Capítulo 54
La sotana y el bombín
Esperamos que pueda suceder cualquier cosa,
y nunca estamos prevenidos para nada.
Madame de Swetchine
Miguel Torres de Santa Cruz y Asbaje, logró que Dwigth W. Morrow fuera bien visto por la jerarquía católica. Los convenció de que era necesario lograr acuerdos en beneficio de sus prosélitos. Su justificación se basó en el cambio de estrategia de Estados Unidos cuyo gobierno había decidido apoyar a Calles: “Sería un suicidio histórico que nosotros siguiéramos en rebelión contra el Gobierno”, les dijo.
Sin embargo, el sometimiento de la jerarquía eclesiástica resultó insuficiente para convencer y desarmar a las brigadas de cristeros que operaban en Jalisco, grupos cuyos generales seguían levantados en armas, unos lastimados en su orgullo y otros molestos contra Estados Unidos porque, arguyeron, el presidente Coolidge encontró una solución, no por el bien de la Iglesia sino para lograr el acuerdo que permitiría a sus amigos seguir comercializando la riqueza petrolera mexicana. El argumento sobre la estabilidad social de la nación dejó insatisfecho al sector duro del Clero.
Miguel organizó a tras mano las reuniones entre el embajador Morrow y algunos miembros de la jerarquía católica. Supo que en Roma veían con buenos ojos la posibilidad de que gobierno e Iglesia conciliaran sus diferencias, información que le sirvió para tener éxito en casi todas sus gestiones diseñadas para resolver el conflicto religioso. “Si el Papa busca la paz, nosotros tenemos que ayudarlo a encontrarla”, dijo a los sacerdotes que influían en el ánimo de sus obispos.
La presencia religiosa de Miguel empezó a notarse después de su retorno de Estados Unidos. Se consolidó cuando intervino en los preparativos de la reunión secreta verificada en el castillo de San Juan de Ulúa: allá, en Veracruz, se encontraron Calles y John Burke, éste como representante del Vaticano, la sede “del pequeño infierno en el cielo de la religión católica”, según Plutarco Elías.
El sacerdote continuó su trabajo pastoral sin perder sus vínculos con el gobierno callista, en especial con Pedro del Campo quien, con la venia presidencial, se encargó de cruzar información sobre lo que afectara al Clero y al Gobierno, en especial las acciones rebeldes de los grupos de cristeros negados a deponer las armas.
En uno de esos encuentros Pedro le hizo llegar a Miguel el editorial del periódico Avante, líneas que llevaban por título: “El nuevo embajador Mr. Morrow”. Del Campo le dijo: “Cuando leas estas líneas recordarás al presidente Calvin Coolidge, pues vas a descubrir el otro lado del lobo disfrazado de oveja”.
Ahora que ya vino a México procedente de Norteamérica, un embajador ideal representante de los grandes tiburones de Wall Street, todo hace suponer que los problemas sociales en México van a resolverse como por encanto, contándose entre ellos como el más importante de todos, el problema del hambre.
Y todavía dirán los parias que los hombres de la banca, comerciantes y gobernantes no se preocupan por sacar al pueblo de la miseria en que vive.
No sólo existe ya la circunstancia especialísima de que el embajador, míster Dwight W. Morrow —que así se llama el nuevo Mesías— haya sido escogido por la acertada mano del presidente de aquella nación americana y sacado hábilmente del seno mismo de aquel grupo de aves de rapiña anidadas en Wall Street, sino que el nombramiento de míster como embajador yanqui, ha merecido también la aprobación más espontánea y excepcional de parte del gobierno callista.
Hasta en tren especial hizo su viaje desde la Casa Blanca a la ciudad de México, el nuevo representante de los millonarios yanquis, quien al despedirse de sus camaradas del otro lado del Bravo fue despedido con banquetes, diecinueve cañonazos y todos los honores propios de todo un héroe.
Esto hace suponer que las relaciones más cordiales entre ambos gobiernos, poderosos puntales del capitalismo, van a efectuarse familiarmente, como en casa, a fin de hacer más modificaciones al código expedido en Querétaro por políticos trasnochados durante el calor de la Revolución.
El llamado diplomático representante del dólar tiene la misión de ponerse al habla con los que manejan el pandero de la actual dictadura, con el fin de que las cosas se arreglen de tal suerte que el pueblo de México no se dé cuenta de toda la estratagema encaminada a esclavizarlo más y chuparle hasta la última gota de su sangre.
Todo ha de ser cuestión de táctica, de astuta diplomacia y se llegará a un mutuo entendimiento. Promesas de apoyo incondicional, por ejemplo, a la dictadura Calles–Obregón por parte del gobierno de Washington para seguir oprimiendo y explotando a los pobres parias mexicanos y las cosas podrán marchar tan pacíficamente como en los cementerios de Cuba, Puerto Rico, las islas Filipinas, Panamá y Nicaragua.
