PREDICAR CON EL EJEMPLO
¡No tengáis miedo! —dijo Karol Wojtyla la primera vez que actuó como vicario de Cristo. El propio papa nos explica este hecho que tanto sorprendió a propios y extraños:
“Cristo dirigió muchas veces esta invitación a los hombres con que se encontraba”. Esto dijo el ángel a María: No tengas miedo (cfr. Lucas 1,30). Y esto mismo a José: No tengas miedo (cfr. Mateo 1,20). Cristo dijo a los apóstoles —y a Pedro— en varias ocasiones, especialmente después de la Resurrección, e insistía: ¡No tengas miedo! Se daba cuenta de que tenían miedo porque no estaban seguros de que aquel que veían era el mismo Cristo que ellos habían conocido. Tuvieron miedo cuando fue apresado, y tuvieron aún más miedo cuando, resucitado, se les apareció.”
(Messori, Vittorio, Juan Pablo II. Cruzando el umbral de la esperanza, Ed. Plaza & Janés, 1994).
La cita que usted acaba de leer me sirve para resaltar lo novedoso del contenido del boletín de prensa del Arzobispado de Puebla, circulado ayer a todos los medios de información.
En el documento se dice que es falso aquello de que el catolicismo está perdiendo adeptos, y sostiene que cada día son más las personas que acuden a los templos.
Sin pretender polemizar con los sacerdotes poblanos (tampoco hay que “tener miedo” de decirles padres, a pesar de que Cristo haya afirmado: “A nadie llaméis Padre… porque sólo uno es vuestro Padre, el del Cielo”, op. cit.), hay que aclarar que, desde las modificaciones a los artículos tercero, 27 y 130 de nuestra Constitución, aumentó notablemente el registro de asociaciones evangélicas.
Poco después de las reformas, y en un lapso relativamente corto, la Secretaría de Gobernación registró a más de dos mil iglesias de esa tendencia religiosa —además de más de mil subdivisiones de ella— y poco menos de cien mil ministros de culto, de los cuales sólo el 20 por ciento eran católicos.
Hace cuatro años se aseguraba que el incremento de iglesias establecía que el protestantismo había avanzado, y que el catolicismo se encontraba estancado, e incluso en franco retroceso (El Universal, 3 de mayo de 1995). Los estados de Puebla, Oaxaca, Tabasco y Chiapas son los más socorridos para la proliferación de credos ajenos al católico.
Los datos referidos establecen que los únicos beneficiarios de las reformas constitucionales fueron los ministros protestantes. Gracias a esos cambios obtuvieron la personalidad jurídica que les hacía falta para formalizar su carácter pastoral y así fomentar el establecimiento de escuelas con su tendencia religiosa.
Se aprovecharon, pues, de esos cambios jurídicos y de la espiritualidad del mexicano. Aquí permítame el lector aclarar que esta espiritualidad supone una inmersión experimental hacia el propio ser y su trascendencia social, sin identificarse necesariamente con un cuerpo de doctrinas o ajustarse a una estructura religiosa. Por ello, el éxito de los primeros misioneros llegados “al Nuevo Mundo”, cuya necesidad, obligación o vocación religiosa les indujo a propiciar lo que hoy consideramos como sincretismo mexicano.
“¡No tengáis miedo!”, habría que decirles a quienes se preocupan por el incremento de instituciones religiosas ajenas al catolicismo. Y con la esperanza de que aún conserven su sentido del humor, soltaré la frase: “No le saquen al parche”, para convocar a que acepten que la Iglesia católica necesita adaptarse a los nuevos tiempos. No basta tapar el sol con un dedo. Hay que seguir el ejemplo de Cristo y escuchar los consejos de quien hace las veces de la Segunda Persona de la Trinidad (el papa Juan Pablo II): “No tengas miedo de los hombres”, y pónganse a trabajar para llevar más ovejas a su rebaño, sin perder de vista que el hombre no ha cambiado y que “los sistemas que crea son siempre imperfectos, y tanto más imperfectos cuanto más seguro está de sí mismo”.
¿O qué, es un ser perfecto aquel hombre que, con vestido talar, se apropió del púlpito para desde ahí decir a los feligreses: “Vayan con firmeza hacia el 2000…”?
No hay vuelta de hoja. El catolicismo ha perdido adeptos porque algunos curas borran con la cola lo que su jerarquía pregona con la boca.