El pensamiento es la única cosa del Universo de la que
no se puede negar su existencia: negar es pensar.
José Ortega y Gasset
En las siguientes líneas sintetizo cómo fue desarrollándose la historia política moderna hasta llegar a lo que hoy es Puebla, ciudad y estado donde su sociedad aún conserva algo o mucho, depende el punto de vista del lector, de la magia que produjo el pensamiento de Tomás Moro. Mi intención es destacar el peligro de retroceder a la época de los caciques, pero ahora con el toque moderno de lo que fue el despotismo ilustrado puesto en boga por los monarcas del siglo XVIII.
La sobada sentencia de José Ortega y Gasset, misma que aparece en Meditaciones del Quijote: “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella, no me salvo yo”, enmarca el fenómeno Moreno Valle, manifestación que, vuelvo a las sugerencias, podría servir de argumento para una novela política o del guion cinematográfico cuyo final quedara al arbitrio del público. La conclusión de esta aventura no depende de la suerte del protagonista o de su buena o mala estrella, sino de la estrategia diseñada precisamente para construirle su futuro inmediato, trayecto en el cual, como se verá, se trastocaron algunas de las tradiciones o reglas no escritas. Por todo ello me atrevo a suponer que en pocos años Puebla habrá de vivir hechos extraños unos, y otros digamos que inéditos.
El camino hacia el poder
Todo empezó con el encuentro de tres personajes; a saber: el patriarca, general y médico militar; el alumno de éste, a la sazón un joven diputado convertido en pastor del rebaño legislativo; y el nieto que manejó su propia “oficina de ajustes” para, como sugiere la trama del filme “Destino oculto” (George Nolfi), llegar a la gubernatura que ocupara el abuelo (1969 a 1972), o sea a la penúltima de las etapas del trayecto hacia el umbral de la Presidencia de la República: diseñó su vida pública (y tal vez la privada) quitándole cualquier posibilidad de romanticismo.
En esta historia aparecen los dos Rafael Moreno Valle (abuelo y nieto) y Melquiades Morales Flores, ahijado político del doctor y general. Los tres coincidieron en el tiempo a pesar de pertenecer a generaciones distintas, pues cuando el médico tenía alrededor de cincuenta y dos años, su nieto acababa de nacer y Melquiades apenas alcanzaba el cuarto de siglo. El general y doctor era gobernador; su nieto el niño que portaría la estafeta del abuelo; y Melquiades el hombre favorecido por la benevolencia y confianza del mandatario que lo hizo diputado y líder de la xlv legislatura poblana.
Ahora podemos decir que los tres llegaron a ser gobernadores de Puebla, o sea beneficiarios del poder delegado por los ciudadanos que votan confiados en que el elegido ejercerá el mando sin resabios ni complejos, y culturalmente apto para no repetir los errores del pasado.
Ahora otro atrevimiento:
Los diálogos que leerá se ajustan a los hechos y corresponden al ambiente que todos hemos visto, algunos con azoro y otros con el sentido lúdico que ayuda a atemperar el efecto de los estragos ocasionados por la decepción. Son charlas tomadas de las conversaciones que escuché de terceros o debido a que fui testigo ocasional o recipiendario de revelaciones políticas. Por aquello de las dudas me amarro el dedo y aclaro: lo que diré es ajeno al estilo que dio fama a Lillian Hellman, la mujer que hizo de la invención una necesidad de sobrevivencia (“el descuido de la verdad llegó a ocupar un lugar central en su vida y obra”, escribió uno de sus biógrafos), mentiras que pudieron haberla encumbrado si hubiese participado en la política mexicana. No. Lo que en seguida leerá es la verdad, si usted quiere un poco matizada o editada para no caer en la tautología que suele ser el distintivo de nuestros políticos, la gran mayoría. La prosa o relato de los hechos, insisto, no cambia ni altera la realidad.
Empecemos pues por el principio, como diría alguno de los clásicos de nuestra aldea, o sea por lo ocurrido hace cuatro décadas y un poco más.
