Guanajuato
La profesión de fe en el hombre público debe ser tan venerada como para el soldado su bandera.
Diputado constituyente Enrique Colunga.
31 de enero de 1917.
La historia económica del México del siglo XX ha transitado encadenada al Destino Manifiesto estadounidense. Y no hemos podido librarnos de esa influencia porque –entre otros problemas– padecemos la vecindad de una cultura que cada día influye más en el ánimo gubernamental y nos aleja de nuestra raigambre histórica. Sin embargo, aunque vivamos influenciados por el “american way of life” y agorzomados o medio gobernados por una de las élites del liberalismo económico internacional, todavía mantenemos personalidad propia. Además, emprendida por millones de braceros, está registrándose lo que podríamos llamar una reconquista silenciosa del territorio perdido, circunstancia que sin duda a quitado el sueño a nuestro poderoso vecino y, de alguna manera, alterado el proyecto para que prescindamos de nuestra herencia ideológica.
Como vimos, la Revolución Mexicana interrumpió la conquista económica emprendida por los gobiernos estadounidenses. Pero no solo fueron esos años de guerra fratricida en nuestro territorio y la primera conflagración mundial los que convirtieron al vecino en un simple observador del acontecer nacional; también se atravesó la Constitución de 1917 que, para su desventura, considera e integra todas las aspiraciones emanadas de la conciencia nacional, cuya formación, como usted sabe, agrupa tres mil años de desarrollo espiritual, artístico y cultural y trescientos de coloniaje, de sincretismo religioso–cultural que probablemente nos libere del capitalismo salvaje y sus consecuencias.
Parafraseando a Jacques Lafaye, podríamos decir que el mito de Quetzalcóatl, la Virgen de Guadalupe y la Constitución de 1917, han marcado un espacio sagrado donde la nación se protege de los cambios bruscos, de los injertos ideológicos, de las asonadas capitalistas, pues.
Pero eso no lo saben o no quieren entenderlo los malos imitadores de Adam Smith, quienes hace más de una década, concibieron la estrategia diseñada para que el gobierno de México prescinda de sus compromisos ideológicos aunque –valga aclarar– la migración de indocumentados no solo ha alterado ese que para los estrategas demócratas y republicanos es un gran proyecto que busca ponernos de rodillas ante el tío Sam, sino puede ser que hasta llegue a cancelarlo, dependiendo –obviamente– de la respuesta del gobierno de Ernesto Zedillo y de quienes le sucedan.
Una vez fracasado el intento clerical para destronar al gobierno callista, México pudo avanzar a pesar de los tropiezos en su política interior. Superó el asesinato de Álvaro Obregón perpetrado por un fanático católico; remontó el desajuste político ocasionado por la presidencia provisional a cargo de Emilio Portes Gil; y frenó el recule administrativo que produjo el efímero mandato de Pascual Ortiz Rubio y su sustituto Abelardo L. Rodriguez. Nada pudo desviar la dinámica social del sistema político mexicano que recién había encontrado el rumbo; vaya ni siquiera el maximato que Lázaro Cárdenas exterminó porque sabía que primero estaban los intereses de la patria que el compromiso personal con su hacedor (sin embargo la misma traición le hizo a Gilberto Bosques y a Francisco J, Mújica).
Después se nos vino encima la expropiación petrolera preparada diez años antes, precisamente por Calles, cuando éste decidió reglamentar el artículo 27 constitucional. Esta fue la segunda vez en este siglo que México tuvo que enfrentar los embates del capital estadounidense, afectado en esa ocasión por el acto expropiatorio.
Pero todos los ataques fracasaron gracias a la presencia de lo que Alfonso Reyes denominara el “alma nacional” que fue conformándose al mismo tiempo que el sincretismo surgido del mito de Quetzalcóatl, del milagro guadalupano y del realismo social interpretado por la Constitución de 1917. La tríada –la herencia cultural, la fuerza espiritual y el laicismo– frenaba las ambiciones que motivaron a Sheffield, Kellogg socios de compañías petroleras de Norteamérica y organizadores de la conjura denominada Plan Green; y acababa con las aspiraciones de quienes tuvieron la peregrina idea de organizar una “guerra santa” destinada a recuperar fueros, propiedades y privilegios coloniales.
Una vez concluida la segunda guerra mundial que mantuvo ocupados a los estadounidenses y al gobierno de Manuel Ávila Camacho, tan solicito y galante con los Aliados, surgió Miguel Alemán, quién llegó a la presidencia de México con la espada desenvainada. Según Gilberto Bosques, fue en ese régimen cuando la Revolución se desvió porque aparecieron las componendas, la corrupción y el germen de la tecnocracia.
Junto con Miguel Alemán, presidente de la República, se dio la primera hornada de millonarios del México moderno, cuyas fortunas todavía prevalecen. Entonces negocios y corrupción fueron sinónimos de poder. Los políticos pobres, como los definiera el Midas mexicano Carlos Hank González, pasaron a formar parte de la “pobreza política”. Aquel que tuviera un ápice de honestidad, moralidad o patriotismo, era una “rara avis” en esa gran fauna donde la corrupción sentó sus reales. Se trataba de poner a funcionar la expresión popular. “El que no salpica se seca”. Muchas de las actuales riquezas aparecieron, precisamente, entre esas vergonzosas humedades.
Aunque sin la resonancia y eficacia que hoy se dan gracias a la tecnología electrónica de los medios de comunicación, la “voz populi” repetía sin cesar frases que identificaban al gobierno como fuente de riquezas mal habidas. Ello animó a uno de los colaboradores de Adolfo Ruiz Cortines, entonces candidato a la presidencia, a proponer que la campaña electoral se basara en la “honestidad del próximo gobierno”. Empero, el viejo –al fin zorro de la política– no tuvo empacho en desechar la idea, argumentando el peligro que conlleva molestar a un presidente en proceso de perder su poder (quizás hasta pensó en los riesgos que corre el ahijado cuando se sale del huacal antes de tiempo, como ocurrió con Colosio).
En ese momento la prudencia del candidato hizo suponer que las cosas seguirían por esa misma ruta, o sea, que permanecerían las componendas productoras de tantos y tan variados capitales. Pero a pesar de todo esas suposiciones fallaron por que, una vez en la silla presidencial, el viejo zorro empezó a usar el poder para deshacer los entuertos dejados por Alemán.
En primer término, Ruiz Cortines ordenó desarticular, lo que a mi juicio fue tal vez la más burda concesión de la historia política de México, misma que autorizaba a una de las empresas privadas, propiedad de algún amigo de don Miguel, a exportar todo el hidrocarburo mexicano que se produjera, lo que –ya imaginará usted– propiciaba jugosas comisiones a repartir entre varios de los prominentes miembros de la familia feliz de aquella época.
Cuando el gabinete se enteró de la sorpresiva determinación de su jefe, que al tomarla iniciaba el régimen sacudiéndose la influencia de su antecesor, no faltó quien recomendara a don Adolfo informar la decisión a la prensa, enfatizando que el pueblo se vería complacido con la noticia. Empero, el presidente prefirió no hacerlo, porque– según dijo– “el escándalo hacía más daño que el pecado”.
