Puebla, el rostro olvidado (Los empresarios)

Réplica y Contrarréplica
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Grupos de presión

LOS EMPRESARIOS

En los primeros años de 1900, los empresarios poblanos se constituyeron en uno de los más importantes e influyentes grupos de presión del estado. Sus primeras víctimas políticas del siglo que está por terminar, fueron los diputados que “se atrevieron” a legislar la primera Ley del Salario Mínimo y el primer reparto agrario en Puebla (1918) pues echaron abajo “sus” leyes debido a la resolución de los amparos interpuestos. Fue así como los patrones pusieron reglas para actuar en favor o contra el poder político, dependiendo la respuesta del gobernador en turno. 

El gobierno de Gonzalo Bautista Castillo (1941-1944) fue de hecho el primero en impulsar a los empresarios porque, según su hijo Gonzalo Bautista O’Farril, estaba convencido de que el progreso de Puebla se sustentaba en la industrialización y las inversiones del sector patronal. Su actitud satisfizo a comerciantes e industriales, y los convenció de que Maximino Ávila Camacho –dueño de vidas y haciendas durante más de dos décadas– había acertado en la designación de Bautista. Y cuatro años más tarde, los empresarios refrendaron su gratitud y apoyo a don Maximino por lo que ellos llamaron la acertada decisión de nombrar sucesor de Bautista a Carlos Ignacio Betancourt (1945– 1951).

Ambos gobiernos se desarrollaron conforme a la línea impuesta por el cacique político más temible de las décadas de los treinta y cuarenta. Y la élite empresarial vivió años de felicidad porque don Maximino fue muy espléndido con sus asociaciones comerciales, que por cierto produjeron ganancias de tal magnitud que a medio siglo de distancia todavía constituyen la fuerza económica (y por ende política) de varios herederos de aquellas complicidades financieras y, en algunos casos, de afinidades compartidas en la vida marital.

Posteriormente llegó el general Rafael, hermano de Maximino, quien también –a su estilo, claro–, continuó con la tradición y los compromisos familiares (1951-1957). Fueron, pues, cuatro regímenes o casi dos décadas de excelentes relaciones entre el gobierno y los dueños del capital poblano, idilio interrumpido por una enérgica condición del presidente Adolfo Ruiz Cortines.

Resulta que en un albazo partidista-gubernamental, Fausto M. Ortega (1957–1963) resultó designado candidato a gobernador por Rafael Ávila Camacho. Lo hizo a sabiendas de que el presidente había propuesto al senador Luis C. Manjarrez, quien para don Adolfo reunía los atributos que en ese momento exigía el pacto federal. El día de la decisión presidencial (después se le llamó dedazo), Ruiz Cortines telefoneó a Rafael Ávila Camacho.

–señor gobernador, me place informarle que nuestro partido ya escogió a la persona que deberá sucederlo –dijo el primer mandatario al más pequeño de la familia caciquil– se trata de Manjarrez…

–¡No me diga usted señor presidente!– interrumpió con voz estentórea don  Rafael. Me acaban de informar que los sectores del PRI se pronunciaron por Fausto Ortega. ¡Qué peña señor! Ya no se puede hacer nada…

Una vez electo, Fausto M. Ortega acudió a presentar sus respetos al presidente de México. El gobernador poblano escuchó del viejo zorro las palabras mayores que lo pusieron entre la espada y la pared: o acudía a la benevolencia de la familia Ávila Camacho para impulsar la obra pública de su estado, o de plano se adicionaba al proyecto federal de donde obtendría los recursos para que su gobierno hiciera un buen papel. Dicho de otra forma, tenía que despojarse de cualquier vínculo político que lo relacionara con el avilacamachismo para que Puebla recibiera la ayuda y el apoyo de la Federación. Y como donde manda capitán…

Gracias al centralismo político que en aquella época existía y que aún existe, el desarrollo de Puebla pudo, paradójicamente, encauzarse por una ruta más justa desde el punto de vista social. Con la llegada de Ortega al gobierno se acotaron muchas complicidades y alianzas que afectaban al pueblo. También fue frenada la inercia impuesta por aquel cacicazgo que tanto daño causó a la entidad. Además, los efectos del rezago social se atemperaron y la entidad empezó a recibir capitales de otros países, dinero que evolucionó la economía local, entonces pasmada por el conservadurismo de los ricos.

En el ámbito industrial y comercial sucedía lo que ocurre en las razas, la cultura y técnicas agrícolas: las mezclas, simbiosis, e injertos mejoraron las expectativas de desarrollo. Algo parecido acontecía en el siglo XIX cuando la industria textil fue impulsada por el veracruzano Estevan de Antuñano.

Alejandro C. Manjarrez