La Puebla variopinta, conspiración del poder (Capítulo 16) Gobierno de la compensación

Réplica y Contrarréplica
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Todo poder es una conspiración permanente.

Honoré de Balzac

 

Melquiades gobernó a los poblanos. Lo hizo dispuesto a mostrarse leal a sus principios, propósito que le indujo a corresponder al afecto hacia quien le dio las primeras lecciones sobre cómo respetar los pactos y de qué forma hacerlos trascender.

La frustrada ilusión del doctor y general Rafael Moreno Valle (ser un gran gobernante estatal para después aspirar a la Presidencia de México), quedó en manos de su descendiente homónimo.

Rafael, entonces treintañero, ganó las discusiones y negociaciones previas a la toma del poder gracias a que tuvo el respaldo moral del abuelo cuyo recuerdo seguía influyendo en el ánimo de Melquiades. Lo nombraron titular de la Secretaría de Finanzas y Desarrollo Social, con el plus de imponer sus condiciones y a su personal de confianza (subsecretarios y directores). Recibió todo tipo de facilidades para asegurar su futuro que en aquellos días estaba en las manos del político hechura de su abuelo. Por cierto, en este proceso Labra recomendó al papá de Moreno Valle Rosas, que éste iniciara su carrera política como subsecretario; sin embargo, como ya lo vimos, pudo más el orgullo paternal que la razón. O tal vez hubo una bien armada visión política.

Es en ese momento cuando Fernando Manzanilla Prieto se incorpora a la administración pública de la entidad. (Doce años después se convertiría en el operador, custodio, alter ego, cuñado del gobernador, eje de la política poblana y en algunos momentos víctima del carácter atrabiliario de su familiar político).

Moreno Valle Rosas tuvo “manga ancha” e integró su equipo de trabajo con varios de sus amigos y compañeros de Boston y Nueva York. Uno de ellos el mencionado Fernando Manzanilla Prieto —subsecretario de Egresos—, entonces con el plus de haber estado cerca de Zedillo cuando éste coordinó la campaña de Luis Donaldo Colosio. Otro, Luis Banck Serrato, amigo de Manzanilla y también su compañero durante el periodo manchado con el asesinato del candidato presidencial (ambos, Manzanilla y Banck, políticamente arropados por Luis Maldonado Venegas, a la sazón coordinador adjunto de la campaña presidencial priista del año 200). El perfil del resto de colaboradores fue acorde con su función pública, actividad en la que apoyaron el proyecto “sucesión” avalado por el gobernador Morales Flores. Se organizó la estructura priista alterna, iniciativa que también contó con la aquiescencia del mandatario: cuatrocientas personas adiestradas y remuneradas por el gobierno federal para preparar el terreno a quien, aseguraban los funcionarios de la Secretaría de Finanzas y Desarrollo Social, sería el sucesor de Melquiades Morales Flores. De esta forma inició lo que años después produjo el hito que inspiró este libro.

Ante la obviedad de las acciones del llamado “Grupo Finanzas”, pregunté a Melquiades Morales Flores si Rafael iii era su delfín. El entonces gobernador me respondió preocupado: que no, que él sólo trataba de impulsar a los jóvenes que algún día tendrían la oportunidad de ocupar cargos de importancia política. El tiempo lo desmintió.

Los morenovallistas pusieron en práctica el proyecto diseñado para llegar a gobernar Puebla. Convencieron a Melquiades de que era necesario sustentar con encuestas las decisiones del gobierno. También le vendieron la idea de que incluyera al PRI para que la sucesión se basara en ese método: “El candidato que dispute la titularidad del poder Ejecutivo deberá salir de una encuesta”, arguyeron habilidosos.

Una vez obtenida la autorización, el grupo se movió a sus anchas. Llevó a Rafael hasta los rincones más alejados, municipios donde el funcionario entregaba participaciones y apoyos estatales y federales, dinero destinado a impulsar el desarrollo social. Algunas veces lo hizo como acompañante de Melquiades y otras representándolo con su venia, afecto, complicidad y simpatía. Siempre con su cautivadora sonrisa incrustada en el rostro.

El problema surgió cuando la estrategia morenovallista fue descubierta. Mario Plutarco Marín Torres, ex alcalde de Puebla, cargo al cual llegó después de haber sido secretario de Gobernación de Manuel Bartlett y presidente del Comité Directivo Estatal del pri, entendió que el plan tenía su maña oculta. Lo supo porque años antes había tratado de cerca a Melquiades (fue su secretario particular), experiencia que le permitió conocer sus reacciones, intuir sus intenciones y manipular sus decisiones. Marín pudo confirmar que el gobernador había “comprado” la idea de manejarse y manejar la sucesión mediando las encuestas. Y reaccionó como buen ladino: hizo uso de la estructura de control político organizada por su equipo cuando fue sub secretario y secretario de Gobernación. De inmediato ordenó a su gente trabajar para mejorar su impacto mediático e incidir en los procesos demoscópicos.