Esta frase, que bien podría ser un principio bíblico, siguió moldeando las decisiones de los presidentes de México, cuyo arribo al poder, en algunos casos, pudo haber estado influido por una determinación moralizadora; sin embargo, por una extraña razón, terminaron haciendo lo mismo que sus antecesores. Además, ninguno se atrevió oficialmente a hurgar en las fortunas de los expresidentes, y varios cuidaron que la estructura económica del Estado no contrastara con la personal. Por aquello de las dudas, casi todos optaron por rodearse de técnicos financieros y, al mismo tiempo, por establecer una buena relación con los gobiernos de los Estados Unidos.
La intención de los “new” tecnócratas estaba a la vista. Querían ganarse una especie de prestigio político–profesional que les permitiera poner en práctica modelos económicos ajenos a nuestra idiosincrasia. Fue entonces cuando empezaron a manipular la ignorancia económica de sus jefes y –quizá sin darse cuenta debido a las influencias extranjeras que habían abrevado en Harvard, Cambridge, Yale, etcétera –con sus proyectos quisieron eliminar “el alma nacional”, el nacionalismo, la raigambre histórica que ha hecho de México una nación singular. Cual la mala yerba que todo enreda, asfixia y consume, brotaron por todas partes y por desventura el gobierno mexicano empezó a agringarse.
El populismo tendió una barrera alrededor de Adolfo López Mateos y éste no tuvo tiempo de escuchar las recomendaciones de los asesores con tendencias teocráticas. Gracias a su republicanismo, y después a su formación represora adquirida bajo la férula de Maximino Ávila Camacho, Gustavo Díaz Ordaz no se dejó influenciar por los “Chicago boys” y asesores de Wall Street. La misma actitud asumieron, los representantes de las nuevas técnicas económicas, cuya falta de dinero, padrinos y recomendaciones les obligó a prepararse y posgraduarse en casa. Luis Echeverría Álvarez creó una nueva generación de políticos, dando oportunidad a muchos jóvenes que jalaron a otros con doctorados y maestrías en el extranjero. Por su parte, José Lopez Portillo, sirvió de Puente para que los tecnócratas se convirtieran en factores de poder, tendieran sus redes y pusieran en práctica un plan destinado a manejar el destino de México. Sin serlo, pero con esa mentalidad, Miguel de la Madrid llegó con el sello de tecnócrata y junto con él la pléyades de economistas empeñados en implantar el modelo norteamericano que tan mal nos ha tratado. Antes de seguir permítame el lector un paréntesis que podría servir para aclarar, por qué están equivocados los tecnócratas que, al grado del paroxismo, admiran la economía del vecino y poderoso país.
Al decir de Bill Clinton, la estrategia económica nacional de los Estados Unidos ha dado muchos dolores de cabeza a los norteamericanos. Durante más de diez años se las han arreglado para “favorecer a los ricos y a los intereses especiales. Mientras los estadounidenses más opulentos incrementan sus fortunas, la clase media paga más impuestos a su gobierno y recibe menos a cambio”. O dicho con números: en la década de los ochenta, los más ricos (el uno por ciento de la población) obtuvieron el ¡70 por ciento de las rentas! para provocar una caída en el ingreso per cápita. De poseer el primer lugar mundial ahora ocupan el décimo tercero, (1995) simplemente porque Washington se olvidó de invertir en su pueblo, “el único recurso verdaderamente arraigado en una nación, y fuente última de su riqueza”. Don Bill agrega que cree en la libre empresa y en el poder de las fuerzas del mercado. Sabe que el crecimiento económico constituye el mejor programa para generar empleos y que necesita de una estrategia económica nacional que invierta en el pueblo y esté a la altura de la competencia. “Hoy en día –dijo el ahora presidente cuando andaba en campaña–carecemos de visión económica, de liderazgo económico y de estrategia económica.
Como verá usted, a pesar de Clinton, Estados Unidos sigue en las mismas pero más preocupado pues su liberalismo económico está a punto de fracasar como fracasó en México, además de haber colocado a los Estados Unidos en el umbral de la bancarrota. Lo trágico es que todavía se insista en privilegiar a los ricos en perjuicio del pueblo, mediante un modelo económico que, como usted bien sabe, a toda costa han pretendido imponernos. En páginas subsecuentes ofrezco datos sobre la quiebra de los Estados Unidos.
El “MOLE”
Sin que sea mi intención formar parte del grupo antiyanquis que ven los efectos nocivos del imperialismo hasta en la sopa, y lejos de cualquier prejuicio contra la labor pastoral de la iglesia católica, creo necesario abordar el tema de la política internacional de los Estados Unidos a partir de sus actividades conservadoras y el más burdo intervencionismo.
No puede omitirse a la jerarquía del clero político (incluido Gerolamo Prigione) porque casi todos pusieron su grano de arena para que Carlos Salinas de Gortari siguiera a pie juntillas las indicaciones económicas y políticas de Bush primero, y las instrucciones de Clinton después. Tampoco puede soslayarse a la Fundación Heritage, organización cuya influencia es capaz de modificar el destino de la Unión Americana si por alguna razón los dirigentes así lo decidieran, como lo hicieron con México. Me explico:
Al iniciar la década de los ochenta, se hizo circular en nuestro país un documento que aunque parezca extraño detallaba las recomendaciones hechas por esa fundación al gobierno de Donald Reagan. Diez pesadas cuadrillas lograron perfilar uno de los peores atentados contra la nación mexicana pero –que conste– no por su violencia, virulencia o fuerza bélica sino por su alto contenido de perversidad kukluxklanesca.
En el documento de marras se detallaban las acciones que más tarde habrían de funcionar; cada una de ellas surgida de las deliberaciones entre analistas profesionalmente preparados y perfectamente organizados en grupos multidisciplinarios que se conocen como think tanks (tanques de cerebros). Finalmente el mecanismo logró que el gobierno salinista prescindiera de los principios ideológicos plasmados en la Constitución de 1917. Para lograrlo, sus creadores tuvieron que poner en práctica las siguientes recomendaciones:
–Hacer una campaña que alejara de México al turismo estadounidense. –Imponer normas extraordinarias e impuestos adicionales a los productos mexicanos. –Cerrar la frontera al acero producido en nuestro país. –Apoyar a la oposición con fondos destinados a promover la democracia en América Latina. –Y auspiciar o inducir un levantamiento armados en los estados de Oaxaca o Chiapas.
De manera puntual Reagan atendió las sugerencias de la Fundación referida, entonces y ahora la más influyente en los Estados Unidos. Por ejemplo: el embajador John Gavin sé aventó como el borras (perdone usted la expresión pero es la mejor que encontré para definir el trabajo del exactor y exdiplomático) haciendo declaraciones sobre la inseguridad de los destinos turísticos y el peligro que corrían en territorio mexicano los viajeros norteamericanos. La consecuencia fue que hubo una gran merma de divisas que repercutió negativamente en nuestra balanza de pagos.