1969-1972
—Te tengo dos buenas noticias —le dijo el general y gobernador Moreno Valle a Melquiades Morales Flores, entonces su ex secretario privado—. Una: tu juventud te permitirá aspirar a ocupar la silla que hoy me pertenece; dependerás de tu trabajo y disciplina. Yo ya puse mi granito de arena para ayudarte a construir tu propio destino. Ahora bien, te doy este dinero para que lo repartas entre los diputados. A cada uno entrégale quince mil pesos; diles que se trata del apoyo que tú gestionaste para que se recuperen de los gastos que efectuaron durante su campaña. Esta acción te ayudará a mejorar tu relación con ellos. La segunda buena nueva: he decidido que tú seas el líder del Congreso.
Las palabras del gobernador dejaron mudo a su colaborador. Al percibirlo, el doctor le hizo un gesto amistoso con la intención de obligarlo a hablar. Melquiades sólo alcanzó a articular un “gracias” entrecortado por el nudo de emociones atoradas en la garganta. En ese momento no lo supo pero pasado el tiempo entendió que así había iniciado el curso intensivo que incluyó el manejo de la emotividad, por cierto una de sus cualidades, la que más le ayudó para convencer a quienes ejercían el poder.
Tres meses después de aquel encuentro volvieron a reunirse el gobernador de Puebla y el Presidente de la Gran Comisión del Congreso local. Ese día el general y doctor Moreno Valle, le comunicó a Melquiades lo que ninguno de los dos pensó que ocurriría. El primero había cumplido tres años en el cargo y el segundo tenía tres meses en la diputación.
—Diputado —dijo el mandatario—, aquí tienes mi renuncia. Hazla del conocimiento de tus compañeros. Es tu deber. Y toma nota que ahora sí deberás cuidarte solo porque a partir de mañana ya no estaré en Puebla.
—Con todo respeto, señor Gobernador, no le acepto la renuncia —se arriesgó Melquiades—. Somos un estado libre y soberano y los poderes están con Usted sin importar de donde venga la orden.
—No, no. Espera —corrigió el general—. Agradezco tu lealtad pero recuerda que soy un militar que obedece al presidente de México (Luis Echeverría). Además estoy enfermo. Así que cumple con tu deber. No te preocupes por mí porque al fin podré disfrutar a mi nieto que pronto cumplirá cuatro años de edad.
Con la congoja clavada entre pecho y espalda, Melquiades tuvo que obedecer la instrucción y comunicar al Pleno del Congreso la renuncia de su hacedor. Más tarde dio posesión del cargo de gobernador interino al abogado Mario Mellado García. Y tres semanas después a Gonzalo Bautista O’Farril[1], el sustituto (una de mis fuentes de ésta y otras historias poblanas).
Pasaron varios meses y se repitió la historia: Melquiades recibió de Bautista la renuncia al cargo y enseguida tomó la protesta de ley a Guillermo Morales Blúmenkron, el cuarto gobernador de aquel accidentado sexenio en el que resultó determinante la participación de los universitarios y del periodismo local.
En tres años, la carrera política de Morales Flores se había enriquecido con muchas experiencias de tipo personal y público. Forjó su carácter entre los sustos y las decisiones políticas centrales. También aprendió que el poder es efímero y que por ello, cuando se ostenta, hay que formar, orientar e impulsar a quienes algún día corresponderán el favor, cuando menos con afecto. Esto permitió a Melquiades mantenerse vigente durante casi medio siglo, tiempo que hizo las veces de fragua. Nunca olvidó al General a quien siempre, de una u otra forma, le manifestó su agradecimiento, respeto y lealtad.
En alguna de las visitas amistosas de Melquiades al doctor Moreno Valle, encontró a su ex jefe físicamente repuesto y con el orgullo militar intacto. Lo admiró aún más. Seguramente se enterneció al verlo actuar en su condición de abuelo de Rafita, insisto el heredero de la dinastía familiar. Como ocurre con los apegos y las ilusiones generacionales, el general Moreno Valle pudo haberle dicho a Morales Flores, que su nieto sería la prolongación de sus ideales, la consolidación de su proyecto político truncado por el resabio presidencial exacerbado por los errores de sus subordinados, fallas que, tal vez por la enfermedad que padecía, no pudieron ser corregidas y solventadas.
Curso intensivo
La carrera pública de Melquiades Morales Flores, estuvo entrelazada con la de Rafael Moreno Valle Rosas. El abuelo fue el vínculo y quien le enseñó que en política hay que sembrar para el futuro impulsando a jóvenes en cuyos valores esté presente la obligación de ser recíprocos con sus maestros. Eso creo.
