El mundo habrá acabado de joderse el día en que los hombres
viajen en primera clase y la literatura en el vagón de carga.
Gabriel García Márquez
En el trayecto de este libro he mencionado varias veces a Rafael Moreno Valle Rosas. Parecería que busco dedicárselo. Pero no. La reiteración se debe a que él, casualmente, es el parteaguas de la política poblana debido a que en su mandato empezó a darse el cambio, gestión que coincidió con la presencia de los internautas devoradores de políticos (con las consecuentes funciones digestivas) y la participación de una prensa más libre que nunca, no por la gracia del gobierno sino precisamente por lo contrario. De aquí en adelante pocos servidores públicos tendrán oportunidad de convertirse en una referencia histórica. Y esto es otro de los “adornos” del mandato de Moreno Valle Rosas.
¿Cuál será su destino político?
Trataré de adivinarlo valiéndome de la siguiente analogía (con toda la proporción guardada) cuya liga es el dinero, tradición donde Dios (el de cualquier religión) suele ser visto como cómplice no así como guía espiritual.
La familia Rothschild tuvo su origen en uno de los guetos judíos de Frankfurt, el más pobre en su época. El éxito del primer miembro de esta estirpe financiera, se debió a la vocación de servir a los integrantes de la monarquía y desde luego a la gente rica, fortunas que se acrecentaron gracias a la honradez y eficacia de Mayer Rothschild, pie de cría de una de las fortunas actuales cuya tradición data del siglo XVII. Dice una de sus biografías[1], que en 1795 Mayer era el ciudadano alemán que pagaba más impuestos que nadie. Sus descendientes, además del dinero, heredaron la visión comercial y las habilidades financieras de este icono que, igual que el rey Midas, trascendió al tiempo porque convirtió en oro lo que tocaron sus manos, extremidades que bien pudieron ser réplicas de una jamsa, amuleto de los judíos y talismán de los árabes: las neuronas en sintonía con la buena estrella, el astro que suele iluminar el camino de los triunfadores.
La cuna de los Moreno Valle no fue ningún gueto, pero sí uno de los pueblos más pobres del estado de Puebla. La madre de su abuelo se sacrificó para que éste, el mayor de los hijos, pudiera estudiar y prepararse con el fin de eludir las penurias que le deparaba el destino hasta esos días compartido con miles de poblanos marginados del progreso. Lo hizo y se convirtió en médico militar, profesión y uniforme que le permitieron un conveniente matrimonio (casó con Lucina Suárez, parte de una familia de rancheros acaudalados) y por ende injertarse las alas que le ayudaron a volar para no arrastrarse. Así llegó a la cumbre.
Desde esa cima el general dirigió la vida de sus hijos.
Al padre de Rafael Moreno Valle Rosas, le tocó vivir la época de oro del general, su progenitor. Gracias a ese estatus se codeó con la crema y nata de la política nacional entonces ligada a los grandes negocios auspiciados por el gobierno, cuna que procreó personajes como Carlos Hank González, por ejemplo. En su calidad de beneficiario de ese digamos que embrujo, Rafa hijo decidió que Rafa nieto se dedicara a la producción y manejo del dinero. Pero Moreno Valle Rosas también heredó la visión política del abuelo, legado que al combinarse con la heredad financiera engendró un ser cuyo pragmatismo lo convirtió en un gobernante sui generis en virtud a su particular estilo empresarial aderezado con la obsesión por acrecentar su poder político. Algo parecido a la dualidad que la leyenda náhuatl le endilga a Tezcatlipoca, el dios que llegó del norte, la representación dueña de la penumbra y de la luz.
Sus amigos definen a Rafael iii como un conquistador imbatible para quien lo primero es alcanzar el objetivo trazado sin reparar en pequeños o grandes escollos. Si para ello es necesario dejar “morir” a sus generales, lo hace con la sonrisa que suele acompañar a la promesa. Claro que hay excepciones; éstas suelen manifestarse en el momento en que el subordinado le falla o lo traiciona. Es cuando se vuelve implacable y exhibe su tabla de valores, escarmientos que van desde la ley del hielo hasta el castigo o persecución legales. ¡Y guay de aquel que se pase al bando contrario!
Como en este caso los ejemplos pueden ser intrascendentes, baste referir la consecuencia del viraje de su dedo cesáreo en contra de Antonio Peniche García, uno de los sub secretarios en Finanzas y Desarrollo Social cuyo titular era, precisamente, Rafael: dicen que como Peniche le falló ninguno de sus parientes tuvo cabida en el gobierno morenovallista. ¿Qué fue lo que pasó? Si alguien lo supo prefirió reservarse la causa que, al parecer, tiene connotaciones que superan a la tradición laboral, resquebrajadura que pudo haber ocurrido durante la articulación del proyecto alterno a la función administrativa mismo que, ya lo sabemos, se diseñó para posicionar al líder. O quizá hubo algún error en la línea jerárquica y, como en todos los conflictos entre amigos, el desliz quedó guardado en el cajón de los resabios.
Puebla, la gran aula de la enseñanza
He dicho que con Moreno Valle Rosas se inició el cambio el día en que éste decidió romper con su pasado priista, acción en la que se llevó de corbata a sus ex correligionarios con más o menos cierta representatividad en la clase política, desarrollo que ocurrió bajo el amparo de la hegemonía del otrora partidazo. Su espíritu guerrero quizá inspirado en Sun Tzu (El arte de la guerra), se reflejó en sus decisiones de gobierno: como no quiso dejar políticos “vivos” en esa guerra decidió cooptar a los jefes de línea del “ejército enemigo” y obligarlos a traicionar sus principios y también a sus generales. Dicha estrategia incluyó dañar la gran nave priista dándole golpes severos a la línea de flotación. Y desde luego la intención de conquistar los bastiones en apariencia ajenos a esta guerra; uno de ellos: la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
Y aquí —como preludio a esta segunda parte del libro— debo recordar la trascendencia e influencia de la Universidad pública poblana. Sintetizaré su historia[2] en este recorrido cuya intención es destacar la esencia universitaria, atributo que nunca cambiará a pesar de que traten de ocultarlo con el manto de la concordia.
… Los jesuitas impusieron su dominio y la confesión exacerbada, es decir, la necesidad de someter la política al credo religioso para que éste invadiera los ámbitos del Estado e inspirara los actos de la vida pública de la comunidad. Era la vía rápida para alcanzar “la mayor gloria de Dios en la tierra” —como lo quería San Agustín (354-430) — o, según Santo Tomás (1225-1274), el fast track para convertirse en el instrumento de “la educación del hombre para una vida virtuosa y, en último término, una preparación para unirse a Dios”.
Con ese ánimo llegaron al Nuevo Mundo los integrantes de la Compañía de Jesús. Y en estas tierras fundaron las universidades que con el tiempo y algunos cambios nos alejaron de las verdades absolutas. Uno de esos centros de estudios es la Universidad Autónoma de Puebla, llamada entonces Colegio de la Compañía de Jesús de San Jerónimo: nació en 9 de mayo de 1578.