También funcionaron las otras recomendaciones, pues al poco tiempo dejamos de exportar una buena cantidad de productos agrícolas. Como había sido planeado, se afectó la producción de acero nacional. El Partido Acción Nacional de Manuel J. Clouthier, recibió un importante apoyo en dólares. Y por esas fechas empezó a formalizarse la rebelión indígena–católica que usted ya conoce, misma que –origen, fundamento y razones aparte– parece obedecer, más que a un proyecto de reivindicación social a una estrategia desestabilizadora, que busca, precisamente, ponernos de rodillas para que la única alternativa de México sea acudir a la ayuda del capitalismo salvaje.
Para lograr esos objetivos fue necesario utilizar un “un mole” es decir, un individuo entrenado por los servicios de inteligencia del Tío Sam para que, cual gusano trabajara bajo la superficie. Sin embargo, como en México no había (ni hay) grupos, personas o poderes capaces de superar o rebasar nuestro presidencialismo, y dado que entonces Miguel de la Madrid no contaba con las cualidades, arrestos y vocación para actuar como “mole” tuvieron que esperar (¿o auspiciar?) el arribo de un presidente de la República dispuesto a servir a los intereses de la nación más poderosa del orbe. Fue entonces cuando Carlos Salinas de Gortari sacó la cabeza.
José López Portillo escribió que la crisis y la devaluación del peso frente al dólar se debía al abandono de las reservas defensivas de México frente a los intereses y seguridades de los Estados Unidos y a la aceptación de sus recomendaciones para ingresar por el camino regional de la doctrina Monroe hacia la globalización de la economía. Con ese dicho de alguna manera culpa a De la Madrid por iniciar el cambio estructural “para ajustarse al modelo de Reagan y del neoliberalismo que se propalaba en el mundo”. Y confirma que México empezó a comportarse “plenamente como lo recomendaban las organizaciones financieras Internacionales”, sin siquiera reclamar el derecho al pataleo. Refiriéndose a Carlos Salinas, don Pepe nos dice que el de Agualeguas “cambió todo lo que pudo cambiarse y se atrevió a entrar de lleno en el neoliberalismo resistiéndose a llamarlo por su nombre a pesar de haber sido preparado, educado y entrenado en la cultura de aquel país”. Como vemos, usando el disfraz de inteligente y cubriéndose con la máscara de audaz para manejar las finanzas públicas y nuestro desarrollo bajo expectativas “socialmente justas”, el tal don Carlos empezó a trabajar en pro de los Estados Unidos de Norteamérica.
Para resolver el problema de la deuda, Salinas contó con la simpatía de grupos financieros como el Fondo Monetario Internacional. Y ya sin la presión que producen los acreedores, decidió reconocer o “concertacesionar”–depende su punto de vista– las gubernaturas de Baja California y Guanajuato, sin dejar de obstaculizar a Cuauhtémoc Cárdenas, quien para él y sus socios del norte, es uno de los últimos ejemplares del socialismo en vías de extinción.
Asimismo, abrió espacios en la Ley Electoral con la idea de equilibrar la fuerza legislativa de la oposición y hacer “más democrática” la actividad política en México. Para cerrar con broche de oro puso a funcionar el proyecto que concluiría con las reformas constitucionales de los artículos tercero, quinto, 24, 27 y 130 y la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) con los Estados Unidos y Canadá.
El TLC sirvió para aventar a nuestra economía al Primer Mundo y al mismo tiempo empujarnos a niveles de depauperación y deterioro social alarmantes, hacía la globalización de la pobreza. Algo que seguramente se hubiera podido evitar si los analistas de don Carlos hubieran tomado en cuenta la candidatura y el discurso político de Bill Clinton, en lugar de apoyar y apostar a la reelección de Bush. Siendo candidato, el ahora presidente del país más poderoso del orbe se comprometió a:
“Apoyar un Tratado de Libre Comercio con México siempre que brinde una protección adecuada a los trabajadores y agricultores y al medio ambiente de ambos lados de la frontera. A favorecer una política de libre comercio que dé al pueblo el primer lugar. A contar con sólidas estrategias de transición que garanticen que los trabajadores se beneficiarán con un sistema más abierto de comercio mundial ( obviamente se refería a pueblo y trabajadores de los Estados Unidos)”.
Además habría que incluir conceptos como: “Aunque debemos ser generosos, no podemos admitir a todos los que quieran ingresar al país. Es preciso dar prioridad a la reunificación familiar, a los refugiados y a los trabajadores cuyas capacidades son necesarias”.(Ya como presidente, al referirse a la famosa ley 187 de Pete Wilson, dejó en claro que aunque su nación era un país de inmigrantes, también lo era de leyes, o sea, que tarde o temprano los indocumentados serán perseguidos por ése u otro ordenamiento racista.) También destacó su compromiso para promover la conservación de los empleos en el país dé origen, impulsando el desarrollo interno de América Latina con acuerdos comerciales “que mejoren y pongan en vigor altas normas de trabajo, salario, salud, seguridad y medio ambiente”.
EL RECULE
Cualquier mexicano con un adarme de inteligencia, entiende el interés de nuestros “primos” del norte por controlar política y económicamente a América Latina. Sabe que es una ambición, digamos que genética; una especie de enfermedad hereditaria agudizada en quienes toman la estafeta de Jefferson, Adams y Monroe. Es obvio que quienes dirigen los Estados Unidos, sin importar su origen social, llegan “concientizados” por el pensamiento económico de Adam Smith, inspirador del capitalismo norteamericano. Reconocen desde luego que su compromiso es respetar la herencia de los “padres fundadores”.
Durante la pasada gestión presidencial, vimos a Carlos Salinas de Gortari empeñado en quedar bien con quienes en Harvard le transmitieron las técnicas económicas propiciadoras de la crisis de 1994 y las negativas repercusiones heredadas a Ernesto Zedillo. Comprobamos que además de hablar el idioma de Shakespeare, el expresidente pensó en inglés, es decir, vivió su mandato tratando de quedar bien con sus maestros preferidos, sin importarle los señalamientos que lo catalogaron como uno de los “moles” entrenados por la CIA.
Salinas ofertó el país bajo el pretexto de incorporarlo a la economía mundial. Al ceñirse al dogma del liberalismo económico y la macroeconomía arrasó hasta con el más elemental sentido común. Su comportamiento estuvo acorde con la tradición de los cabilderos del poder político y económico estadounidense. Actuó como si se hubiera puesto de acuerdo con la Fundación Heritage, con Reagan y con Clinton, para echar a caminar una nueva maquinación contra México, destinada a quitar los “anticuerpos” que durante décadas nos defendieron contra los traidores y nos ayudaron a rechazar las invasiones.
