar de Cuernavaca. El Directorio militar ya está acordado por los altos jefes del Movimiento pero tal vez sea mejor la idea de un Presidente Provisional, sobre todo si es joven, enérgico y bien dispuesto para obrar con rectitud en las elecciones. Así estaremos garantizados ampliamente los gomiztas. Y este hombre es Carlos Vidal.”

En su libro “La Tragedia de Cuernavaca”, Santamaría dice que al llegar a esa ciudad sintieron una gran inquietud pero que se tranquilizaron al recordar que el general Domínguez los apoyaría y que él por ser el Jefe de operaciones del Estado, mandaba en Cuernavaca. Dice también que el general Carlos Ariza les informó que tenía listos en las goteras de Cuernavaca doscientos dragones que esperaban solamente un aviso para marchar con ellos por Jojutla a Guerrero en donde se les uniría mucha gente. Comenta que pensó que ya era demasiado tarde para volver a México, pues a las ocho de la noche en Balbuena se realizaría el cuartelazo y no lo dejarían entrar. Afirma que su inquietud aumentaba debido a que Carlos Vidal, el pretendido Presidente Provisional, no llegaba a Cuernavaca y no se tenían noticias de los acontecimientos en México.

Refiere que el general Villarreal se enteró de que Vidal había llegado a Cuernavaca en la noche pero que no se sabía en donde estaba. Por medio de un ferrocarrilero y telegrafista amigo de Villarreal se enteraron de las órdenes que Calles transmitía a Ambrosio Puente, gobernador del Estado de Morelos, en el sentido de aprehender a Serrano y socios que allí se encontraban, supieron también que el general Juan Domínguez no reconocía el movimiento ni se adhería a éste.

Cuando Vidal habló con ellos les dijo que Domínguez no se había entrevistado con él y que a los correos que le mandaron sólo contestó que le dijeran a su compadre Serrano que no lo comprometiera permaneciendo en Cuernavaca, que él no traicionaría a Calles. 

Santamaría manifiesta que Vidal tenía la esperanza de que al triunfo del Movimiento de México los generales callistas se voltearan y que Domínguez los apoyara. Pero eran las doce de la noche y no se tenía ninguna noticia procedente de la capital.

Al describir los acontecimientos del día 3 de octubre en Cuernavaca, el autor expresa que existía una terrible confusión pues nada se sabía de lo que había pasado en México, pero que todos tenían temores de que no hubiera resultado un éxito el pretendido cuartelazo. Él y sus amigos estaban hospedados en el hotel Moctezuma y Serrano y otros en el Bellavista. Expone que les comunicaron que salieran del hotel porque había orden de aprehensión contra ellos, pero tuvieron que regresar y fueron hechos prisioneros.

Relata con lujo de detalles cómo, debido a un descuido de los soldados de la escolta, pudo escapar al dar la vuelta en una calle y cómo estuvo escondido en una casa de Cuernavaca varios días hasta que pudo salir primero de la ciudad y luego del país. 6

Ese día en la noche en el kilómetro 48 de la carretera México-Cuernavaca, poco después de Huitzilac, fueron fusilados Serrano y trece de sus acompañantes, tanto civiles como militares. La escolta que los llevaba desde Cuernavaca tenía órdenes de entregarlos a mitad del camino a la que venía de México. Con ella se encontraban el general Claudio Fox y el general Nazario Medina, jefe del Primer Regimiento de Artillería de campaña. Con cincuenta hombres de esa corporación que fueron los encargados de ejecutar la orden de fusilamiento.

Ha sido objeto de acaloradas discusiones y minuciosas investigaciones; en primer lugar, cómo se enteró Calles del planeado cuartelazo lo que le permitió evitarlo y apresar a sus organizadores y en segundo término si fue él quien dio la orden de fusilamiento o si su jefe de Estado Mayor, el general José Álvarez, por indicaciones de Obregón, agregó a la orden escrita en la que sólo se indicaba que los arrestaran y los llevara a la ciudad de México; “fusilándolos en el camino”.

El general Villareal explica el fracaso de la conspiración serranista en la siguiente forma:

“Altos jefes militares y entre ellos y como abanderado anti reeleccionista el general Eugenio Martínez, simpatizador del serranismo, habían planeado el movimiento para desconocer al Congreso de la Unión y disolverlo, porque este poder federal se había transformado en un partido político electoral.

Serrano reveló a Calles todo el secreto de la conspiración, seguramente para ver cómo reaccionaba. Calles en el acto comprendió la gravedad del conflicto, llamó inmediatamente al general Obregón, que andaba en gira de propaganda y lo enteró de todo.

Obregón llamó a Eugenio Martínez, lo sometió a la obediencia y lo obligó a salirse del país inmediatamente. En buenos términos pues don Eugenio se “rajó” por todo lo largo. Una vez que el eje del movimiento, que era a la vez como el padre de Serrano, abandonaba a éste; dicho sea de paso con multitud de jefes, cuyos nombres no vienen al caso, “se agazaparon” cautelosamente y a la hora del movimiento el día dos de octubre, el general Almada se halló casi sólo y en vez de contar con el grueso de las tropas de México, no contó más que con unos mil hombres, contra ocho o nueve mil que formaban el total de las corporaciones de la Jefatura de Operaciones del Valle.”7

En una carta que Ramírez Garrido escribió a Santamaría cuando leyó el manuscrito de su libro, explica como fue, según él, que fracasó el cuartelazo preparado por Serrano.

Afirma que cuando Obregón se enteró por Calles de la existencia del complot, sin señalar cómo fue que lo supo, llamó al general Eugenio Martínez y lo increpó por su conducta poco leal a su gobierno y a su persona y que entonces el general Martínez le confesó todo a Obregón.

Sin embargo sostiene que él se encontraba en compañía de Carlos Vidal cuando supo de lo anteriormente expuesto y que entonces se dirigieron a la casa del general Martínez y que después de hablar Vidal con él, salió diciéndole que no había peligro, que don Eugenio no había dicha nada a Obregón acerca de su compromiso con Serrano y que el golpe de estado se llevaría a cabo. A continuación asevera que a todos ellos les constaba que el general Martínez era el jefe del movimiento que se iba a realizar en la capital de la República y que sin embargo salió de ésta para cumplir una misión en el extranjero y cuando se encontraba a pocas horas de la ciudad de México puso un telegrama ofreciendo sus servicios al Presidente Calles, para sofocar el cuartelazo que el jefe de Estado Mayor de Martínez, había ejecutado. 8

Villarreal dice que por más esfuerzos que se hicieron para que el general Martínez no abandonara la ciudad de México, inclusive los ruegos del mismo Serrano, todo fue inútil. 9

El texto del telegrama mencionado en el que el general Martínez ofrece sus servicios a Calles era el siguiente:

“A bordo del carro de la Secretaría de Guerra.- El Puerto N.L., octubre 4.- Ciudadano general de división Plutarco Elías Calles, Presidente de la República.- México, D.F.

Por periódico local Monterrey entéreme hoy en la madrugada de los actos ejecutados por el general Héctor Ignacio Almada y otros jefes. Repruebo dichos actos y retiro adhesión al gobierno a su digno cargo. Deseo colaborar con usted para restablecimiento orden país, con lealtad que he acostumbrado esperando sus superiores órdenes para inmediato regreso. 

Respetuosamente general de división Eugenio Martínez.”

La respuesta del general Calles fue también un telegrama y decía:

“Castillo de Chapultepec, Octubre 4.- general de división Eugenio Martínez.- A bordo carro Secretaría de Guerra.- Estación de Puerto N.L.

E.M. me refiero a su atento mensaje de hoy.- Agradezco a usted adhesión, manifestándole que como este movimiento ha sido hecho con el nombre de usted y por los jefes más ligados a su personalidad, soy de opinión prosiga usted su viaje, toda vez que el movimiento rebelde ha sido sofocado y no considero necesarios sus servicios. Atentamente, Presidente de la República. P. Elías Calles.10 

“El general Álvaro Obregón declaró a la prensa que no sintió ninguna sorpresa por los acontecimientos de Huitzilac, pues conocía perfectamente la labor que venían haciendo Serrano y Gómez para inducir a los jefes militares a un levantamiento, sin embargo, dijo “tengo que confesar un error, al suponer que estaba conjurado el peligro de la asonada militar cuando el señor general Eugenio Martínez solicitó un permiso para realizar un viaje a Europa. Porque siendo este alto jefe el principal punto de apoyo con que contara el general Serrano, para constituir un núcleo militar alrededor de su prestigio de soldado, suponía yo, basado en la lógica que, rectificada la conducta por parte del general Martínez, que desde un principio había sido uno de los comprometidos, los demás jefes subalternos también rectificarían la suya.“

Señala que el movimiento político iniciado por los generales Serrano y Gómez hubiera logrado encontrar eco en la conciencia pública, el movimiento armado por ellos iniciado, no habría tenido el aspecto de una asonada militar circunscrita a media docena de malos jefes a quienes no secundaron ni sus propios subalternos y muchos brotes de rebelión habrían surgido en forma espontánea entre los elementos civiles de las ciudades y los campos.11

En las declaraciones que diez años después hiciera el general Amaro ante el general y licenciado Felipe Armenta Ruiz, agente del ministerio público adscrito al juzgado segundo militar, con motivo de las investigaciones que se realizaron acerca de los fusilamientos de Huitzilac, refiriéndose al general Martínez dijo:

“Lamento mucho tener que decir que el general Eugenio Martínez soldado valiente que prestó eminentes servicios a la causa revolucionaria, por circunstancias que ya han sido mencionadas estuvo ligado con las actividades de los sublevados marchando a última hora para el extranjero o sea en los precisos momentos de los acontecimientos. Basta tan sólo mencionar el hecho de que casi todos los jefes militares que se sublevaron en connivencia con el general Serrano, pertenecían a la Jefatura Militar que el mismo general Martínez comandaba y fueron a despedirlo a la estación momentos antes de iniciarse el movimiento rebelde.