Pero las ambiciones y los conflictos ocasionaron tropiezos que de alguna manera frenaron el desarrollo de la educación superior en América. Uno de ellos fue la expulsión de los jesuitas del territorio dominado por los españoles (1767), cuyos efectos fueron más o menos atemperados por el obispo Francisco Fabián y Fuero, quien tuvo el acierto de unificar todos los colegios y en 1790 crear el Real Colegio Carolino.
De regreso a su bastión educativo y religioso, el 2 de octubre de 1820, los jesuitas cambiaron el nombre por el de Real Colegio del Espíritu Santo de San Gerónimo y San Ignacio de la Compañía de Jesús. Empero, el nuevo y largo membrete contrastó con su efímera existencia, pues el 22 de diciembre de ese mismo año la orden volvió a ser expulsada. De regreso a México, durante el imperio de Iturbide, los jesuitas trataron de complacer a éste y lo rebautizaron con el nombre de Imperial Colegio de San Ignacio, San Gerónimo y Espíritu Santo.
Cuando los republicanos triunfaron sobre los imperialistas, sus autoridades se vieron precisadas a poner otro nombre a la institución. Esta vez recibió la denominación de Colegio del Estado, que perduró hasta 1937 con algunos cambios pasajeros como el de Colegio Nacional en 1843 y Colegio Imperial del Espíritu Santo durante el imperio de Maximiliano. Y aunque el clero fue retirado de la administración del colegio a partir de que se estableció el régimen republicano, muchos de sus maestros y rectores surgieron de las filas sacerdotales.
Desde el punto de vista docente, en el siglo pasado la máxima casa de estudios también vivió tiempos difíciles. En 1843, por ejemplo, sólo había 233 alumnos; sin embargo, a pesar de la crisis, su calidad académica nunca se perdió. Fue en aquellos tiempos cuando de sus aulas salieron intelectuales de la talla de José María Lafragua, Fernando y Manuel Orozco y Berra y Manuel Carpio.
Una vez derrotado el régimen de Maximiliano, la institución adoptó nuevos y mejores planes de estudios; la intención: erradicar el conservadurismo implantado por Antonio López de Santa Anna. Esto sirvió para enriquecer la cultura de los hombres que transformaron la educación superior en México. Es el caso de Guillermo Prieto, de Ignacio Ramírez, “El Nigromante” y de Ignacio Manuel Altamirano, quien fue nombrado presidente del colegio en 1881, cargo equivalente al de rector.
Durante el porfiriato el Colegio del Estado estuvo bajo la severa supervisión de la dictadura. Ello propició que germinara la semilla de la rebeldía y que la mayoría de los estudiantes decidieran promover la libertad, la igualdad social, la justicia y la fraternidad. En su seno académico nació la repulsa de los jóvenes contra la dictadura. Y aunque este rechazo se manifestó en secreto, clandestinamente, sus protagonistas arriesgaron la vida debido a la represión que por aquellos años ejercía el mandato porfiriano. De ahí que cuando Francisco I. Madero llegó a Puebla encontrara una decidida, abierta y valiente participación de los estudiantes en la búsqueda de la democracia.
Nueve años después de terminada la dictadura de Porfirio Díaz, en 1919, el gobernador Alfonso Cabrera Lobato tuvo serios enfrentamientos con los estudiantes. Enrique Cordero y Torres, comenta en su libro La historia del periodismo en Puebla, que los jóvenes se rebelaron porque el gobierno había cerrado las puertas del Colegio del Estado. El atentado contra la cultura poblana fue recurrido por un amparo que tramitaron los alumnos. La justicia federal abrió las puertas del edificio, pero el doctor Cabrera, en su terquedad y burlándose de los “amparitos”, las mandó cerrar media hora después arguyendo la falta de maestros que se hicieran cargo de las cátedras: en pleno uso de sus facultades como gobernador, había cesado a todos los maestros.
A pesar de la reforma liberal del siglo XIX, de la lucha por la autonomía universitaria y del enfrentamiento estudiantil contra el cacicazgo avilacamachista (1937-1957), en la universidad conservaron el poder los personeros del clero. Ante ese predominio clerical, en 1959 los grupos socialistas, comunistas, liberales, del centro y hasta la gente sin definición ideológica, se unieron para defender la educación laica.
Patrocinados por el arzobispo de Puebla, monseñor Octaviano Márquez y Toriz, y asesorados por los dirigentes del Movimiento Universitario de Renovadora Orientación (muro) —organización ultraderechista proscrita por el arzobispo primado de México, cardenal Miguel Darío Miranda—, un grupo de estudiantes poblanos fundó el Frente Universitario Anticomunista (fua), cuyos objetivos consistían en someter la casa de estudios a los designios del clero y perseguir hasta el exterminio a quienes no comulgaran con su ideología. Por poco logran sus propósitos ya que la universidad estuvo a un tris de ser invadida por un estilo del más puro corte colonial.
Como ya lo comenté, en 1959 diversos frentes progresistas empezaron a tomar conciencia del retroceso programado para la universidad. Y con la intención de combatir las pésimas expectativas organizaron una coalición para aglutinar a los poblanos de ideas avanzadas.
No fue necesario ningún convenio. El agua buscó su nivel. De la “nada” surgió la idea de derogar la Ley Orgánica para desarticular al Consejo de Honor vitalicio integrado por individuos pro-clericales y derechistas. También se habló de la necesidad de reformar la universidad para darle plena vigencia al espíritu y letra del artículo tercero constitucional. Y se convino en facilitar el acceso a la educación superior a los jóvenes tradicionalmente marginados.
Estaban dadas las condiciones cuando apareció la oportunidad de acelerar lo que tarde o temprano habría de suceder: al conocerse la frustrada invasión a Bahía de Cochinos, los estudiantes realizaron en el zócalo angelopolitano un mitin de solidaridad con la revolución castrista. La policía trató de dispersarlos provocando un violento combate entre jóvenes y uniformados. Ocurrió el 17 de abril de 1961.
El ataque obligó a los fogosos estudiantes a radicalizar su posición política. El 1 de mayo, los carolinos —nombre con que se identificaba a la corriente democrática— tomaron el edificio central de la Universidad y se declararon en huelga. Pedían la derogación de la Ley Orgánica, la disolución del Patronato Universitario y del Consejo de Honor Vitalicio y además una reforma universitaria democrática. Dos años después el movimiento culminó con la expedición de una nueva Ley Orgánica.
Se había roto el vínculo entre el gobierno y la universidad pública. La lucha contra los fuas polarizó a los universitarios que veían al gobernador como un enemigo a vencer debido a su alianza o maridaje con la burguesía criolla de aquellos días, dueña del comercio organizado, de la empresa, de la industria poblana y con el deber de hacer dinero como si esto fuese un verdadero mandato ético.