En lo que respecta a la Heritage, al cumplir cabalmente sus recomendaciones, el expresidente permitió el éxito de una kukluxcanesca conjura intelectual. Así, fueron reformados varios artículos de la Constitución, en particular los que daban sustento ideológico al socialismo mexicano. En estricto sentido histórico, podemos afirmar que la nación reculó hacia estadios superados. Verá usted por qué:
Los preceptos del laicismo sufrieron mutaciones que únicamente benefician a nuestros vecinos. Por ejemplo la educación privada, en apariencia abierta para favorecer al catolicismo ahora da oportunidad a iglesias y sectas procedentes de la Unión Americana para que cada cual pueda poner en práctica su proyecto educativo. De esta manera, una buena parte de los niños y jóvenes mexicanos podrían quedar en manos de personas que, vía escuela, enseñan dogmas y credos del pensamiento mágico que durante siglos mantuvo a la humanidad alejada de la ciencia. Ya pueden operar pastores y predicadores cuya filosofía religiosa les permite generar riquezas para sus grupos, asociarse con el fisco y recaudar suficiente dinero para difundir sus doctrinas, costumbres y creencias. Obviamente esto perjudicará a los sacerdotes católicos quienes, quizá, todavía no se dan cuenta de que con las reformas a la Constitución les salió el tiro por la culata. Es probable que ninguno haya imaginado que por la competencia tendrán que trabajar el doble para ganar la mitad de una feligresía que espera ofertas espirituales más interesantes.
Salta a la vista, pues, que Carlos Salinas enredó a mucha gente, incluidos los integrantes de la jerarquía católica que se creyeron miembros de la familia feliz. Empezando por Prigione, casi todos buscaron y encontraron la oportunidad de establecer una relación con el Estado abierta y “al mismo nivel”. Sin embargo, el costo será tan alto que más pronto de lo que usted y yo imaginamos los arrepentidos empezarán a reclamar cambios en el modelo económico y defenderán sus posturas, valiéndose de los argumentos que tan popular hicieron a “la opción preferencial por los pobres”, la satanizada teología de la liberación. Cosas de la mercadotecnia espiritual, pues.
Tenemos además que en los cerebros tiernos, es decir, en la infancia, podrá fecundar la semilla de que el individuo, está hecho a imagen y semejanza de Dios, y que, como Dios, es absoluto. El peligro está en que aparezca el fantasma de Jhon Locke difundiendo la concepción medieval sobre la propiedad raíz. Ello permitiría a los Estados Unidos realizar una campaña destinada a implantar su filosofía política que, con base en la “inviolabilidad suprema”, antepone los derechos individuales. Estaríamos en el umbral de la conquista ideológica, en el punto preciso para convertirnos en otro estado libre asociado de los Estados Unidos de Norteamérica.
Respecto al artículo quinto, podríamos decir que la jerarquía de la iglesia católica mexicana obtuvo un triunfo histórico ya que al suprimirse la prohibición del establecimiento de órdenes monásticas, Girolamo Prigione no pudo impedir la “pizcacha” de la independencia anhelada por los clérigos de casa.
Por las reformas al artículo 27, que radicalmente modifican el concepto revolucionario de tenencia de la tierra, el concepto de propiedad sufrió cambios que conllevan serios problemas políticos, económicos y sociales. Esto porque el nuevo texto ha propiciado coyunturas por donde puede fugarse la riqueza energética de los veneros del diablo.
Dentro de la actividad agrícola de México, las reformas también dan oportunidad para que el capitalismo salvaje se manifieste en cualesquiera de las modalidades de acaparamiento de la tierra. Baste recordar que entre los gobernantes de Estados Unidos ésa ha sido, más que una ambición, una obligación con esencia divina que, por el hecho de nacer en territorio del Tío Sam, les otorga derechos ilimitados, soberanos y no enajenables.
La otra modificación constitucional que junto con el paquete reformatorio rescató del pasado los olores a incienso y mirra, fue la del artículo 130. Como usted sabe, esta reforma dotó de personalidad jurídico-terrenal a las iglesias. Y aunque también abrió espacios para que todas las religiones usufructúen y difundan su presencia, el cambio constitucional prácticamente sólo beneficia a dos jerarquías: la católica que la ambicionaba como privilegio, y la protestante conformada por corrientes de inspiración calvinista.
Como podrá observar el lector, hoy tenemos un ente espiritual (él católico) con personalidad jurídica pero celosamente controlado por el Papa. Éste, según la tradición, tiene contacto directo con Dios, de quien provienen instrucciones, inspiración y dirección para manejar el mundo de los humanos. También hemos dado cabida a otros (los protestantes) que medio actuaban en la clandestinidad porque –de alguna manera– dependían de la comprensión de los sacerdotes católicos: si éstos los aceptaban, sobrevivían; pero si acaso no lo hacían, eran perseguidos hasta él linchamiento.
Al observar las reacciones y aspiraciones de ambas tendencias, puede concluirse que Carlos Salinas de Gortari mató dos pájaros de una pedrada. En primer lugar, logró de la jerarquía católica una cierta legitimidad que no pudo obtener en el proceso electoral de 1988; recibió “la bendición” de quienes, al ser apapachados, perdieron el piso y no se dieron cuenta de la trampa que les prepararon, empezando con la invitación al cambio de poderes. Obviamente tampoco percibieron que al recibir la personalidad jurídica que generacionalmente buscaron con el ánimo de ingresar al mundo de los negocios, se rebajaron a simples mortales con ambiciones, defectos, limitaciones y obligaciones. Perdieron la figura para la feligresía más o menos ilustrada y por ende, la confiabilidad esotérica que les permitía fungir como intermediarios de Dios, asesores espirituales y/o confesores de cabecera. Se metieron, pues, en una desgastante lucha sobre si pagar o no impuestos, declarar o no ingresos, ser o no miembros de una sociedad regida por las leyes terrenales, estar dentro o fuera de la denominación aristotélica que define al hombre como animal político, opinar o no en el quehacer político, aceptar u omitir, aceptar u omitir el significado de lo del César al César y lo de Dios a Dios, entrarle o dejar de lado la política, y transparentar o no las limosnas, aportaciones, regalos, donaciones, cobro de rentas, pago de indulgencias, entrega de herencias y obsequios en efectivo o en especie.
Por otra parte, con la emoción de no perder lo que durante décadas buscó (recordemos los motivos de la guerra cristera) la jerarquía, encabezada por Girolamo Prigione y los obispos se quedó sin chistar cuando de un dedazo Salinas equilibró las iglesias restándole fuerza a la católica. Las de origen protestante obtuvieron lo que Joel R. Poinsett pudo lograr a pesar de sus perversos intentos para dividir a los masones y al poder político que representaban. Fue en ese momento cuando la república empezó a verse “invadida” por grupos religiosos cuya inspiración proviene del cristianismo de Nicea, que la inercia de la metafísica medieval catalizó y Lutero modificó.
Hemos empezado a perder lo que ganamos durante la lucha generacional concluida al promulgarse la constitución social y jurídicamente más avanzada del mundo moderno. En consecuencia, estamos en peligro de ingresar a un proceso capaz de hacernos prescindir del compromiso que durante tres milenios dio forma a nuestra cultura, a nuestra identidad, al alma nacional de los mexicanos.
Está claro que en México no funcionan las teorías económicas diseñadas con el único propósito de favorecer al capitalismo salvaje. Que nuestra nación está siendo sometida a una serie de atentados cuyo objetivo es ponerla de rodillas ante el capital estadounidense. Que el narcotráfico, los magnicidios, la “guerra” de Chiapas, las revelaciones de Jack Anderson (vocero de la CIA) sobre la “riqueza” de los expresidentes mexicanos, la ayuda financiera internacional, las condiciones draconianas del gobierno estadounidense, los ataques del grupo conservador del Congreso de los Estados Unidos y la campaña de desprestigio contra el gobierno, buscan a toda costa vulnerar el sistema político mexicano y con ello cortarle las salidas financieras para obligarlo a depender del dinero caliente de Wall Street. A eso añada usted la desmesurada corrupción registrada durante los últimos regímenes que –exceptuando la política de no intervención– curiosamente establecieron un excelente trato oficial con los gobiernos del vecino país.