   “Conocía todas las actividades subversivas que se desarrollaban en esta ciudad y otros lugares del país por militares y civiles, exactamente como lo expresó el señor presidente Calles en sus declaraciones del cuatro de octubre de 1927, también me enteré de que en el campo militar de Balbuena, aprovechando las maniobras nocturnas a las que iba a concurrir, se pretendía asesinar al señor Presidente de la República, al señor general Álvaro Obregón y al Secretario de Guerra. Me di cuenta de los movimientos que hicieron las tropas engañadas, porque distinguidos jefes y oficiales al darse cuenta de los movimientos, se presentaron ante el señor Presidente de la República, informándolo de la traición de elementos que con el nombre de serranistas, tomaban el camino para Veracruz en actitud rebelde e informándole de su pundorosa actitud al comunicar a las fracciones de tropa la conducta de los jefes rebeldes y ordenando su regreso por los caminos que pudieran a los cuarteles”. 12

El general José Álvarez, quien fungía como jefe del Estado Mayor de Calles en 1927, en sus declaraciones ante el agente del ministerio público en la investigación que se realizó en 1938, afirmó que había presenciado el momento en que el general Eugenio Martínez confesó al general Calles como se realizaría el atentado en Balbuena. Entrevistamos al mencionado general pidiéndole que nos dijera en qué forma se llevó a cabo lo anteriormente citado y nos dijo:

“Verá usted, en el mes de septiembre de 1927 me encontraba yo en mi oficina del Estado Mayor Presidencial, cuando escuché por la intercomunicación, que sonaba la voz de mi general Calles llamándome “Álvarez, Álvarez, venga usted lo necesito luego”. Me trasladé inmediatamente al despacho del señor Presidente y encontré a éste cerca de uno de los ángulos de su mesa escritorio y al general Eugenio Martínez sentado en un sillón próximo, con el rostro apoyado en una de sus manos y llorando en forma abundante y franca.

El señor general Martínez, me dijo el señor Presidente, ha venido a comunicarme muy graves acontecimientos y para obrar yo en consonancia, le he pedido que me haga favor de repetir su relación delante de usted que ha tenido a su cargo la investigación relativa. Yo miraba aquella escena un tanto extrañado, pues no es muy común ver llorar a un soldado viejo y respetable que ha pasado su vida entre los peligros del ejército.

Pues sí señor, dijo entonces don Eugenio Martínez, con estas o parecidas palabras: exponía yo al señor general Calles que un numeroso grupo de dirigentes del Ejército no está conforme con la imposición que se pretende realizar para que el general don Álvaro Obregón ocupe la Presidencia de la República y por eso di oídos a la invitación que se me formuló para que nos levantáramos en armas, con tanta razón cuando el jefe de mi Estado Mayor, general don Héctor Ignacio Almada, joven y dinámico como es, influyó grandemente para inclinar mi ánimo hacia la idea de la sublevación. Pero yo admití obrar en forma varonil batiéndome como los buenos de suerte que ahora que los directores del complot me han revelado que sus proyectos consisten en asesinar al señor Presidente, al general Obregón y a los altos funcionarios de la Secretaría de Guerra por medio de un ardid, he rechazado el ofrecimiento y me he apresurado a poner los hechos en conocimiento del señor general Calles.

En forma pormenorizada narró don Eugenio que el complot consistía en celebrar unas maniobras nocturnas del Ejército en el campo de Balbuena, arreglando en el lugar apropiado una tribuna para que el señor Presidente y sus acompañantes las presenciaran, y cómo frente a tal tribuna se colocarían reflectores eléctricos que aparentemente servirían para iluminar el campo. Agregó que ya estaban instalados y que podíamos verlos cuando gustásemos. Al empezar las maniobras, los reflectores se voltearían dando su luz sobre la tribuna resultando muy fácil deslumbrar a los ocupantes del tablado y hacer sobre ellos una descarga por medio de fuerzas de confianza que ya tenían señaladas. Dio el general Martínez los nombres de los involucrados, que por otra parte ya eran conocidos por los informes que los oficiales de la policía de la Presidencia dependiente del Estado Mayor habían proporcionado. Expuso

toda clase de pormenores y concluyó diciendo que hondamente arrepentido de su participación en el complot, venía a ponerse en las manos del general Calles para que hiciese con él lo que le pareciera conveniente.

El señor general Calles guardó silencio breves instantes y luego dijo con el aplomo que le era característico: “Usted señor general Martínez es un anciano que ha ganado sus grados en la milicia uno por uno, combatiendo siempre al lado de la Revolución. Sus antecedentes me inspiran simpatía y no deseo perjudicarlo: me limitaré a ponerlo fuera del alcance de sus cómplices. Elija usted algún jefe militar para que lo acompañe a Nueva York de donde saldrá rumbo a Europa con una comisión militar, disfrutando de su sueldo en dólares y con una dotación de cien dólares diarios para gastos de representación”. 

Se despidió el general Martínez y yo me dispuse a ejecutar las órdenes del señor Presidente, el cual me dijo: “Hay que dejar que los acontecimientos sigan su curso. ¿Aquí nadie sabe nada, ni usted mismo...comprende?”

Así todo se realizó como si nosotros no supiéramos nada de lo que tenían planeado. Por lo tanto se reunió la tropa en el campo de maniobras esperando la llegada de los generales Calles, Obregón y Amaro y de los que los acompañaríamos. Cuando vieron que pasaba el tiempo y que no aparecíamos, empezaron a inquietarse y mandaron oficiales a investigar qué pasaba. Cuando supieron que no había señales de que el Presidente se dirigiera hacia ese lugar, decidieron salir inmediatamente rumbo a Texcoco, pues comprendieron que habían sido descubiertos.

El plan inicial del general Amaro era llegar por la parte de atrás al campo de Balbuena, usando un terreno muy grande, con las tropas de guardias presidenciales y rodearlos, entablando ahí mismo un combate. Ignoro por qué no se realizó este plan, pero indudablemente fue mejor así, pues muchos de los soldados que estaban en el campo de maniobras no sabían nada de lo que pasaba y en caso de que se les hubiera hecho fuego, se habría realizado una matanza terrible.

Las fuerzas que no quisieron obedecer las órdenes de salir para Texcoco, que les diera Almada, marcharon hacia donde estaban los tranvías de la ciudad de México y obligaron a los conductores a llevarlos hasta el centro citadino.

Cuando a mí me informaron los oficiales que mandé a investigar, que Almada y alguna tropa había salido para Texcoco y que además no sabían qué hacer, tomé inmediatamente mi carrito y acompañado del mayor Hernández Cházaro nos dedicamos a recorrer calles y salidas de caminos hasta que encontramos el primer tranvía lleno de tropas. Ordenamos que se detuviera y preguntamos: ¿A dónde van muchachos? No sabemos mi general, respondieron y comprendimos que no estaban contra el gobierno y Hernández Cházaro se fue con ellos para llevarlos a sus cuarteles. Yo me apresuré a alcanzar otro tranvía deteniéndolo con las mismas palabras y esperando que Hernández Cházaro regresara para que se los llevara a acuartelar. Así estuvimos durante mucho tiempo y pudimos acuartelar a varias tropas que no sabían lo que estaba sucediendo.

