Puebla, el rostro olvidado (La CROM en Atlixco)

Réplica y Contrarréplica
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LA CROM EN ATLIXCO

Posee Atlixco uno de los cacicazgos mejor organizados del país. Ha resistido las últimas, obligadas y demoledoras, campañas emprendidas por el gobierno para meter al orden a las hegemonías con membrete priista. A diferencia de los cacicazgos petrolero y magisterial, cuya fortaleza trastocó el raciocinio de sus líderes, el de la CROM prevaleció intacto hasta 1999 gracias a que su dirigente Eleazar Camarillo Ochoa, supo y entendió hasta dónde aguantaba el sistema político mexicano.

    Este personaje de la política poblana creció sin doctorado ni maestría. Su educación apenas llegó a la básica. Sin embargo, la vida y sus peripecias obreras le foguearon hasta convertirlo en un líder rural. Su técnica de convencimiento fue radicalmente distinta a la que usa para impresionar a los poderosos. Su astucia superó su inteligencia. Y la autoridad que demostró ante sus huestes contrastaba con la mansedumbre que le conquistó desde la resignación hasta la complacencia y simpatía de los últimos gobernadores poblanos: Mariano Piña Olaya y Manuel Bartlett Díaz.

    Cada año, con motivo de su cumpleaños, ofrecía dos comidas (lo mismo hizo Antonio J. Hernández, su maestro, guía y hacedor). A una invitaba a la clase política del estado, incluido el gobernador en turno, y a la otra a sus correligionarios y subordinados. El discurso de cada reunión era tan disímbolo como sus estilos para tratar a los poderosos y a los humildes. Demostró su verdadera personalidad cuando en esos banquetes hizo remembranzas de cómo llegó a triunfar.

     Las palabras que en tono amigable pronunciaba ante los invitados importantes, destilaban la miel suficiente para empalagar el ego de los políticos. El tono que usaba para dirigirse a sus compañeros incluía las dosis necesarias para recordarles que él era el único con autoridad; que suya era la facultad de tomar decisiones sobre el destino de cada obrero o campesino afiliado o dependiente de su cacicazgo.

     Platicaba que siendo un adolescente ingresó al gremio textil como obrero. Que debido a su edad tuvo que ganarse el pan y la leche ocultándose de los inspectores del trabajo; que cambió su vida cuando un familiar le aconsejó cómo ganar el respeto de sus compañeros todos mucho mayores que él. Decía don Eleazar que ese familiar le recomendó conquistar a una guapa señora que por su físico y estado de viudez resultaba la dama más codiciada y sensual del rumbo.

     El entonces jovencito (le decían el tamalito por gordo y coloradito, conquistó a la mujer que –intuyo– fue vencida por la curiosidad. Aceptó las invitaciones del imberbe galán y, sin saberlo, procreó uno de los pequeños monstruos del cacicazgo poblano.

    El triunfo amoroso convirtió a Eleazar en un ídolo, fama que le ayudó a ingresar, no solo a la industria textil, sino hasta al mismísimo movimiento obrero que tanta sangre derramó en la década de los treinta. Según testimonios de la época, Camarillo dirigió las juventudes armadas que combatieron a los enemigos de la CROM.

     Algunos de los sobrevivientes de estas peripecias refrescaban su memoria y rememoraban la etapa sangrienta que vivieron. Otros refrendaban su respeto a la CROM porque confirmaban lo que sus mayores les habían platicado horrorizados.

Alejandro C. Manjarrez