Los pasteles del asesor (Crónicas sin censura 10)

Réplica y Contrarréplica
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Alberto Jiménez Morales ya forma parte de la historia de Puebla. Ha desarrollado un peculiar estilo que le permite mantener en un puño la vida política de la entidad. Maneja para sí una enorme y bien organizada red de espionaje.

Coloca, reubica, prescinde, impulsa, incluye, nombra, purga, enriquece o quiebra servidores públicos, según del afecto, tirria, recelo, coraje, conveniencia u odio que abrigue en su corazón. En fin, el tipo es listo e inteligente y además tiene un extraordinario oficio político. Lo paradójico de su controvertida vida pública está en la simpatía y el carisma que emana. De ella hay muchas y muy variadas demostraciones. La última ocurrió hace una semana cuando sus íntimos celebraron su cumpleaños.

    La cita fue en el restaurante del hotel Mesón del Ángel. Poco más de veinte familiares y amigos se reunieron para festejar al “Padrino” con una sabrosa paella servida después del salmón ahumado y bisquets de langosta. Las bromas y los chascarrillos amenizaron la reunión. Se brindó con vino blanco alemán y champaña francesa. Una bisoña notaria ofreció la comida y, desde luego, agradeció el apoyo del hombre a quien le debe la codiciada patente notarial equivalente a un título nobiliario en estos tiempos republicanos.

    Entre las personalidades que engalanaron la reunión estaba el doctor Arnulfo Giorgana (cuñado de don Alberto), acompañado de doña Pilar, su esposa, alcaldesa de Huauchinango y hermana del festejado. También brilló la presencia del procurador Humberto Fernández de Lara, aparentemente anfitrión de la fiesta pues firmó la cuenta de la comilona. El hijo del asesor, el diputado Alberto, no podía faltar ni desaprovechar la ocasión para el acostumbrado acuerdo del día.

    Lo que aparentaba ser un tradicional festejo entre amigos, por las inocentes y tontas bromas de los comensales, llegó a convertirse en una reveladora junta de políticos y funcionarios públicos En el grupo había un tal Manuel. Alguien comparó el nombre con el de ya sabe usted quien, y de inmediato el resto de los comensales esparció el vinagre junto con la algarabía y las risotadas que festejaron la frase: “Este es gente decente”.

    Lo revelador es que el equipo jimenistsa deja ver un cierto resentimiento a pesar de que el asesor ha colocado a muchos de sus hombres en el proceso electoral y en los cuadros priistas encargados de encontrar candidatos. Varios figuran como delegados municipales y por lealtad luchan para hacer perdurable la hegemonía de su partido y por ello meten las manos en las postulaciones y compromisos comprometidos (goles se dice en el argot). Obviamente para hacer el “caldo gordo” a don Alberto.

    La fiesta tuvo final feliz. Los invitados que cuando actúan en política se transforman en corifeos, entonaron las tradicionales mañanitas y el “sapo verde” anglosajón. Para cerrar con broche de oro, llegó el cremoso pastel con un copete de ardientes velitas. Antes de que el festejado soltara un enérgico soplo, muchos y muy buenos deseos personales deben haber saturado su mente. Pese al mutismo e inescrutabilidad que lo distinguen y hacen un tipo difícil de descifrar, estoy seguro que sus anhelos volaron buscando la forma de llegar a quien desde febrero se hará cargo del poder Ejecutivo estatal.

    Cuando nuestro personaje festeja su aniversario, al estilo de los poderosos caciques reparte sonrisas, abrazos, agradecimientos y promesas. Su gente irradia la bonhomía y caballerosidad serrana que distingue al festejado, y brinda porque se repitan los éxitos del jefe que, a final de cuentas, repercutirán sobre el grupo.

    Año con año el poderoso asesor acostumbra romper con la cotidiana política. La alegría del cumpleaños lo transforma en un ser magnánimo: permite el reparto equitativo del pastel. Sin embargo, para desgracia de muchos políticos, después retorna la costumbre que tanta envidia le ha ganado: pone en práctica aquello de que el que parte y comparte se queda con la mayor... o lo que es lo mismo, con todo el pastelote.

 

8/IX/1992

Alejandro C. Manjarrez