Es un llamado a reconocer al otro, no como una cosa, sino como un sujeto lleno de historia, emociones y potencial, digno de respeto y empatía...
La cosificación del ser humano, un fenómeno que despoja a la persona de su esencia como sujeto para reducirla a un objeto de utilidad, representa una de las formas más insidiosas de deshumanización en nuestra sociedad contemporánea. Esta dinámica, estudiada tanto en el ámbito científico como psicológico, no solo tiene profundas implicaciones filosóficas, sino también un impacto tangible en la salud mental, las relaciones interpersonales y la estructura de las comunidades.
La cosificación desde la psicología
Desde la psicología social, el concepto de cosificación se aborda como un proceso en el cual se percibe y se trata a una persona en términos de sus atributos utilitarios, ignorando su agencia, emociones y singularidad. Este fenómeno es particularmente evidente en contextos como la publicidad, donde los cuerpos son presentados como herramientas de consumo, y en las dinámicas de poder, donde ciertas jerarquías perpetúan la idea de que algunos individuos son más “valiosos” que otros.
Investigaciones realizadas por estudiosos como Fredrickson y Roberts (1997) han vinculado la cosificación, especialmente en mujeres, con problemas como la ansiedad, la depresión y los trastornos alimenticios. Este enfoque se centra en la autoobjetivación, un estado psicológico en el que la persona internaliza esta mirada objetivamente, evaluándose a sí misma según parámetros externos y deshumanizantes.
Impactos en la salud mental
Cuando una persona es tratada como un objeto, se activa una cascada de consecuencias psicológicas negativas. La falta de reconocimiento de su humanidad puede derivar en:
- Reducción de la autoestima: La valoración se convierte en algo condicionado a su “utilidad” o “apariencia”.
- Sentimientos de alienación: Al ser tratada como una “cosa”, la persona puede sentir que no pertenece o que no tiene un lugar en la sociedad.
- Dificultades en las relaciones interpersonales: La cosificación impide el desarrollo de vínculos basados en la reciprocidad y el reconocimiento mutuo.
La neurociencia también ha aportado perspectivas interesantes sobre este tema. Estudios de imágenes por resonancia magnética funcional (fMRI) han demostrado que, cuando las personas son percibidas como objetos, se activan diferentes regiones cerebrales en comparación con aquellas que se activan al interactuar con otros sujetos. En particular, la desactivación de áreas asociadas con la empatía y la teoría de la mente sugiere una disminución en la capacidad de reconocer la humanidad del otro.
Cosificación en contextos sociales y culturales
En un nivel macro, la cosificación se manifiesta en sistemas que perpetúan desigualdades. Por ejemplo:
- En el ámbito laboral: Las personas son tratadas como “recursos humanos”, una terminología que en sí misma refleja una mirada utilitaria.
- En la violencia de género: Las víctimas son reducidas a cuerpos sobre los que se ejerce control o dominación.
- En el racismo y otras formas de discriminación: Los individuos son vistos como “representantes” de estereotipos en lugar de seres únicos.
El desafío de revertir la cosificación
Superar esta tendencia requiere un cambio profundo en nuestras formas percibirnos y relacionarnos. Desde la psicología humanista, figuras como Carl Rogers han abogado por la importancia de la “consideración positiva incondicional”, es decir, valorar a las personas no por lo que hacen o cómo se ven, sino simplemente por ser.
A nivel colectivo, necesitamos construir sistemas y narrativas que prioricen la dignidad humana sobre la utilidad. Esto significa cuestionar representaciones mediáticas, cambiar el lenguaje deshumanizante y fomentar espacios donde las personas sean reconocidas y valoradas en su totalidad.
La lucha contra la cosificación es, en última instancia, una lucha por recuperar nuestra humanidad compartida. Es un llamado a reconocer al otro, no como una cosa, sino como un sujeto lleno de historia, emociones y potencial, digno de respeto y empatía.