La caída del helicóptero fue un excelente tema para los analistas de la política. Algunos tuvieron oportunidad de sacar a relucir su ingenio. Otros hicieron gala de una pasión oportunista. Y no faltaron los que se aprovecharon del momento para dar causa a sus resentimientos. También –obvio– apareció uno que otro “jilguero”, cuya actitud haría sonrojar al apologista oficial más cursi...
Las pedradas, la turbina que no arrancó y el pánico del piloto son algunos elementos que adornaron la noticia del mes, al comentario periodístico del trimestre y a la consuetudinaria, ingeniosa y demoledora caricatura política. Sin embargo casi nadie se acordó de lo que es común cuando se inician los gobiernos estatales. Y fueron pocos los comentarios políticos que apuntaron o se atrevieron a tocar el fondo de un problema que no tiene nada que ver con el gobierno actual. En este espacio quedó asentado que Izúcar de Matamoros es tierra de hombres bravos, cuya sangre caliente los hace respondones y peleoneros. Recordemos pues, que Gonzalo Bautista O'Farril tuvo que conciliar –a regañadientes –con los matamorenses, incluso hasta nombró como colaborador a uno de los hijos predilectos del municipio. Don Alfredo Toxqui también se vio obligado a mostrar su gran capacidad conciliadora cuando por aquellos rumbos fue abordado y reclamado. Y Guillermo Jiménez Morales se salvó del secuestro gracias a que dejó en prenda a Alberto Esteban, quien durante tres días se quedó como rehén político a fin de garantizar los compromisos adquiridos por el gobernador los cuales, si se hubiesen cumplido, quizás se hubiera pacificado el alma de esos poblanos.
Los primeros cien días siempre han sido los más difíciles para los gobiernos. Si el lector no lo quiere creer, como ejemplo me referiré a Guillermo Jiménez Morales (en los últimos dieciocho años el mandatario más promocionado en Puebla y en el país). A don Guillermo no le quedó más “que apechugar” la muerte de veintiséis campesinos asesinados por los cuates del gobernador allá en las tierras ganaderas de Pantepec. Movió cielo, mar y tierra para salvar su prestigio. Después afrontó las protestas de los priistas que habían comprado la postulación al entonces delegado de su partido, quien se dio sus mañas para no cumplir ni devolver el dinero recibido y los grupos de presión lo obligaron a conciliar pues les tocó en suerte descubrir su talón de Aquiles.
Para acercarnos a estos tiempos, veamos lo que ocurrió con Mariano Piña Olaya, quien comenzó su mandato contra la corriente. Le estallaron conflictos como el de Acajete en donde ocurrieron enfrentamientos mortales. Se le llenaron las calles de manifestantes debido a divisiones del PRI causadas por consultas a la base. Las amas de casa se le alebrestaron. El movimiento de Gumaro Amaro empezó a vigorizarse. Los caciques lo desbordaron. En la UAP, estallaron los conflictos. Y la Unión Popular de Vendedores Ambulantes, 28 de Octubre se le plantó en las calles para exigir el cumplimiento de compromisos firmados por el gobierno anterior.
El de Bartlett no se ha librado de estas herencias. Para empezar encontró una entidad que durante seis años estuvo abandonada. Su único legado ha sido una dotación de burócratas entrenados para servir y trabajar por los intereses caciquiles y decenas de municipios afectados por ayuntamientos corruptos. Una pobreza lacerante y vergonzosa. Y qué decir de organismos de todos sabores y colores cuyo coraje y desconfianza nacen contra un gobierno que intento romper desde protocolos hasta tradiciones y costumbres.
De ahí que no sea válido soslayar que lo de Izúcar de Matamoros ha resultado un fenómeno social tan conocido como esperado. Pero quizás el problema mayor podría estar en la presencia de grupos muy ligados y comprometidos con el grupo que durante años ejerció el poder en la entidad. Es esa llaga donde habrá que poner el dedo.
18/V/1993