Sin embargo, el rompimiento no fue total pues el 12 de junio de 1964, Gustavo Díaz Ordaz, candidato priista a la presidencia de México, fue recibido en la Universidad Autónoma de Puebla. No sólo desaparecieron las reticencias sino que hasta se organizó una sincera manifestación de apoyo (nadie imaginó lo que ocurriría cuatro años después). Pero entrado el mes de octubre los acontecimientos llevaron a la UAP a realizar acciones insospechadas.
El gobernador Antonio Nava Castillo —otro general de formación avilacamachista, por Maximino, no por Manuel—, trató de someter a los pequeños ganaderos productores de leche. Tenía el interés personal de controlar la producción del lácteo por medio de plantas pasteurizadoras. Los ganaderos productores de leche se sintieron desprotegidos y acudieron a los estudiantes universitarios para buscar apoyo y defender sus derechos. La incompetencia del gobierno del estado generó el enfrentamiento frontal con la universidad, en esta ocasión, como en otras, apoyada por el pueblo. Lograron lo que parecía imposible: derrocar al gobernador.
Paréntesis pertinente:
Nava Castillo compró para el gobierno los terrenos donde más tarde se asentaría la industria automotriz Volkswagen. Pero después de que el presidente Adolfo López Mateos se negara a recibirlo, supuso que sería mejor vender esas tierras a su amigo Rodolfo Budib Name, textilero de origen libanés. La operación se realizó sin protestas ni suspicacias y desde luego con el visto bueno del Congreso local. Una vez que el general dejó el gobierno, Budib hizo lo que estaba planeado: comercializó los terrenos con la automotriz alemana que, obvio, ya les había echado el ojo.
Nava Castillo supo que tendría que abandonar el cargo. La señal se la dio Humberto Romero Pérez, secretario particular de López Mateos, cuando le dijo que su jefe se encontraba delicado de salud por lo que, a su nombre, se disculpaba y agradecía su comprensión. “El Presidente me ha instruido para atender su asunto...”
Al salir de Los Pinos, el general comentó con su entonces joven secretario: “Rudi: ya me llevó la chingada”. Y así fue en efecto porque el general fue presionado para que dejara el poder. El ingeniero Aarón Merino Fernández lo suplió.
Retomo el relato:
En aquel movimiento se acabaron los restos del fua y la reforma universitaria rebasó sus límites originales devorando a sus precursores (Santillana, Glockner, Fernández Aguirre, Garibay, etc.) para cambiar por completo el perfil original.
En 1971 la UAP era totalmente distinta a la de diez años antes. La guerra contra la ultraderecha fue a muerte. El 9 de febrero los comités de lucha tomaron al edificio Carolino para radicalizar la reforma universitaria. Además de democrática, pretendían hacerla crítica y popular.
El crecimiento desproporcionado de la población escolar y la inauguración de la Ciudad Universitaria, hicieron más impresionantes las manifestaciones estudiantiles y más agresivos los secuestros de autobuses, tomas de edificios y hasta actos de vandalismo. En respuesta, la ultraderecha ensayó estrategias terroristas: el 1 de julio un grupo armado atacó el edificio Carolino. El 24 de agosto hizo estallar explosivos en éste y en las casas de algunos profesores universitarios.
El dramatismo apareció en 1972 cuando el 20 de julio Joel Arriaga Navarro fue asesinado y el 20 de diciembre balearon y fue muerto en su casa Enrique Cabrera Barroso. Ambos crímenes siguen sin aclararse y aún existe la duda si esas acciones fueron perpetradas por la ultraderecha o resultaron de la lucha de facciones, librada ésta al interior de la comunidad universitaria.
En 1973 se puso en práctica la autogestión en la Escuela de Psicología. Sin embargo, sus organizadores no pudieron concluir un experimento que pudo haber generado resultados interesantes, porque “los galácticos” —así les llamaban— fueron calificados de soñadores, acusados de drogadictos y dispersados a balazos por militantes del PCM: varios resultaron heridos, algunos de gravedad.
Ese mismo año el Hospital Civil se transformó en Universitario, y se creó el Centro de Cálculo “Joel Arriaga Navarro”, cambios que en la universidad consolidaron al PCM. Las demás corrientes políticas quedaron prácticamente proscritas, según pudo constatarse en 1975, cuando resultó electo Luis Rivera Terrazas como rector.
“El Mariscal”, como sus allegados llamaban a Rivera Terrazas, puso en boga mano dura académica. En la escuela de Derecho apareció la disidencia estudiantil. El control estricto impuesto por la rectoría hizo que los estudiantes disidentes tomaran el edificio Carolino. En la acción que ocurrió el 10 de febrero de 1976, murió un vendedor ambulante, resultaron heridas unas quince personas y se retuvieron como rehenes a más de cincuenta. Esos jóvenes pertenecían a la izquierda sin estar afiliados al PCM. Formaban el Frente Estudiantil Popular (FEP) y después constituyeron en Puebla el Partido Socialista de los Trabajadores (PST). El edificio estuvo en su poder hasta el 4 de mayo, día en que lo abandonaron sin la intervención policiaca, después de una concertación con la más alta autoridad del país.
El FEP no consiguió apoyo de la base estudiantil que simpatizaba con el rector. Empero, en la universidad empezaron a agrietarse las bases del PCM. El forcejeo continuó hasta 1978, cuando el FEP recibió un tiro de gracia y el PCM quedó herido de muerte.
En la década de los ochenta la universidad se comprometió en nuevas luchas. Sus anteriores enfrentamientos con el gobierno arrojaron saldos favorables, pues aunque perdió a varios de sus mejores hombres, como compensación —hasta 1988—, los triunfos se significaron en aumento de subsidio, ampliación en áreas de influencia, reconocimiento pleno a la autonomía y la personalidad relevante de su rector.
La diplomacia y conocimientos políticos y sociales sobre Puebla, le permitieron al gobernador Alfredo Toxqui reducir al mínimo las fricciones gobierno-universidad y mejorar las relaciones, dándole a esos acercamientos un sentido más acorde con la historia de la institución universitaria. Como egresado de sus aulas (su padre e hijos también fueron alumnos) entendió lo que a otros gobernadores les negó su desarraigo.
Al unirse los sindicatos de personal académico y empleados administrativos, en la década de los ochenta se fortaleció la posición de los trabajadores de la UAP.
La pluralidad se había introducido a la universidad. Nuevas corrientes de pensamiento —todas de izquierda— confluyeron en un proceso que modificó las estrategias de la rectoría. Sus autoridades adoptaron fórmulas negociadoras y de concertación para que saliera electo Alfonso Vélez Pliego. Por extraño que parezca, dados los antecedentes, el nuevo rector tenía la simpatía del clero y un prestigio familiar que lo ubicaba como miembro del sector conservador poblano (después, por su actividad política de izquierda, el jet set angelopolitano lo acusó de traicionar a su clase). Tomó posesión el 17 de noviembre de 1981.