El día que Melquiades inauguró la notaría del ex presidente municipal Mario Marín Torres, dijo en el breve discurso alusivo (repito de memoria la confidencia de uno de los presentes): “Ahora sí, licenciado Marín: tendrá Usted que ponerse a trabajar tiempo completo para sacar adelante a su notaría”. Minutos después, ya a solas, Marín Torres instruyó a su equipo político para que se olvidaran de las palabras de Melquiades. “A partir de mañana todos salimos al interior del estado para buscar la candidatura y, obvio, el gobierno. Hay que chingarle duro porque este cabrón (Melquiades) quiere hacerme de lado”.

Dos meses antes de la decisión final, el resultado de los sondeos estaba en contra de Moreno Valle. “Son diez puntos los que nos lleva Marín —reconoció Manzanilla—, diferencia que ya no podremos remontar. De ahí que sea mejor pactar con él para apoyarlo y que nos apoye cuando sea gobernador. Es esto o que Germán Sierra Sánchez sea nombrado candidato”. La tirria hacia Germán nació después de que sus aliados no sólo se manifestaran en contra de Moreno Valle, sino que hasta se burlaran de él endilgándole tendencias que el grupo de Rafael consideró ofensivas.

Se hizo el “pacto de caballeros” bajo los siguientes términos: prevalencia en la nómina de algunos de los miembros del equipo morenovallista, la diputación local y el liderazgo cameral para su líder. Era la plataforma de lanzamiento a la diputación federal y en seguida a la senaduría. Todo ello en cuatro años y meses.

Las cosas marcharon más o menos bien hasta que Marín decidió olvidarse del trato y aceptar como candidatos a senador por mayoría relativa a Melquiades y a Mario Montero Serrano. Privilegió su deuda política con los Montero (padre e hijo) sobre el compromiso político con Rafael. El primero, Melquiades, resultó postulado por el CEN priista, y el segundo, Montero, fue propuesto por Mario Marín valiéndose de su calidad de gobernador.

La decisión cantada con meses de antelación propició que Rafael abandonara el PRI acogiéndose a la influencia de Elba Esther Gordillo Morales, la lideresa magisterial enfrentada ya con Roberto Madrazo, presidente nacional del PRI. Gordillo negoció con Felipe Calderón Hinojosa, y en esa alianza político-electoral fue incluida la postulación de Moreno Valle para senador por Puebla, candidatura que el pan respaldó, no por su vocación democrática sino por las indicaciones del a la sazón presidente de México.

Ocurrió el supuesto enfrentamiento. Rafael y Melquiades contendieron en partidos distintos. Sin embargo, dio la impresión de que el afecto y compromiso moral del ex gobernador lo indujo a manejarse con bajo perfil beneficiando con ello al nieto de su ex jefe. No podía alterar el proyecto genético-familiar. Puede ser incluso que hasta haya pensado en que si perdía la elección él también estaría en la Cámara de Senadores debido al principio de primera minoría. Era un extra en el proyecto personal de Melquiades, oportunidad que validaría su adeudo generacional. El final feliz pues. La obra del teatro republicano que incluyó ser par del nieto del general. Empero, Melquiades nunca debió perder a pesar de haber mostrado sus cartas y preparado en las lides electorales a Rafael Moreno Valle Rosas. Aun así salió derrotado en las urnas para, como dicen los clásicos, caer hacia arriba.

Farol de la calle…

En los círculos políticos del PRI existía la certeza de que Melquiades era un mago en las “artes” electorales. Por ello ninguno de los que conocían su trayectoria creyó en la autenticidad de aquella derrota. El menos expresivo dijo que allí había gato encerrado, duda que nació porque, además de ser uno de los mejores activos de ese partido, Melquiades estaba considerado como un experto en la “ciencia electoral”, además de ser el político más querido de los poblanos y encabezar todos los sondeos. No había duda de su popularidad ganada a pulso con los años de trabajo y refrendada con el cargo de gobernador donde, como ya dije, se reinventó para quitarse el sambenito de experto electorero, fama que le había hecho famoso en los círculos electorales priistas del país. Su currículo incluía el haber recorrido el territorio nacional en calidad de delegado del CEN del PRI, entidades en las que puso en práctica otra de sus facetas: la de político concertador, incluso hasta en la derrota.

Insisto: hubo quienes aseguraron que el ex gobernador tomó la decisión de no valerse de su experiencia para privilegiar sus lealtades; que dejó operar a Rafael permitiéndole ganar a sabiendas de que, de cualquier manera, por segunda vez llegaría al Senado, el espacio ideal para cualquier político en proceso de retiro.

