Como son muchos los periodistas asesinados por quienes se declararon furibundos enemigos de la libertad de prensa a ellos, a los que desventuradamente se han ido quedando en el olvido...
Los periodistas son quizá los únicos miembros de la humanidad que se exponen con el pecho abierto para que los demás los conozcan. A través de sus escritos, críticas, denuncias y la incomprendida costumbre de poner el dedo en la llaga, podrán –si quieren–hurgar en su fuero interno. En ocasiones su transparencia llega a convertirlos en seres peligrosos, sobre todo para los hombres públicos cuya actividad está llena de misterios y compromisos que de alguna manera los empujan hacia los intrincados laberintos de la corrupción y la inmoralidad. Esta claridad ha cobrado ya muchas vidas. Por ejemplo la de Trinidad Mata en 1939 y la de Manuel Buendía en 1984.
Como son muchos los periodistas asesinados por quienes se declararon furibundos enemigos de la libertad de prensa, a ellos, a los que desventuradamente se han ido quedando en el olvido, también habrá que rendirles un homenaje. Y para que este sea permanente qué mejor que seguir el ejemplo de Trinidad Mata, y Manuel Buendía, muertos en el cumplimiento de su deber.
El primero fue asesinado por órdenes de un sátrapa a quien le incomodaba la crítica, porque según él era un gobernador intocable, perfecto y bienaventurado de los dioses. Y según parece a Buendía lo mataron los sicarios de un poder que se ha dedicado a lesionar la salud de la humanidad. A pesar de que entre ambos periodistas existe una generación de distancia (cuando uno moría el otro apenas veía la primera luz de este mundo), de alguna manera su vida siguió por la misma ruta, hasta que los dos se enfrentaron a esta estupidez que en ocasiones –por cierto ya muy frecuentes–atrapa a los poderosos (uno de esos ejemplares es nada menos que Jorge Serrano Elías, émulo de Fujimori, quien para no ser molestado por sus tonterías ordenó la censura de la prensa en el vecino país de Guatemala).
Ayer en Puebla, que es una partícula del Cosmos, a veces escogida para que en ella se diluyan los malos ratos, fue otorgado el reconocimiento que lleva el nombre de Manuel Buendía, en esta ocasión a Carlos Ramírez, columnista de varios diarios, entre ellos “Síntesis” y a Rafael Rodríguez Castañeda, jefe de redacción de la revista “Proceso”. Los galardonados son, sin lugar a dudas, periodistas cuya transparencia y profesionalismo –además de alterar la modorra de los servidores públicos – nos permite asegurar que en el país se están viviendo momentos propicios para ejercer a plenitud la libertad de prensa. Lo mismo está ocurriendo con la labor que realiza este diario, que por cierto mañana cumple su primer año de estar al servicio de los lectores ávidos de noticias ciertas y oportunas.
En otro orden de ideas, en un día como el de ayer, dejó este mundo Roberto Cañedo Martínez, el precursor de la noticia radiofónica en Puebla. Debido a ello el lector me permitirá recordar a este personaje, que si bien murió en el seno de su hogar, tuvo una vida intensa y llena de beneficios para el periodismo.
Don Roberto llegó a Puebla en 1935 como reportero corresponsal de “Excélsior”. En 1939 incursionó en el ambiente angelopolitano transmitiendo a través de la HR. Debido a que era propietario de esa estación radiofónica, se vio precisado a adoptar el seudónimo de “Agapito”, y con él transmitir el primer noticiero de Puebla. Más tarde, en 1960, ingresó al periódico “La Opinión” y en 1968 a “El Sol de Puebla”, donde puso su ingenio en una columna que también firmó con el nombre de “Don Agapito”. Sin celos y con una gran visión periodística, abrió las puertas de su espacio hertziano a Enrique Montero Ponce. Además y en virtud de sus inquietudes sociales, tuvo la ocurrencia de incursionar en política bajo las siglas del PAN, a fin de disputar la alcaldía que hoy está bajo el mando de su hijo Rafael. Antes de morir, tal vez sin olvidarse de la trácala que le hicieron para despojarlo del triunfo electoral, decidió dejar su emporio radiofónico precisamente al actual alcalde de Puebla, quien quizá inspirado en la experiencia de su padre, condujo la herencia hasta el lugar que hoy ocupa.
31/V/1993