La rectoría de Vélez coincidió con la gubernatura de Guillermo Jiménez Morales. Ambos desarrollaron una relación armónica entre la universidad y el gobierno estatal. No obstante, en el seno universitario cundió el descontento como si ese romance político fuese una especie de premonición del enfrentamiento que nueve años después ocurriría entre el gobierno de Mariano Piña Olaya y la autodenominada clase política universitaria.
Para los más radicales, Vélez se había vendido y sus colaboradores eran gobiernistas. Empero, el rector contaba con el legado de “El Mariscal”, lo cual ocasionó el alejamiento de otros líderes como Luis Ortega Morales quien se sentía el heredero desplazado. Vélez Pliego pudo reelegirse y su fortaleza prevaleció hasta 1987 cuando su grupo postuló como candidato a rector a José Doger Corte. En aquella elección la sorpresiva victoria correspondió al maestro en ciencias Óscar Samuel Malpica Uribe. No funcionó la estrategia oficial armada para mantener el statu quo.
La lucha electoral se realizó sin contratiempos políticos. Sin embargo, la derrota inesperada inoculó en los otros grupos el virus de un resentimiento que hizo su aparición en 1989, cuando una rectoría descontrolada e inexperta cayó en la candidez y en las manos del mañoso gobierno piñaolayista que, valiéndose de su poder, escamoteó el pago de las nóminas y provocó el retraso del subsidio federal, de acuerdo con las indicaciones de Manuel Bartlett, entonces secretario de Educación Pública. Además, por sus desplantes mesiánicos, la administración malpiquista se puso de pechito ante los tiradores de la Secretaría de Educación Pública (Bartlett), que obviamente aprovechó la oportunidad para poner a funcionar la parte operativa del gran proyecto educativo nacional, consistente en desmasificar a las universidades públicas para elevar el nivel académico.
(Años después, ya como ex gobernador, en una entrevista que le hice, Manuel Bartlett me confirmó que él había estado detrás de aquella que llamó estrategia gubernamental)
Los prolegómenos de la reforma universitaria aparecieron en 1971. La izquierda quería sacar de la universidad a los personeros del clero. Decía cumplir con la histórica responsabilidad orgánica y académica apuntada en el Artículo Tercero Constitucional. La unidad estudiantil prevalecía y desde la visita del entonces candidato a la Presidencia de la República, Gustavo Díaz Ordaz, los universitarios habían abandonado las críticas al gobierno, actitud que les ganó la simpatía oficial y, por ende, el visto bueno para sacar de la universidad al poderoso feudo inspirado en el ímpetu exorcista del arzobispo Octaviano Márquez y Toriz.
Al enfrentarse contra el general Antonio Nava Castillo, la actitud universitaria frente al gobierno dio un giro de 180 grados: de cauta y mesurada se convirtió en crítica y agresiva. Con sus justas demandas lograron que el pueblo se les uniera, solidaridad que radicalizó el contenido de la reforma universitaria.
Los militantes más fundamentalistas promovieron la ideología socialista como contenido de la reforma universitaria, sin caer en cuenta que se alejaban del modelo constitucional. De ese modo y para satisfacción de sus amigos ubicados en la dirigencia del PCM, Luis Rivera Terrazas empezó a perfilarse como líder de aquella corriente. Su punta de lanza fueron los estudiantes democráticos conocidos como “demos”.
A los defensores del modelo constitucional los tacharon de gobiernistas. En uno de los enfrentamientos, los santillanistas —una fracción del gobierno—, al sentirse acosados por los demos, dispararon armas de fuego y mataron a un preparatoriano de apellido Aparicio. Este hecho fue aprovechado por los demos para proscribir de la universidad a los santillanistas. Fue así como la UAP quedó limpia de gobiernistas.
En la etapa de la reforma universitaria democrática, los jóvenes progresistas lograron excluir al Clero de la universidad. En seguida la corriente más dinámica (el pcm) buscó hacerse del poder total. El movimiento de 1971 tuvo ese propósito, aunque justificado con un planteamiento ideológico que proponía la reforma. Cuando se enfrentaron contra el gobernador Rafael Moreno Valle (abuelo de Moreno Valle Rosas), los universitarios contaron con el apoyo del gobierno federal que en apariencia había planeado el relevo del gobernador. Y dieron a la Federación el pretexto ideal para remover a Moreno Valle. De no haber sido así, se les hubiera negado el incremento del subsidio a la UAP después del cambio obligado de gobernador (otros opinan que se trató del clásico cañonazo obregonista para calmar los ímpetus del grupo universitario triunfante).
El lugar de Rafael Moreno Valle fue ocupado por Gonzalo Bautista O’Farril. Según los antecedentes y las consecuencias de aquel mandato efímero, Bautista se dejó azuzar por la ultraderecha y con ese apoyo quiso poner fin a la importancia política de la UAP, cuyo poder e influencia popular había logrado tumbar a dos gobernadores. Las escaramuzas del combate desembocaron en la agresión de francotiradores de la Policía Judicial del estado. El 1 de mayo de 1973 los elementos policíacos dispararon contra el edificio Carolino desde diversos frentes. En ese ataque salieron heridos varios jóvenes estudiantes. Días después el grupo dirigente de la UAP se consolidó con la caída de Bautista O’Farril y aprovechó la inercia de los acontecimientos para imponer su control.
Con la llegada de los días de gloria para el grupo universitario dominante apareció la consigna “por una universidad democrática, crítica y popular”. Los dirigentes universitarios trabajaron arduamente para fortalecer el PCM. Libre de competidores en el seno de la casa de estudios, Rivera Terrazas buscó darle presencia social a su partido. Sin embargo, a pesar del esfuerzo realizado no pudo amalgamar la identificación entre las luchas populares y el PCM. Pero logró, sin querer, generar la disidencia interna que a final de cuentas propició la aparición de las células del Partido Socialista de los Trabajadores (PST), quienes más tarde integraron el FEP. Nuevamente y como consecuencia de sus actitudes críticas, la dirigencia universitaria logró otro incremento del subsidio, empero, el PCM empezó a perder simpatías entre los estudiantes al extremo de tener que buscar su sustento político fuera de la institución.
La elección de Alfonso Vélez Pliego, propiciada por el propio Rivera Terrazas, fue contra los intereses de su corriente. Resultó contraproducente el espíritu conciliador de Vélez, quien permitió a los gobiernistas recuperar espacios, y a los otros sectores radicales apropiarse de las banderas del PCM.
La derrota electoral de la coalición democrática y de izquierda representó, sin implicar alternativa real para la UAP, el fin de la hegemonía de la corriente terracista, a la cual había pertenecido Alfonso Vélez Pliego. Ante los acontecimientos, el rector electo, Samuel Malpica Uribe, pareció desconcertado.
