En este humilde trayecto de vida, bastaron apenas cinco kilómetros en las laterales de la Recta a Cholula, en San Andrés, para contabilizar más de cincuenta baches sin atender...
Hace cinco años escribí un artículo con el mismo título. Hoy, para nuestra desgracia, las cosas no son diferentes. Los baches siguen ahí, tan frescos y vigorosos como siempre.
Existen problemáticas complejas como la inseguridad, la economía y la salud. Problemas serios, de esos que adornan las agendas políticas y nutren los discursos de campaña.
Pero también tenemos esas nimiedades que los altos funcionarios consideran indignas de su atención: asuntos menores, de ésos que no se discuten en los gabinetes porque no lucen en los boletines.
Una de esas cuestiones despreciadas, sin manual ni protocolo, son los baches.
Pequeños, silenciosos, inofensivos… hasta que te rompen la suspensión y la paciencia.
Porque sí, esos agujeros “sin importancia” pueden convertirse en socavones para la popularidad de cualquier político.
Los pequeños asuntos sin resolver, multiplicados por miles, terminan por fulminar el apoyo ciudadano. Así, mientras algunos se distraen con megaproyectos y grandilocuencias, los baches van cavando la tumba de sus aspiraciones.
En este punto, recuerdo con absoluta claridad una frase que nos inculcaban —como mantra infalible— los ponentes del seminario Entretenimiento y Sociedad, organizado por los socios y directivos del CIE, allá en la Universidad Iberoamericana campus Santa Fe. Fui uno de los pocos privilegiados en asistir, pues aquel seminario no se repitió.
La frase era contundente: el diablo está en los detalles.
Una enseñanza que las grandes producciones de la Corporación Interamericana de Entretenimiento ejecutaban al pie de la letra. Los gobiernos, en cambio, parecen empecinados en ignorarla.
Y es justo ahí, en esos pequeños detalles desatendidos, donde el diablo se aparece con toda su furia y les cobra factura.
El caso Puebla
En este humilde trayecto de vida, bastaron apenas cinco kilómetros en las laterales de la Recta a Cholula, en San Andrés, para contabilizar más de cincuenta baches sin atender.
Desde las alturas del Olimpo político, seguro alguno pensará: “Qué absurdo perder el tiempo en algo tan mundano, tan de mortales.”
Lo que no ven —o no quieren ver— es que ese campo minado no está ahí para mejorar las habilidades de conducción en situaciones hostiles. Esos cráteres han provocado accidentes y generado gastos nada despreciables para los dueños de los vehículos. Eso, claro, si uno tiene suerte y solo se le revienta el neumático; si no, la suspensión también se va de vacaciones… permanentes.
La teoría aplicada a Puebla
Los sabios de la administración pública sostienen que si un gobierno no puede arreglar un bache en una vía principal —denunciado por la población— en menos de un mes, ese gobierno probablemente no es eficiente en ningún otro programa social ni en sus políticas públicas.
Y si tomamos en serio esa teoría, ¿qué podemos esperar de un gobierno que lleva más de cinco meses ignorando decenas de baches en una zona importante de Puebla?
¿Tan mal estamos? ¿Fue un lapsus? ¿Es tierra de nadie? ¿Alejandro Armenta, el mejor gobernador del país (según él), no está enterado?
¿Será acaso responsabilidad de Lupita Cuautle, presidenta municipal de San Andrés Cholula?
¿O tal vez la Recta le pertenece a un gobierno y las laterales a otro, y entre tanto reparto de responsabilidades, nadie se hace cargo?
Si uno quisiera ser fatalista —o simplemente realista—, podríamos metaforizar la situación: las inacciones del gobierno son como esos baches que, día con día, crecen, se multiplican y se convierten en un peligroso laberinto donde los ciudadanos terminan pagando el costo.
Aunque claro, siempre cabe la esperanza de que la teoría esté equivocada y que la permanencia de los baches sea, en realidad, una cuestión puramente cultural.
Quizá el que esto escribe está alejado de las nuevas estrategias vanguardistas y lo que presenciamos sea una acción brillante para educar al conductor: una forma creativa de persuadirlo a manejar con precaución, a moderar la velocidad y a salvarlo de las fotomultas.
Por lo pronto, siga esquivando, siga sorteando.
Y hasta la próxima.