Otra de las variantes intervencionistas ha estado a cargo de la citada fundación Heritage. Sigue la misma línea, desde aquellas absurdas recomendaciones que le platiqué hasta su más reciente promoción “democrática” sobre municipios panistas, organizada en la ciudad de Guanajuato (marzo de 1995).
Y no dude que atrás de algunos crímenes también esté la mano negra del intervencionismo norteamericano, en este caso representado por el “patriotismo” de la mafia del narcotráfico cuyo salvoconducto y pretexto es el desbarajuste social que ocasionaría cesar el suministro de droga a los millones de adictos que viven en la Unión Americana.
ENTRE LA VIOLENCIA Y LA TRAICIÓN
El primer choque de las Águilas sucedió formalmente en 1847, precisamente cuando los “marines” llegaron a suelo mexicano cantando el himno compuesto ex profeso para la expedición (De los salones de Moctezuma hasta las playas de Trípoli…). Volvió a ocurrir durante la Revolución con la muertes de Madero, Pino Suárez y Carranza. Adquirió características menos sangrientas durante la conspiración contra el gobierno de Plutarco Elías Calles. Reapareció con violencia cuando Álvaro Obregón, presidente electo, cayó víctima del fanatismo religioso. Adquirió tintes perversos durante el movimiento de 1968. Empezó a sofisticarse durante la época lopezportillista. Y alcanzó grado de excelencia con el manejo de una economía donde los inocentes resultaron víctimas de la ambición monetarista que distingue al capitalismo salvaje.
Además de las cerca de once mil víctimas fatales, México perdió la mitad de su territorio para satisfacer la ambición expansionista y emocionar a los estrategas del gobierno norteamericano, en especial a Poinsett, que por esos días ya se encontraba retirado en Carolina, atento al proyecto desestabilizador que años antes había concebido y puesto a funcionar.
En 1913 Henry Lane Wilson, embajador de los Estados Unidos en México, azuzó a los contrarrevolucionarios para dar el cuartelazo en La Ciudadela y provocó la masacre conocida como Decena Trágica. Se sublevaron Bernardo Reyes, Félix Díaz, Aureliano Blanquet y Victoriano Huerta quien se fingía leal al presidente Madero.
Wilson insistió en sus intrigas, la emprendió contra Francisco I. Madero y lo catalogó como “loco de remate”, motivando que el exministro de Gobernación Alberto García, manifestara públicamente que “la bala que mate a Madero, salvará al país”.
Victoriano Huerta, el chacal, traicionó al presidente Madero (tres días antes había mandado asesinar a su hermano Gustavo) y el 9 de febrero de 1913 estalló el movimiento infidente que liberó de la prisión a los generales Bernardo Reyes y Félix Díaz. De inmediato Reyes cayó muerto a la primera refriega, pero Díaz se mantuvo en combate hasta que Madero nombró a Victoriano Huerta jefe de la guarnición de la plaza. El 17 de febrero éste desconoció al gobierno maderista y el 22 de febrero, ya como presidente, simuló trasladar a Madero y Pino Suárez a la penitenciaria de la ciudad y ordenó su ejecución. Madero fue asesinado por Francisco Cárdenas, cabo de rurales, y Pino Suárez por el teniente Rafael Pimienta.
Ensoberbecido quizás por contar con la simpatía del embajador Wilson, Victoriano Huerta no resistió las palabras del senador chiapaneco Belisario Domínguez quien, al impedírsele leer un discurso ante los senadores lo hizo circular el 19 de septiembre de 1913. He aquí lo que dijo:
“Señores senadores: Todos vosotros habéis leído con profundo interés el informe presentado por Victoriano Huerta ante el Congreso de la Unión, el día 16 del presente. Indudablemente señores senadores, que, lo mismo que a mí, os ha llenado de indignación el cúmulo de falsedades que encierra ese documento. ¿A quién se pretende engañar, señores?... ¿Al Congreso de la Unión? No, señores. Todos sus miembros son personas ilustradas que se ocupan de la política; que están al corriente de los sucesos del país y que no pueden ser engañados sobre el particular. Se pretende engañar a la Nación mexicana, a esa noble patria que, confiando en vuestra honradez ha puesto en vuestras manos sus más caros intereses ¿Qué debe hacer en ese caso la representación nacional? Corresponder a la confianza con que la patria la ha honrado; decir la verdad y no dejarla caer en el abismo que se abre a sus pies.
La verdad es esta: durante el gobierno de don Victoriano Huerta no solamente no se ha hecho nada en bien de la pacificación del país, sino que la situación actual de la República es infinitamente peor que antes; la Revolución se ha extendido en casi todos los estados; muchas naciones, antes buenas amigas de México, se rehúsan a reconocer a su gobierno por ilegal; nuestra moneda encuéntrase despreciada en el extranjero; nuestro crédito en agonía; la prensa entera de la República amordazada o cobardemente vendida al Gobierno y ocultando sistemáticamente la verdad; nuestros campos, abandonados; muchos pueblos arrasados; y, por último, el hambre en todas sus formas, amenaza extenderse rápidamente en toda la superficie de nuestra infortunada patria. ¿A qué se debe tan triste situación?
Primero, y antes que todo, a que el pueblo mexicano no puede resignarse a tener como presidente de la República al soldado que se apoderó del poder por medio de la traición y cuyo primer acto como presidente de la República fue asesinar al Presidente y Vicepresidente legalmente ungidos por el voto popular, habiendo sido el primero de éstos quien colmó de ascensos, de honores y distinciones a don Victoriano Huerta, y habiendo sido aquél, igualmente, a quien Victoriano Huerta juró públicamente lealtad y fidelidad inquebrantables.
La paz se hará, cueste lo que cueste, ha dicho don Victoriano Huerta. ¿Habéis profundizado, señores senadores lo que significan estas palabras en el criterio egoísta y feroz de don Victoriano Huerta? En un loco afán de conservar la presidencia, don Victoriano Huerta está cometiendo otra infamia, está provocando con el pueblo de Estados Unidos de América, un conflicto internacional, en el que, si llegara a resolverse por las armas, irían estoicamente a dar y encontrar la muerte todos los mexicanos sobrevivientes menos Victoriano Huerta y don Aureliano Blanquet, porque esos desgraciados están manchados con el estigma de la traición y el pueblo y el ejército los repudiarían, llegado el caso.
Cumpla con su deber la representación nacional y la patria estará salvada, y volverá a florecer más erguida y más hermosa que nunca. La Representación Nacional debe deponer de la presidencia de la República a don Victoriano Huerta por ser él contra quien protestan, con mucha razón, todos nuestros hermanos alzados en armas; y, de consiguiente, por ser él quien menos puede llevar a efecto la pacificación, supremo anhelo de todos los mexicanos.
