PUNTO DE PARTIDA
España ingresó al renacimiento. Las audaces empresas iniciadas con la misión de Cristóbal Colón, proporcionaron a los monarcas peninsulares la confianza suficiente para aventurarse al dominio de nuevos mundos. A Hernán Cortés le correspondió la conquista de México; y en el hecho adquirió la fama de sanguinario, fanático y deshumanizado.
Cuando los frailes decidieron construir la ciudad en el valle de Cuetlaxcoapan (lugar donde se curten las pieles de víboras) para arraigar a los blancos deseosos de progresar lejos de la mala influencia de la soldadezca conquistadora, aún se percibía el lamento de los miles de indígenas asesinados por la brutal españolada. Fue el momento propicio. Puebla –a diferencia de otras ciudades en formación o ya fundadas– se construiría con un proyecto que eliminaría la esclavitud y la explotación de los indígenas. Su concepción consideró las deficiencias e improvisaciones que hicieron fracasar otros intentos de fundaciones.
Antes de iniciarse la construcción que, según Vasco de Quiroga, sería la ciudad perfecta, los escollos políticos y la burocracia colonial casi obligaron a sus fundadores de la ambiciosa agenda. Sin embargo, gracias al férreo ánimo que distinguió a Sebastián Ramírez Fuenleal, Alonso Maldonado, Francisco de Ceinos y Juan de Salmerón –integrantes de la Segunda Audiencia– pudo eludirse el poderío local de Cortés y se superaron los pesimistas pronósticos.
El conquistador había hecho todo lo posible para evitar intromisiones en el terreno que consideraba su parcela o reducto de poder. Hizo fracasar a Cristóbal Tapia, comisionado por la Corona para frenar el aumento de su influencia en la Nueva España. Tapia no pudo contra la habilidad de don Hernán y regresó con la derrota sobre los hombros.
Para afianzar su triunfo, el conquistador armó una estratagema que le redituó grandes beneficios: envió a España a un grupo de embajadores personales instruidos para entregar al monarca ricos presentes y excelentes referencias de él. Los representantes retornaron felices y con buenas noticias para su patrón: le traían el título de capitán y gobernador general de la Nueva España.
El triunfo de Cortés causó estragos entre sus enemigos. Como respuesta éstos incrementaron sus críticas, y ante tantos chismes, comentarios, reportes, interrogaciones y avisos, la Corona tuvo que designar a otros representantes, que también fracasaron.
Luis Ponce de León y Marcos Aguilar, por ejemplo, murieron sin poder desempeñar su encargo. Más tarde llegó el despótico Alonso de Estrada, cuyas acciones represivas y criminales le ganaron la fama de despiadado y racista.
Tantos fracasos y equivocaciones obligaron a la Metrópoli a designar un cuerpo colegiado para tener en la Nueva España un gobierno controlable. Empero, aquel organismo que se llamó “Primera Audiencia” falló estrepitosamente debido al comportamiento de sus integrantes, tan mal o peor que el de sus antecesores, pues Nuño de Guzmán, su cabeza, hizo gala de una maldad inspirada en las peores referencias del Medievo.
En ese ambiente poco propicio se iniciaron los trabajos para edificar la nueva ciudad. Sus promotores aprovecharon el deseo y la buena voluntad del cuerpo consultivo del monarca español (Consejo de Indias) preocupado por abolir el sistema de encomienda y animados con fundar centros de población para españoles no encomenderos, interesados en progresar por su propio esfuerzo. En el esquema mental de estos caballeros también estaba presente la necesidad de contar con lugares estratégicos que garantizaran el comercio y transporte entre la Ciudad de México y el Puerto de Veracruz. Con estas acciones podrían freno al crecimiento del poderío local de los conquistadores.
Al principio se presentaron algunas complicaciones que atrasaron la edificación de la ciudad. Una de ellas fue el deseo de Fray Julian Garcés por construir en Tlaxcala la catedral del obispado y según los investigadores su interés por establecer en aquel lugar el extraordinario proyecto urbanístico. Pero, a pesar de la gran influencia de Garcés (era uno de los consentidos de Carlos V) finalmente se impuso la generosa ubicación del valle donde quedó fundada lo que debió ser la ciudad perfecta concebida en la “Utopía” de Tomás Moro.
LAS PESADILLAS DE LOS UTÓPICOS
Tata Vasco, el protector del intento de perfección social en la Angelópolis tuvo el sueño de edificar en el Nuevo Mundo una ciudad no solo perfecta en su trazo, sino también destinada a impulsar el ideal humano, quimérico para los habitantes de la Europa decadente y viciosa.
Quiroga, considerado por algunos historiadores como el primer socialista de América, tuvo la oportunidad de ver realizada su ilusión cuando se empezó a erigir el primer ensayo serio sobre la república política de Platón.
Finalmente Puebla se fundó. La fecha exacta de este acontecimiento es aún dudosa. Julia Hirschberg, autora de La Fundación de Puebla de Los Ángeles, nos dice que:
“Después de agrios debates, el comité que debería organizar la conmemoración en la década de 1930, fijó como fecha el 16 de abril de 1531. Sin embargo, sabemos por la correspondencia oficial que la población se había iniciado desde antes de esa fecha y (…) en 1532 hubo que hacer una segunda fundación para asegurar la sobrevivencia de Puebla. Por consiguiente (…) deberíamos ampliar nuestro concepto de fundación para incluir un largo período de planificación, comienzos fallidos y esfuerzos renovados.
Entre 1530 y 1534 Puebla fue planeada, discutida y vuelta a planear y restablecida.”
Independientemente de la fecha de su fundación, la importancia de Puebla surge de inmediato. En primer lugar porque estaba rodeada de grandes ciudades indígenas como Cholula, Tlaxcala, Totimehuacán, Cuautinchán, Huaquechula, Tepeaca y Calpan. Y por otra parte porque era el paso natural del altiplano central del país. Pero lo más significativo para aquella generación de españoles, fue que su construcción se realizaría en tierras no sujetas a reclamos por derechos de posesión de los indígenas.
El primer intento de asentamiento fallido se ejecutó en la margen oriental del río San Francisco, donde las lluvias provocaron tantas inundaciones que resultó obligado el cambio de lugar. Parece que el 20 de septiembre de 1531 se definió la ubicación precisa, fecha por cierto coincidente con la festividad religiosa del arcángel San Miguel, patrono de la ciudad.
La contradicción apareció cuando el encomendero Hernando de Helgueta se hizo cargo de los trabajos iniciales de construcción. Sin embargo, la Segunda Audiencia no tuvo empacho en justificar el nombramiento argumentando la ausencia de españoles con la capacidad de Helgueta, entonces distinguido como el comerciante más rapaz para comercializar la mano de obra indígena. Con esta designación los mismos fundadores coartaron su anhelo antiesclavista y, para abundar en el error, en 1534 el tal Helgueta fue designado corregidor en calidad de justicia mayor, dos años después de que la Reyna Isabel de Portugal concediera a la nueva población el título de ciudad y el nombre de Puebla de Los Ángeles.