La historia se repite.
Ese es uno de los errores de la historia.
Charles Robert Darwin
Ahí, detrás de las rejas de la jaula, estaban calmos y echados cuatro gorilas, tres hembras y un macho. Ocho ojos nos miraron con la misma curiosidad con que nosotros vimos a ese grupo de simios. De repente el macho empezó a moverse colgándose de los tubos de acero que lo separaban del mundo de los humanos. Atraídos por la agilidad de aquel primate, nos acercamos para disfrutar el espectáculo: la atractiva y enorme bestia parecía halagado por la presencia de, según la teoría de Darwin, sus parientes racionales.
Tres minutos después de observar las machicuepas del orangután, cuando éste nos tuvo a su alcance, abrió sus enormes manos al tiempo que las metía al agua del bebedero para aventar el líquido con la intención de empaparnos. Nuestras risas y carrera se confundieron con los gritos y brincos de los cuatro gorilas que a su manera festejaban el haberse burlado de los seres que se les parecen, aunque para ellos seamos un poco más feos.
En aquel inesperado evento quedamos emparejados monos y humanos, ya que por un momento las dos especies estuvimos unidos por la sensación de alegría, efecto producido gracias a la broma (o venganza) del animal cuya poligamia, curiosamente, fue imitada e incluso adoptada por José Smith, fundador de la religión mormona, perseguida primero y después aceptada e incluso imitada: el gringo Mitt Romney es la prueba política de que el mormonismo superó los malos tiempos.
Los políticos y sus espejos
Lo que me ocurrió ese día en el Zoológico de Chapultepec de la Ciudad de México, sucede con frecuencia entre nuestra especie que también tiene sus clases y por ende sus ejemplares distintos. Diría Giacomo Rizzolatti —científico de la Universidad de Parma, Italia— que semejante reacción se debe a que las neuronas espejo nos inducen a reconocer los actos ajenos como propios. O para trasladar la definición científica a lo cotidiano, diremos que se produce lo que se denomina empatía, o sea el “sentimiento de participación afectiva de una persona en la realidad que afecta a otra”.
Jorge Volpi define el fenómeno de la siguiente manera[1].
La imitación, mecanismo esencial para nuestra supervivencia, se halla en la base de ese extraño comportamiento, tantas veces vilipendiado o menospreciado, que conocemos como empatía. Me meto en tu pellejo para averiguar si eres mi amigo o enemigo, si me tenderás la mano o me clavarás un cuchillo en la espalda y, al hacerlo, te conozco mejor —y de paso me conozco mejor a mí mismo—. El inmenso poder de la ficción deriva de la actividad misma de las neuronas espejo —y de ellas se desprende una idea todavía más amplia y generosa, la humanidad.
No sé si los políticos son los changos de la alegoría que mencioné y me baso en la experiencia con que inicio este comentario, o si nosotros los miramos a través de los barrotes que ellos nos han colocado. De ahí que sea necesario preguntarnos:
¿Los políticos nos imitan?
¿Nosotros los sufridos ciudadanos comunes los imitamos?
¿Acaso es algo natural el sentimiento de participación que apunta Rizzonatti?
Sea lo que fuere es obvio que quienes gobiernan han establecido su hegemonía, digamos que sicológica-represiva. Tienen el poder y lo ejercen a su libre albedrío valiéndose del control que, por ejemplo, les permite dominar a los diputados (la mayoría) cuyas células espejo suelen ser mucho más fieles que las de nosotros, los sufridos ciudadanos. Pero también resulta irrefutable que los gobernados tenemos un mecanismo de defensa para proteger nuestra vida y dignidad de cualquier atentado, incluido el que va en contra de la inteligencia. Sabemos cuándo las acciones engendradas por la clase política responden a la necesidad de diferenciarse de la manada. Lo paradójico es que tal hato permitió o los condujo para que llegaran al lugar que ocupan.
La ventaja está en el número ya que somos más los gobernados. Por ello solemos darnos el lujo de observar cómo abren sus enormes y poderosas manos para meterlas al bebedero y lanzar su contenido sobre quienes los observan. Nuestra primera reacción puede ser de risa y gritos que cruzan los barrotes, en este caso los imaginarios. Pero como todo abuso, a la larga la reincidencia llega a causar rechazo.
Hasta ese momento todo sería paz, concordia y —repito el término— empatía. Lo malo aparece cuando esos gorilas (dicho sea como parte de la metáfora, sin ánimo peyorativo) se exceden e insisten en sorprendernos (o incluso asustarnos) al actuar como su fuesen parte de una especie distinta a nosotros, sus víctimas vistas como descendientes jerárquicos u objetos electorales. Es cuando la puerca tuerce el rabo y la interrelación cordial adquiere otro acento: si tú eres cabrón nosotros también lo seremos. Existen decenas de ejemplos.