Llegó el día del gran final de esta obra puesta en el escenario del teatro republicano, donde el personaje principal era el nieto del general y doctor Rafael Moreno Valle, ex gobernador que, como quedó escrito, cayó del poder debido a que alguien lo engatusó para permitir operativos policiacos sangrientos.

Nunca se aclararon las razones de aquellas operaciones policiacas que dejaron mal parado al doctor y general. Lo único que trascendió, insisto, fueron las dos versiones de uno de los casos sangrientos; a saber: una venganza por el crimen de militares, o la acción que buscó aplacar al grupo de campesinos insurrectos.

Sea lo que haya sido, lo insoslayable es que dichas maniobras estuvieron a cargo del personal del mandatario; que el trabajo de la prensa resultó determinante para difundir, investigar e incluso denunciar los excesos de los mandos medios del gobierno, responsabilidad que recayó en el titular del poder Ejecutivo; y que el general y doctor Moreno Valle sufría la enfermedad que requirió ser intervenido en algún quirófano de Estados Unidos.

La dulce venganza

Antes del desenlace que permitió a Moreno Valle Rosas ganar la elección de gobernador, Mario Marín y él tuvieron varios desencuentros. El más grave fue el incumplimiento del compromiso por la candidatura al Senado. Después de algunas escaramuzas más humanas que políticas, empezó la guerra sorda que se convirtió en estridente cuando Rafael fue candidato a la gubernatura postulado por el pan y los partidos que se le aliaron. La lucha electoral se tornó virulenta: se puso a funcionar lo que fue la contra-campaña basada en usar el desprestigio de Marín (caso Lydia Cacho y el enriquecimiento inexplicable) para exacerbarlo con la intención de convocar el enojo de los ciudadanos. La reacción contra el candidato del PRI ocurrió tal y como se esperaba porque, además del affaire Marín-Cacho-Kamel, los que formaron la “burbuja marinista” pasaron de la modestia juarista a la opulencia insultante seguros de que su partido conservaría el poder. Tal exceso los puso de pechito.

En esa estrategia participaron casi todos los medios nacionales, algunos de manera casual y otros como replicantes comerciales de la táctica que emprendieron los encargados de la maniobra electoral que favoreció al grupo morenovallista. Se desató la segunda versión del intenso y demoledor bombardeo contra Marín (la primera fue cinco años antes). La sociedad asimiló los mensajes mediáticos, algunos subliminales y otros tan directos como una mentada de madre. Al final de cuentas los electores se manifestaron en las urnas en contra de Marín y lo que éste representaba, incluido Javier López Zavala, su candidato a sucederlo, un hombre sobre quien se posó el ave negra de los malos presagios cuando de su círculo íntimo salió la idea de que el gobernador Marín había vendido la elección a cambio de impunidad. Ello además de su modesto equipo de campaña y de la ausencia del espaldarazo del gobernador Marín cuya experiencia político-electoral nunca se vio.

Rafael Moreno Valle Rosas tuvo el apoyo irrestricto de la maestra Elba Esther Gordillo y sus huestes magisteriales. Los panistas de cepa también se adicionaron a la causa morenovallista. Ni unos ni otros dejaron espacios de maniobra a los operadores del PRI. Cubrieron todas las casillas de la entidad. Además contaron con el soporte logístico del SNTE y los cuerpos de seguridad del gobierno de Felipe Calderón. Sin importar el cómo ni el cuánto, operaron para ganar la “joya de la corona”.

De ello y más se enteró el entonces senador Melquiades Morales. Supo que su pupilo debería obtener el triunfo en las elecciones. Tal vez por eso decidió mantenerse lejos del proceso a sabiendas de que lo tacharían de traidor al pri. Pero en apariencia no lo fue porque nunca operó a favor de Moreno Valle. Sin embargo, para algunos sí cometió tal felonía al permitir que Rafael utilizara la estrategia que le aprendió, adicionándole el marketing político de factura extranjera, además de aprovechar los espacios que de manera casual o a propósito dejaron libres los priistas que traicionaron a su organización: estaban aturdidos por el canto de las sirenas que “lo traspasaba todo incitándolos a navegar en pos de esas voces” (paráfrasis del cuento: El silencio de las sirenas, de Franz Kafka).

El resultado electoral avaló la teoría sobre lo determinante que resultó el afecto generacional de Melquiades Morales Flores. De ahí que muchos priistas sorprendidos lo criticaran por no haber utilizado las prácticas y/o destrezas que durante décadas le endilgaron hasta popularizarlo como uno de los expertos nacionales en el manejo de elecciones, complicadas o no. Y por ello el recelo que prevalecerá hasta que algo o alguien con peso moral, confirme o desvirtúe las hipótesis que acaba usted de leer. A lo mejor, si se anima, desaparezca el telón de misterio en las Memorias del ex gobernador referido en este párrafo. Ojalá.

Alejandro C. Manjarrez