Por la densa población escolar y la gran cobertura de la universidad, diseminada en varias poblaciones del interior del estado, sus grupos políticos eran tan numerosos como difíciles de enlistar. Entre las tendencias más importantes destacaron las siguientes:
—La mayoría silenciosa. Estuvo (y está) formada por maestros a quienes la política universitaria le es indiferente, se concretaba a enseñar, a cubrir su obligación académica y obviamente a cobrar; y por estudiantes que consideran estudiar como único deber. (Este grupo lo forma más de la mitad de la población universitaria y su importancia se notó durante las elecciones de 1987, cuando por la abstención en el sufragio ocurrió el sorpresivo resultado que dejó confundido al grupo dominante y patidifuso al grupo débil que nunca esperó ganar las elecciones. El abstencionismo universitario rebasó los parámetros oficiales surgidos de los procesos electorales del país.)
—Corriente Terrazas-Vélez: este grupo se mantuvo en el poder universitario casi 17 años. En él participó el 20 por ciento de la población universitaria. Tuvo a su favor la experiencia política, contactos y recursos, lo cual quedó demostrado en el conflicto que desplazó al rector Samuel Malpica Uribe. Cabe aclarar que si perdió las elecciones fue porque además de sobrestimarse menospreció la fuerza estudiantil y omitió el mesianismo que acercó a Malpica con los alumnos. Les hizo falta la presencia del ingeniero Terrazas, “El Mariscal estratega”. De este grupo se desprendió la candidatura de José Doger Corte, quien una vez en la rectoría hizo lo que Luis XIV, el Rey Sol: se sacudió a su Mazarino.
—Grupo Ortega-Malpica: cuando por primera vez Alfonso Vélez Pliego buscó la postulación a la rectoría, enfrentó a Luis Ortega Morales, también miembro del grupo Terrazas. “El Mariscal” prefirió a Vélez, y Ortega, resentido, se distanció de sus compañeros para de manera clandestina integrar sus propias fuerzas y demostrar que había aprendido las enseñanzas de su maestro Terrazas. En las siguientes elecciones, Ortega no se postuló, en cambio se alió con Samuel Malpica Uribe. Nuevamente se impuso la experiencia y solidez del grupo velecista que contó con el apoyo del gobierno jimenista, sin que ello causara malestar entre los perdedores y sus simpatizantes. Por el contrario, en una estrategia camaleónica, los derrotados decidieron disolverse para eludir el canibalismo político.
Ya en 1987 el grupo Ortega-Malpica aparentó poco interés en la contienda electoral. Consideraba que las elecciones internas de la coalición democrática y de izquierda serían definitivas, ya que el triunfo de José Doger Corte, colaborador cercano de Vélez Pliego, lo hacía virtual rector.
En la estrategia del grupo opositor el rumor fue determinante. Los estudiantes sabían —porque lo habían escuchado— que Doger era el candidato del ex gobernador Guillermo Jiménez Morales (posteriormente lo fue del gobierno piñaolayista). Esto le acarreó cierto desprestigio que fue aprovechado eficazmente por los malpiquistas, cuyo trabajo proselitista se basó en una labor personal. José Doger actuó con toda apertura y bajo una estrategia publicitaria que por inadecuada para el medio no pudo impactar a la masa estudiantil (se injertó en el proceso el marketing político).
Junto con los grupos mencionados coexistieron algunas corrientes minoritarias divididas en dos apartados:
—El centro: aunque parezca extraño en la UAP, el priismo estaba muy activo aunque no participaba abiertamente en la política universitaria. Lo hacía a favor de las tendencias mayoritarias que de alguna forma le resultaron afines, como es el caso de José Doger Corte. Su significación alcanzaba entonces menos del 5 por ciento de la población universitaria. Incluso algunos priistas llegaron a encabezar a su partido, después de una personal y conveniente transformación ideológica.
—La derecha: no se puede asegurar si se trató de una acción programada o de una situación meramente circunstancial, ya que el movimiento de reforma universitaria proscribió a los elementos clericales de la UAP. Sin embargo, ahí estaban a pesar de su expulsión. Para convivir no se manifestaron abiertamente como lo hacían sus camaradas que estudiaban o trabajaban en la UPAEP, la universidad conservadora por antonomasia. El PAN y el PDM poco o casi nada tenían que hacer al interior de la UAP. Sin embargo, el sucesor del sinarquismo aprovechó la oportunidad y captó a uno que otro partidario entre los hijos de los militantes sin posibilidades económicas para acceder a las universidades de derecha. Fungieron como quintacolumnistas capaces de desarticular los esfuerzos realizados durante la reforma universitaria. Pero su número no alcanzó a figurar en los porcentajes.
A grandes rasgos, esta era la situación de las incipientes tendencias de derecha que operaban dentro de la uap. Lo mismo ocurrió con las casas de estudiantes controladas por Antorcha Campesina, empero, a diferencia de la derecha que se filtró en la universidad, la corriente antorchista daría el estirón gracias a su disciplina, unidad, formación ideológica y liderazgo. Este naciente grupo universitario se topó con las barreras impuestas a su agrupación por el gobierno después del fallido intento de penetrar la estructura de la Universidad Nacional Autónoma de México, institución que a petición de Jorge Carpizo, su rector, recibió protección del gobierno, maniobra destinada a eliminar de su seno a los antorchos.
Lo curioso es que una cuña del mismo palo sirvió para abrir la rendija por donde penetraron varios infiltrados de la derecha poblana para —en cuestión de tendencias, aclaro— darle a la universidad un sentido plural. En 1997 la buap ya tenía dentro de su estructura académica y administrativa a conspicuos representantes de aquella corriente que bajo las siglas de muro combatió a los liberales considerados como enemigos del Clero.
Sería demasiado extenso enumerar con detalle las veces que la uap se ha visto inmersa en alguna concertación política. Por ello sólo mencionaré las asociaciones que a mi juicio demuestran la importancia de la institución en la vida política de la entidad.
- El movimiento iniciado el 13 de octubre de 1964 dio vigencia a la uap. Antes de ese momento, los problemas de los universitarios no afectaban a la sociedad en general, sino únicamente a los sectores involucrados. Por ejemplo: Clero contra masones, y liberales contra conservadores. En estos casos la universidad sirvió de campo de batalla. Por ello la caída del general Antonio Nava Castillo fue festejada, más que como un triunfo universitario, como una victoria del pueblo que en las calles improvisó festejos uniéndose a los estudiantes que en ese momento adquirieron presencia social y liderazgo popular.
- Aunque de modo poco sustancial, los vendedores ambulantes recibieron asesoría y apoyo de sectores estudiantiles hasta formar la Unión Popular de Vendedores Ambulantes “28 de Octubre”. Este vínculo propiciaba la unidad en los momentos difíciles de una u otra parte, lo cual ubicó a los ambulantes como uno de los grupos de presión (o de tensión) más importantes en Puebla.
- La Unión Campesina Independiente (uci) que actuaba en la Sierra Norte del estado, también recibía apoyo y asesoría de los estudiantes identificados con el Partido Revolucionario de los Trabajadores (prt).
- La Unión General de Obreros Agrícolas y Campesinos-Roja, estuvo dirigida por universitarios, y por esa vía apoyaba o era apoyada por la uap. Tenía presencia en la entidad a pesar de que su base social era pequeña y de que su combatividad le daba un aire mesiánico a la función política que llegó a ejercer.