Otra medida que se tomó fue cuando el general Almada me habló por teléfono pidiéndome que diera órdenes para que el pagador de la Primera Zona Militar, de la que era jefe el general Eugenio Martínez y jefe de Estado Mayor el mayor Almada, les cubriera los haberes correspondientes al mes de octubre como un estímulo a la tropa (estos haberes ascendían más o menos a un millón de pesos) le dije que así lo haría, pero ordené con autorización del general Calles que no se les diera un centavo, pues sabíamos que al día siguiente sería el atentado en Balbuena.13 

Santamaría y Villarreal expresan que no pueden explicarse por qué el general Almada marcó en retirada en el acto hacia Tlaxcalantongo, en vez de atacar la poca guarnición que escoltaba a Calles y Obregón en Chapultepec.14

Sobre la primera interrogante que nos planteamos, o sea saber cómo fue posible que Calles se enterara del cuartelazo organizado por Serrano y Gómez, hemos encontrado de las diversas fuentes consultadas, que en gran parte se debió a la pugna que existía entre los partidarios de ambos generales, ya que los dos grupos deseaban ocupar la Presidencia de México. Esto originó que el propio Serrano comunicara al general Calles sus intenciones de disolver las cámaras del Congreso de la Unión en cuanto contara con las fuerzas necesarias. Por otra parte tanto Serrano como Gómez trataban de obtener el apoyo del gobierno de los Estados Unidos haciéndoles toda clase de promesas en caso de que triunfaran. Asimismo su falta de organización permitió a los oficiales de la policía de la Presidencia entrar con toda libertad a sus asambleas y enterarse de sus proyectos.

Además de los errores, intrigas y denuncias realizados por los integrantes de los dos grupos fue decisiva la confesión que el general Martínez, jefe del Movimiento, hizo a Calles ya que él mismo manifestó que estaba de acuerdo en levantarse en armas para protestar por la imposición de Obregón, pero no en coadyuvar a un asesinato a sangre fría y mediante una traición, menos aún tratándose de Obregón al lado del cual había ganado todos sus ascensos.

Por lo que respecta a la polémica que se suscitó sobre quien dio la orden de fusilar a Serrano y sus acompañantes, el general Roberto Cruz al ser entrevistado por Julio Scherer reportero de Excélsior dijo, que Calles ordenó al general Claudio Fox que saliera a recibir a Serrano y sus acompañantes en el camino de Cuernavaca y que los fusilara ahí mismo. Explicó también que se dio cuenta porque se encontraba en Chapultepec cuando se dio la orden y que fue primero a él a quien el Presidente mandó llamar para encargarle esa comisión pero que él le pidió que lo excusara porque era muy amigo de Serrano y también hermano masón. Pero afirmó que si en lugar de que Calles aceptara y diera la comisión al general Fox, hubiera insistido, él hubiera cumplido la orden porque sólo era un soldado y Calles el jefe supremo del Ejército.15

El general Claudio Fox a quien Calles ordenó que fuera a encontrar a la escolta que traía a Serrano, relata cómo recibió la comisión:

El general Calles y Amaro hablaban. Amaro se me acercó para decirme “general Fox le habla el señor Presidente”. Inmediatamente hice frente a Calles y me le acerqué. En esos momentos con esa voz gruesa que lo caracteriza, me dijo:”Fox aquí tiene usted esta orden, sírvase cumplirla”. Leí la orden y decía poco más o menos. Sírvase recoger a los prisioneros y seguía una lista de catorce nombres y luego agregaba que se les EJECUTARA según instrucciones que para el caso llevaba el general Nazario Medina, jefe del Primer Regimiento de Artillería. Además me mostró una copia del mensaje enviado al brigadier Enrique Díaz cuyo texto decía: “Sírvase usted marchar con los prisioneros rumbo a esta capital y al encontrar en la carretera al general Claudio Fox hágale entrega de ellos”. A continuación aparecían los nombres de los prisioneros y decía que habían sido juzgados en Consejo de Guerra. Entonces le pedí al señor Presidente que escribiera en la copia del mensaje que me entregaba, la orden de ejecución y el señor Calles escribió estas palabras: “Los que integran la presente lista serán ejecutados en el camino y traídos sus cuerpos a esta capital”.16

El general Casillas en una serie de artículos que escribió en 1963 sobre los fusilamientos de Huitzilac, al referirse a la orden que el general Fox recibió de Calles afirma que era la siguiente:

Arriba y al margen izquierdo, el escudo nacional mexicano. Un sello que dice PRESIDENCIA DE LA REPUBLICA. Al C. general de brigada CLAUDIO FOX, jefe de las operaciones militares en Guerrero, PRESENTE

Sírvase marchar inmediatamente a la ciudad de Cuernavaca, Morelos, acompañado de una escolta de cincuenta hombres del Primer Regimiento de Artillería de Campaña, para recibir del general Enrique Díaz González, jefe del 57 batallón, a los rebeldes, Francisco Serrano y personas que lo acompañan quienes deberán ser pasados por las armas sobre el propio camino a esta capital por el delito de rebelión contra el gobierno Constitucional de la República. En la inteligencia de que deberá rendir el parte respectivo, tan pronto como se haya cumplido la presente orden, directamente al suscrito. Reitero a usted mi atenta consideración SUFRAGIO EFECTIVO NO REELECCION-Castillo de Chapultepec, a 3 de octubre de 1927. El Presidente Constitucional de la República. PLUTARCO ELIAS CALLES, Firmado.17

El general Claudio Fox dio a conocer a la prensa cómo cumplió con la orden que le había dado el presidente Calles. Dijo que después de haber recibido la instrucción de salir para Cuernavaca, el general Amaro se dirigió a él indicándole que podía utilizar su coche que era un Lincoln azul abierto y de modelo antiguo que el general Medina ya llevaba lo necesario para alquilar los automóviles que fueran indispensables para traer a los prisioneros, así como que llevaba cincuenta hombres del Primer Regimiento de Artillería.

Que a las diez cuarenta y cinco de la mañana salió para el Country Club, que al llegar a este centro deportivo, pasó revista a la tropa que allí se encontraba, llamando enseguida al general Nazario Medina para decirle que se pusiera en marcha tras él con los soldados de su regimiento.

Manifestó que salieron para Cuernavaca cerca de la una de la tarde en dieciocho fortingos en el coche del secretario de Guerra iban con él, los coroneles Hilario Medina y Carlos S, Valdés y dos mayores del Estado Mayor Presidencial. Más allá de Tres Marías encontró a los que venían de Cuernavaca al mando del general Enrique Díaz, hicieron alto y ordenó a Díaz que entregara a los prisioneros, conforme al oficio que le mostraba.

El general Fox declaró que se colocó a los prisioneros, uno escoltado por tres soldados, en cada automóvil y que él se puso al frente de la columna en el coche del general Amaro y prosiguieron la marcha. En Huitlizac se descompuso un auto y pararon a arreglarlo. Dijo asimismo que bajó a comprar catorce metros de cordón y que los cortó en pedazos iguales para atarles las manos a los prisioneros. Una vez hecho esto, ordenó que se reanudara la marcha y al llegar al kilómetro 48 mandó que se hiciera alto y llamó al general Medina y le dijo: “Cumpla con las órdenes que tiene usted; procure que todo se haga sin exceso y dentro de la menor violencia posible”. Que después se alejó del lugar viendo que los prisioneros quedaron a la orilla del camino y que no se les internó en el monte como se había dicho. Relató que oyó las detonaciones de la ejecución, pero a continuación tres tiros aislados y que esto le molestó, pues aunque era imposible fusilarlos a todos juntos por los pocos hombres con que contaba, sí había ordenado que se hiciera por lo menos en grupos de cinco, así que regresó a investigar y se le informó que un prisionero se había escapado, pero que al pasar lista éste José Villa Arce tal vez impulsado por el miedo regresó y se le dispararon los tres tiros aislados. Manifestó que después, colocando los cadáveres en los automóviles emprendieron el regreso a México.

Al finalizar sus declaraciones el general Fox dijo que de lo expuesto se desprendía que el general Nazario Medina fue el ejecutor material directo de las órdenes de ejecución, ya que en realidad él iba únicamente como supervisor para vigilar que se cumplieran tal como se habían dado.18

Acerca de esta última aseveración el general Nazario Medina declaró a la prensa que de las exposiciones de Fox se desprendía que: “Recibió por escrito una orden, confiesa enfáticamente que él recibió una orden, que lo coloca lógicamente dentro del terreno militar como Jefe Supremo de un servicio de armas que automáticamente lo hizo único responsable de su exacta ejecución”.

La versión que el general Medina dio acerca de los acontecimientos del día tres de octubre difiere en algunos puntos de las de Fox.

Dice Medina que el general Fox no lo había tomado en cuenta para nada y que cuando llegaron el kilómetro 48 de la carretera de Cuernavaca, “Determiné alejarme varios kilómetros de aquel lugar, ya que mi grado y categoría en el ejército no eran compatibles con el mando de un pelotón de ejecución. A los pocos minutos de haber hecho alto, llegó hasta mí el propio general Fox y fue entonces cuando sacando de la bolsa de su guerrera un pliego me lo mostró diciendo: Ésta es la orden escrita que recibí para proceder como usted lo ha visto”. De las consideraciones anteriores concluye el general Medina que el único responsable de la ejecución de la orden escrita que le dio el jefe supremo del Ejército o sea el Presidente de la República fue el general Fox y reprocha a éste el que se haya alejado del lugar de los hechos para no presenciar el fusilamiento, dejándolo en manos de subalternos.19

El general Fox refiere la forma en que dio parte al general Calles de que la orden estaba cumplida.