Demasiado saben ya los pueblos de la América Latina que el gobierno del otro lado del Bravo se compromete a prestar toda su ayuda moral y material —cañones, aeroplanos, lanzabombas, buques de guerra, marinos armados hasta los dientes, etc.— al gobierno que más se humille y más garantías preste a su ignominiosa labor expansionista.
Esa es en síntesis la política devoradora que por nosotros sienten aquellos tiburones, cuya espada desenvainada sobre nuestras cabezas se deja ver como un fantasma aterrador que amenaza lanzarnos al abismo.
Las palabras que el presidente Coolidge dijo con tanta autoridad como arrogancia a los delegados burgueses en la Conferencia Panamericana reunida en Nueva York, en los primeros días del último mayo, se han grabado en el cerebro de los oprimidos como una pesadilla: hacia los gobiernos de los países que tenemos reconocidos de este lado del canal de Panamá, sentimos responsabilidad moral que no se aplica a otras naciones.
Conforme a esa política de responsabilidad moral se pretenden justificar las invasiones, los asesinatos en masa, el despojo, la esclavitud y toda clase de crímenes llevados a cabo por la codicia de los poderosos sobre los pueblos débiles. Es esta ley del más fuerte la que oprime a los humanos en todos los rincones de la Tierra.
Hace un año que la actual administración callista, muy amiga del obrero, trataba de someter a las compañías explotadoras de petróleo en México, a ciertas leyes mexicanas referentes a tierras y minerales; pero resultó que veintidós —de más de trescientas— de esas compañías creyeron conveniente burlarse de esas leyes y se declararon en completa rebeldía y no obedecieron las disposiciones del gobierno de Calles ni hicieron caso de las citas fijadas por las autoridades y aunque se les señaló como último plazo el primero de enero de este año, las compañías rebeldes tampoco obedecieron.
Los creyentes en los procedimientos legalitarios de los gobiernos y de que todos sus actos van siempre ajustados a la ley verían que el paso lógico de la actual administración contra esas compañías, era el embargo de sus posesiones petroleras. Pero no sucedió así, sino que esas compañías solicitaron el apoyo del gobierno norteamericano, el que inmediatamente amenazó a Calles con quitarlo del poder y poner a otro en su lugar. Pero unas cuantas notas diplomáticas cambiadas secretamente bastaron para que de la noche a la mañana las cosas marcharan conforme a los deseos del gobierno de la Casa Blanca, el que exige al gobierno de México se ciña estrictamente a los compromisos que contrajo Álvaro Obregón cuando fue reconocido por aquel gobierno después del cuartelazo que terminó con el asesinato de Venustiano Carranza.
Entonces —pensamos— si como se trata de poderosas compañías millonarias, se hubiera tratado de campesinos poseedores cada uno de una choza, rodeada de un pequeño terreno con bueyes, cerdos y gallinas, pero recargadas de contribuciones, el gobierno no sólo hubiera procedido al embargo de esos terrenos, las chozas y todos sus animalitos, sino que, en caso de demostrar la menor resistencia, los pobres desarrapados se habrían hecho acreedores a ser pasados por las armas de los esbirros del gobierno o llevados a las prisiones.
He aquí lo que dice el vocero capitalista norteamericano The New York Times respecto a los compromisos que contrajo el general Álvaro Obregón antes de ser reconocido por aquel gobierno:
El presidente Coolidge ha insistido en que las promesas hechas por el general Álvaro Obregón cuando era presidente, a los representantes norteamericanos Warren y Payne, deberán cumplirse. Se sostiene que esas promesas precedieron al reconocimiento y que ellas significan que las prescripciones constitucionales sobre tierras y minerales no deberán aplicarse a los ciudadanos de los Estados Unidos.
Esos compromisos de Álvaro Obregón son tan humillantes que todavía el pueblo no se ha dado cuenta de ello. Pero los idólatras del manco responderán como los científicos en los bellos tiempos de la administración porfiriana: ¡Con Porfirio Díaz hasta la ignominia!
8 de diciembre de 1927.
“Con estos amigos, para qué queremos enemigos”. —Se dijo Miguel Torres al leer el artículo fechado el día de la Inmaculada Concepción. Reflexionó: “Dios quiera que terminen las hostilidades entre los cristeros y el gobierno. Es necesario dar la vuelta a esta página enrojecida por la sangre de miles de seres inocentes, unos manipulados por mis hermanos sacerdotes cuyo fanatismo y ambición de poder contraviene el amor hacia nuestros semejantes, sentimiento que Jesucristo legó a la humanidad; y otros empeñados en matarlos para, con las armas de la ley draconiana, defender el estado de Derecho. La virtuosa locura que inspiró a Erasmo de Rotterdam.”