- La Federación Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (FIOAC) operó en el sur del estado. Tuvo fuertes núcleos en Atlixco, Izúcar de Matamoros, Cholula y en algunas colonias de la ciudad de Puebla. Su fuerza universitaria más importante se manifestó en el bufete jurídico de la UAP.
Era común que la uap asistiera a las organizaciones mencionadas para resolver sus reclamos de justicia: así como les ayudaba a promover actos dentro del derecho, como indemnizaciones de todo tipo, también lo hacía con las tomas de tierras, secuestros de unidades de transporte, toma de edificios y otras acciones consideradas ilícitas debido a las lesiones que ocasionan al patrimonio de terceros. De igual manera, las asociaciones regionales de estudiantes jugaron un papel importante debido a su vocación por representar las causas populares. Estos estudiantes eran (y lo siguen siendo) los más afectados por las distancias que los separaban de las aulas universitarias. Algunos de esos grupos fueron captados por el sinarquismo poblano.
Como en las grandes familias que basan su desarrollo en la unidad, la UAP contó con una base cuya solidaridad fue determinante para el ascenso académico de la máxima casa de estudios. Aunque les cambiaron el esquema, los estudiantes siguen teniendo la fuerza que surge de la solidaridad ante la pobreza o la tragedia. Además existe el respaldo de sus padres y familiares quienes, cuando es necesario, les brindan su apoyo. De ahí la importancia de la presencia social y política de la universidad, cuya fuerza real podría salir al escenario (más de cincuenta mil alumnos siguen siendo muchos) si por ahí aparece alguna causa popular. Esta es, como ha quedado demostrado, la mayoría silenciosa más importante en Puebla y en el país.
La calidad académica de la UAP estuvo en su más bajo nivel precisamente cuando las manipulaciones políticas atentaron contra el espíritu universitario. Los grupos que respondieron a compromisos ajenos a ese espíritu provocaron el relajamiento de la enseñanza. El amiguismo y las componendas personales robaron espacio a las ciencias humanísticas. La deserción escolar y el ausentismo pasaron inadvertidos y en algunos casos hasta sirvieron como factor de negociación entre consejeros. Lo obsoleto de la administración produjo favoritismos, ausencia de la mística de servicio, de la autocrítica y de la ética. Se entronizó el canibalismo y los revanchistas exigieron su cuota.
Ese tráfago de enjuagues e intereses fue eficazmente aprovechado por los enemigos de la universidad y amigos de la manipulación política. Durante el tiempo que gobernaron la uap Luis Rivera Terrazas y Alfonso Vélez Pliego, la actividad científica tuvo especial atención dado el interés del primero y los compromisos que respetó el segundo. Sin embargo, las cualidades académicas de Vélez Pliego fueron opacadas por los políticos universitarios que usaron a la uap como grupo de tensión, olvidándose de su función académica, cultural y científica. Estos ejemplares de la fauna burocrática gubernamental y universitaria, propiciaron el conflicto que despojó de la rectoría a Samuel Malpica Uribe, tachado de mediocre. Tal revanchismo o vendetta ocasionó uno de los conflictos más disparatados de la historia universitaria.
Las controversias entre las facciones fue el origen del golpe a la rectoría. Los golpistas universitarios se justificaron con el argumento de conservar el alto nivel de los estudios académicos (que no existía), y lograr el respeto a los derechos laborales de los trabajadores y maestros (que no fue alterado). Lo que en realidad ocurrió fue que Malpica se dejó engañar con el cuento de que el líder de la Cámara de Diputados de la nación (Guillermo Jiménez Morales) lo iba a apoyar si pedía juicio político contra el gobernador Piña Olaya. Lo pidió y empezó su calvario.
Otro paréntesis obligado: columna escrita el 3 de julio de 2013 con motivo del asesinato de Óscar Samuel Malpica Uribe, crimen ocurrido días antes de la elección municipal que perdió Enrique Agüera Ibáñez, otro ex rector de la Buap.
“La vergüenza del gobierno”. Así denominé la columna (Sin censura) publicada en Síntesis el 14 de febrero de 1993. En aquella entrega describí el trompicado trayecto del entonces rector de la Buap, Óscar Samuel Malpica Uribe, líneas que hoy le comparto con el deseo de que no se tergiverse la verdad sobre este controvertido académico y político asesinado en el umbral de su casa la noche del martes pasado. Los datos que leerá son tan veraces como el hecho de que este columnista fue testigo presencial a petición expresa de Samuel. E incluso, en algunas ocasiones, intermediario para tratar de resolver la problemática universitaria auspiciada por los grupos en pugna.
He aquí parte de la historia:
“El despacho del entonces director de Tránsito, René Meza Cabrera, sirvió de escenario para montar algunas de las obras políticas que (padecía) Puebla. Por ejemplo: el asunto de la Buap, incluida la estrategia del rectorazo, la entronización de José Doger Corte y, obviamente, el prolegómeno de los interinatos rectorales.
“Antes de ponerse a funcionar el plan de vialidad universitaria concebido por los cerebros de la citada Dirección, Óscar Samuel Malpica Uribe tuvo la oportunidad de aclarar su posición con Alberto Jiménez Morales, quien por aquellos días ejercía a plenitud su poder tras el trono. La plática inicial se llevó a cabo en un conocido hotel de la Angelópolis. Allí, Malpica explicó sus razones. Y de buen talante don Alberto se ofreció a intermediar para que el gobernador entregara de inmediato el subsidio retenido por sus pistolas (después supe que la decisión tuvo el aval de Manuel Bartlett, a la sazón secretario de Educación Pública). Asimismo, se comprometió a ordenar a la prensa semioficial la suspensión de críticas contra el satanizado rector. Como condición se le pidió a Samuel su aquiescencia para convocar a la clase política universitaria a lo que sería una junta conciliatoria.
“Las primeras conversaciones marcharon más o menos bien hasta el día en que se debió verificar la reunión de avenencia. Previamente alertado por su avanzada sobre la presencia de algunos porros, el rector fue tajante al rechazar ese tipo de concertaciones y pláticas con —así los definió él— interlocutores descalificados profesional y moralmente. En ese momento supuso que detrás de la acción se escondía un perverso proyecto cuyo objetivo era desarticular a la Buap atomizando sus fuerzas políticas y académicas a fin de poder restarle prestigio y presencia ante la sociedad y, desde luego, frente al estudiantado. De igual manera comprendió que los jóvenes universitarios eran el único apoyo con que contaría. Y en ellos decidió cifrar su trabajo y esperanza.