Una vez con los cadáveres en los coches, continuamos hasta las Palmas de Chapultepec. De allí subimos al Castillo el general Medina, el coronel Marroquín y yo. Adentro se hallaban el general Calles, teniendo a su derecha al general Obregón. En otro lugar de la habitación el secretario de Hacienda Montes de Oca, el general y doctor Osorio, el general Álvarez y el general Amaro.

Cuadrándome militarmente al general Calles le dije que la orden estaba cumplida y que abajo estaban los cadáveres. Entonces el general Calles ordenó que los cuerpos fueran llevados por el doctor Osorio al Hospital Militar de Instrucción.

Después de tomar café el general Calles me pidió la orden que me había dado para la ejecución y diciendo que ya no tenía objeto que existiera, la destrozó y arrojó los pedazos a una escupidera cercana.20

El doctor Osorio al ser entrevistado sobre los acontecimientos de Huitzilac afirmó, entre otras cosas, que estando en Chapultepec llegó el general Fox, habló breves momentos con el general Calles y que inmediatamente que se separó Fox, lo llamó el presidente, ordenándole que saliera sin pérdida de tiempo a recibir al general Serrano y socios que venían de Cuernavaca. Dijo que cuando vio que eran cadáveres los trasladó inmediatamente a la dependencia a su cargo, o sea al Hospital Militar.21

Como sucede siempre y sobre todo en una época de efervescencia política como aquella, no faltó quien por intrigas tendientes a desprestigiar tanto a Obregón como a Calles y al general Álvarez, enviara una carta a la Revista Mujeres y Deportes, que se tenía entonces por una publicación seria, en la que reproducía declaraciones de un testigo presencial de los acontecimientos de quien desgraciadamente no podía decir el nombre, en que hacía constar que todo lo declarado por Fox, Calles, Obregón etcétera, era mentira y que él proporcionaba la narración verdadera. La persona que supuestamente enviaba la carta era el señor Carlos Dorantes, con domicilio en Emparan No. 47 de Veracruz, Veracruz. (El general Álvarez, tres años después, pidió al agente del Ministerio Público que se encontraba encargado de la investigación del fusilamiento de Serrano que investigara la existencia del señor Dorantes y que lo llamara a declarar. Así se pudo comprobar que en el domicilio que se daba en la carta nunca existió ningún Carlos Dorantes). La carta mencionada decía:

...A poco rato (el día 3 de octubre en Chapultepec) regresó Amaro acompañado de Fox, minutos después se presentaba Nazario Medina con cincuenta soldados y cincuenta oficiales, ordenándole ponerse a disposición del general Claudio Fox a quien el general José Álvarez había entregado una comunicación, después de cambiar miradas de inteligencia con el general Obregón, en tanto que el general Calles platicaba con Amaro.

Es mentira que el general Calles haya ordenado la ejecución de Serrano y sus acompañantes. La verdad es que sólo se concretó a dar la orden de aprehensión y el traslado a México de los citados caballeros.

Estaba el general Calles en el Castillo de Chapultepec, cuando se le presentó el general Claudio Fox, diciéndole: ¡Esta cumplida la orden señor Presidente! extendió al mismo tiempo una comunicación que con la firma presidencial ordenaba al general Claudio Fox recibiera en el camino de Cuernavaca al general Francisco Serrano y trece personas que lo acompañaban, se incluían los nombres, trasladándolos a la ciudad de México, pero EJECUTÁNDOLOS EN EL CAMINO.

El general Calles gritó lleno de ira al general Álvarez, su jefe de Estado Mayor, ¡Explíqueme que significa esto! Álvarez titubeó, quiso explicar vagamente, en esto terció el general Obregón “¡Yo lo ordené... qué cosa... yo di la orden de que los fusilaran! gritó golpeándose el pecho con la mano que tenía. Calles guardó silencio. Álvarez encogido se retiró a un rincón.

Lo que había sucedido era que el general Calles firmó la orden de aprehensión contra Serrano y sus trece acompañantes y que fueran traídos a México. Pero Álvarez, obedeciendo las instrucciones del general Obregón y traicionando la confianza que en él tenía depositada el general Calles, agregó a punto seguido: “LOS PRISIONEROS SERÁN EJECUTADOS EN EL CAMINO”. Esto originó que poco tiempo después el general Calles destituyera al general Álvarez, tomando como pretexto el famoso contrabando de medias de seda que tanto escándalo hizo y en el que se vio envuelta la Conesa. Declarando el mismo presidente que “Álvarez había usado indebidamente de la confianza en él depositada”.22 (ver anexo 2).

Después de haber transcrito las declaraciones del general Obregón, de los generales Claudio Fox y Nazario Medina, que fueron los que recibieron la orden de Calles de fusilar a Serrano y a sus acompañantes, del general Amaro, secretario de Guerra y del general Roberto Cruz, inspector de Policía, las afirmaciones hechas en esta carta por un testigo presencial muy digno de crédito pero que no puede dar su nombre, nos parecen totalmente absurdas. Sin embargo, no faltaron personas que debido a su animosidad por rivalidades políticas contra Obregón, Calles y Álvarez dieron crédito a este infundio y lo propalaron como auténtico, haciendo que incluso, algunos historiadores de la actualidad lo tomen como cierto. En primer lugar el general Obregón nunca hubiera usado un medio como ese para realizar una venganza pues si directamente se hubiera dirigido a Calles sugiriéndole la conveniencia de fusilar a Serrano, dado el ascendiente que tenía sobre él, éste lo hubiera ordenado y en segundo lugar, Calles nunca hubiera permitido que el general Obregón le gritara en público que él había dado la orden golpeándose el pecho y retándolo.

Por lo anterior decidimos entrevistar al entonces jefe de Estado Mayor Presidencial inquiriéndole: “General Álvarez se habló en alguna publicación de aquella época de su participación alterando la orden que dio el general Calles al general Fox para que detuviera a Serrano y a sus acompañantes, agregándole que se les fusilara en el camino. Quiere usted decirme que ocurrió al respecto”:

Yo no presencié el momento en que el general Calles dio la orden a Fox. No me encontraba en Chapultepec en esos momentos pues me ocupé, por disposición del señor general Calles, en volar rumbo a Texcoco, arrojándoles copias impresas del telegrama en que el general Eugenio Martínez reprobaba la sublevación y ofrecía su espada al Gobierno.

Al regresar de mis vuelos en que pilotee un pequeño aparato de muy corto alcance, me presenté a dar cuenta de mi comisión al señor Presidente Calles y lo encontré tan preocupado que casi no ponía atención a lo que yo le decía. ¿Ya sabe usted lo que paso? me preguntó, deteniendo sus pasos en la habitación, pues que ya cogimos a Serrano y a sus compañeros y he ordenado que se les fusile. Tales fueron poco más o menos sus palabras: pero nada me dijo sobre si la orden fue escrita o verbal, ni a quien se la había dado”.23

Los reporteros del diario La Prensa entrevistaron al general Álvarez en 1937 sobre la misma cuestión y les dijo que todo el día 3 de octubre estuvo en el aire, por haber sido comisionado para arrojar desde un aeroplano que volaba sobre el campo rebelde, unas hojas que contenían cierto manifiesto firmado por el general Eugenio Martínez, en el que éste declaraba no estar de acuerdo con el Movimiento. Por esta razón, agregó, no pude presenciar el momento en que el general Calles entregaba la orden al general Claudio Fox y por esta misma causa es imposible que yo haya agregado algo a esa misma orden.