Me diréis, señores, que la tentativa es peligrosa, porque don Victoriano Huerta es un soldado sangriento y feroz que asesina sin vacilación a todo aquel que le sirve de obstáculo. No importa señores, la patria os exige que cumpláis con vuestro deber aún con peligro, con seguridad de perder la existencia. Si en vuestra ansiedad de volver a ver reinar la paz en la República os habéis equivocado, habéis creído en las palabras de un hombre que ofreció pacificar la nación en dos meses y lo habéis nombrado presidente de la República, hoy que veis claramente que este hombre es un impostor ¿dejáis, por temor a la muerte, que continúe en el poder?
Penetrad en vosotros mismos, señores, y resolved esta pregunta ¿qué se diría de la tripulación de un gran navío que en la más violenta tempestad y en un mar proceloso nombrara piloto a un carnicero que sin ningún conocimiento náutico navegara por primera vez y no tuviera más recomendación que la de haber traicionado y asesinado al capitán del barco?
Nuestro deber es imprescindible, señores, y la patria espera de vosotros que sabréis cumplirlo.
El mundo está pendiente de nosotros, señores miembros del Congreso Nacional Mexicano, y la patria espera que la honréis ante el mundo, evitándole la vergüenza de tener por primer mandatario a un traidor y asesino”.
El 7 de octubre siguiente, el Coronel Alberto Quiroz, en cumplimiento de la orden de Victoriano Huerta, apresó al legislador para trasladarlo al cementerio de Coyoacán, donde lo asesinó a balazos y le cortó la lengua en un acto que pretendía atemorizar a la sociedad.
Después del cuartelazo de Victoriano Huerta que culminó con los magnicidios referidos, Venustiano Carranza consideró necesario levantarse en armas contra el chacal para, mediante el Plan de Guadalupe, desconocer su gobierno. Dos años más tarde, como primer jefe del Ejército Constitucionalista (1916) convocó al Congreso Constituyente de Querétaro, promulgó la Constitución que actualmente nos rige, se sometió a las elecciones y el primero de mayo de 1917 tomó posesión como presidente Constitucional de México.
En 1920 una vez cumplido el plazo legal establecido para la renovación del gobierno, el general Álvaro Obregón decidió lanzar su candidatura, debido a que no le satisfizo la idea de Carranza de que el mandato siguiente debería recaer en un civilista. Esta fue la causa principal que provocó el rompimiento de la familia revolucionaria, pues, además de Obregón, el general Pablo González, también subordinado de Carranza, siguió el ejemplo de su compañero de armas antes que ceñirse a las órdenes de don Venustiano. El general Obregón no encontró otra salida más que la de organizar el Plan de Agua Prieta; y es en ese momento cuando se agitan las aguas que, como usted sabe, enfrenta a lo más granado de la Revolución Mexicana creando un ambiente de turbulencia que incremento el número de víctimas.
Con el apoyo de varios generales paisanos suyos, Obregón logró que don Venustiano abandonara la Ciudad de México para dirigirse en tren al puerto de Veracruz, ciudad en la cual éste último quería establecer su gobierno. El 7 de mayo Carranza abordó el tren presidencial haciéndose acompañar de los secretarios de Estado, autoridades de la Tesorería, la Suprema Corte y la Comisión permanente del Congreso de la Unión y empleados civiles y custodiado por el regimiento de Zapadores, las tropas de infantería y los regimientos de Artillería y de Aviación y del Colegio Militar. La retaguardia quedó a cargo del Tercer Regimiento de infantería Supremos Poderes, a cuyo convoy se adicionó el mando de la Secretaría de Guerra.
En Aljibes, estado de Puebla, Carranza se vió obligado a suspender el viaje por tren, ya que la vía había sido dinamitada. Después de la obvia confusión provocada por el ataque de los sublevados que le esperaban para interceptarlo, don Venustiano tuvo que seguir su camino por tierra y dirigirse a la sierra de Puebla. Lo hizo para eludir a las tropas del general Guadalupe Sánchez e Higinio Aguilar, las primeras pertrechadas en la ruta al Puerto de Veracruz y las segundas posesionadas de Perote. Luis Cabrera que en sus escritos negó haber sido militar, tener disposiciones para serlo y haber oído siquiera silvar las balas, pero que conocía bien la sierra poblana, sirvió de guía a los “restos de aquel naufragio”.
En el camino la comitiva presidencial encontró a las fuerzas de Rodolfo Herrero, quien ofreció defenderla y apoyarla para “demostrar la gratitud que le debía al general Mariel”, junto con Urquizo, encargado de la seguridad del presidente. La ayuda fue aceptada porque Herrero conocía la región como la palma de su mano y porque, gracias a su hipocresía, tuvo la habilidad de mostrarse como uno de los hombres más leales al presidente Carranza.
La actitud de Herrero engañó a todos, incluso al propio don Venustiano. Por ello aceptaron la sugerencia de dirigirse a Tlaxcalantongo, que era, “un lugar muy seguro, estratégico y donde hallarían bastante comida y pastura para los caballos”.
Como el general Mariel tenía que acudir a Xicotepec en busca de refuerzos, no le quedó más remedio que confiar a Herrero la custodia del presidente. Y Herrero no solo se comprometió a conducir a la comitiva hasta Tlaxcalantongo, sino que hasta juró lealtad y obediencia al presidente.
En medio de una copiosa lluvia arribaron a su destino a las cinco de la tarde. Una vez posesionados del pueblo, Carranza quedó hospedado en un jacal que por mobiliario tenía una pequeña mesa y dos toscos banquillos. Secundino Reyes, su asistente, acomodó los sudaderos del caballo a guisa de colchón y habilitó la silla de montar como almohada.
De repente alguien avisó que Rodolfo Herrero había tenido que marcharse debido a que, según había dicho, su hermano se encontraba herido. La intempestiva desaparición despertó sospechas, y entonces el general Urquizo, Murguía y Gerzayn Ugarte se acercaron a Carranza para expresarle los motivos de sus dudas respecto a la lealtad de Herrero. Propusieron que el presidente se trasladara de inmediato a un paraje al norte, porque ahí había casas de mampostería mucho más adecuadas para repeler cualquier ataque. Sin embargo don Venustiano no quiso reanudar la marcha argumentando que llovía mucho, que los soldados estaban muy cansados, que no conocían el camino y que prefería esperar a Mariel. Concluyó la plática citando una frase de Miramón: “Dios cuide de nosotros en estas veinticuatro horas”.
En la madrugada del 21 de mayo, Herrero y su gente atacaron a mansalva la choza donde pernoctaba Carranza. Dirigieron sus descargas hacia el lugar escogido por Secundino Reyes, ayudante del presidente. Y a las cuatro horas con veinte minutos de ese día, don Venustiano exhaló su último aliento.
El telegrama que el 25 de mayo Álvaro Obregón enviara a Luis N. Morones, quien en esa fecha se encontraba en la embajada de México en Washington, decía lo siguiente:
“Le estoy transmitiendo la última información recibida referente a la muerte de Carranza. Algunos hombres que acompañaban al señor Carranza confesaron que ellos eran entre 20 y 25 del equipo de generales, oficiales y soldados. No hay explicación satisfactoria acerca de la conducta de esos hombres entrenados para defender y proteger a su jefe. Una minuciosa investigación ha sido abierta y todos los responsables serán tratados con gran energía. Lo saludo afectuosamente.”