Tres décadas después, Melquiades encontró la oportunidad de corresponder a los favores. Lo hizo dándole cobertura política al nieto del General. Sin imaginar lo que ocurriría después, arropó complacido a Rafael para, en primer término, mostrarle los vericuetos del poder, incluidos aquellos peligros que acechan como pudieran ser las infidencias y traiciones entre pares (lo de “fuego amigo” es un eufemismo dado que ese tipo de “fuego” nunca es accidental o causado por confusión, sino con el deliberado propósito de hacer daño). Pero como nadie experimenta en cabeza ajena…
1975-1981
Cuando Alfredo Toxqui llega al gobierno, nombra como su mano derecha a Carlos Trujillo Pérez, otro protector de Melquiades. El oficio político del doctor le permite recuperar la tranquilidad del estado: actuó como el hombre bueno y concertador mientras que Trujillo fue el “malo” de esta película que duró seis años. En ese lapso no hubo conflictos graves gracias a que el jefe del gabinete, o sea Trujillo, desempeñó bien su papel al desactivarlos valiéndose de la información que le proporcionaron los infidentes de los grupos en rebeldía política, empresarial o universitaria.
—Señor Gobernador —preguntó alguna vez Trujillo a su jefe—, ¿metemos al orden al círculo de empresarios que encabeza nuestro enemigo?
—Si Usted cumple con su deber podremos convencer a quienes menosprecian la investidura del gobernador —respondió cauteloso el doctor.
—Son denuncias y demandas muy bien integradas, señor Gobernador —insistió Trujillo—, tanto que un empresario enemigo del gobierno podría caer en la cárcel.
—Vea Usted si podemos ayudarlo y si es así póngame en medio para que yo intervenga, pero sin violentar la ley —advirtió Toxqui—. Y procure que él solicite mi intervención. Si es posible hacerlo, tal vez ese favor nos permita mejorar la relación gobierno-iniciativa privada.
Melquiades estuvo cerca de Trujillo. Le sirvió en los asuntos electorales y en algunos de los conflictos, uno de tantos el de la Universidad Autónoma de Puebla (UAP). También vio cómo dos que tres empresarios alebrestados rectificaron su postura crítica contra Toxqui: dieron un inusitado viraje al concluir que el doctor era el mejor gobernador que había tenido Puebla, opinión que fue adoptada por la mayoría de sus congéneres. Morales Flores conoció así los beneficios de ejercer el poder valiéndose de la concertación y la mano tersa pero firme. En ése su papel de “testigo de piedra” cursó el equivalente a una maestría en política local. Sus servicios a la causa, más su discreción y eficacia, le ganaron la confianza de los demás. Por ello lo nombraron candidato a una de las diputaciones federales, después de haber sido líder de la CNC local, posición donde hizo algunas enemistades como la del referido Eleazar Camarillo Ochoa, dirigente de la CROM de Atlixco y enemigo jurado de los campesinos afiliados a la Liga de Comunidades Agrarias y Sindicatos Campesinos, o sea la CNC.
Eran los días en que Rafael Moreno Valle nieto entraba a la pubertad escuchándole al abuelo paterno las historias del poder: Melquiades Morales Flores pudo haber sido una de las referencias necesarias en su formación.
1981-1987
Guillermo Jiménez Morales gana la gubernatura prácticamente sin despeinarse. Melquiades está cerca de él (eran compañeros en el Congreso de la Unión). Aspira ser el dirigente del Partido Revolucionario Institucional de Puebla pero se le atraviesa Gustavo Carbajal Moreno (presidente del CEN del PRI), cuya influencia le permite imponer a Javier Bolaños, uno de los miembros de su ayudantía. Como ya no hay nada qué hacer, Melquiades apechuga y colabora con su nuevo compañero de partido que en materia política dejaba mucho que desear. Es la época en que los priistas comprueban que las decisiones verticales suelen abonar el camino del fracaso.
Empieza así el deterioro de la clase política poblana dado que unos, los capaces, se quedaron callados, y los otros, los mediocres, supusieron que tenían oportunidad de crecer. “Si Javier consiguió la presidencia del PRIi, yo también lo haré”, fue la frase-queja que recorría los laberintos de la política local; el sello semántico de varios que llegaron a posiciones importantes a pesar de su bajo perfil intelectual y la carencia de simpatía.