Este reportero concluye su artículo diciendo: Para nosotros con lo que se ha dicho y repetido, con lo que declara el mismo general Fox y la retractación de Flores Villar a la que se refiere el propio general Álvarez y Álvarez, ha quedado desvirtuado el cargo que pesaba en contra de éste, en los asesinatos de Serrano y sus infortunados compañeros.”24

Refiriéndose a esto mismo el general Amaro dijo ante el ministerio público adscrito al juzgado segundo militar:

Por las declaraciones del señor general José Álvarez estoy enterado de que le hacen el cargo de haber alterado las órdenes del señor Presidente. Hace veinticinco años que conozco a éste jefe y lo considero incapaz de faltar a sus deberes, su lealtad y su cultura lo justifican, y además el señor general Obregón a quien el país conoció como hombre sincero y valiente, nunca usó para sus enemigos procedimientos tan bajos y el señor Presidente Calles dentro de su rectitud era incapaz de tolerarlos. 25

En las mismas declaraciones sostuvo categóricamente que supo por el propio alto mandatario, o sea el Presidente Calles, que había dado órdenes de que los rebeldes fueron pasados por las armas, observando las formalidades que las circunstancias permitieran y agregó que al conocer él esas órdenes, su opinión fue y seguía siendo que el Presidente de la República obró con entera justificación.26

En la mencionada carta del inexistente Carlos Dorantes, dijo que debido al hecho de que el general Álvarez había alterado la orden de aprehensión de Serrano, agregándole que serían fusilados se explicaba “el placer que reflejaba el general José Álvarez cuando a eso de las dos de la madrugada del cuatro de octubre se presentaron en la residencia donde vivía con la señora María Conesa, por llamado de él mismo, los representantes de los diarios que se editan en la ciudad de México. El general Álvarez salió en “pijama” y al poco se le cercó la señora Conesa con vestido de dormir y cubierta con una bata. En tanto que Álvarez le pasaba la mano izquierda por el talle con la derecha alargaba los boletines a los periodistas, diciéndoles en medio de una risa muy significativa: “Allí tienen ustedes la lista de los fusilados... tengan cuidado porque chorrea sangre...”27

Por lo que respecta a esta nueva calumnia el señor Patricio Healy, que en 1927 era jefe de información del periódico Excélsior, concedió en 1938 una entrevista al reportero de Novedades desmintiendo lo dicho por Dorantes. La entrevista fue como sigue ̈

¿Es verdad que usted se presentó ante el jefe de Estado Mayor del general Calles acompañado de Álvaro Medrano? No señor, yo me presenté en el domicilio del general Álvarez acompañado del señor Gonzalo Espinoza, jefe de redacción de Excélsior. ¿A qué hora estuvo usted en el domicilio del señor general Álvarez? Entre una y dos de la mañana. ¿Es verdad que el general Álvarez le entregó a usted el boletín, en pijama y abrazando a María Conesa, y entre sonrisas maquiavélicas? No es verdad, y a mí me extrañó haberlo leído en Mujeres y Deportes y desde aquella época estuve tentado de aclarar el punto. Entonces, como se registraron los hechos? Después de habernos anunciado en la residencia de Álvarez, entramos por indicaciones del mismo jefe y tomamos asiento en el hall...entre una y dos de la mañana apareció el general Álvarez, no llevando pijama sino una especie de abrigo que los americano llaman maquinof. ¿Se presentó solo ante ustedes?

Absolutamente solo descendió hasta donde estábamos nosotros, que por nuestra parte nos pusimos en pie y fuimos al alcance de nuestro amigo. El general Álvarez traía en la mano un boletín y al vernos exclamó: “¡Aquí les traigo un boletín que chorrea sangre!” comentó. Su semblante era austero, tanto por las intensas horas de zozobra que habían vivido también ellos en Chapultepec, como por la seriedad del asunto, ya que se trataba de la muerte de sus compañeros de armas. ¿Entonces no hizo ningunas risas burlescas, como lo afirma Dorantes? Absolutamente ningunas y el único comentario que hizo el general Álvarez fue que el boletín chorreaba sangre.28

El parte oficial que el general José Álvarez y Álvarez de la Cadena, jefe del Estado Mayor Presidencial del general Calles dio a la prensa fue el que sigue:

El general Francisco Serrano, uno de los autores de la sublevación fue capturado en el estado de Morelos con un grupo de acompañantes, por las fuerzas que guardaban aquella entidad y que estaban a las órdenes del general de brigada Juan Domínguez.

Se les formó un Consejo de Guerra sumarísimo y fueron pasados por las armas. Los cadáveres se encuentran en el Hospital Militar de esta capital y corresponden a las siguientes personas: general de división Francisco R. Serrano; generales Carlos A. Vidal, Miguel A. Peralta, señores licenciados Rafael Martínez de Escobar; Augusto Peña, Antonio Jáuregui, Ernesto Noriega Méndez, Octavio Almada, José Villa Arce, licenciado Otilio González, Enrique Monteverde Jr. y ex-general Carlos B. Ariza.29

En 1937 los redactores de La Prensa hicieron un interrogatorio al general Antonio I. Villarreal preguntándole qué tenía que decir sobre los sucesos de Huitzilac, ya que mucha gente seguía sosteniendo que era falso que Serrano y sus compañeros se hubieran levantado en armas, que sólo estaban de paseo y que Calles arbitrariamente los mandó aprehender y después fusilar. Al respecto el general Villarreal les dijo:

Mire, para qué nos hacemos tontos. Calles dio la orden para matar a Serrano y sus compañeros, que así como yo nos íbamos a levantar en armas contra él.

No fuimos a Cuernavaca en viaje de recreo o picnic, intentábamos pronunciarnos contra la tiranía de Calles y la reelección de Obregón y nos traicionó Domínguez.

El hecho de que hayan acompañado a Serrano a Cuernavaca, no trece ni catorce personas, sino algo así como doscientas... La circunstancia de que poco tiempo después se efectuaran las aprehensiones y habiendo sido fusilados Serrano y sus acompañantes, que el general Domínguez trabara combate con el hermano de Filiberto Gómez, que desde Tenancingo avanzara a Cuernavaca a donde no pudo llegar antes de que se consumarán las aprehensiones, demuestra que el general Serrano y los suyos, sí pensaban hacer armas contra Calles.30 

Por lo que se refiere a la responsabilidad en los fusilamientos de Serrano y sus compañeros, el general Álvarez en sus declaraciones ante el agente del Ministerio Público expresó:

Obligados los inferiores a obedecer, en estado de revolución, las órdenes superiores bajo pena de muerte, imbuidos en la idea de cómo lo dice la Ordenanza, artículo 520, el más grave cargo que se les puede hacer es el de no dar cumplimiento a esas órdenes y sabiendo que según el Código, su responsabilidad está a salvo aún cuando esas órdenes constituyan delito, fracción vi del artículo 119, excepto en los casos en que esta circunstancia sea notoria. Debemos convenir en que legalmente toda la responsabilidad de tales órdenes recae sobre el superior que las dio y es él quien ha dicho ya los motivos que tuvo para darlas con toda justificación en mi concepto.

Sólo con una marcada parcialidad podría decirse que en aquella época y a través de la mayor parte de la historia en nuestros movimientos armados haya constituido notorio delito el fusilamiento de individuos que tan ostensiblemente planearon y llevaron al cabo cuartelazos como el que nos ocupa, especialmente cuando el Presidente de la República, jefe supremo del Ejército, es quien en uso de su autoridad ordena la ejecución.31

Al decir el general Álvarez que el superior que dio las órdenes es el único responsable y que éste ya había expresado sus motivos, se refería a las declaraciones que el día 4 de octubre de 1927 dio a la prensa el general Calles y que fueron en el siguiente sentido:

Desde que se inició la lucha política, el Gobierno a mi cargo tenía conocimiento de la labor de sedición que estaban haciendo los generales Serrano y Gómez.

Es del dominio público que Serrano y Gómez y sus compañeros así en sus declaraciones que hacían a la prensa, como en sus discursos, constantemente estaban hablando de que irían a la lucha armada.

Serrano y Gómez lograron corromper, con la cooperación del general Héctor Ignacio Almada, jefe del Estado Mayor del general Eugenio Martínez, a los jefes de cuatro corporaciones pertenecientes a esta Jefatura, las que iniciaron ayer noche un movimiento de rebelión abandonando sus cuarteles y tomando el camino a Texcoco, no atreviéndose a combatir con las fuerzas leales de la Guarnición. 

El Gobierno a mi cargo ha dictado desde luego enérgicas disposiciones para batir y aniquilar a estos traidores y puedo asegurar a la nación, que en término muy perentorio quedará extinguido este Movimiento y que el general Gómez, con todos los que lo acompañan, antes de cuarenta y ocho horas caerá en nuestras manos, pues ya se le persigue activamente. El Gobierno sabrá castigar sin distinciones y sin consideraciones de ningún género a militares y civiles responsables de este conato de rebelión.32

El 11 de octubre del mismo año, el general Calles hizo unas declaraciones al periódico norteamericano The World diciendo que conoció el plan de los rebeldes para atentar contra el Gobierno, aprovechando que el día primero de septiembre era la apertura del Congreso y que esto fue confirmado por un confesión de Serrano quien le pidió a Calles que disolviera el poder Legislativo. 

Afirmó Calles que solamente trató de disuadir a Serrano y que no tomó ningunas medidas contra los militares que sabía estaban comprometidos en el Movimiento.