Algunos de los seguidores de Carranza atribuyeron el crimen al general Obregón. Empero, después de diversas investigaciones –incluida la de José Domingo Lavin– se concluyó que los criminales pertenecían a las guardias blancas organizadas y contratadas por las compañías petroleras, en especial por Huasteca Petroleum Co. (empresa que lidereaba la oposición contra el artículo 27); asimismo, que Herrero había sido el ejecutor. Esta conclusión medió policiaca y medio política estuvo basada en los siguientes hechos:
Primero: Herrero tenía tres años de pertenecer a las fuerzas capitaneadas por el general Manuel Peláez, quien recibió de las compañías petroleras ayuda en alimentos, armas y parque.
Segundo: La repercusión del crimen en los Estados Unidos fue inmediata, mucho antes de que en México se sintiera o se supiera.
Tercero: la sistemática oposición a la política de Carranza manifestada en el seno de los grandes emporios petroleros encabezados por Fall, Kellogg, Hearts y otros más cuyo empeño era impedir el éxito de la Constitución de 1917, los indujo a usar todos los medios a su alcance; incluso buscar en su país aliados con el objeto de lograr otra intervención armada.
Cuarto: de acuerdo a declaraciones de Lavin, que por aquellos días se encontraba en Tampico, antes de que llegara la noticia a la prensa y al pueblo, William Green, personaje famoso por sus actividades delictuosas y gerente de la Huasteca Petroleum Co., sin venir al caso y después de una extraña visita a la compañía mexicana de petróleo El Águila, dijo a un grupo de personas que le esperaban en sus oficinas: “¡Si yo tuviera una sola gota de sangre mexicana en mis venas, en estos momentos la buscaría para arrojarla al suelo! ¡Como es posible que estos mexicanos hayan matado al presidente Carranza!”
José Domingo Lavín escribió que después de pronunciar esas palabras, sin esperar respuesta, Green salió violentamente dejando a todos sorprendidos, ya que nadie conocía los acontecimientos de Tlaxcalantongo. Aseguró que las exclamaciones de Green llevaban la intención de alejar las sospechas que seguramente caerían sobre él, pues el autor material del asesinato fue un general perteneciente a las fuerzas de Peláez, reconocidas en la región como antiarracistas y al servicio de las compañías petroleras.
Por su parte, los acompañantes de Carranza dirigieron a Obregón un telegrama fechado en Necaxa el 21 de mayo de 1920, firmado por Juan Barragán, F. de P. Mariel y demás jefes y amigos.
“Hoy en la madrugada, en el pueblo de Tlaxcalantongo, fue hecho prisionero y asesinado cobardemente, don Venustiano Carranza por el general Rodolfo Herrero y sus chusmas, violando la hospitalidad que le había brindado. Los firmantes de este mensaje protestamos con toda energía de nuestra honradez y lealtad, ante el mundo entero, por esta nueva mancha arrojada sobre nuestra patria. Cumplida nuestra obligación que nuestra dignidad de soldados y amigos nos impone, nos ponemos a la disposición de usted, y solo pedimos llevar el cadáver hasta su última morada en esa capital, suplicándole ordenar se nos facilite un tren en Beristain, para tal objeto.
Obregón contestó lo siguiente:
“Es muy extraño que un grupo de militares que, como ustedes invocan la lealtad y el honor y que acompañaban al C. Venustiano Carranza, con la indeclinable obligación de defenderlo, hayan permitido que se le hubiese dado muerte, sin cumplir ustedes con el deber que tenían, ante propios y extraños, de defenderle hasta correr la misma suerte, máxime cuando sabe toda la nación que son ustedes precisamente los responsables en los desgraciados acontecimientos que ayer tuvieron el lamentable desenlace, la muerte del C. Presidente Venustiano Carranza; muerte que encontró abandonado de sus amigos y compañeros, quienes no se resolvieron a cumplir con su deber en los momentos de prueba. Repetidas ocasiones se le notificó al señor Carranza que se le darían toda clase de garantías a su persona si estaba dispuesto a abandonar la zona de peligro y él se negó a aceptar la prerrogativa, porque creyó indudablemente que habría sido un acto indigno de un hombre de honor ponerse a salvo dejando a sus compañeros en peligro.
Solamente los firmantes del mensaje a que me refiero son treinta y dos militares y un civil, número más que suficiente, si hubieran sabido cumplir con su deber, para haber salvado la vida del señor Carranza, si es, como ustedes aseguran que se trata de un asesinato; y tengo derecho a suponer que ustedes huyeron sin usar siquiera sus armas, porque ninguno salió herido. Si ustedes hubieran sabido morir defendiendo la vida de su jefe y amigo, que tuvo para ustedes tantas consideraciones, se habrían conciliado en parte con la opinión pública y con su conciencia y se habrían ahorrado el bochorno de recoger un baldón que pesará sobre ustedes.
Un lustro más tarde, apareció la conspiración contra el gobierno callista, misma que –como ya lo comenté– fue concebida por el embajador Sheffield y el secretario de Estado Kellogg. El fracaso de esa maquinación que pretendía derrocar al gobierno se dio gracias a la unidad nacional de aquellos años y a que los mexicanos ya sabían diferenciar y reconocer las ambiciones de los yanquis (según Palavicini, así hay que llamarlos) empeñados en comprar, rentar o pignorar nuestra riqueza y soberanía.
Y volvió a aparecer aquella “ave negra del clericalismo” que había sentenciado a Álvaro Obregón porque era el enemigo a vencer. Al principio los fanáticos exacerbaron los rumores sobre la participación del general en diversos crímenes políticos; y como si fuesen milagritos, empezaron a colgarle la autoría intelectual de las muertes de Venustiano Carranza, Francisco R. Serrano, Arnulfo R. Gómez y Francisco Villa. Decían, pues, que “el que a hierro mata a hierro muere” y no tuvieron empacho para afirmar que Obregón merecía ser destinatario de la ley del Talión, ya que con su reelección podrían entronizarse los jinetes del Apocalipsis o, lo que para ellos era lo mismo la “persecución religiosa” caracterizada por la obligación de cumplir los preceptos constitucionales relativos a la educación laica, la prohibición del establecimiento de órdenes monásticas y el desconocimiento jurídico de las iglesias. Fue entonces cuando un grupo de la Liga Defensora de la Libertad Religiosa, decidió reunirse en la casa número 44 de la calle de Álzate, en la Ciudad de México, alquilada por la señora Josefina Montes de Oca, sobrina del Obispo Ignacio Montes de Oca. En ese hogar nació la idea de asesinar al candidato y de allí surgieron los conspiradores Luis Segura Vilchis, Juan Tirado Arias, Humberto Pro Juárez, Nahum Lamberto Ruiz y José González. Se trataba de matar a Obregón con un artefacto explosivo fabricado por ellos con cartuchos de dinamita.
