Investigadores oficiosos (Crónicas sin censura 69)

Réplica y Contrarréplica
Tipografía
  • Diminuto Pequeño Medio Grande Más Grande
  • Default Helvetica Segoe Georgia Times

En aquellos años, la oficina de Comunicación Social de los Pinos pudo reunir la información suficiente para negociar, concertar y en ocasiones, hasta chantajear...

Gustavo Díaz Ordaz, quien pasó a la historia con el adjetivo de represor, tuvo serios y sordos enfrentamientos con la prensa. Su imagen ante el pueblo, como usted bien lo sabe, además de quedar deteriorada debido a la represión estudiantil de 1968, fue manejada con un criterio policiaco y chambón rayano en la estupidez.

     Según cuentan quienes tuvieron la experiencia o de alguna manera fungieron como testigos de piedra, don Francisco Galindo Ochoa, a la sazón el comunicador oficial del presidente, ordenaba investigar reporteros y columnistas que se salían del huacal. Sus policías chinos (misteriosos y tarugos) buscaban o inventaban todo tipo de antecedentes, debilidades, costumbres raras, deudas y conflictos amorosos, que de alguna manera afectaban a los periodistas, e incluso a sus familiares.

     En aquellos años, la oficina de Comunicación Social de los Pinos pudo reunir la información suficiente para negociar, concertar y, en ocasiones, hasta chantajear a través de conversaciones que, de acuerdo con las confidencias de un testigo presencial, se llevaban a cabo bajo el siguiente tenor:

     –Oye fulano: el presidente está muy preocupado por ti. Te quiere ayudar. Ya le informaron que tienes grandes problemas. Sabe que don zutanito te tiene demandado; que debes mucho dinero y que tu mujer se anda portando mal.

     Después de semejante descarga y de algunos antecedentes que bien o mal consolidaban la información, el reportero de la fuente o columnista sentía el peso del poder y de alguna manera podía soportarlo, porque al mismo tiempo le ofrecían la posibilidad de salir del conflicto.

     –Ayúdame a que el presidente se quite la mala impresión –espetaba el poderoso interlocutor–. Maneja tus comentarios en el periódico de manera que el señor presidente cambie de opinión y yo pueda recomendarte.

     Nueve años más tarde, en la segunda mitad del régimen lopezportillista, renació aquel estilo gansteril para tratar de negociar y/o presionar a los periodistas. El lector me permitirá omitir los detalles y en su lugar citar la frase que hizo estragos en la vida pública del presidente José López Portillo. El hombre dijo a la nación: “No pago para que me peguen”.

     La imagen presidencial quedaba así en condiciones muy lamentables ante la prensa. Fue entonces cuando, ya como presidente, a Miguel de la Madrid Hurtado se le ocurrió agravar la relación prensa-gobierno. Instruyó a sus subordinados para que rompieran con la costumbre de, indiscriminadamente, publicitar en los medios escritos el trabajo del Estado; ordenó que la publicidad del gobierno fuera concesionada a solo diez de los periódicos nacionales dejando fuera incluso medios tan importantes como la revista “Impacto”, en aquella época bajo la dirección del incomprendido satanizado Mario Sojo Acosta.

     Durante el mandato salinista, la relación prensa-Estado mejoró sustancialmente, gracias a las declaración que hizo de los “Principios para una prensa libre”. Los medios y sus integrantes encontraron una mayor apertura y comprensión para su trabajo. Gracias a ello, la información en líneas ágatas se hizo más aguda y profunda, y las ideas empezaron a fluir bajo un clima de respeto a tendencias y opiniones críticas y en ocasiones hasta cáusticas. Sin embargo, y como nunca falta el pelo en la sopa, de la mediocridad burocrática emergieron algunos ejemplares cuya modestia intelectual les hizo (¿o les hace?) suponer que con tonterías ayudarían al jefe superior. Allí están por ejemplo las actitudes que sacaron de las ondas hertzianas a Miguel Ángel Granados Chapa.

    Y por lo que ayer leímos en el diario “La Prensa”, parece que Puebla no ha podido salvarse de esos burócratas que todavía portan la mentalidad del viejo personaje policiaco del celuloide conocido como Charlie Chan. Suponen – y con ello no benefician ni al gobernador ni al director de Comunicación Social del gobierno– que espiando a los periodistas podrán congraciarse con sus jefes. Vale la pena dejar asentado que en “Sintesis” no hay nada que ocultar y que todavía tenemos mucho que publicar. Ojalá lo entiendan y que se dediquen a la función para la que fueron contratados: luchar porque la delincuencia no siga lesionando a la sociedad.

Alejandro C. Manjarrez

10/XI/1993