Sostuvo en esta ocasión, que también estaba enterado de los movimientos que tenían preparados para los días 15 y 27 del mismo mes. En sus declaraciones continuó diciendo que Almada, pocas horas antes de que se realizara el movimiento, procuró obtener personalmente la seguridad de que él asistiría a las maniobras nocturnas de Balbuena. Manifestó que una prueba incontrovertible del Plan trazado con anterioridad era el hecho de que simultáneamente a los acontecimientos de Balbuena, el general Gómez se rebeló en Perote con dos Regimientos, así como el hecho de que Almada se fuera inmediatamente a Perote antes de que el Gobierno hubiera localizado a Gómez, lo que indicaba que tenían acordada la reunión.33

Con relación a la confesión de Serrano a Calles, el general Antonio I. Villarreal dijo a la prensa que él había sabido por boca del propio Serrano que éste tuvo una entrevista con el Presidente y que en ella le dijo que el Ejército repudiaba la reelección de Obregón y que los jefes de las corporaciones militares en el Valle de México se mostraban indignados porque la Cámara de Diputados se había convertido en un club político reeleccionista y que difícilmente había logrado impedir que dichos jefes cerraran la Cámara de Diputados. Que entonces Calles le había preguntado con que fuerzas contaba para cerrar la Cámara y que Serrano le contestó que el general Eugenio Martínez, jefe de Operaciones en el Valle y todos sus jefes de corporaciones estaban de acuerdo para impedir la reelección de Obregón.34

Refiriéndose a las declaraciones que hiciera el general Calles a la prensa, el general Álvarez dijo ante el Ministerio Público.

En la Presidencia se tenía pleno conocimiento de los diversos intentos de golpe de mano preparados para el primero de septiembre de 1927 para el veintisiete del mismo año y por último para el dos de octubre de dicho año en las maniobras de Balbuena. Me consta también que la sublevación simultanea de diversas corporaciones militares en distintos puntos de la República, de que habla el señor Presidente Calles es exacta y en mi concepto una prueba incontrovertible de que sí existía un plan preconcebido de insurrección durante el cual los sublevados vitorearon siempre a sus reconocidos jefes, los generales Serrano y Gómez.

Con mi carácter de jefe del Estado Mayor Presidencial tuve a mis órdenes a varios agentes confidenciales que hicieron interesantes investigaciones acerca de quienes preparaban este movimiento de rebelión, haciéndolas yo personalmente en varios casos. Con ese mismo carácter escuché las denuncias que numerosos jefes del Ejército hicieron al Presidente acerca de las invitaciones que recibían de los generales Serrano y Gómez para comprometerse en un movimiento de rebelión.35

El general Casillas en la serie de artículos que escribió sobre los acontecimientos de Huitzilac para finalizar su estudio, analiza la responsabilidad que en estos sucesos tuvieron tanto el general Domínguez como el general Marroquín, manifestando:

El general Juan Domínguez, jefe de Operaciones Militares en Morelos en aquella época, nunca estuvo comprometido con Serrano para secundarlo en la rebelión, por el contrario en atención al parentesco espiritual que los unía (eran compadres), varias veces trató de disuadirlo de su torpe intento y cuando se dio cuenta de que a pesar de sus consejos se había ido a refugiar a Cuernavaca con fines desleales, le sugirió la conveniencia de abandonar la ciudad para evitarse la pena de aprehenderlo. Sin embargo al llegar el penoso momento solicitó que don Ambrosio Puente, gobernador del Estado de Morelos, fuera el encargado de hacer cumplir la dolorosa misión.

Toca su turno al coronel Hilario Marroquín autor material...este... jefe se excedió en el cumplimiento de las órdenes recibidas al proceder en la forma salvaje en que lo hizo, poco antes de pasarlo al despacho del general Amaro para que le informara personalmente, yo le pregunté: “¿Fox te ordenó que los mataras en esa forma? ¡No! Fox me dijo que los fusilara con todas las de la ley, pero como eso era muy tardado y se estaba haciendo noche, pensé que era mejor así para acabar más pronto y evitar que se me escaparan. Ahora vamos a ver que dice el jefe”.36

Para terminar con la serie de polémicas y especulaciones acerca de quién había tenido la responsabilidad en los fusilamientos de Serrano y sus trece acompañantes el general calles declaró a La Prensa el 16 de diciembre de 1935:

Soy en forma absoluta el único responsable de todos los actos del gobierno durante los cuatro años en que fui Presidente de la República. Hago constar, por ser un acto de justicia, que jamás, como se ha pretendido hacer creer, mi gran amigo el señor general Álvaro Obregón, tuvo una intervención indebida en mi Gobierno y declaro que yo fui quien consultó a aquel patriota en varios asuntos de Estado en que me era necesario su consejo y el saber de su experiencia. Declaro igualmente que relevo a mis colaboradores de la responsabilidad de cualquier acto de mi Gobierno que ellos ejecutaron.”37

Una vez agotada la investigación que hemos realizado acerca de los fusilamientos de Serrano y sus acompañantes, llegamos a la conclusión de que quedó demostrado que éste tenía organizado un cuartelazo para derrocar al gobierno. La forma de realizarlo era matando por sorpresa a los generales Calles, Obregón, Amaro y a todos los que con ellos se encontraran en la tribuna para presenciar las maniobras militares de Balbuena. Asimismo que para no quedar impedidos de ocupar la Presidencia de la República, tanto Serrano como Gómez salieron a esperar el resultado de su plan fuera de la capital; el primero a Cuernavaca y el segundo a Veracruz. Fueron descubiertos por Calles debido en gran parte a la denuncia que hiciera el general Eugenio Martínez, también por la confesión parcial que hiciera Serrano al propio presidente, tal vez con el objeto de ver cómo reaccionaba, así como que los propios organizadores en todos los mítines en que tomaban parte lo decían en sus discursos. Por otra parte los oficiales de la policía especial de la Presidencia entraban con toda libertad a la casa de Gómez y a los lugares de reunión, haciéndose pasar como simpatizadores del movimiento, lo que les permitía informar a Calles de todos los detalles de la conspiración y, por último, muchos jefes militares que habían sido invitados a participar en el golpe de Estado fueron a denunciarlos con el Presidente.

Consideramos asimismo que ha quedado demostrado que fue Calles el que directamente dio la orden de fusilamiento al general Claudio Fox, sin que Obregón tuviera participación alguna. Que esta orden se dio después de haberse realizado un juicio sumarísimo, que en materia militar consiste en identificar al acusado y una vez que se establece que se encuentra levantado en armas, se le condena a ser pasado por las armas.

En nuestro concepto, la responsabilidad de que el fusilamiento se realizara en forma indebida, corresponde a los generales Claudio Fox y Nazario Medina, jefes de la escolta enviada para realizarlo, que olvidando su deber y debido a la amistad con Serrano y con algunos otros de sus compañeros, decidieron alejarse varios kilómetros del lugar en que se formó el pelotón de fusilamiento, dejando todo lo relativo a éste en manos del coronel Hilario Marroquín, que como todos los subalternos que quieren “hacer méritos”, se excedió en el cumplimiento de su deber. A esto se debió que en lugar de disparar al corazón, como lo ordena la disciplina militar, los cadáveres presentaban balazos en diversas partes del cuerpo, incluyendo la cara.

Así pues, si no se hubiera descubierto el plan para asesinar a Calles, las cruces que se encuentran en el kilómetro 48 de la carretera México-Cuernavaca, estarían en Balbuena.

Por otra parte, como vimos anteriormente el día primero de octubre, el general Gómez abandonó la capital. El general Casillas entrevistó al doctor Jiménez O’Farril, quien fuera médico de cabecera de Gómez y que lo acompañó en toda su insurrección y expuso como se realizó ésta desde la salida de México:

El general Gómez no tenía un lugar en donde reunirse con sus adeptos y una vez en la estación, sin un plan fijo y basado en simples esperanzas, decidió que comprara boleto para Perote, porque ahí pensaba reunirse con el general Horacio Lucero para esperar los resultados de la rebelión de Balbuena. Esa noche se reunieron en la estación de San Lázaro: Paulino Fontes, el teniente coronel Fonseca, el capitán Villarreal y cuatro personas más que no recuerdo. El general Gómez se fue en su coche particular hasta la estación de los Reyes en donde tomó el tren, acompañado del teniente coronel Francisco Vizcarra. Homero García devolvió de los Reyes a Von Villa, el coche del general Gómez a México y trajo consigo algunos mensajes del propio general para diversos correligionarios suyos, a quienes en forma cifrada y convenida avisaba que el movimiento debía hacerse desde luego.

O’Farril relata su llegada a Perote, diciendo que sería como la una de la mañana cuando llegaron con un frio horrible y que la estación estaba solitaria y obscura. Señala que pasó un doctor Nieto a su lado quien los llevó hasta el pueblo dejándolos ahí. Que ante la situación tan apremiante, pues no tenían donde refugiarse, el teniente coronel Vizcarra decidió ir a hablar con el general Lucero.

Asienta que regresaron a las dos y que Lucero se puso a conferenciar con Gómez, sin que ellos se enteraran de la conversación y que horas después los llevaron con un comerciante que les dio un lugar donde dormir en un tapanco. Que allí pasaron cuatro días sin saber qué hacer.