Al empezar el domingo 13 de noviembre de 1927, los conspiradores se dedicaron a espiar y seguir al candidato. En el bosque de Chapultepec, por la Calzada del Lago decidieron concretar su plan lanzando al vehículo de Obregón una bomba que en efecto explotó pero sin hacer el daño que esperaban, para su mala suerte. Finalmente las investigaciones policiacas lograron descubrir a los maleantes que fueron juzgados, procesados, juzgados y sentenciados a la pena capital.
Empero, no cesó el odio de los fanáticos. Una vez que el general Obregón ganó las elecciones y fue declarado presidente electo, se encontró ante la maldad vestida de hábito, misma que se manifestó con las acciones de los católicos que anhelaban matarlo, entre otras cosas, para vengar la muerte del padre Pro. Así el martes 17 de julio de 1928, en el restaurante La Bombilla, José de León Toral cumplió ese anhelo al dispararle un tiro a la cabeza. Los Caballeros de Colón –algunos quizás con severos conflictos de conciencia– echaron las campanas a vuelo porque había muerto uno de los “mensajeros del diablo”.
Como usted sabe, el proceso correspondiente puso al descubierto la conspiración organizada por la madre Conchita, nueve mujeres más y cinco Caballeros que terminaron encarcelados. León Toral, la mano ejecutora, el verdugo de la Ley del Talión y “el mensajero de Dios”, resultó condenado a la pena capital, es decir, a morir fusilado en la penitenciaria del Distrito Federal.
LAS INTROMISIONES
A veces marchando a contrapelo o en ocasiones navegando contracorriente, los gobiernos mexicanos llegaron a la época moderna mejor capacitados para enfrentar métodos intervencionistas tan perversos como sofisticados.
Sin embargo, a pesar del conocimiento y la información su “departamento de inteligencia “, Gustavo Díaz Ordaz no pudo evitar caer en una de las trampas que muchos consideraron “fuerzas extrañas”. Fue así como estalló el movimiento de 1968, en el cual la juventud estudiantil sufrió los embates de la represión armada.
Y conste que hasta hoy nadie ha podido decir a ciencia cierta quién o quiénes concibieron y organizaron esa terrible confrontación que impactó a una generación de mexicanos. Lo que sí puede afirmarse es que ese conflicto atrasó al país frenando su desarrollo, y que los gobiernos subsecuentes tuvieron que pagar la herencia a fin de ejercer el mandato soportando el desprestigio político, a mi juicio planeado y programado por los estrategas de la desestabilización mundial. Además de ello, se vieron obligados a lidiar con las condiciones impuestas a propósito por el poder económico internacional, y en muchas ocasiones, hasta de las traiciones de los de casa, tal como ocurrió con los banqueros que apostaron contra México.
La expropiación de la banca llegó a convertirse en una de las respuestas más patriotas a la intromisión del capital extranjero, cuyo poder había colgado a la mayor parte de los banqueros mexicanos. Gracias a esa determinación presidencial que tanto molestó a la élite económica de la nación, México logró sacudirse momentáneamente las rémoras financieras que lo habían anclado en la dependencia total de un capitalismo a ultranza. Por desventura, casi al mismo tiempo inició la malévola campaña de desprestigio emprendida contra las instituciones nacionales; fue entonces cuando aparecieron los “salvadores” de la economía nacional, muchos de ellos disfrazados de políticos, democratizadores, tecnócratas, inversionistas, corredores de bolsa, brockers, asesores financieros, funcionarios públicos, especialistas en macroeconomía, expertos en finanzas, analistas internacionales, socios comerciales y promotores del desarrollo.
Esta pléyade volvió a meternos en el tobogán que abandonamos cuando nuestros gobiernos buscaron la autosuficiencia alimentaria y el desarrollo estabilizador. Regresamos al camino, al redil construido por los chicos de Wall Street, por los administradores del Fondo Monetario Internacional, por la conciencia del capitalismo salvaje cuyo centro de operaciones se encuentra disperso en las principales ciudades financieras de los Estados Unidos.
Y llegó a la presidencia Miguel de la Madrid, el abogado con inclinaciones tecnócratas (una especie en vías de extinción). Su gobierno utilizó la misma legislatura que había tenido el “privilegio” de expropiar la banca o, lo que es lo mismo, puso en ridículo a cada uno de sus integrantes al cambiar el sentido de la expropiación con la idea de darse oportunidad de mal-negociar la soberanía económica de la república. “Salvó” a la nación entregándola a los especuladores de la economía mundial.
En ese régimen también aparecieron los mensajeros de la crisis, los personeros de la dependencia, los vendedores más grandes del mundo. Empezaron a manejarse argumentos y considerandos destinados a privatizar Mexico. Quedó preparado, listo, el espectacular brinco del “mole”, que de acuerdo a los acontecimientos financieros de febrero de 1994, nos hizo recular para poder beneficiarse y cobrar las prebendas que le habían prometido como, por ejemplo, ocupar una silla en el consejo directivo del Dow Jones y dirigir la Organización Mundial de Comercio.
El narcotráfico, los magnicidios, la insurrección indígena y la prevención financiera de Carlos Salinas de Gortari. Obviamente también ambientaron el primer “choque de las águilas” del gobierno del presidente Ernesto Zedillo.
Carlos Fuentes opina que “el gobierno de Carlos Salinas se gobernó así mismo por el dogma neoliberal, endulzado por el paliativo cristiano de Solidaridad. Presupuestos equilibrados, inflación de un solo dígito, importantes reservas de divisas, apertura al mundo y brazos abiertos al capital foráneo”. Dice que la fórmula falló por la mínima inversión en el sector productivo y el abuso de las inversiones especulativas, que se perdió el control debido a que México quedó sujeto a políticas financieras sobre las cuales ningún gobierno tiene control; que al acumularse los problemas políticos, los capitales golondrinos volaron hacia mercados que ofrecía, mayores ventajas; y que de alguna manera impactó el alza de intereses que rescató de la recesión a los Estados Unidos.
Además fallaron las fórmulas del dogma neoliberal impuestas a México por Salinas, y por sus ambiciones personales quedamos expuestos –de pechito– ante los dueños del dinero, la mano negra del narcotráfico; y la corrupción empezó a funcionar. Con el crimen del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, perpetrado en Guadalajara, se inició lo que meses después había de declararse como un proceso de desestabilización contra México. El primer día de 1994 el pueblo fue despertado con una declaración de guerra hecha por un ejército de pobres comandado en Chiapas por un jefe sin identidad; el 23 de marzo de ese año la mano negra asesinó en Tijuana a Luis Donaldo Colosio Murrieta; y el 28 de septiembre murió baleado en el Distrito Federal José Francisco Ruiz Massieu, otra de las víctimas de un complot cuyos móviles quizá lleguemos a conocer en forma precisa. Aunque las autorías apunten hacía la narcopolítica (excepto el caso de la rebelión armada chiapaneca, que de alguna manera parece inspirada en las recomendaciones de la Fundación Heritage o estar fomentada por el afán protagónico del Obispo rebelde Samuel Ruiz), tras ellas se percibe la sombra del poder, la ambición reeleccionista, el enfermizo deseo de mantener el control de las instituciones nacionales al costo que sea.