“Pero ya se había iniciado la operación del plan en contra de la Universidad crítica y popular, inclusive José Doger contaba con la autorización y la bendición de René Meza Cabrera, para iniciar su precampaña y llegar cincho al proceso de elección de rector. La amistad de José con el director de Tránsito (ahora notario público) y los buenos oficios que demostró como informante del gobierno piñaolayista, le permitieron granjearse la voluntad del asesor y, por ende, alcanzar la rectoría…
“Una vez descubierta la asonada contra la Buap, Malpica emprendió lo que fue el último esfuerzo político destinado a conservar la dignidad universitaria (esa fue su inspiración. Sólo tenía 32 años). Se manifestó ante el casi tapiado Palacio de Gobierno (en su patio estaba un batallón de policías fuertemente armados) seguido por más de 20 mil estudiantes. Sus consejeros y acompañantes le insistían en tomarlo argumentándole que en el hecho caerían varias víctimas y junto con ellas el gobierno de Piña Olaya. Pero el rector se negó porque —según me lo dijo— no quería cargar sobre su conciencia la muerte de algún estudiante…”
Malpica Uribe fue encarcelado. Primero el gobierno convenció a su esposa para que lo demandara por agresión física (hecho falso) y ya adentro del penal le fincaron el delito de peculado, mismo que no existía por dos razones: no era servidor público y él nunca dispuso de ningún dinero que no fuera parte de su salario. El motivo fue el encono de Piña Olaya, coraje que lo orilló a manipular las leyes poblanas para mantener en la cárcel a Samuel: estaba enojado por la denuncia que éste presentó ante la Cámara de Diputados federal pidiéndole a los legisladores juicio político en contra del gobernador, precisamente. Un año más tarde fue liberado gracias a que sus abogados le ganaron la partida al gobierno represor (uno de ellos, Manola Álvarez). Malpica recuperó su plaza y los salarios que le retuvieron a pesar de que fue un preso de conciencia.
Diez años después, lapso que Samuel ocupó para señalar lo que a su juicio estaba mal, lo matan igual que a otros universitarios asesinados por sicarios simpatizantes del gobierno. Por esta digamos que constante, urge que se aclare el homicidio y que se aprenda al autor o autores para que queden incólumes quienes ejercen el poder político cuya fama, hay que subrayarlo, ha quedado en entredicho debido a que sus amanuenses y panegiristas convirtieron el crimen en un acto político.
Concluyo el paréntesis con la siguiente acotación:
Ocho días antes de asesinato de Samuel, éste se entrevistó con uno de los operadores de Rafael Moreno Valle. Ese día el gobierno se enteró de las profundas diferencias políticas y académicas que Malpica tenía con la administración universitaria agüerista. Incluso mostró al interlocutor la carta-denuncia en la cual hacía responsables de cualquier cosa que le ocurriera —incluidos los atentados contra su persona— a los universitarios afines a la rectoría. Lo curioso es que horas después del crimen, la carta de marras circuló por las redacciones de la prensa escrita y electrónica, circunstancia que, según el equipo de campaña de Agüera, influyó en el ánimo de los electores que finalmente dieron el triunfo a José Antonio Gali Fayad, candidato del gobernador Moreno Valle.
Sigo con la cita:
Si nos basamos en que la historia es el prólogo del porvenir, podemos afirmar que en la (Buap) han ocurrido y seguirán pasando hechos previsibles. Hay muchos antecedentes para analizar. He aquí algunos:
La expulsión de los jesuitas y su retorno al poder educativo. Los movimientos políticos del México independiente y la intromisión de Maximiliano, cuyos efectos cimbraron el antecedente de la Universidad Autónoma de Puebla. El menosprecio a la vida académica demostrado por Alfonso Cabrera, gobernador que se declaró enemigo del entonces Colegio del Estado. El cacicazgo avilacamachista, que quiso darle un sesgo terrible a la vida universitaria (varios de sus gobernadores propusieron la militarización de la UAP). La actitud de Nava Castillo, Moreno Valle (el abuelo) y Bautista O‘Farril, quienes por parcializarse con la derecha poblana (en esa época enemiga de la UAP) pagaron un costo político tan alto como lo fue su destitución. Y la mano negra de Mariano Piña Olaya, personaje que propició o acató la instrucción para poner en práctica algunas violaciones al estatuto universitario y a la Constitución de la República.
El anti malpiquismo propiciado por la falta del dinero federal favoreció al grupo mejor capacitado y adaptado con la modernidad oficial, pues en ambos bandos actuaron pupilos del ingeniero Luis Rivera Terrazas. Por ello los velecistas pudieron designar como rector a Juvencio Monroy. Y éste actuó igual que las criadas respondonas al presentar su proyecto de ley orgánica. De ahí las alianzas con los que habían apoyado a Malpica, así como el interés de controlar la mayoría del Consejo Universitario para negociar la estabilidad alterada por los conflictos político–financieros. Al final del día se destituyó a Monroy para en su lugar colocar a Eduardo Jean Pandal, un funcionario a la medida de las circunstancias.
Pero como nadie sabe para quien trabaja, el beneficiario de todos esos dislates resultó ser José Doger Corte. Al llegar a la rectoría, el alumno político de Alfonso Vélez Pliego, sacó a relucir sus habilidades y experiencia política. Cooptó a los insurrectos, impulsó a los conflictivos, animó a los resentidos, oxigenó a los agotados, jubiló o liquidó a los estorbos y creó la nueva estructura que satisfizo las expectativas del gobernante en turno (Manuel Bartlett). Puso, pues, los cimientos para la universidad pública planeada en el mando federal seis años antes de que él llegara al máximo cargo de la uap.
Hasta aquí la larga pero necesaria referencia sobre los antecedentes de la Universidad Autónoma de Puebla, historia con luces y sombras, destellos y apagones que hoy nos muestran a una institución sólida y menos radicalizada, pero a la vez convertida en lo que parece una bomba de tiempo si considerásemos el resultado de los simulacros de la elección presidencial (su esencia) llevados a cabo en su campus durante el proceso electoral del 2012: la presencia política de una izquierda surgente, actualizada y modernizada, así como la figura e ideas de Andrés Manuel López Obrador, crítico por antonomasia. La fórmula candidato-ideología-propuesta se impuso al rebasar con mucho a las otras tres alternativas presidenciales (Enrique Peña Nieto, Josefina Vázquez Mota y Gabriel Quadri de la Torre).
Como muestra el recorrido histórico de la máxima casa de estudios de Puebla, el realismo nada mágico llegó con José Doger Corte, aliado al Proyecto Fénix, propuesta del entonces gobernador Manuel Bartlett Díaz. La tónica o romance entre universidad y gobierno prevaleció con el sucesor de José, o sea su primo Enrique Doger Guerrero. Éste se acogió a la estrategia comentada arriba con un agregado: el giro oficialista auspiciado por Melquiades Morales Flores, gobernador que sacó a Enrique Doger de la BUAP para hacerlo priista y además candidato a la presidencia municipal de Puebla capital.