Continúa O’Farril y aclara que cuando se supo con exactitud lo que había sucedido en México, se dieron cuenta de que todo había fracasado y que el gobierno los andaba buscando, así que tuvieron que tomar una decisión definitiva. Afirma que para entonces, el general Gómez ya no quería sublevarse contra el gobierno y que estaba vacilante e indeciso y que el general Lucero molesto por esa actitud le dijo a Gómez delante de todos ellos:

“Mi general, si usted no se subleva yo sí”. Y que esto obligó a Gómez a decidirse a llevar a cabo la rebelión.

Manifiesta que una vez decidido que se levantarían en armas procedieron a organizarse. Que primero llamaron a Silvino García, jefe de numerosos grupos de agraristas, para que sumado a las fuerzas de Lucero se fuera con ellos hasta el rancho El Triunfo, donde se reunirían todas las fuerza rebeldes para iniciar la campaña. Antes de salir Gómez le escribió una larga carta al general Jesús M. Aguilar, jefe de las Operaciones Militares en Veracruz invitándolo a que secundase el Movimiento, previo ofrecimiento del mando de la región veracruzana y de todo el dinero que pudiera recoger de la aduana porteña. Que el general Gómez iba vestido un poco estrafalariamente y ellos de civiles por lo que asegura que su grupo más que un movimiento rebelde parecía que iban disfrazados, razón por la cual no inspiraban respeto a los soldados. Dice que en el camino al rancho El Triunfo se perdieron y tuvieron que bajar del coche e ir a pie hasta que por fin unos campesinos los condujeron al rancho. Refiere que en el rancho, el general Palacios, acompañado de algunos militares los esperaba desde hacía dos días. Que una vez allí se instalaron en un lugar incómodo y tuvieron que aguardar dos días más y que al tercero vieron llegar al regimiento del general Lucero que marchaba en columna de cuatro, con la banda de guerra a la descubierta tocando la marcha dragona, que este espectáculo los reanimó, haciéndolos sentirse casi victoriosos. Pero que esta sensación se desvaneció rápidamente, pues al día siguiente de la llegada de las tropas empezaron a surgir dificultades, pues en primer lugar, el sitio donde dormían él y los que iban con Gómez, era un pajar y pronto desapareció para servir de alimento a los caballos y la tropa hambrienta acabó con todas las provisiones de los humildes peones de la ranchería obligándolos a huir con sus familias, quedando ésta despoblada.

Narra cómo en vista de la falta de alimentos se ordenó seguir para Ayahualco, teniendo que caminar entre la tierra, soportando hambre, sed y una inmensa fatiga hasta que vieron un pueblito que los recibió con grandes muestras de entusiasmo. Dice que los soldados ya no llegaron marchando en columna de cuatro ni tocando los acordes de la marcha dragona sino que cada uno llegaba como podía, a pie a caballo, cansados, hambrientos y medio muertos de sed. Que los jefes les dijeron a sus soldados que se las arreglaron para que pudieran mitigar el hambre, y así, a los tres días de su estancia en ese pueblo, ya estaban fastidiados de su presencia, pues los soldados al terminárseles el dinero empezaron a dar vales, cobrables al triunfo de la causa a cambio de los alimentos. Hasta que tanto la tropa como los habitantes del pueblo volvieron a sentir hambre.

Expresa que esos días se perdieron en conjeturas, proyectos y exploraciones para ver si se les perseguía o no. Hasta que se enteraron que cerca de ellos estaban las tropas del Gobierno que llegaban a bordo de numerosos trenes para perseguirlos y que entonces se le ocurrió al general Gómez que fueran a Ixhuacán para internarse nuevamente en el cañón que conducía a la ranchería El Triunfo que poco antes habían abandonado. Relata cómo desorientados y sin saber qué hacer, realizaban aquel regreso inútil, cuando se les aproximó un campesino portador de un recado, que era del coronel jefe de Estado Mayor que decía: “Jefe, avanzamos junto con el general Almada y unos tres mil hombres”. Dice que al recibir el mensaje no sintieron gran alegría, pues pesaron que se trataba de una celada. Pensaron regresar a Ixhuacán de allí a Ayehualulco y luego abandonar la serranía para ganar un puerto o una frontera por donde escapar al extranjero. Así lo hicieron pero apenas habían caminado unos kilómetros cuando un hombre a caballo los alcanzó y les dijo que Almada estaba en el pueblo. Lo acompañaban los generales Óscar Aguilar, Antonio Medina, el coronel Robinson, el senador Victoriano Góngora, Higgis y otras personas. Gómez y Almada se fueron a conferenciar y ellos se quedaron platicando con los que iban, que fueron los que les relataron lo sucedido a Serrano.

Decidieron defender el cañón en que se encontraban y que era estratégicamente perfecto, distribuyendo la tropa para defender los lugares más importantes. Así permanecieron cuatro días y el enemigo no daba señales de vida. Otra vez conferenciaron los generales y decidieron que debían salir rumbo a Huatusco. Una vez que se recogieron las ametralladoras y la tropa desalojó sus magníficas posiciones, emprendieron el camino subiendo una pesada cuesta y al llegar a lo más alto, varios aviones de reconocimiento pasaron sobre ellos. Al mismo tiempo supieron que el enemigo estaba muy cerca y creyendo que el ataque venía de arriba, bajaron como pudieron hasta el pueblo, descubriendo así que la persecución se había iniciado por otro lado. Afirma asimismo, que si no hubiera sido por Valerio Ruiz, un indio cabecilla de la región que con treinta hombres ocasionó grandes bajas a las tropas del gobierno, los hubieran acabado a todos. La desorganización fue tremenda y Gómez les gritó “¡sálvense quien pueda!”.

O’Farril continua narrando que acompañando a Gómez que corría hacía donde estaba el enemigo, huyeron del lugar de la lucha hasta que llegaron abajo de unas peñas en donde hicieron una alumbrada y comieron un chivo que pasaba. Gómez no participó en la dirección del combate, ni en la organización de las tropas, sino que todo quedó en manos del general Lucero. Reanudando éste el combate el día ocho en la mañana, pero ya no de manera intensa. Comenta que como a las nueve de la mañana un avión comenzó a volar sobre el campo de batalla para lanzar papeles impresos invitando a la rendición previa garantía de la existencia. Tanto los soldados como los oficiales, aceptaron esa proposición y cada vez que había oportunidad se rendían. La lucha continuó todo el día y la noche, y sólo gracias a la resistencia de Valerio Ruiz y del general Lucero fue posible que Gómez y muchos de los suyos lograran salir de ahí con vida.

Después de muchas tribulaciones y penalidades, comenta O’Farril, por las que pasaron Gómez y sus acompañantes, siempre huyendo de las fuerzas del Gobierno que los seguían de cerca, llegaron a Tietzin, lugar muy cercano a Teocelo. Uno de sus guías aseguró al general que “un chivero” lo llevaría a su cabaña y de ahí a su hacienda de Santa Rosa, en donde estaría esperándolo el administrador para ocultarlo en un carro de naranjas que lo llevaría a México. Siguió con ellos hasta el 3 de noviembre y dice que el general Gómez le aseguró que iría a Santa Rosa y que él se fuera a gestionar la amnistía. En una tarjeta de visita escribió que tenía plenos poderes para tratar el asunto y después Gómez se fue con el chivero hacia la hacienda.

Continua señalando que después de una penosa travesía llegó a orillas de Teocelo y que de allí un niño lo llevó hasta el jefe de la Guarnición de la Plaza coronel Crail; que le expuso su misión haciéndole la advertencia de que Gómez había partido para la sierra de Puebla, pero que Crail le contestó: “Me apena manifestarle que yo tengo informes completamente distintos a los suyos, doctor, y por lo que se refiere al general Arnulfo R. Gómez, nuestras tropas ya lo han hecho prisionero”.

Al recibir esta noticia se quedó petrificado y viendo que nada podía hacer, pidió alimentos y se quedó varios días, Supo que el general Crail desde un principio había estado en comunicación con Teodulo Cid y Aarón Galván, quienes le hacían saber el punto exacto donde se encontraba Gómez. El “chivero” encargado de llevarlo a Santa Rosa era un cabo de la escolta de Escobar, a quien se le había comisionado el papel de guía. Gómez antes de salir le había dicho; “Sírveme bien, ayúdame a salir de aquí y te haré rico”. Después de caminar dos kilómetros más o menos, el guía hizo una seña, se hizo a un lado y se oyó la voz de “¡arriba las manos, ríndase!”. 