Faltando quince días para la elección federal de 1985, fallece el maestro Edulio Cortés López, candidato a diputado por el séptimo distrito (Ciudad Serdán). Le niegan la posición a su suplente Darío Maldonado Casiano[2]. Y buscan al priista más conocido en el distrito. “Melquiades es un hombre confiable y seguro”, dijo el Delegado General del pri al Gobernador. Las dos semanas que restaban a la campaña fueron suficientes para que Morales Flores ganara la elección e impusiera un récord en las urnas nacionales (y puede ser que internacionales): votaron por él el 100 por ciento de los ciudadanos inscritos en el padrón electoral, más un 10 por ciento adicional. En total, ¡110 por ciento!
Imagino que en la casa del abuelo Moreno Valle se analizó la hazaña melquiadista. Rafael iii, ya de quince años de edad, pudo haber sido testigo de la satisfacción enmarañada con la preocupación del abuelo, impulsor de la carrera de su secretario auxiliar, diputado y líder en su Congreso local. “Melquiades es un maestro en lo que puede hacerse, especialidad que tú nunca debes ejercer… directamente”, supongo que dijo el general a su nieto y que éste asimiló el mensaje-lección.
Favor con favor se paga
Melquiades siguió abrevando en todas las norias políticas, sapiencia que, de acuerdo con las enseñanzas del general Moreno Valle, guardó para transmitirla en el momento en que las circunstancias se lo exigieran. Otra experiencia más, tal vez la menos esperada, la produjo el arribo al poder del extraño que había jurado nunca regresar a Puebla porque, dijo, era la tierra de sus desdichas personales.
1987-1993
El desgaste natural de quienes constituían la clase política, permitió que Mariano Piña Olaya fuera designado gobernador sin más protestas que las caras duras de dos que tres poblanos. Al final del día nadie impugnó su postulación. Tampoco importó su conocido desarraigo ni su origen guerrerense. Como muchos poblanos, Melquiades también aplaudió esa nominación porque, gracias al espaldarazo de Alberto Jiménez Morales, su hermano Jesús Morales Flores pasó a ser parte de la campaña política de Mariano Piña Olaya.
En esa época Luis Donaldo Colosio Murrieta se hizo cargo del Revolucionario Institucional. Como conocía de las trampas inmobiliarias perpetradas por el gobierno poblano con las más de mil hectáreas expropiadas por causa de utilidad pública (él como secretario de Desarrollo Social y Manuel Bartlett como gobernador, echaron abajo todas las operaciones del grupo Piña-Jiménez), se negó a crear compromisos con el gobernador y su poderoso asesor y factótum. Los consideró operadores de la venta ilegal de esas hectáreas despojadas a sus dueños generacionales, muchos de ellos ejidatarios de Momoxpan. Esta fue la razón para que llamara al diputado Melquiades dándole la oportunidad de convertirse en el nuevo dirigente del pri poblano, con una condición: que se alejara de las malas influencias (Piña y Jiménez). “No les pidas ni les aceptes nada. El partido se hará cargo de tus gastos y del pago de la nómina”, le dijo Luis Donaldo convencido de que Melquiades cumpliría sus instrucciones.
Aquella petición-advertencia fue desdeñada y el nuevo dirigente del pri acudió a don Alberto Jiménez para manifestar su obsecuencia al gobierno, acción que —según lo dicho por Lydia Zarrazaga Molina (1961-1995), política cercana a Luis Donaldo— provocó que éste lo borrara de su lista. Empero, la buena ventura siguió protegiendo a Melquiades ya que el hombre de Magdalena de Kino fue asesinado y en su tintero se quedaron los taches contra quienes le habían fallado, engañado o traicionado.
El crimen del candidato presidencial y las muertes violentas del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo y Francisco Ruiz Massieu, marcaron la vida de México. Le mostraron al entonces joven profesionista Rafael Moreno Valle el lado negro de la política mexicana, así como los espacios blancos donde se encuentra la esperanza. Estoy seguro que el abuelo lo puso al tanto de las traiciones del poder y la forma de enfrentarlas; tal vez lo hizo pensando en aquellos campesinos masacrados en Huehuetlán El Chico, la matanza que endilgaron al general.