Lo churrigueresco
He dicho que los poblanos tienen su particular modo de ser. A veces somos rebuscados para articular las expresiones verbales. Y en ocasiones nos valemos de la sutileza o la parquedad para responder a quien agrede nuestra inteligencia y dignidad. De ello hay pruebas en la historia que demuestran cómo los gobernadores fueron obligados a dejar el cargo, en ocasiones por circunstancias en apariencia sin importancia.
Es sus primeros tres años de gobierno, Rafael Moreno Valle Rosas (Rafael iii) ha cometido algunos de los errores de los gobernantes defenestrados. Es el caso de su relación con la prensa escrita, segmento que quedó al margen del gran proyecto mediático morenovallista donde sólo entraron los medios nacionales. El propósito: crear la imagen del mandatario que necesita México (en su caso para el 2018), intención que se complicó por el encarcelamiento de la multicitada Elba Esther Gordillo Morales.
Las buenas intenciones (si acaso las hubo) operaron al revés y se produjo la respuesta social no esperada por sus especialistas en comunicación. Al parecer pensaron en que la poblana era una sociedad virtual y, por ende, menospreciaron la característica que distingue a los poblanos: la enuncié y ahora lo subrayo con la anécdota que muestra dos reacciones, la de menosprecio a la inteligencia y la respuesta inteligente.
Se enfrentaron los diputados Aurelio Manrique y Luis Cabrera Lobato, el primero tan voluminoso como un luchador de sumo, y el segundo con la delgadez del intelectual atrapado por las lecturas que quitan tiempo para comer como Dios manda (así lo diría la abuela). El terreno de esta contienda fue la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión: cuando el poblano hacía uso de la palabra en la tribuna, Manrique gritó con voz estentórea y la intención de ofenderlo: “¡Mono, perico y poblano…!” Antes de que concluyera la frase (“… ¡no lo toques con la mano, tócalo con un palito porque es animal maldito!”), Cabrera lo interrumpió para revirar estridente: “¡Mire compañero, los poblanos comemos cuatro platillos: puerco, cochino, cerdo y marrano!”. La risa de los legisladores dejó sin aliento y aplastado en su curul al obeso don Aurelio.
Las neuronas se rebelan
En los primeros meses de su gobierno, Rafael Moreno Valle fue recipiendario de varios de los molestos efectos que comúnmente aparecen en el último año del sexenio. La causa fue su política de gobierno, estilo a veces exacerbado por algunos de los servidores públicos, los que parecían tomar el pelo a quienes los observaban con algo de curiosidad y un mucho de esperanza (como a los gorilas). Por ello la sociedad dejó la empatía para involucrarse con las fallas en el esquema burocrático y los errores en la estrategia política. Hubo asimismo traspiés en el programa propagandístico y equivocaciones en la técnica constructiva, fallas que, por ejemplo, produjeron el espectacular (y por ventura incruento) derrumbe de 30 metros del festinado Viaducto Zaragoza, obra que finalmente se concluyó poco antes de ser inaugurados los festejos del 150 aniversario de la Batalla de Puebla.
En ese lapso, los poblanos atestiguamos todo tipo de manifestaciones de lo que podríamos llamar “la rebelión neuronal”. Cayó en el bote de la basura parte del extraordinario bono democrático del nuevo gobernante, victoria electoral que habría qué reconocer a los poblanos dado que a través de las urnas ellos decidieron manifestar su repudio al preciosismo entronizado en el gobierno.
Con la intención de relacionar la vida pública del titular del poder Ejecutivo con el efecto neurona espejo y con ello entender los vínculos entre el que se fue (Marín) y el que quedó (Rafael iii), acudo de nuevo a otro de los párrafos del ensayo de Volpi:
La magia singular de las neuronas espejo radica, sin embargo, en su capacidad para activarse sin depender de un acontecimiento real —pensar en alguien equivale a observarlo—. En pocas palabras: para ponerme en tu sitio, para ser tú por un instante, lo único que tengo que hacer es imaginarte. Al hacerlo, te copio, te arremedo, y mi cerebro intenta adentrarse así, de pronto, en tu impenetrable magma interior…
El problema o la ventaja, usted dirá, es que la “clonación política” siempre contiene las fallas propias en la personalidad de los políticos. El estilo del que fue dictadorzuelo no encaja con la personalidad del que anhela trascender como demócrata, a pesar de que éste pudiera hacer cosas parecidas.
La jaula
Teoría, metáfora o ciencia aparte, los poblanos decidieron abrir las jaulas donde está encerrada la imaginación. Alentar a quienes gobiernan para que dejen de sentirse como los gorilas que ven a sus dominados como un hato de changos medios parecidos a ellos; que propicien la buena relación a partir de que consideren a la sociedad como un aliado al que tienen que conquistar y corresponder, en lugar de ver al pueblo como una cifra o uno de los segmentos que forman parte de los números fríos, los que sirven para programar su riqueza personal, o su próxima elección, o los proyectos comerciales y financieros en beneficio de cuates y cómplices.
[1] Volpi, Jorge. Leer la mente, el cerebro y el arte de la ficción. Ed. Alfaguara, 2011