Escobar en persona estaba allí y se llevaron a Gómez al pueblo más cercano. Al amanecer fueron conducidos a un tren especial que salía rumbo a Xalapa, al llegar a Coatepec el convoy se detuvo para recoger varios mensajes procedentes de México, entre ellos uno de Calles en el que se negaba el perdón implorado por Escobar para su amigo, y ordenaba que se le fusilara inmediatamente. Se le llevó hasta el panteón del pueblo en donde pidió que no se diera la voz de mando y que le vendarán los ojos. Una vez fusilados fueron conducidos al mismo tren, que los llevó a México para ser entregados a sus familires.38

Entrevistamos al general José Álvarez y le preguntamos qué hizo el general Calles cuando le comunicaron que el general Gómez había sido aprehendido en compañía de varios militares.

La respuesta fue que al verificarse la aprehensión del general Gómez en pleno campo rebelde, consultó el general Gonzalo Escobar que mandaba la fuerza que lo perseguía, lo que debía hacer con ellos. “Me acerqué al señor Presidente indicándole que Escobar esperaba órdenes en la oficina telegráfica. Entre los que aprehendieron con Gómez estaba Francisco Gómez Vizcarra, sobrino de éste y que había sido sub-jefe del Estado Mayor a mis órdenes. Creía yo que me iba a ordenar que a Panchito se le llevase a México para reducirlo a prisión, en vista del gran afecto que le había tenido y tomando en cuenta, quizá que su rebelión era en cierto modo, obligada por el dominio que sobre él ejercía su tío Arnulfo, de tal manera que recibí una terrible impresión al oír que mi general Calles me respondió: Diga usted a Escobar que digo yo que los fusile a todos. Yo me atreví a preguntarle: También a Panchito, mi general y su contestación fue fría y tajante He dicho que a todos”. Así reaccionaba el general Calles haciendo lo que creía que era correcto de una manera violenta y tajante, que lo hizo cometer, en mi concepto, algunas injusticias de las que yo personalmente fui víctima.39

Así terminó la sublevación de Gómez que, como hemos visto, no puede llamarse campaña, pues no trabó combate con ninguna fuerza del Ejército federal ya que cuando los encontraron, él huyó, siendo entregado por un falso guía. Habiéndole fallado todos los que con él se habían comprometido, así como la ayuda demandada a los Estados Unidos.

Manola Álvarez Sepúlveda

1 Luis N. Morones, “Morones habla claro”, El Universal, Año XL, Tomo CLXV. Núm. 144373, sábado 14 de julio de 1956, México, D.F. p.8, p.12.

 

2 Entrevista con el general José Álvarez, Cuernavaca Morelos 2 de febrero de 1966.

 

3 Luis N. Morones. Op. Cit. p.12.

 

4 Op. Cit. p.12. 

 

5.-Santamaría, Francisco J. La tragedia de Cuernavaca en 1927 y mi escapatoria célebre. México, D.F., Editorial Labor, 1939, p.p. 21-23; 27-29; 31-33; 43-45 y “La verdad sobre la tragedia de Huitzilac”, El Uni- versal, México, df, martes 14 de mayo de 1963. p.22. Y general Rodolfo Casillas, entrevista con el doctor Jiménez O’Farril.

 

6.-Francisco Santamaría. Op. Cit. p.p. 74-75; 80-81: 89: 96-98: 126-147.

 

7.-Op. Cit. p.p. 56-58.

 

8 .-Ibídem, p.p. 63-64

 

9 Antonio I. Villarreal. Entrevista “Serrano salió a rebelarse y Calles ordenó que lo mataran”. La Prensa, diario ilustrado de la mañana, México, D.F. 20 de octubre de 1937. p.1

 

10 Felipe Islas. “La última Campaña Política del general Obregón” Revista Mujeres y Deportes, Año ii. Núm. 113, México, D.F. sábado 21 de septiembre de 1935, p.44..

 

11 Felipe Islas. “La última Campaña Política del general Obregón”. Revista Mujeres y Deportes, Año ii, Núm. 114, México, D.F. Sábado 28 de septiembre de 1935, p.14

 

12 “Ratifica el general Amaro que la ejecución de Huitzilac debióse al general Calles”, Periódico Excélsior, Segunda edición, México, D.F., jueves 3 de marzo de 1938. 

 

13 Entrevista con el general José Álvarez, Cuernavaca Morelos, miércoles 13 de enero de 1965.

 

14 Francisco Santamaría, Op. Cit. p.52

 

15 Julio Scherer. “Roberto Cruz en la época de la violencia”. Periódico Excélsior, México, D.F. 7 de octubre de de 1961 p.3.

 

16 “Declaraciones del general Fox”, Revista Mujeres y Deportes, México, D.F. Año ii Núm. 107, sábado 10 de agosto de 1935, p.10 y “Declaró el general Fox”, Periódico Excélsior, México, D.F., 24 de octubre de 1937.

 

17 General Rodolfo Casillas “La verdad sobre la tragedia de Huitzilac”, El Universal, México, D.F. 23 de abril de 1963, p.2; p.19.

 

18 Armando Araujo. “La Matanza de Huitzilac”. Revista Mujeres y Deportes. Año ii, Núm. 107 México, D.F. sábado 10 de agosto de 1935 p.p. 10-12 y “¿Quienes mataron al general Serrano y sus trece amigos?” p,p,10-14.

 

19 Armando Araujo. Op. Cit. p.p. 12-14. 

 

20 Op. Cit p.14 y “Declaró el general Fox”, Excélsior, 24 de octubre de 1937.

 

21 Armando Araujo, “Quienes mataron al general Serrano y sus trece amigos? Revista Mujeres y Deportes. Año ii, Núm. 108, México, D.F., sábado 10 de agosto de 1935, p.14.

 

22 “¿Es el general Álvarez culpable?”. Revista Mujeres y Deportes, México D.F. Año II, Núm. 107, sábado 10 de agosto de 1935, p.14.

 

23 Entrevista con el general Álvarez. Cuernavaca, Morelos, miércoles 13 de enero de 1965.

 

24 “Claudio Fox dirigió la matanza de Huitzilac y Calles dio la orden”. La Prensa, Diario ilustrado de la

mañana, México, D.F., jueves 7 de octubre de 1937.

 

25 “Ratifica el general Amaro que la ejecución de Huitzilac debióse al general Calles”. Periódico Excélsior, segunda sección, México, D.F., jueves 3 de marzo de 1938.

 

26 “También Amaro dice que fue legal el acto de Huitzilac”, La Prensa, Diario ilustrado de la mañana. México. D.F. 3 de marzo de 1938.

 

27 “Es el general Álvarez culpable? Revista Mujeres y Deportes, Año II, Núm. 107, sábado 10 de agosto de 1935, p.16.

 

28 Otilio Orestes “La espantosa matanza de Huitzilac rememorada por el señor Patricio Healy”, periódico Novedades, México, D.F., domingo 20 de febrero de 1938.

 

29 “La matanza de Huitzilac”, Revista Mujeres y Deportes, Año ii, Núm. 107, México D.F. sábado 10 de agosto de 1935, p,1

 

30 “Serrano salió a rebelarse y Calles ordenó que lo mataran”. Entrevista con el general Antonio I. Villarreal. La Prensa, Diario ilustrado de la mañana, México D.F., 20 de octubre de 1937.

 

31 “Fue el general Calles quien ordenó la ejecución de Serrano y sus acompañantes”. Declaraciones del general José Álvarez, Periódico Excélsior, Segunda sección, México D.F., viernes 16 de febrero de 1938.

 

32 “Declaraciones del general Calles”, La Prensa, Diario ilustrado de la mañana, México, D.F. octubre 4 de 1927.

 

33 “Declaraciones del general Calles, Presidente de México”, The World Nueva York, Estados Unidos de Norteamérica, 11 de octubre de 1927.

 

34 “Serrano salió a rebelarse y Calles ordenó que lo matarán”. Entrevista con el general Antonio I. Villarreal. La Prensa, Diario ilustrado de la mañana, México, D.F. 20 de octubre de 1937.

 

35 “Fue el general Calles quien dio la orden para la ejecución de Serrano y sus acompañantes”. Declaraciones del general José Álvarez. Periódico Excélsior, Segunda sección, México, D.F. viernes 16 de febrero de 1938.

 

36 Rodolfo Casillas “La verdad sobre la tragedia de Huitzilac”. Periódico El Universal, México D.F. martes 14 de mayo de 1963, p.2

 

37 “Sensacionales declaraciones del señor Presidente Plutarco Elías Calles”, La Prensa, Diario ilustrado de la mañana, México, D.F. 16 de diciembre de 1935..

 

38 Rodolfo Casillas “La verdad sobre la tragedia de Huitzilac” Periódico El Universal, México, D.F. martes 14 de mayo de 1963, p.2; p.22 y “Campaña contra Arnulfo R. Gómez; su fusilamiento”. El Universal México, D.F., martes 21 de mayo de 1963, p 2, p.22 y martes 5 de junio de 1963, p.2, p.23. p.25 y martes 12 de junio de 1963, p.2, p.p.12-13.

 

39 Entrevista con el general José Álvarez, Cuernavaca Morelos, miércoles 13 de enero de 1965.