La cacería del nagual
Juana encontró en el periódico Avante los argumentos que fortalecían sus razones para continuar con el plan de los Siete Cirios. La fecha de la publicación coincidió con el cumpleaños y santo de la madre Conchita. Para Juana esa fue la señal del cielo que había estado esperando.
La monja se valió de los pequeños del orfanatorio entrenados y habilitados por ella para actuar como eficaces mensajeros y catecúmenos. Cada uno llevó con celo religioso el mensaje a seis de los Cirios. Parecían avatares de los Niños Mártires de Tlaxcala, infantes que los franciscanos enviaron a Cuautinchán (entre otras poblaciones) a romper los ídolos religiosos de sus padres. El documento contenía frases cifradas para Raúl, Rodrigo, León, María, Guadalupe y Onésimo. Decía: “Los espero en La Conchita. Ha llegado el momento de la justicia divina. Dios nos envió su fuerza espiritual. Preparen su alma igual que lo hizo San Felipe de Jesús”. Al calce de la misiva Juana escribió los siguientes números: “5+2=7/ 1+9+2+8=2a.”
La traducción de los guarismos establecía que el 5 de febrero de 1928 era la fecha para la reunión en la cual planearían la segunda y definitiva oportunidad. Según la monja el esperado porque cumplía años san Felipe de Jesús. Para la religiosa Juana, la suma de los dígitos del día y del mes (7) simbolizaba el aviso al grupo. El resultado del conjunto de los números del año (2), representaba la segunda oportunidad para, decían, salvar a la Iglesia.
Los convocados pusieron en práctica su proceso de preparación. Todos los días lo iniciaban con rezos, jornada que, pasadas las horas, concluían con sesiones de reflexión y ejercicios espirituales. Juana supuso que en un mes estarían listos para lo que habría de ser el sacrificio de algunos de ellos. El elegido sería parte reino de los cielos y, tal vez, si no santo cuando menos en beato.
Empezaba así la cacería del nagual, como llamaron a Plutarco Elías Calles primero y después al general Álvaro Obregón. Estos nuevos perdigueros no consideraron que su éxito vulneraría aún más el prestigio de la Iglesia que decían defender.
Pistas falsas
“El teniente de la marina de Estados Unidos, Alexander Wodd Smith, desapareció en la ciudad de México. Salió de la Embajada para ir a despedirse de su novia mexicana y ya no regresó. Ella, una mujer de nombre Rosalía Armendáriz, confirmó que Alexander le había dado la noticia de su retorno a Washington.”
Por este escueto comunicado que la embajada norteamericana le proporcionó pidiéndole su colaboración en la búsqueda de Alexander, Pedro del Campo se enteró de la limpieza del “trabajo” de los verdugos que ejecutaron al gringo, digamos que en defensa propia. Sin embargo, como necesitaba más antecedentes para afirmar o quitarse de la cabeza la sospecha de una trampa por parte del embajador, le ordenó a Lupe ampliar los detalles de su encuentro con Wodd, cuando éste irrumpió en su casa con la intención de matarla. La mujer relató los pormenores de su huida y los disparos que pasaron cerca de su cabeza. También le comentó que uno de sus contactos en la embajada de Estados Unidos, le confió cómo el embajador Sheffield y su ayudante Alexander tuvieron serias diferencias por el amor de Leonora.
Enterado de la información, Del Campo consideró irrelevante preguntar a los guardias que protegieron a Lupe la ubicación del lugar donde se deshicieron del cadáver. Prefirió quedarse con la duda que inquietarse con la verdad. Supuso que habrían actuado con la crueldad que acostumbraba uno de ellos, el bisexual. Y decidió no hurgar en el caso para evitar comprometerse con los testimonios de quienes podrían haber actuado más interesados en vengar la muerte de Justiniano que en cumplir con su deber. Debido a que las relaciones entre Estados Unidos y México estaban en su mejor etapa, optó por no meterse de investigador pues hacerlo lo expondría a morder alguno de los anzuelos gringos. Archivó el caso como una nota al calce: “Datos sobre la desaparición del norteamericano cuyos antecedentes establecen que fue un criminal con licencia para matar”.
Dos semanas más tarde le llegaron informes de la zona militar del estado de Veracruz: “Comunicamos a esa jefatura, que en los límites de Puebla y Veracruz, los campesinos descubrieron un cuerpo en estado de descomposición. El cadáver estaba atravesado por una varilla de acero cuyos extremos salían por la boca y el ano. Según la opinión del médico legista, apoyada en antecedentes similares, el crimen, que parece pasional, podría haber sido a causa de una venganza entre sodomitas. Y a juzgar por la forma en que se manipuló el objeto de acero, deben ser expertos en anatomía”.
La lectura del informe arrebató a Pedro del Campo una sonrisa de satisfacción. Pensó en Leonora y en Justiniano. Y lamentó no poder compartir con Imelda el perverso agrado que sintió al enterarse del destino final del homicida de sus amigos comunes.