1993-1999
“Si Piña fue gobernador de Puebla, Manuel Bartlett debe llegar al poder para rescatar el prestigio de la política estatal”[3], dijeron los poblanos hartos de las imposiciones. La posibilidad de que Bartlett “rescatara el prestigio de la política poblana” aplazó para mejores tiempos el ánimo rijoso en contra de los políticos desarraigados.
Bartlett, que por cierto conocía bien la vida de casi todos los integrantes de la clase política poblana, se encontró con Melquiades, primero como diputado federal y después como senador de la República. Lo vio brincar de un cargo al otro sin tomar aire ni impulso. Pudo constatar la popularidad del legislador de oficio y comprobó su buena memoria, cualidad que lo había hecho amigo de muchos. “A Melquiades lo conocen en los pueblos más alejados de la mano de Dios, e incluso hasta los perros le mueven la cola”, dijo Bartlett al que esto escribe.
Una vez autorizado por el secretario de Gobernación y el presidente del PRI nacional, Manuel decidió soltar la sucesión para que el candidato surgiera de una consulta estatal. Quería pasar a la historia como el primer mandatario demócrata y a la vez quitarse el estigma de la “caída del sistema”. Así que llamó a los aspirantes y les dijo que el proceso interno se llevaría a cabo sin la mano negra del poder. Por ello Melquiades se lanzó en pos de la candidatura sabedor de que estaba ante su única oportunidad. Confió en su popularidad y en los miles de compadres que le apoyaban. Era senador y esa fue otra de sus ventajas.
Recordemos que Bartlett inventó a Ignacio Mier Velazco a quien hizo presidente del PRI estatal, al mismo que le fue como en feria en la primera de las elecciones locales. Junto a Jaime Aguilar Álvarez —delegado del Comité Ejecutivo Nacional del PRI— Nacho Mier aprendió la lección y en el siguiente proceso electoral, el federal, gracias a esa experiencia, recuperó algo del prestigio perdido. Después cayó a la dirigencia Víctor Hugo Islas Hernández, miembro por accidente del limbo donde convalecen los políticos enfermos de mediocridad y corrupción.
El ánimo democratizador de Bartlett permitió a los hermanos Morales Flores entrar de lleno al proceso del cual Melquiades salió airoso para postularse como candidato del PRI a la gubernatura del estado de Puebla.
Para esos días y con casi treinta años de edad, Rafael Moreno Valle Rosas ya estaba integrado al equipo del senador de la República: su madre y Armando Labra Manjarrez habían convencido al padre de Rafa (compañero de Armando en la Universidad de Columbia, EU) para que aceptara el deseo de su hijo, además de apoyarlo obvio.
El abuelo festejó la decisión, primero de su primogénito y después del nieto sin importarle que éste truncara su carrera en el sector financiero internacional. Aquel pudo haber sido el momento para que el general “cobrara” los favores que hizo en su época de gobernador; uno de ellos: impulsar a su secretario auxiliar, espaldarazo político que adquirió la fuerza de un acuerdo generacional. Por esta razón, sin mediar requerimiento o petición formal, Melquiades abrió su enorme corazón al acreedor sustituto de su deuda con el doctor y general que, como ya se dijo, lo había puesto en el camino que lo condujo al éxito político.
[1] Entrevisté en varias ocasiones a Gonzalo Bautista O’Farril. Él me comentó que el origen de la enfermedad que el general Rafael Moreno Valle usó para justificar su dimisión, fue la alergia a los caballos, trastorno que descubrió meses después de haber dejado el cargo de gobernador del estado de Puebla.
[2] Durante su trabajo como médico en Zacapoaxtla, Darío Maldonado instaló una farmacia y nombró como encargada de la misma a Socorro Alfaro, la mujer que después sería esposa de Melquiades Morales. Esta vieja relación basada en la amistad sin duda afectó el ánimo de ambos, el candidato emergente y el suplente que fue arbitrariamente desplazado. Cosas de la vida.
[3] El único acto en contra de Manuel Bartlett, fue la circulación clandestina del “expediente negro” integrado con recortes de periódicos y una que otra opinión basada en el chisme o en los hechos que he relatado y comentaré en las páginas subsecuentes.