Ya como candidato lo entrevisté (revista Réplica) con la intención de confirmar o aclarar el rumor sobre alguna amenaza en su contra. En lo que fue una respuesta a bote pronto, dijo que como seguía políticamente activo iba a dejar el tema para referirlo en sus memorias. Sin embargo, fiel a su facilidad para discernir, ponderar los escenarios políticos y expresarse con contundencia (Mario Marín le mandaba mensajes “sicilianos”), recapacitó decidido a responder aquellos mensajes. Esto fue lo que dijo:
Una de las primeras amenazas que recibí fue: “Tú no eres político, no sabes los códigos”. En efecto quizás no sepa los códigos, pero en lo que sí creo es en principios e ideas. Y si se tienen los principios y las ideas ya vas avanzando. Pero hay quienes sin principios ni ideas quieren defender un código que raya en lo mafioso… Lo más grave en un hombre público es hacer gala de su ignorancia.
Desde que programó su salida anticipada de la buap, precisamente para buscar la candidatura a la presidencia municipal de Puebla capital como inicio a su definida y exitosa actividad política, Doger Guerrero decidió que Enrique Agüera Ibáñez debería ocupar el cargo de rector. De ahí que éste llegara franco y sin problemas al poder universitario, primero como rector interino por consenso, y después mediante la elección que le dio la mayoría absoluta.
Como muchos de sus compañeros en lo académico (su tocayo Doger entre ellos), antes de ocupar la rectoría, Enrique Agüera vivió los cambios de la universidad pública. Fue parte de las luchas ideológicas que dividieron a los grupos universitarios: comunista de origen (Célula Dolores Ibárruri) y, pasado el tiempo, exitoso gambusino del pragmatismo que él mismo definió con los siguientes conceptos:
Hace mucho tiempo dejé los dogmas atrás. Creo que los dogmas lastiman, los dogmas son como candados que se ponen a las puertas y que, a veces, corres el riesgo de perder la llave y no poder después abrir la puerta a un horizonte más amplio que te permite encontrar mejores respuestas a tu responsabilidad social. Creo que el mundo requiere hoy de un pensamiento libre, comprometido con la búsqueda de soluciones y respuestas en lugar de reclamos de la sociedad. Hoy se requiere un oído muy sensible para poder escuchar a aquellos que nos debemos y poder interpretar cómo responder a sus expectativas; creo en eso y creo que las ideologías nos sirven para poder tener elementos conceptuales que nos permitan interpretar la realidad, cada quien a su manera, pero, insisto, con una gran apertura, pluralidad y respeto a todas las ideologías.[3]
Agüera “abrió” las cerraduras de las puertas que le mostraron el espacio donde moran “las inteligencias asfixiadas por estereotipos que las privan de lucidez” (Mario Vargas Llosa, dixit). Y se introdujo al otro lado del patio cuyos portones también tienen candados, la mayoría de las veces sin una llave que los abra. Llegó así a esa parte del mercado capitalista con la ventaja de conocer lo que sus moradores no sólo ignoraban, sino que además repugnaban inspirados en el radicalismo común en aquellos que explotan al hombre acogiéndose a la tradición economicista neoliberal, talante que —como quedó apuntado en las páginas anteriores— les ha hecho ubicar a los caballos detrás de la carreta.
Esa llamémosle facultad permitió al entonces rector conquistar a quien lo miraba con los ojos del resabio dogmático. También sedujo a los dueños del dinero que en principio lo vieron con las características del improvisado en lides financieras, los mismos que pasado el tiempo descubrieron que Agüera Ibáñez tenía facultades y la visión que para ellos forma parte de los liderazgos de su sector. Con esa cualidad empresarial transformó a la Universidad tanto en el aspecto arquitectónico (igual que en su tiempo lo hicieron los jesuitas) como por su presencia académica en el ámbito nacional. Y lo más importante: logró que el grupo encabezado por el gobernador Rafael Moreno Valle Rosas, se despojara de su acritud para cambiar la crítica hacia él (a veces mordaz, ofensiva e incluso con las perversiones elitistas) por una simpatía y empatía a todas luces motivada por el interés político. Sobrevino una conveniente alianza entre el poder político y la razón universitaria, el primero interesado en llevar la fiesta en paz, y lo segundo como consecuencia de la modernidad que obliga a caminar de la mano con los dueños del presupuesto nacional, recursos que incluyen los subsidios, detonador de la excelencia universitaria, ni más ni menos. Devino la amalgama que formó el gobierno morenovallista con la BUAP; es decir, Enrique Agüera Ibáñez y Rafael Moreno Valle Rosas, ambos en las antípodas cuando inició la campaña que llevaría al segundo a la titularidad del poder Ejecutivo.
Es difícil predecir lo que pasará con la Universidad poblana. Lo único seguro es que el gobierno (el que sea) nunca más volverá a meter mano tal y como ocurría en el pasado remoto. Baso este mi aserto en lo que dijo Carlos Fuentes (doctor Honoris Causa de la BUAP, precisamente) en el penúltimo de sus mensajes en Twitter, escrito poco antes de que cambiara de dimensión: “Serán los jóvenes quienes tengan que enmendar los errores de nuestras generaciones… cuentan con una gran tecnología para hacerlo”. Agrego a las palabras de Fuentes, que esta generación tiene, además, el gen antigobiernista que suele fortalecerse cuando algún mandatario intenta imponerles su voluntad.
Cuando en el 2010 inició la campaña que propició la alternancia de gobierno, Enrique Agüera Ibáñez y Rafael Moreno Valle Rosas llegaron a un conveniente acuerdo en beneficio de las instituciones, pacto que no cabe en la definición de eufemismo pero sí en la de pragmatismo.
Aprovecho la referencia para agregar:
Ha sido la costumbre que los gobernantes consideren obligación política el manejo “científico-electoral” (aumento la colección de eufemismos) diseñado para ganar elecciones. No importa que ello sea un atentado contra la buena fe del pueblo o incluso que se corra el riesgo de una protesta popular. Lo primario es triunfar en las urnas para conservar el poder. Lo que sigue suele parecerse a lo que el obispo Juan de Palafox y Mendoza llamó asalto, manipulación e impugnación de las leyes. De ello podría dar fe Agüera en cuya vida pública se atravesó el pragmatismo morenovallista, mismo que no ponderó en su debida dimensión. Por este “pequeño detalle” dejó la Universidad y enfrenó al poder político de Rafael iii y, obvio, a la estructura electoral que incluyó varios partidos, unos inventados o coyunturales, y alguno más alquilado por el gobierno poblano empeñado en ganar la alcaldía de la capital. El adversario de Agüera rompió la ortodoxia política y transgredió el estatuto electoral valiéndose de las ficciones jurídicas preparadas para violentar el derecho sin caer en el ilícito: José Antonio Gali Fayad fue promovido en exceso y de manera anticipada a pesar de ser servidor público, el políticamente más apapachado por el gobierno estatal.
[1] Lottman, Hebert. The Rothschild. The Great Banking Dynasty Through Two Turbulent Centuries. Ed. Tusquets, 1996
[2] C. Manjarrez, Alejandro. Puebla, el rostro olvidado. Segunda edición. Ed. ipc, 1995
[3] Ibarra, Blanca Lilia. Op. Cit..